Notábanse sumamente delgados sus dedos, prominentes y despojados de piel, desollados, corroídos, exhibiendo un atisbo de huesos ensangrentados, grotescamente robustos en las articulaciones interfalangianas. Los contemplaba a la vez que iba dibujando en imagen mental el recuerdo del pedazo de materia pringosa y fétida expulsado por la mañana sobre el lavabo, y que no dejó de impresionarlo, mas no de sobremanera, como para alarmarse, pues sentía una especie de adrenalina circulando por todo su cuerpo y en todas direcciones. Visualizando a lo lejos en su memoria aquel día en el que bebió de la gran cacerola del Chino Mino, en su desesperado intento por encontrar un motivo, sea cual fuera, para parchar la incertidumbre con respecto de las causales de las alteraciones que presenciaba en su cuerpo, salud y mente, sobre todo en su cuerpo.
El escroto y pene habían mutado en pequeñas y velludas prominencias ovaladas unidas, formando una especie de porción de cagada equina en la entrepierna. Sin embargo durante la micción no se manifestaba dolor o incomodidad alguna, pero claro, ni hablar respecto a la práctica sexual, era obvio que desde iniciado todo esto, hace rato que dejó de pensar en ello.
Centímetros atrás, gruesas costras cubrían lo que alguna vez fueron nalgas, y como lava emergía la mierda a través de las grietas provocadas por el esfuerzo de liberarlas cuando era necesario. Las uñas de los pies, así como de las manos iban cayendo una a una, como en algún fracaso de tele transportación, y en su lugar huesos ébano emergían cual pezuñas de cabra. Las orejas se plegaron al cráneo y sacaron a relucir sus cavidades. La nariz reducida a meros agujeros en la cara y los labios partidos en mil rodajas, ventilando encías sin dientes, chapaleando en baba espesa y verdosa.
Así se le veía a quien ni de esta forma podía sentir dolor alguno, o malestar siquiera, caminando sobre la grama invasora de caminos olvidados, con rumbo a quién sabe dónde, radiante en su monstruosidad, jubiloso.
Se trataba según imaginaba en base a comentarios vertidos en rondas carnavalescas, de la leche liberada por sapos durante su ejecución a base de ron puro, la mezcla que también contenía gas de pánico constituía la poción que el Chino Mino expendía a sus clientes en su bar. Y de la cual sospechaba más, el alguna vez humano. Había bebido pues, inclementemente, media arroba durante seis mediasnoches, fumando sintéticos, inyectándose ácidos, inhalando cianuro rebajado.
Y después, esto, la mutación, y durante el proceso, extrañas visiones en el piso atestado de vómitos y flema, moles a lo Schwertberger, pescados a lo Zurn, demonios de Barlowe y como Da Vinci ante el muro de escupitajos, sintiendo esa extraña adrenalina de placer y fascinación mórbida revoloteando en cada célula, como Sinclair y Pistorious ante el fuego.
Siluetas del tamaño del sol corrían por entre el follaje de los árboles, como persiguiéndolo, y sin paranoia, su mirada capturaba cada hebra de fulgor para más adelante, cuando la pura oscuridad del silencio lo embargase, poder sacudirse la inseguridad y marchar constante. Rocas con brazos de madera y montañas con rostros impasibles, entre galerías de brillantes zafiros oculares presenciaban su andar. Hormigas dirigiéndole el verbo, semillas de mostaza acariciándole la piel hecha jirones, tábanos voraces succionando el mus sanguinolento de las podridas arterias, espesa noche envolviéndolo en su niebla.
Varios cientos de vueltas del globo, muchos amaneceres en las entrañas de imponentes sequoias, bajo arrecifes inmensos de coral, entre millares de medusas, para considerar que tal vez todo es consecuencia de la absorción del cuerpo de la fémina aquélla, la de pechos magros y pies de serpiente, a quien no recuerda cómo, fue absorbiendo, primero como en una fusión, y luego por dominación de materia, sus células sometieron a las de ella hasta gobernarlas y manejarlas a su antojo, haciendo por ejemplo, de sus enjutas piernas, los dedos descritos anteriormente.
Con tal baraja de posibilidades podría seguir adelante, y así fue, por todo el espacio, sin tiempo.
Mas todo cambia cuando concibe la pequeña idea de encender la luz, de levantarse del piso enlodado y dejar de pensar en tonterías que solo a los apaleados en la cabeza se les podría ocurrir durante sus siestas de puño, junto a las quebrados y colapsados inodoros en la trastienda de su alucinosis ebria.