martes, 12 de julio de 2011

carta 02

Hola
Estoy escribiendo con el corazón tirado a mis pies y hecho una plasta pringosa, de manera que obviaré algunas partes estructurales y quizá me deje ganar por la emoción, si es así, excúsame…
Mira, yo no puedo evitar ser como soy, por eso esto de estar escribiéndote una y otra vez, a veces de manera tan confusa que sí, lo comprendo, me hago tedioso, lo sé, porque me doy cuenta que no produzco en ti el más mínimo estremecimiento o reacción fuera de tus clásicos: cómo, qué. Pero ese no es el punto, podría seguir haciéndolo de por vida, sin el menor desaliento, nada me cuesta, lo que pasa es que me he enterado por palabras tuyas que aún consideras que voy a olvidarte y echarte al desinterés luego de haber conseguido tirarte, como dices, y me preocupa sabes, no por mí, sino por ti, ya que evidencias una amplia trayectoria que recorres y del cual ya sabes el resultado final, el abandono. Tampoco has considerado en nada, ni siquiera un poquito, todo lo que he tratado de decirte de miles de formas poéticas, y hasta esforzándome siendo banal y burdo en la expresión y lenguaje, como dijiste que mejor comprendías, y que si fueron harto difíciles de comprender, sobre todo por ti -sabes a lo que me refiero- de todas maneras fueron de todo corazón. Por eso, el día subsiguiente al único que estuvimos juntos, y del que vuelvo a reiterar, que fue uno de los mejores de mi vida, y sin ser pretensioso, el mejor de todos, estuve desesperado por saber de ti, de cómo te sentías, de saber qué pensabas, en quién, si me conservabas aún en ti, o no sé, y esa situación me puso de muy mal humor, de un humor pésimo, pues habrás notado que soy fatalista y algo obseso en los pensamientos negativos, que en ausencia de quien amo imagino al inicio cosas maravillosas y al cabo de unos minutos de silencio, la nostalgia, el echar de menos y no tener evidencias palpables, además de mi crónica morbosidad, me hacen pensar, y luego imaginar de a poquitos lo peor de lo peor. Y me jode decirlo, pero raras veces me he equivocado, pues aunque a veces me pese, reconozco fácilmente la mentira y el engaño, y bueno, estábamos incomunicados, claro, tenía que ser yo el que te llamara verdad?, o el que acudiera a algún medio para encontrarte, y lo hice, en serio, y cuando ya nada servía, decidí dejar la cama en la que a veces me sumo durante días enteros para reflexionar, o sumergirme en hermosos pantanos de reminiscencias, como por ejemplo cuando mordía suavemente esos labios tuyos, tan deliciosos que me embriagaban como el ron, o cuando oía tus susurros de placer muy cerca de mis gastados oídos, o cuando con mis dedos incursionaba en cada orificio de tu cuerpo mientras con mi saliva dibujaba como un caracol mi rastro de existencia y expedición en tu magnífica coraza, o tus hermosas y pequeñas manos, que si bien no pude sentirlas tan delicadas, conservaban su tersa textura e ideal tamaño para mis expectativas de sostén, me refiero a la utilidad sensual y erótica que podrías darles, o cuando contemplaba en tus ojos que me tuvieron y tienen loco, una chispa, un destello de insania que me entusiasmó -no repares en este detalle, yo me comprendo-, pero cómo soy de psicótico que de pronto noto que todo es una fantasía producto de mi urgente necesidad de compañía femenina, y que si bien, es tan importante –la fantasía- y es más, lo mejor que puedo lograr por mí mismo, no te tenía al lado, ni gozaba de tu presencia, es decir, en mi cama, acurrucada y entrelazadas nuestras extremidades, concentrando en un solo punto todo nuestro calor.
No te tenía, y tal vez eso nunca suceda, porque ya ves, este tipo que se dirige a ti con sus confusas palabras que al final no sé qué buscan sino amarte recalcitrantemente, está zafado, fuera de sí, ¿quizá no?, pero dejando de lado la condescendencia, me es inevitable decirte todo esto porque estoy muy triste sabes, muy resignado, muy...´ta mare, qué más decir....mejor vuelvo a lo que iba narrando, entonces estando en esos afanes fantásticos aquella noche, empiezo a considerar viable largarme a buscar el medio por el cual te hallé y así pude por fin dar contigo, o bueno con tus dedos y ojos, ya que el resto es obvio que se mantenían al margen, y no sabes de qué extraña y caótica manera mi cuerpo y mente vibraron al verte ahí, en ese medio donde solo fluyen palabras, reales e irreales y notar que todo estaba muy bien para ti, que en un ápice se había visto afectada tu vida y tu mente, y claro, no había razón alguna, solo era yo el necio iluso, no tú, además no tenías porqué, fui tan fugaz y extraño para ti que entiendo recién ahora que habría que estar tan destornillado como yo para agobiarse por tan efímera relación.
De todas formas, y a pesar de que ya alguna vez ya hayas leído esto, me parece que sí, quiero agregar que si tú no estás aquí, se me efervesce de nostalgia la mente, devano mis sesos extrañándote, añorándote, deseándote hasta lo insoportable. Llevo tantos días como le es posible a un mortal en su afán de olvidar a una mujer, y créeme, no lo lograré, mas sabes que ya nada sucederá entre nosotros, pues ya no somos eso, nosotros, sino tú en pasado, y yo mucho más aún…Pero a pesar de todo, hasta de mi decisión de pasar esto bajo puerta, de mi seudónimo y de las pocas agallas que tuvimos…te extrañaré por siempre querida Gatita…porque aún quedamos las almas víctimas de aquellas posesiones de antaño que elevaron la condición humana a un amor puro, tan puro que me quedo corto en el alcance…
En el sobre estoy yo, o bueno, yo por ti…por tu memoria…en pedazos de palabras, de papel… de símbolos…de citas, de música… pero sobretodo de alma, te regalo mi alma, a cambio e nada, de nada…tómalo, es tuyo, o déjalo, y seguirá siéndolo…
Solo queda agradecerte por esos momentos, espero puedas recibir y leer esto pronto y sea aún el papel el portador eficaz de mis pensamientos.
Te quiero mucho, hasta la locura… y siempre te extrañaré, con todo el amor que puede un demente estelar - destilar, eternamente tuyo:
Mortimer Jones

La noticia

Nace el bebé, es prematuro, llegan tipos extraños al nosocomio, planean, confabulan y ejecutan el plan. Le arrebatan el niño a la madre, ¿quiénes son?, nadie sabe, solo arguyen en la institución el deceso de éste. Poco tiempo después la mujer se entera por noticias de una amiga suya que labora en un albergue al norte del país, que hay un niño que guarda un parecido sumamente parecido con el de ella, conjeturando que es el suyo, el supuesto muerto. Pero que está a punto de ser adoptado por una pareja de italianos.
-¿Qué explicación te dieron en el ministerio?
-La explicación que me dieron en el ministerio fue que el caso se investigará en el lapso de tres meses, de acuerdo a ley, y que sea paciente. El problema es que los trámites de adopción están a punto de acabar y los foráneos parten en un mes, con mi hijo en sus brazos como el suyo.
- ¿Y qué piensas hacer ahora?
- No lo sé, algunos me dicen que acuda a organismos internacionales, pero el tiempo se acaba y estando en provincia es, usted sabe, muy difícil hacer eso…
-Bueno, eso sí. Me informan por interno que tienes otro bebé…
- Sí, es el único que me queda, pero creo que también me lo arrebatarán…
-¿Y eso por qué?
-Cuando pasó lo de mi primer bebé hace cuatro años, unos tipos extraños, enormes y con trajes metálicos irrumpieron el recinto y los vi rondando y hablando con susurros entre ellos, creo que fueron ellos, lo que no sé es cómo llegó mi hijo a dar al norte del país, al albergue ese.
-¿Tienes alguna teoría?
-Bueno sí, pero es un poco descabellada, creo que se trataban de extraterrestres, porque me enteré posteriormente que había un grupo elitista que rendía culto a unos alienígenas y que secuestraban neonatos para pruebas experimentales que quién sabe de qué se traten
-¿No te parece un poco…sacada de Hollywood esa historia?
-Le dije que le parecería descabellada, pero igual, es mi teoría.
-Está bien, entiendo, y por eso recurriste a nosotros, pero, ¿alienígenas?, ¿tanto así?
-Sí, tanto así; y es más, no sé porqué todo el mundo aún persiste en aferrarse al escepticismo, si son tan claras las señales de la presencia de esos seres en nuestro planeta, ¿acaso son ciegos, o peor, estúpidos, para no darse cuenta?
-¿Tal afirmación no te parece un tanto ofensiva?, es decir, hay que ser un poco, digamos, crédulos, fantasiosos, para darle crédito a tus palabras…
- Fantasiosos, ya verán cuando los elimine a todos…
¿Y eso a causa de?

-Eso, a causa de todo este show que usted monta en este set; digo, si usted se empeña en lo suyo, yo igual. ¿De dónde saca el disparate de raptos de infantes por seres alienígenas?, no se da cuenta que lo de la trata de bebés en las instituciones de salud, en complicidad con mafias y albergues es más creíble, más polémico, más ¡BOOM!, eso, más ¡BOOM!, ¿eh?
-Debería decirte: no te pago por sugerir, sino por actuar, pero bueno, no te pago
-Ni un centavo
-Sí, mas creí que quedó claro que no te incumbía la historia; recuerda que eres solo un medio del que me valgo para hacer fluir mis diálogos que creé, entre ella y tú, y de esta forma, hacer que tome cuerpo y consistencia la obra. Concéntrate en tus diálogos, ¿quieres?
-Yo no me hago problemas
-Yo sí me los hago, yo no trabajo así
-Que no trabajas, ya te dije, se trata del destino, está escrito que tienes que interpretar a mi personaje
-Uhmm, estás loco, de todas formas sigo en desacuerdo
-¿sí?
-sí, me desagrada y ya sabes lo que sigue en este punto de la conversación
-Discusión
-Como quieras, ya sabes
-Ok, ya lo tengo
-¿Tienes qué?
-Te largas, sacas tu sucio trasero de mi presencia
-¿Cómo?
-Encima sordo, ¡te largas!, ¿oíste?
-Explícate
-Adiós
-No me moveré mientras no te expliques
-Está bien, ¡Lárgate!, ¡Lárgate!, ¡Lárgate!, ¡Lárgateeeeee!
-¡Oh!, clarísimo señor “directorcillo”, pero que quede claro que no me voy porque me lo pida, ¡yo renuncio!
-¿Sigues acá?
-Sigo acá, ¡no sabes cuánto me exasperas!
-No me interesa
-No puedo más
-¿Y?
-¡Yaaaaaa!, solo quise aportar algo a la obra, sabes que me interesa mucho el papel, lo siento
-Está bien, entonces continúen

-Muy bien, eso está muy bien, ¡bravo!, los felicito.
-Los felicita, porque yo ni hablé.
-No hablaste, pero tu presencia es clave en la historia, te lo expliqué.
-Me lo explicaste, pero…
-Pero… pero nada
-Me siento inútil, ¿debería decir algo no crees?
-¿Decir algo?, ¿y qué me dices del cine mudo?
-Ellos sólo obvian palabras, lo sabes
-En nuestro caso, los motivos son otros, no empecemos
-Quiero dejar esto
-¡Lárgate! entonces
-Acabo de decidirme, yo renuncio
-Como quieras
-¿Es todo?
-Todo
-Oye, no es para tanto, está bien, persistiré…
-Acepto


-¿No crees que es repetitivo?
-No
-Está clarísimo, lo mismo que al inicio
-No
-Mira, si te propones plantear un suceso constante en diferentes circunstancias para denotar lo cíclico y eterno de la vida, deberías variar justamente “esas” circunstancias para restarle monotonía.
-No lo creo, ¿entonces?
-Olvídalo, de todas formas me gusta, sigue leyendo.
-De acuerdo

- Y así sucesivamente, ¿Qué opinas?
-No opino nada, está muy difícil la nota
-Si quieres te lo vuelvo a explicar
-¡No! Así nomás, un gusto verte
-Bueno, ¡adiós!
-Adiós, aunque pensándolo bien te invito un par, y me lo vuelves a explicar
-Claro, vamos.

-Y así, bebimos un par de jugos y le conté mi historia, creo que le gustó, dijo que conoce a gente de ese mundo, los que hacen las noticias, periodistas
-¿Así?, tu historia es buena, pero no me convence eso de que reconociste al bebé solamente porque una conocida tuya te dijo que se te parecía.
-¿Tú crees?
-Sí, cámbiale, porqué no un presagio o corazonada de madre, o alguna foto, no lo sé. Sólo cambia eso.
-Tienes razón, quizá si Carlitos pudiera volverlo a contar.
-¿Carlitos?
-Sí, ayer, mientras no estabas me miró con fijeza y contó palabra por palabra esa historia, dijo que lo soñó.
-Tiene un año, mientes.
-Creo que no, yo estuve allí.
-Mientes
-Está bien, lo intentaré.
-¿Intentarás?, hazlo.
-Ya basta, lo haré, ¡Qué molestia!
-Necia
-Bruto
-Te amo, eres brillante
-¿Tú crees?
-Sí
-Bueno, entonces yo también te amo.

CABEZAS CLAVAS

No se le notaba cuando nos hablaba, siempre parecía tener un discurso preparado, sin errores de dicción ni inmutaciones en el proceso, siempre con la mirada fija sobre la frente de sus interlocutores, erguido y rígido, pronunciando cada palabra con tal claridad, que hubiera sido estúpido que alguien se atreviera a decirle, perdón, no te entendí…aunque claro, siempre era así, nunca entendíamos o considerábamos sus opiniones respecto a temas tan triviales como por ejemplo las actividades cotidianas durante los días que no se laboraba, como importantes, no es que fueran irrelevantes, nada de eso, solo que…eran raras.

Decía, cuando todavía nos dirigía la palabra, y riéndose a mandíbula batiente, que un viernes o sábado cualquiera se la pasaba él en su casa, entre los ocho muros que componían el claustro, ¡ocho muros! empecinado con el retrete y su contenido postcena, absorto y fascinado con el sonido que producían sus manos, mientras estrujaba y sometía a sus desechos intestinales a un fantástico proceso de reformación, según decía, y del que al final obtenía curiosas esculturas surrealistas que adornaban los ambientes visibles de su hogar, al cual siempre éramos bienvenidos. Lógicamente nadie aceptó dicha invitación, pues a la semana supimos que algo andaba mal con el tipo en mención, no en lo físico, pues era de lo más normal, salvo claro, por el mechón blancuzco que nacía exactamente de la base su cuello y se prolongaba hasta casi por debajo de las costillas. Era su temperamento, cómo decirlo, impredecible, taciturno, brillante, sombrío, hostil, tierno, insidioso, tantos calificativos que no harían sino desdibujar lo que realmente era, y bueno, yo fui una de las que se arriesgó, y tengo que utilizar el término, a tratar de apreciarlo.

Cuando notó mis intenciones más que obvias con él, primero sonrió vagamente, mientras pasaba de una mano a la otra una bolita de papel que de tanto ser manoseada tenía el aspecto de ser un pequeña piedra, y que supe después, cuando la arrojó por la ventana, que efectivamente lo era, una piedra que no sé por qué rayos creí que era un papel, y un monstruo que no sé por qué confundí con un hombre para amar, besar, estar con él. Pues luego una gran risotada seguida de un murmullo a regañadientes del que pude percibir, qué podría hacer contigo putita de mierda…

Claro que no volví a dirigirle la palabra, ni yo, ni el resto de compañeros que laborábamos en los anaqueles del Poder judicial, porque si de algo he de lucirme es de mi capacidad de envenenar a la gente en contra de algo o alguien, y a mí nadie me hacía tal desaire y se quedaba muy tranquilo, y claro que lo conseguí, pero a él bien gracias, le importó un pito que así fuera, parecía sentirse mejor, pues en adelante nunca tuvo que sostener una conversación con nadie, al menos eso creía yo, ni para pasar el rato, solo leía y releía los expedientes, como si se tratase de un gran abogado investigando un gran caso.

Y al silencio le sucedió la invisibilidad, de tanto no hablarle, comenzamos a casi no verlo, aún estando frente a nuestras narices, bueno, al menos frente a la mía, era como si no estuviera, y él, claro, bien gracias, feliz de que así fuera. Escurriéndose por los corredores, o bajo los muebles, como una sucia cucaracha a la que no me faltaban ganas de aplastarla con el taco, sin embargo, si bien mi afrenta se basaba en la indiferencia total, de todas formas no podía evitar de cuando en cuando contemplar su ampulosa espalda o su frondoso cabello, que por lo demás era sumamente maravilloso, ni qué decir de sus atléticas piernas y trasero, las cuales bajo el ceñido jean que solía usar eran la delicia visual de féminas que eventualmente ingresaban a nuestro sótano, y más que nada, eran mi delicia, mi perversión, pero cuando volvía a ver su rostro, retornaban a mí, todos los demonios del despecho y continuaba en la afrenta.

Luego pasaban semanas sin que lo viera. Llegaba antes que todos y salía una vez que el vigilante le obligaba hacerlo.
Ya casi al mes, me extrañó que una mañana se acercara todo empolvado y lleno de telas de araña a mi escritorio y me dijera, quiero que veas esto, a lo que me negué rotundamente, pues el tipo hedía a rancio, como si hubiese salido de un frasco de aceite podrido, respuesta que produjo en él un acceso violento, dando un manotazo que casi quiebra el vidrio de mi escritorio. Y antes de que pudiera ponerlo en su lugar con el vigilante, desapareció entre los complicados circuitos de documentos, dejando la huella de su manaza frente a mí.

Los siguientes días traté de limpiar la huella, sin conseguirlo, parecía haber sido hecha con aerosol, según dijo Pepe, el de limpieza, y bueno, no era molesto para trabajar, pero cada que reparaba en la mano, comencé a sentir un malestar, como si me recordara algo desagradable, como una araña por ejemplo.

Y después se agravó… desarrollé una tremenda fobia y repulsión hacia su persona, al punto de no querer saber ni oír de él… y él bien gracias, feliz de la vida, hasta ascendiendo en el cargo, llegó a jefe de sección, y ocupó la que supuse sería algún día mi oficina…Entonces sí lo odié, por todo el halo de misterio en torno a su persona, por toda la fascinación que inspiraba en los grandes jefes, quienes lo consideraban alguien brillante entre el resto que éramos nosotros, y sobre todo por el excesivo desapego hacia mí. Me hizo sentir incluso que la cucaracha era yo y no él, que contrario a mis expectativas e ideas, trabajaba él, ávidamente en relacionarse con gente de peso, con realizar trabajos de suma urgencia, mientras yo lo creía oculto del mundo, de nosotros, llorando su desdicha en el silencio del aislamiento y el rechazo. Pero nada de eso era real, solo mis ideas, y me equivoqué, pues cuando lo ascendieron, la sorpresa fue solo mía, de nadie más, incluso de quienes creí mantenían la misma repulsión por él, de cuando conversábamos y no entendíamos ni jota delo que decía y lo creíamos raro, inclusive ellos le aplaudieron, le saludaron gozosos, hipócritas pensé, viles y perversos gusanos parásitos que esperaban supongo favoritismos del nuevo jefe.

Y a todo esto la situación empeoró para mí, enfermé, pedí permiso por espacio de casi tres meses, en los que tuve oportunidad de reponer mis fuerzas y energías, y luego volví… y ya no lo encontré, pues lo habían ascendido a jefe máximo y ahora tenía su oficina en la capital, de modo que dije, qué tanto, al menos así su presencia no será otra vez mi calvario, pero cuán equivocada estaba…

Por golpes del destino, o desatinos míos, fui asignada a la sección de archivos perdidos, y al igual que dichos documentos, a los que llegaban a trabajar en tal sección, se les consideraba eso, casos perdidos, o sea, existíamos, pero al margen, como si de lombrices de tierra nos tratásemos, y pues ni modo, las pocas personas que integrábamos el equipo, qué digo equipo, la cripta, porque de eso se trataba, éramos como la grasa en la sartén oxidada que ya nadie utiliza en un gran restaurant.

Decidí sobrellevar mi suerte con buena cara, porque al fin y al cabo, trabajo tenía, y nunca faltaría pan en mi mesa mientras así fuera, pero cada mañana, al descender los cuatro pisos desde la superficie, con rumbo a los viejos anaqueles de mi nueva sección, sentí que era a mi tumba a donde descendía, que la vida para mí se había terminado, y que no había otra que descender voluntariamente hacia las profundidades de mi última morada, y cuando salía, sentía que el mundo allá arriba me era ya ajeno, que los que transitaban allá afuera no eran de mi especie, que yo era una subespecie que caída la noche emergía de mi madriguera para sentirme humana, pero tal sentimiento fue cambiando, cambiando, al punto de que cierto día determiné prudente no salir esa noche, ni la otra, ni nunca, que mi verdadero hábitat era ahí dentro, entre los papeles roídos por las polillas y el húmedo polvo que formaba musgo en los ángulos de las paredes y que sospechaba pendían ya de mis axilas y fosas nasales. Y fue fácil quedarse, incluso vivir ahí dentro, a nadie le importaba, era otro el pequeño mundo en el que decidí vivir, un mundo al que los vigilantes no se atrevían a entrar, por miedo, por ego, etc. y que la entidad misma que era el Poder Judicial consideraba inexistente, se nos asignaba un monto general para todo el personal, un monto de por sí insignificante, pero suficiente para nuestras pocas necesidades de gusanos…

Entonces descubrí que no había un nosotros, que siempre estuvo ausente tal pronombre, solo era yo, única y exclusivamente yo, y que en toda la supuesta sección a la que me asignaron no había otra que yo.
Pensé entonces en él, y creí que solo él sabría responder a la duda que asaltaba mi mente, ¿qué demonios había pasado conmigo?

Nunca pude dar con el gran señor que ahora era, pero recordé algo, la huella, y traté de ubicarla, registré cada escritorio de la institución, sin dar con el imborrable símbolo de su despecho. Ya decepcionada y resignada a continuar con mi lapidícola vida, descendí una vez más a mi sección, donde yo era la única jefa y empleada, y sentándome perezosamente en mi destartalado sillón, apoyé mi mentón en ambas manos, las cuales hicieron lo mismo sobre los codos, y éstos sobre el vidrio del escritorio, y entonces vi un asomo de la huella, bajo un sticker de la institución, ahí estaba, tal y como al dejó su autor. La contemplé, y recordé que en aquél entonces hubo una invitación del sujeto para ver no sé qué y no sé dónde, y que rehusé, haciendo que él dejase semejante símbolo de ira para siempre sobre ese vetusto escritorio que seguía ahí, frente a mí, como mi compañero en el infortunio.

Limpié el área y me dediqué el resto de la jornada a contemplar la huella, las figuras que podía ver desde distintos ángulos, entretuve mi gris ánimo por buen rato hasta que me pareció ver que desde la posición del que lo hizo, es decir, de él, no era una simple huella, sino una indicación, como una flecha que señalaba hacia un rincón del claustro, hacia el fondo, donde se apilaban en un gran recipiente de metal, toda la basura que había de tirar cada fin de semana. Me dirigí pues hacia el lugar, me asomé con curiosidad, pensando en qué es lo que habría querido mostrarme el sujeto aquella vez, y así, reflexionando y calculando casa paso que daba en ese sector oscuro, no pude evitar caer de bruces en el contenedor que escrutaba como una estúpida, buscando no sé qué.

Debí haberme desmayado, pues cuando desperté me fijé en el reloj que antes de caer tenía en la muñeca y descubrí que ya no estaba, a lo mejor se habría hecho pedazos durante la caída, y bueno, traté de incorporarme sin lograr mover un hueso, fue cuando descubrí que me hallaba empotrada, si cabe la palabra, a un infinito muro tanto hacia arriba como abajo. Me hallaba sumergida al gran muro hasta el cuello, ahora mi cabeza era todo mi cuerpo, y desesperada grité, lloré, imploré, hasta agotar mis fuerzas, y ya afónica, muda, y con los ojos secos, oteé en mi alrededor, para que en instantes y ante la impavidez de mi rostro, diera con él, es decir, con su cabeza.

No tenía expresión ni brillo en los ojos, pero no estaba muerto, pues respiraba, y por fin reconocí al que conocí en ese entonces, y creí comprender muchas cosas, pero las dudas fueron mayores, pues entonces quién era ese que ahora triunfaba en la superficie. Tantas preguntas que surgieron en ese instante que decidí aletargarme como él para pensar en todo aquello.
Pero de qué valían las respuestas si nada se podía hacer al respecto. Entonces, volví a mirarlo y comprendí que también él había comprendido eso, que todas las cabezas que ahí estábamos prisioneras, porque cada medio metro había una, y otra y otra, y así hasta el infinito, ya lo habían comprendido, éste era nuestro destino inefable y final, sin porqués ni cómos, solo éramos de pronto eso y ya, punto.

Al cabo de unos meses nuestros impostores se casaron y formaron una millonaria empresa que ahora triunfa y domina el mundo, a expensas nuestras, o sea, los verdaderos, no obstante cabe la posibilidad de que no sea así, pero posibilidades hay muchas, y pensar en ellas ya no nos reconforta el alma, ni siquiera la migraña de tener la cabeza hecha una roca.