jueves, 1 de septiembre de 2011

Mecanismo Fallido

La urgente necesidad de liberar palabras le instaron a sentarse y pensar sobre qué escribiría, y cómo. Iba meditando cuando percibió que afuera la lluvia caía copiosamente, acercóse pues, para contemplarla de cerca, porque a él le gustaban las lluvias, su manera de ser, de llegar, de irse, como decía.

Salía y dejándose empapar recorría todo el patio, y habían ocasiones en las que chapaleaba en el lodo, como cerdo en el chiquero, feliz. Pero por lo general, escribía.

Hace cuatro meses que no vuelve, no todos lo extrañan, pero yo sí, aun siendo el que menos lo frecuentaba, se me hace raro no tenerlo ya entre nosotros, y es que ahora todo se ve tan gris, sin vida, y no es que esté exagerando, pero con él eran llevaderos los días, la vida, eso, se podían sobrellevarlos y olvidarse de la gravedad del asunto, bastaba verlo sonreír para olvidarse del agujero donde veníamos viviendo por latigazos del destino... Proponiéndonos seguirlo haciendo hasta que el cuerpo aguante, sin embargo, desde su desaparición, ya no, como dije, todo está tan ausente, desolado.

El tipo llegó, venía de alguna ciudad del interior del país, cuidaría de su madre, quien según dijo, padecía una enfermedad incurable. Se instaló en la tercera planta, y puedo jurar que nunca lo vi salir de la habitación.

Todo lo referido a su alimentación lo gestionó por el intercomunicador. Estuvo en total 5 días, durante los cueales solo pedía un frugal desayuno cada mañana y nada más durante todo el día, salvo infusiones de plantas eventualmente, para la garganta según anunciaba a sus interlocutores.

La madre se le murió mucho antes, según se supo luego del levantamiento del cadáver. El muchacho estaba seriamente afectado, pero se propuso no hacerlo notar a nadie y luego, lo que hizo y deshizo entre cuatro muros rentados, solo le concierne a él.

A veces el corazón endurecido de las personas, ya sea por la vida que llevan o porque sí, les imposibilita dejar fluir, expresar, liberar sus verdaderos sentimientos y pasiones…su más profundo yo… Esta situación le fue agobiante al joven, pues de triste, a angustiado, decidido y luego muerto, la secuencia era obvia y hasta previsible. Acción justificable o no, realidad pura, la pérdida de la vida por la vida, diciéndolo de otro modo.

¿Y luego qué?, se detuvo a preguntarse, ya no tenía sino, ideas difusas de los sucesos posibles a partir de ese instante en la historia, y habían tantas, pero la flojera de plasmarlos, sumados a la decepción evidenciada con tamaña mediocridad, crisparon sus dedos para detenerlos, obligándole a escribir disparates, la tecla de los vellos sobre el lomo hediondo de la vida a través de pulsares.

La cosa era simple, su insuficiencia impacientoidea, talento reprimido por la velocidad y dominio de los deseos sobre su voluntarioso mecanismo de acción. Ya no escribía, ni sudaba, ni nada, una cruel y abominable sensación de inoperancia, cada día más fuerte.

Ahora, ¿el tipo se mataba por tristeza, desesperación, o… insuficiencia?, había que sugerir alguna idea original, o en todo caso, dejarlo al criterio personal del lector, pero cómo...por otra parte, no salió en cinco días, pero qué hizo, y porqué el halo de misterio en las versiones digamos que de los testigos, como si se tratase de un ser algo así como un vampiro.

No estaba claro, no decía nada, tal vez solo necesitaba escribir en el diario como solía hacerlo hasta antes de la fatal noticia del cáncer de su madre, y de esta manera, liberarse de ese peso que a cada instante oprimía sus sienes, desde adentro, haciéndole pensar, y ahora qué, qué haré, qué haré, qué haré…Por eso decidió escribir algo así como un cuento fantástico, donde sucede algo extraordinario como que de pronto lo que escribe se inserta en su memoria y conciencia como un suceso efectivamente real, que sí pasó o está pasando.

Cómo es esto, se preguntaría cualquiera, al parecer, estos dos sujetos son autor y personaje, y entonces, lo que el primero inventa para lo referido a la existencia del segundo, por acción de eso que se llama ficción…le afecta directamente, es decir, a la inversa. Por ejemplo, escribe que el personaje está sumiéndose en una peligrosa vorágine de tristeza por la nefasta enfermedad de su madre, para de pronto ser él quien suelte el bolígrafo aquejado por el recuerdo súbito de aquel suceso en su vida, es decir, en la del autor, el cáncer de su madre.

Sin embargo, hay algo más, alguien más, yo. Y como principal afectado por mi ficción puedo corroborar la afirmación de mis dos antecesores…algo anda mal con el mecanismo de la escritura, lo lógico era que lo que escribiéramos sobre el personaje, le suceda a él, ¡y no al autor!

Yo trataba de escribir sobre un hombre que escribe a su vez sobre otro, a quien a su vez se le muere la madre ante el cáncer implacable que devora sus células sanguíneas, pero no hablaba particularmente de la mía, es decir, mi madre.
De inmediato siento a través de mi cuerpo, corrientes eléctricas que llegan a mi cabeza, haciéndola estremecerse ante los recuerdos, mi niñez, su calidez, sus lágrimas, sus historias, su cariño, sus manías, sus comidas, sus canciones, sus libros, sus necedades, su magia, su piel, su cabello, su talla, sus zapatos, sus aretes, sus ojitos de ardilla, su vital presencia en mi vida...y ahora su enfermedad, su sufrimiento...mi pesar, mi impotencia...mis lágrimas vertidas en esta mi realidad, que producto de ficción o no, humedecen el frío y duro concreto sobre el que se asientan mis pies...quebrada mi estabilidad, rompo a llorar sin medida, hasta el fondo....


Al final acepto que solo son mis brazos animando títeres, y en realidad todo parte de mí, de mi dolor por la lenta pérdida de mi progenitora, quién sabe, mejor escribiré sobre un río, un inmenso y verde río, de aguas caudalosas y profundas cataratas, para entretener la vista, y apaciguar el espíritu.
Suelto las piernas, asomo la vista, como doscientos metros abajo percibo el agua golpeando violentamente las bases negras de musgos de esta formación geológica, lo quise así, de día y con harto viento, ah, y con hidras mitológicas, miles, retorciéndose impacientes desde el lecho marino, en espera de mi inmediata caída sobre ellas.

M.S.

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