No lo pude evitar, lo hice otra vez.
Inocularse zelkogg es de alguna forma divertirse saboreando el hedor de la carne carbonizada de uno mismo, lo que jode es paralizarse al culmino del acto mismo de keoms, y aletargarse, sumiéndose en un estado de febril estupidez en la expresión o capacidad del habla, si es que se diera el remoto caso de intentarlo. También el desaforado deseo de hacer uno más y luego otro, y otro, y así. Finalmente, el más atroz de todos los “efectos adversos”, fobofobia ultraparanoide.
Temer que en algún momento pudiese el temor presentarse y asentarse en la vulnerable mente de quien recaba en esta precaución, cuidarse del miedo, o sea, tener miedo del miedo. Paradójico, irracional, como se quiera, pero con Zelkogg es posible y real, pero sobretodo peligroso, porque cuando sucede la angustia y el miedo, un nuevo tipo de miedo superior, controla la mente, y todo está perdido, nada es seguro, solo correr, huir, desajustar las amarras de semejantes nudos mentales.
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