martes, 15 de noviembre de 2011

LA BANDA



Ya a alguien se le había ocurrido preguntarle sobre el extraño de su hermano (extraño en el aspecto –todo desproporcionado en las extremidades y con cabeza cuneiforme, con vellos en los párpados y en las orejas- y en el carácter – irrumpía violentamente en todas las habitaciones del inmueble sin ningún propósito aparente, largándose de inmediato y con los ojos desmesuradamente abiertos y torcidos hacia adentro, con un aspecto bastante horroroso), sin embargo a ninguno de nosotros nos había dado respuesta alguna el pequeño Timmy.
Nosotros éramos una banda de metal alojada por unos días en la vivienda de Timmy, un joven de pequeña estatura y de risueño aspecto, así como de histriónicos discursos que nos abordó concluida la presentación en ciudad Toxic, a unos 300 km. de ésta que según dijo se llama Ortus. Integrábamos la banda cinco bangers, entre guitarristas, bajista, baterista y vocalista, nos llamábamos Raudor porque asumíamos que nuestra música era rápida, violenta y letal. Llevábamos veinte años en las carreteras, de ciudad en ciudad, entre noches de metal desenfrenado, sonidos estridentes, mujeres veneno y excesos de todo tipo, además de la serie ininterrumpida de aventuras que cada lugar nos ofrecía voluntariamente. Creímos que ésta sería una más, solo que desconocíamos que fuera la más extraordinaria hasta hoy vivida.
La casa estaba situada en lo alto de una loma, a las afueras de la ciudad, rodeada por cientos de árboles y vegetación diversa, no era bonita ni lujosa, pero sí espaciosa, en ella vivían Timmy y su hermano, de cual nunca supimos su nombre o dato extra, fue el lugar más extraño en el que llegamos a tocar, una casa de campo.
El pequeño Timmy era peculiar, contaba historias maravillosas una vez que aspiraba su pipa, todas acerca de su oficio de productor y realizador, con una jocosidad increíble que nos arrancaba carcajadas y preguntas de todo tipo durante y finalizadas las mismas. Contó por ejemplo que cuando Irma, una dama metal, colega suya, que también se dedicaba a su oficio, volvió a su morada, exhausta y hambrienta, luego de un complicado día en su trabajo de controlar vehículos, halló -luego de abrir la puerta principal de su departamento- a dos extraños sujetos de pelo largo -con chalecos y jean apretados y desteñidos, zapatillas blancas y cadenas por todas partes, muy entretenidos, bebiendo de latas de cerveza y viendo un concierto de Gammacideque quién sabe de dónde lo obtuvieron- en la sala, pasmada, decidió ver el resto de las habitaciones, así que se dirigió a la cocina, donde esta vez halló a otro extraño con el mismo aspecto que los anteriores, solo que embutiéndose una montaña de arroz con una decena de huevos. Iba a preguntarle de qué se trataba todo aquello cuando en eso oyó que desde su dormitorio provenían las voces de otros extraños, así que presta fue a ver y halló a otros dos sujetos con las mismas características, tocando cada uno sus guitarras, entre los caóticos acordes infernales de Jeff Waters y su Human Insecticide. Ahora sí preguntaría quiénes eran y por qué estaban allí, pero su mirada dio con una gigantografía sobre la pared, en la que relucía en letras cuchillo el nombre Necronos, colgada de una de las ventanas que daba a la calle, y solo entonces a Irma se le pasó toda molestia y expectativa de peligro, atinando solo a decir: ¡Hola! ¡Bienvenidos muchachos! ¡Los estaba esperando! ¡Soy su manager oficial de lo que resta del tour!, a lo que ellos respondieron rápidamente y saludando con la mano: ¡Hola Irma1, ¡¿Hace rato que llegaste?, ven, sírvete de tubebida, bonita casa eh!Relatos de esta índole fueron nuestro deleite durante los dos días que permanecimos en este pueblo.
Aparcamos la camioneta a un lado de la cabaña y nos instalamos en la sala, desde donde gozábamos de una vista espectacular, se podía apreciar el inmenso valle tropical que restaba por recorrer con rumbo al sur, el mobiliario se componía de tres sillones y una pequeña mesita en medio, las paredes eran de tablones roídos y oscuros, tapizados con posters heavy metal y pinturas surrealistas, dispuestas adrede de manera que la simple idea de contemplar la unidad y el sentido de aquellas, producían vértigo. En el cielo raso una lámpara roja iluminaba tenuemente el área, dotándole del más perfecto carácter de agujero para dementes y entre cajas de cartón apiladas por todos los rincones hallamos además un gigantesco reproductor de cassettes de los setentas, casi sepultado bajo el polvo, y fue nuestra dicha pues siempre cargaba alguno de nosotros una que otra cinta de buen hard rock o metal añejo. Nuestros anfitriones anunciaron mientras nos instalábamos que nos reuniríamos con ellos dentro de una hora en el jardín posterior, donde además comeríamos y trataríamos los últimos detalles para la función de la noche.
Ni bien hubieron partido, el botón Play fue presionado hasta el fondo y Slayervomitó sobre nosotros su furioso SilentScream, mientras alguien retomaba el tema que iba aleteando desde que llegamos, ¿Y éstos, en qué están? Creímos que el concierto se llevaría a cabo en otro sitio, pero cuando nos percatamos del escenario montado y listo en el patio posterior, consideramos que tal vez estábamos siendo engañados, pero la reunión acordada dilucidó nuestras perspicacias, pues se trató de la más enferma y maniaca de las exhibiciones de sinceridad y personalidad firme que hayamos visto en todos estos años.
Se trataba pues de un ritual a Satanás, ni más ni menos, un pacto, adoración y toda esa majadería para lograr conseguir algo. El pequeño Timmy aclaró que sus propósitos nos eran ajenos de modo que no nos lo compartiría, pero que en términos sencillos, nuestra música era necesaria para atraer el espíritu del demonio requerido.
La banda se tomó algunos minutos para decidirse y como la paga era nada desalentadora, imposible fue rechazar la oferta, aceptamos, tocaríamos esa noche para Don Sata.
Alrededor de las seis, cuando nos preparábamos en la cabaña; unos en relajar los músculos, otros en liar sus reactivos, en mojar la garganta y sumirse en discos de Accusser, se presentó casi imperceptiblemente el hermano de Timmy, lucía bastante grotesco metido en un traje íntegro de hojalata, al cual estaban adheridos por todas partes, trozos de carne fresca, toda ensangrentada y tumefacta. Parecía querer decirnos algo, y como no solemos ser descorteses con los monstruos, le invitamos a que pasara y se sirva una bebida con nosotros, aceptó gustoso, aunque algo confundido, pues al parecer pensó ser rechazado.
Durante los microsegundos que alguno de nosotros le tomó atención, comprobamos que el sujeto estaba totalmente chalado; no dejaba en paz a ninguna de sus patas, las únicas partes de su cuerpo libres de la hojalata, que al rato supimos se trataba de la armadura de su casta; les lanzaba rabiosas mordidas con las que arrancaba segmentos íntegros de piel acorazada, como de algunos bichos. Como en la banda sucesos como éste estaban considerados entretenimiento barato, reímos, y hasta alguno de nosotros aplaudió por la proeza e ímpetu en el devore de Abominante, como decidimos llamar al querido hermano de nuestro anfitrión. Y luego nada, volvimos a ignorarlo, le obsequiamos algunas de nuestras camisetas con logos de Sadus u Overkill, así como las bragas de alguna de nuestras grupies que quién sabe dónde sodomizamos sin piedad.
El tiempo se tornaba más sombrío conforme la noche se posaba sobre el lugar, y ya casi a las veinte horas, Timmy apareció en el umbral de la puerta, con la mirada sumamente vidriosa, traía algo entre manos, un saco para ser precisos, esos de yute, con bordados extraños por todas partes. Al verlo Abominante, dejó de roer sus pies para postrarse ante el Pequeño como lo hace un perro ante su amo, éste entonces le dijo algunas palabras, a lo cual dejó el recinto de inmediato, olvidando nuestros obsequios y llevándose entre los dientes, el lazo que le ofreció su hermano indicándole algún lugar del oscuro bosque.
Timmy se nos acercó y arrojándonos varios fajos de billetes, dijo: ¡Que empiece la massacre!
No nos pareció mejor manera de iniciar un show, y lo hubiéramos hecho de noser porque si bien teníamos empuñados ya nuestros instrumentos, al llegar al escenario, no hallamos nada que pudiera parecerse siquiera al equipo de sonido, ni parlantes, mezcladora o por lo menos, micros, mucho menos amplificadores, por último, ni un tomacorriente presente. Alguno de nosotros como que protestó en silencio, pero el resto al reconsiderar para qué y para quién tocaríamos, se le ocurrió algo mejor que reclamar o hacer un lío de la situación, fue corriendo hacia la cabaña y volvió en instantes con el botín obtenido de la gresca con algunos hippies rastasmedioculeadosque pululan por todas partes pregonando sus cielos canábicos y entes cristianos que fácilmente nos sirvieron de carnada para arrebatarles todo lo que poseían, básicamente marihuana, y claro, los instrumentos de viento que incluían dos guitarras de palo, bongós, y una cítara de esas de los cuentos griegos. Con todo aquello, solo quedaba atragantarnos con todo el alcohol que nos quedaba, mientras en vano rasgábamos y golpeábamos los instrumentos mirándonos, tratando de establecer una concordancia entre nuestras ejecuciones. Total, ya nos habían pagado estos dos orates, quienes trepados en la rama baja de árbol más cercano observaban paranoicos en todas direcciones.
Así transcurrieron la horas, casi hasta la una de la madrugada, cuando el ejecutante de la cítara cayó vencido por la embriaguez, sumergido en su vómito y acurrucado de inmediato entre los pies del resto que continuábamos, ya tocando algo de Sabbath, o Artillery a capela, lo que recordábamos, hasta alguno de nuestros temas, sobre todo los que hablaban de endorfinas vaginales, pero ya se notaba la dominación total de la ebriedad que las fuerzas fueron menguando de a pocos, hasta casi hacernos sentir estúpidos por estar ahí y no en la carretera, tocando en serio, entre maniacos haciéndose pedazos el cráneo en el moshpit. Por eso, luego de un rápido acuerdo visual, nos detuvimos e incorporamos para largarnos de ese agujero, pero alguien gritó a lo lejos objetando tal decisión, quizá Timmy o su hermano, pero no estábamos para seguir tolerando esta farsa, y continuamos reuniendo nuestras cosas decididos a partir cuanto antes.
No hallamos ni a Timmy ni al Abominante, supusimos que dormían la mona en alguna parte, así que listos, subimos al auto y emprendimos la marcha, pero algo impedía al vehículo moverse, algo detenido entre las llantas, bajamos a ver que sucedía y con una linterna asomamos la vista ahí debajo.
Siempre dijimos que el God of emptiness o Dios del vacío de MorbidAngel, era una canción netamente abisal, que si había un infierno, ésa era su canción. Y bueno, no se trata de contar cosas salidas de la programación del Headbanger´sBall de la MTV europea, pero lo que se agazapaba a las llantas con sus garras enormes, no era precisamente el personaje del video de los dioses del Death metal, pero estamos seguros de que indudablemente, era su primo más cercano. Dos enormes alas de casi dos metros de largo y una inmensa cola llena de púas, además de los cuernos y la mandíbula prominente, eran el mobiliario estético del ente que aparentemente decidido se prestaba a impedir nuestra partida.
Quizá en otras circunstancias hubiéramos huido despavoridos, pero éramos una banda de metal, y no teníamos tiempo para esas cosas, lo nuestro era tocar, como ya dijimos, tocar, fornicar, intoxicar, vivir! Y pues al impase no podía corresponderle otra cosa que balazo limpio y lanzallamas que siempre teníamos listo en la guantera del auto. De esta forma logramos que la cosa esa dejara en paz nuestro vehículo, y mientras se arrastraba entre las llamas que devoraban su cuerpo, logramos arrancar y emprender el camino a la autopista que se hallaba a unos cientos de metros de ahí. Sin embargo, ya cuando atravesamos unas cuadras de bosque oscuro, salió a nuestro encuentro, desde alguna rama de árbol, el pequeño Timmy convertido en algo así como una musaraña, se arrojó de lleno contra el parabrisas y mostró amenazante sus afilados dientes. Para entonces ya estábamos hartos, y deteniendo el auto, bajamos todos excepto el de la cítara, quien dormía inconsciente en la parte trasera, perdiéndose la diversión de la que formábamos parte. Bajamos y exactamente como en la portada del Takingover de Overkill, apuntamos los que teníamos los rifles y disparamos a quemarropa, lo que quedaba del cuerpo arrollado del enano horripilante que trató de impedir nuestro proseguir.
Nos acercamos al cadáver, contemplamos sus sesos desparramados en el césped y con los pies reunimos algo de sus extremidades y vísceras para desvirtuar nuestro brutal acto. Y partimos esta vez sí, libres de demonios, pactos, abominaciones y todo lo que implica a veces lo oscuro de la noche en medio de un solitario bosque de cuentos de Gustav Meynrik.
Ya en la autopista el cansancio nos hizo callar, y mientras uno de nosotros escogía una cinta de TheMist para introducirla en el aparato que se encargaría de darnos su música, alguien encendió un cigarrillo, otro abrió una lata de cerveza y de pronto, hablábamos riendo a mandíbula batiente de lo buenos que eran los cariocas en el negocio insano de los riffs acelerados y el doble bombo, todo volvió a la normalidad, otra noche de música nos esperaba y por eso éramos felices, aunque sea un día más.

Fuegos voladores



Desde que Betty desapareció, tanto él como su hermana abandonaron la casa maternal de inmediato, como si lo hicieran luego de una prolongada espera.
Salvo por las fotografías que todavía estaban pegadas a los álbumes personales de Betty, no quedaba nada de ellos en la casa. Cogieron sus ropas, hasta la que no usaban hacía mucho, además de otros trastos, y pudiendo sin poder largaron sus presencias en menos de dos horas. Uno marchó autopista al sur, la otra por el contrario, hacia las playas del nordeste.
La casa, a los minutos de abandonada, respiró hondo, y el tejado vibró aliviado, por fin lo que tanto anheló como entidad autónoma había sucedido, estaría en adelante libre de habitantes, de intrusos que profanaran sus viscerales claustros y compartimentos, de ninguna manera alguien volvería a pisar suelo o peldaño suyo.
Así fue desde que Betty y su marido, a quien arrojó de cabeza al pozo una vez consumido por la sarna que devoró su cuerpo, decidieron comprar el predio y asentar su prole en medio del bosque, en la casa aquella, a varios miles de metros de distancia del pueblo más cercano.
Nadie en absoluto, salvo gatos, ratas y lechuzas, pobló desde entonces las dos plantas con un amplio jardín que componían el predio en mención. De ello podía dar fe el pescador que vivía junto al río situado a unos cien metros, quien cada tarde, mientras remendaba sus mallas, camisas o calzados, oyendo el lento y conmovedor vaivén melodioso del Siempre sufriendo de Los Stones a través de un minúsculo aparato en forma de caja de perfume, incrustado en el lomo por otro mucho más pequeño, de consistencia blanquecina, tenía detenida la mirada sobre la desolada morada de quien alguna vez fuera su única vecina, la señora Betty, viuda de Gonzales, para quien algunas veces rajó enormes troncos de pino solo por cortesía según él, pero que en realidad era porque no había conseguido hasta ese entonces que culminaba los cincuenta, establecer relación alguna que garantice la perpetuidad de su especie, con mujer alguna. Esto en razón de que mientras la señora estuvo viva, era pensándolo bien, su única alternativa, para alguien como él, obsesionado con mantenerse toda su vida sin alejarse más de doscientos metros de su vivienda, por miedo o quién sabe. Pero que con su adelantada partida de esta vida, dotó a su existencia, la importancia de acantilados en el mar, de observatorios o catapultas al suicidio.
Creía por instantes que aquélla lo había embrujado o algo parecido, para luego de muerta, no poder desprender su mirada, sus actividades, sus sueños, su inquietud y el poco interés que le quedaba por destinar a algo, únicamente a la casa esa.
Durante las noches, crepitaba el fuego en la sala, donde aún el enorme sillón de algún antepasado lejano, reposaba indiferente al pasar del tiempo, pero tan vulnerable al polvo, el óxido, la corrosión, como la gente tuerca. Eso parecía, ya que en las pupilas del viejo pescador, refulgía una pequeña llama naranja captada a lo lejos, fácilmente confundible con una estrella, pero que evidentemente no lo era debido al flamear del destello. Y no solo eso, las hornillas de la cocina, aún sin combustible emitían también extensas llamaradas cada noche, sin falta, y los utensilios ni qué decir, tintineaban entre sí, despostillaban sus superficies, caían, rodaban, etc.
Años después, muerto el pescador, cubierto de años infértiles y redes inútiles, entre las ruinas de su triste morada, seco el río y erosionado el llano, construyeron una gigantesca autopista que pasó sobre los restos de la vivienda del recién desaparecido hombre, mas no por la casa de la señora Betty.Ésta permaneció implacable hasta hoy por la mañana que el hijo ha vuelto.
Éste hubo conservado la llave atada a una cadena que lucía roída por el tiempo, y luego de ingresar y quitarse los zapatos, recordó haber pensado durante el camino en lo gratificante que sería este momento, sin embargo no fue así, pues todo lucía tan grotesco, vacío, que descalzo, tuvo que ir en puntillas hacía el viejosillón del lejano pariente, que para entonces era un cómodo y frugal nido de alimañas, pero dondea pesar de ello, sintióse mejor sentado en uno de los brazos del inmutable mueble.
Entonces sacó de su desteñido jean, una vieja y arrugada fotografía en la queBettyy su hermana se hallaban sentadas junto al gran roble del patio, absortas en la cámara, como si fueran obligadas a hacerlo, como si el que las tomó les hubiera dado una severa orden. Depositó la fotografía sobre el suelo, apoyada en la cajetilla de cigarrillos vacía que conservó como amuleto desde su partida de la gran ciudad semanas antes. Contempló el cuadro que componían los viejos maderos del piso, todo carcomidos y enmohecidos, con la foto familiar y la cajetilla, e intuyó por un instante que su vida se había tratado tan solo de eso, de observación, de marginalidad, de evasión, y consideró que tal vez Betty no tuvo toda la culpa en el derrumbamiento de su entorno familiar, que quizá la sarna y el padre, y las condiciones del medio tuvieron que ver, que incluso su hermana, quien apenas abría la boca para comer, era culpable, por su constante y pujante esmero en sufrir, en dar lástima. Y aunque él no sabría nunca que en el camino, la misma noche que abandonó la vivienda fue muerta bajo la inclemencia de las ruedas de un enorme bus, jamás la perdonaría, no sabía precisamente por qué, pero de todas formas no lo haría. Endureció la mirada, soltó los pies sin importarle más el polvo y moho del piso e irguióse como asaltado súbitamente por la toma inapelable de alguna decisión referente a su situación, tal vez reiniciar su vida, reconstruirla ahí mismo donde la dejó, su casa.
Emprendió rápidamente la carrera hacia la segunda planta, donde a tientas pudo quitar el picaporte de la puerta que comunicaba el pasillo con la antigua habitación de su hermana. Para su sorpresa y entre un infernal barullo, cientos de gatos corrieron despavoridos, al parecer interrumpidos en una importante reunión, unos en dos patas, otros en tres y muy en pocos en cuatro, dejando en medio un montón de vestidos y calzados antiguos apilados cuidadosamente, a modo de altar. No quiso pensar nada al respecto, solo cerró la puerta, y se dirigió a la siguiente habitación, la de sus padres, la de Betty.
Betty, el ama de llaves por más de cincuenta años, nunca se había casado ni dejado para nada la casa, casi tan increíblemente como el pescador compartieron sus delirios muy distantes, como dos grillos separados por un manojo de hierva. Tuvo que morir, no podía seguir siendo la señora de los eternos treinta, era insoportable para todos verla inalterable al paso del tiempo, verla serla misma año tras año, mientras ellos, incluyendo a su madre, envejecían a la velocidad del rayo, con decir que cuando él cumplió los doce, ya asomaban en su frente gruesas arrugas y su espalda se le encorvaba por la edad, mientras que a Betty se le erguían hermosos los pechos a la luz de las mañanas en las que tendía la ropa lavada.
Por otra parte, no había sabido nada más de la madre, desde que huyeron con su hermana, no volvió a saber de ella, quién quizá ya para entonces habría muerto sin que se dieran cuenta, ya que recordó de pronto que la tarde en la que decidió acabar con Betty, su madre llevaba sin ser vista por lo menos dos semanas, y a pesar de que solía internarse en el bosque de abedules días enteros, sospechó que de repente colgaban sus tripas y su cabeza sin ojos ni sesos de los ganchos del establo, pues por aquel entonces recordó no distinguir entre lo que hacía en sueños y despierto, pero solo era una sospecha, por lo que la echó al olvido, y volvió a lo suyo, a la sorpresiva incursión nocturna de la habitación de Betty, armado con el robusto tizón de hierro macizo. La molió hasta perforar el entablado, y se largó recogiendo sus trastos, la hermana hizo lo mismo en cuanto vio la escena del crimen.
Empujó la puerta, adentro estaba tan oscuro como en una cueva, encendió un cerillo y en una fracción de segundo creyó ver al fondo dos pupilas encendidas de vida. Por lo que decidió entrar y cerrar por dentro porsiacaso, para en el caso de que hubiese alguien, se las viera con él. Encendió otro cerillo pero no pudo ver más que un pequeño instante, incluso menor al anterior, pero que bastó para sentir una violenta sombra abalanzarse sobre su cabeza, obscureciéndole por completo la visión y el sentido.
Por las noches dicen quienes pasan con sus vehículos, que la casa mantiene sus velas encendidas, que todo cobra vida en algún momento de la noche, cuando está tan sola que es imposible no oír su respiración gutural, como de voces cavernosas y que a lo lejos dos pequeños fulgores, como de fuegos voladores, se mantienen suspendidas a la altura del tamaño de un hombre promedio, junto al alfeizar, imperturbables, constantes, amenazadores, siniestros.

jueves, 3 de noviembre de 2011

VARADO

He arribado al centro de mi desesperación por huir, por evadirme de mí mismo..ahora, perdido, sin medios, bajo el yugo de la noche, me siento a escribir para quién sabe así hallar respuestas que me permitan ser parte del próximo día.

Quisiera poder hallar el club al cual llegaron el príncipe Florizel y su vasallo, donde la inmolación era un ritual para el fin máximo que era la muerte. En esta puta ciudad dudo mucho poder hallarlo, y aunque no lo quiera los tentáculos de esta bestia ya me elevan por los aires, haciéndome ver lo inevitable, lo evidente, mi brutal estupidez.

Me quedan tan solo unos minutos para salir a la calle desposeído totalmente de medios para sobrevivir en esta urbe, y entonces vagaré hasta el amanecer, guareciendo mi endeble cuerpo entre matorrales y bajo oscuras galerías de abandono y toxicidad, y luego, mañana, beberé el agua sucia de alguna cantimplora que pueda hallar a mi paso...Extrañaré la calidez de sus manos y cerrando con estrépito mis ojos, trataré de soñar con ustedes, aunque ya no sea más que la mera insignificancia y el símbolo perfecto de la cagonería, como dijiste, aún así, en mis sueños, actúan como yo quiero...y bueno, hasta pronto, o hasta nunca, o hasta siempre...