“La
muerte es en teoría, desaparición. En la práctica solo es ausencia, solo eso y
nada más, ni menos.”
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Cova acaba de llegar,
lo sé incluso antes que llame porque él sabe que lo sé, y siendo así, nunca
llama. Por eso yo voy, salgo de casa, dejo todo sea la hora que sea y camino
hacia él. Mientras lo hago confirmo mi llanto en el piso atestado de gotas de
lágrimas; no sé por qué, quizá por saberme estúpida o loca por hacer esto; y
los suspiros ya empiezan a manifestarse como frenéticos hipos, demasiada
presión y reacción para alguien que se
supone la última vez lloró re jurando que nunca más, nunca más… ¿nunca más qué
tonta?
Por otra parte, desde
que dejé de verlo hace un puñado de meses, me volví como que más perceptiva, y
pues ciertas inquietudes por instantes parecen serme develadas y resolutas con
tal precisión que hasta tengo miedo. No hablo de videncia propiamente, ni de
virtud innata, creo que se resume a la influencia de la energía depositada por
él en mi ser, en mi receptor de energía, durante el tiempo que compartimos
juntos. Es que lo especial de ese hombre o lo que sea creo radica en su
capacidad de irradiar cierta luz capaz de trascender cualquier barrera de
limitación sensorial; torrentes de fulgor y a veces hasta sendas garrafas de
profunda resolución en torno a todo lo que hace, por lo que pues, no siendo de
aquellas que dudan en dar un paso o dos deteniéndose a pasarse la vida pensando
o dudando, arrojo mis pies a un lado, y camino con el tórax por decirlo así,
reptando hacia saberme y sentirme amada por él.
Me esperaba de pie y
con la maletita todavía asida por su mano, parecía no importarle en absoluto el
tiempo ni el clima que para esas horas era bastante duro. Cuando volvió la
mirada y reparó en mí, volví a ver (maldita sea la vida con sus mismas
sorpresas y concesiones) volví a ver ese fulgor que me dejaba vulnerable,
incapaz de resistirme a todo cuanto viniera de él. Vino, me cogió toda
rodeándome con un abrazo del tamaño de un planeta gigante y luego con sus labios
y entre palabras golosina, fue concentrando mi atención y amor enteramente hacia
él. Otra vez estaba dispuesta a aguantarlo todo, ya nada importaba si estaba
con él. Llorábamos ambos mientras emprendíamos el camino a casa. Durante todo
el trayecto fue haciendo de mí su esclava astral, absorbiendo en cada beso y
apretón de manos, mi libertad de sentirme con opciones, ahora ya no las tenía,
él era el camino, él único.
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Volví y hallé todo
igual, quizá algo más viejo, pero por lo demás igual. Esta vez la consigna era
clara y precisa: llevármela. ¿A dónde, cómo?, ni yo lo sabría aun si tuviera un
plan en específico, pero llevármela está en mi cabeza desde siempre, sacarla
del agujero que comparte con los de su especie para hacerla capaz de ser parte
de mi unidad añorada desde que salí de casa con el propósito de demostrarme a
mí y al Concejo de interacción universal, que con otras formas de vida también
se puede lograr la armonía a todo nivel, desde el orgánico al espiritual; y
podamos de este modo mejorar las relaciones entre los multiversos hasta
recuperar el trunco proyecto de nuestros ancestros de alcanzar la plenitud
MACROCEREBRAL, y funcionar por fin con todas las formas de existencia como uno
solo, una mente unificada y direccionada hacia niveles superiores aún
desconocidos por nosotros. Sin embargo antes he de vivir con ella, aprender de
su mundo las pequeñas cosas a las que se remite su existencia.
Su cabeza recostada en
mi pecho al ritmo de nuestros latidos me obligan a besarla hasta que me aparte
con su
mano de su lado al sentirse molestada, acariciada hasta el fastidio. Sonrío entre dientes, suavemente como para no despertarla, y mis dedos se precipitan hacia las pendientes de su cuerpo, trazando estelas de rubor en cada centímetro del magnífico tono canela con que recubre su interior; y entonces otra vez mis labios sobre los suyos en una tormenta de pasión y reiteración sin escarnio de una vocación compartida, yo para ella, ella para mí.
mano de su lado al sentirse molestada, acariciada hasta el fastidio. Sonrío entre dientes, suavemente como para no despertarla, y mis dedos se precipitan hacia las pendientes de su cuerpo, trazando estelas de rubor en cada centímetro del magnífico tono canela con que recubre su interior; y entonces otra vez mis labios sobre los suyos en una tormenta de pasión y reiteración sin escarnio de una vocación compartida, yo para ella, ella para mí.
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Si te vuelvo a hacer
prometer no dejarme otra vez, sé que lo harás, y eso para mí aunque me pese
decírtelo, ya no tiene importancia, sé que tarde o temprano volverás a partir,
por eso quiero que sepas que ésta que te susurra, ésta que besas, hueles y
abrazas ya no tiene razón alguna para pedirte no marchar al cabo de unos días,
meses o inclusive años de felicidad, ya no, solo quiero hablarte de este modo
todo el tiempo posible antes del amanecer inefable y del retorno a tus ideales
y planes, que valgan verdades no me importan ya nada. Sé que por esto peco de
un egoísmo atroz, pero qué importa si con ello logro consolar anticipadamente
mi dolor ante tu partida, qué importa dime tú, amor mío, si mañana despiertas y
no estamos juntos; por eso ahora que respiras calmado mientras duermes, me
congratulo en demasía decirte estas cosas mientras mis dedos recorren la forma
de tus labios y el contorno de tus orejas que me placen verlas y más tocarlas,
acercarme a cualquiera de ellas para tratar de oír tus sueños, no imaginarlos,
solo oírlos desde el fondo de tu mente. A lo mejor estoy en ellos y logro
decirme: tonta, ¿qué haces oyéndome soñada por él? y sonría por la maravilla de
saber de tus sueños mediante mis oídos, logrando de este modo construir los
míos, es decir, mis sueños, a través digamos que de tus dedos largos y delicados
posados sobre mi frente. Oh mi amor, ¿será posible acaso hacer que tus dedos
sientan la textura de mis sueños de amor contigo?; y ¿será posible también
hacer de estos instantes eternas gravitaciones de imágenes sin forma aleteando
en la memoria universal? No me digas nada cuerpo que reposas, que tu respiración
me resulte un código indescifrable por favor, no permitas a mis fantasías
recrear lo incomprensible, aun cuando sea remotamente posible, como una utopía
arrancada de mis más hondos anhelos y puesta en consideración ante tus propias
fantasías.
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Probablemente si le
dijera a alguien lo que pienso de mi cuñado, se reiría de mí; y no lo culparía
pues no tengo intención alguna primero de hacerlo, y segundo, de tratar
remotamente que alguien comprenda lo que sucede en el tercer piso de mi casa. De
hecho me limitaré a escribirlo, puesto que no hallo mayor libertad para con la
recreación de la vida que mediante palabras escritas.
Así pues yo refiero al
silencio de la madrugada insomne que me obliga a no desperdiciarlo más entre
largas maratones de películas de ciencia ficción o lecturas de novelas de
atmósfera en las que no pasa absolutamente nada concreto y todo se reduce a
complejas descripciones subjetivas del estado y opulencia de la quietud en
torno a un punto de referencia como es la mirada del sujeto relator; y opto por
empezar diciendo por ejemplo algo referido al aspecto que adquieren ellos, es
decir, mi hermana y él cuando pasada la medianoche asomo la cabeza por la
ventana y me atrevo a mirar arriba, aguardando asomen ellos en forma de
siluetas vagas que me sugieren espectros de luz, entes luminiscentes que
desbordando su quietud se difuminan en todas partes, incluso llegando a colarse
por mis ojos hacia mi mente, haciéndome pensar en volar, salir a la fría noche
en calzoncillos y sin miedo en busca de tan solo un poco más de esa luz
espectral.
Por lo demás mi hermana
sigue siendo la misma a pesar de las experiencias nocturnas que alcanzo a
presenciar; sin embargo él no, y es que mi cuñado ha dejado de bajar por lo
menos a comer; no lo he visto durante semanas. En un inicio me pareció
inoportuno echarlo de menos, sobre todo por la relación que tengo desde siempre
con ellos. Yo un día me dije nunca más cuando él me arrojó por las escaleras
solo por atreverme a llamar a su puerta sin anunciarme antes.
Bueno, digo que ella es
la misma porque seguimos hablando por teléfono algunas veces, aunque no sepa
como luce a la fecha, lo cierto es que ya no me importa, como tampoco lo hace
la necesidad de mí mismo de abandonar el empeño por dejar de echar de menos el
sonido real de su voz o el aroma de su presencia; pero en el fondo sé que ya
nada es lo mismo, ya nada de ella queda que yo pueda reconocer; quizá debido a
ello mi propio abandono personal –ahora vivo como una rata humana, sin la menor
consideración por mi aseo y futuro; alimentándome solamente de la basura que
arrojan ellos por el conducto de la ropa sucia; hurgando como un cerdo con mis
manos desnudas cada centímetro de restos alimenticios que bien sé nunca sabré
de dónde provienen-, porque fuera de salir por la ventana cada madrugada a
empaparme de aquella luz, paso el tiempo oyendo brutal death y devanando mis
sesos con películas sobre gusanos radioactivos perforando la piel humana y
bebiendo la sangre de sus víctimas con cañitas de metal por cualquiera de sus
agujeros que nunca llego a saber si son sus bocas o anos. En fin, ni frío ni
calor, simple contemplación, como el Burroughs del Naked Lunch frente a la
lenta degeneración de los zapatos de su amigo cadáver junto a él.
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Alguna vez partieron
sin duda, solo pudimos hallar el cráneo helado del hermano de ella sobre una
cama sumida en la más completa putrefacción de sus desechos orgánicos.
Retiramos cada centímetro de basura con sumo cuidado para no dañar la evidencia.
Algunos escépticos prefirieron pensar en el macabro hallazgo como un típico
indicio de nuestra sociedad en decadencia, pero nuestro departamento está casi
en al 80% de seguros que se trata de intervención extraterrestre de nivel AAA (la
más insólita), situación que nos obliga a optar por el suicidio colectivo de
todos los miembros adjuntos a este departamento para llevarnos el secreto a la
tumba, aunque siendo precisos, a las nubes puesto que nos inmolaremos junto con
toda la vivienda exactamente dentro de 03 minutos con 13 segundos, y contando…
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