De todas las formas conocidas que
conozco, la parecida a una esfera torcida, o mejor dicho, retorcida, es la que
mejor me sienta; y por fin afirmarlo no saben cuánto me cuesta. Si yo pudiera
por ejemplo hacerles saber sobre remover con la imaginación y los ojos
cerrados, la negrura de la mente, tratando de hallar y descubrir qué más hay
detrás de todo, no me creerían si les digo que nada, nada concreto como estos dedos
que oigo caer sobre las teclas, nada real si se quiere, solo sospechas, indicios
de algo que sabiendo aún que no está, presentimos su existencia; a lo mejor los
pensamientos son solo una levedad existencial, un atisbo de realidad que
requiere construirse desde ahí mismo, su ideación. De este modo podríamos volar
echando fuego por la nariz sobre la coronilla de nuestros enemigos, pero para
eso habría de construir muchos pares de alas y lanzarnos al vacío intentando
levantarnos sobre los aires; el fuego en cambio ya está dentro de nosotros, el
vapor de nuestro interior al mezclarse con el oxígeno combustionará desde las
entrañas hasta los dientes, siendo nuestra boca una gran hoguera donde en lugar
de saliva habrá magma, y uno entonces querrá decirle a quien calcinemos: ¿no te
lo dije? Pero bueno, mientras tanto no hay gran cosa tras de las imágenes de
nuestro pensamiento. Solo el empeño de lograrlo, la necedad de conseguirlo, y
claro, el arte.
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