Al
final uno tiene que aceptar, reconocer sus limitaciones, pero sobretodo sus
posibilidades; las mías obedecen básicamente a aquellas que nada tienen que ver
con la paciencia o la tecnología. Hoy por ejemplo comprobé que no sirvo para
los videojuegos, no tanto por el tipo de desempeño, sino por mi renuencia a la
mecanicidad de los eventos, de saberse los trucos, los paswords, las claves,
combinaciones, etc. Y así no se juega. Entonces uno tiene que volver sobre sus
pasos, a hacer lo que mejor puede, por más nimia que esta actividad sea, por
eso yo escribo y bluseo y riffeo, ya sé, tonterías mías y de quien me ame o
haya amado. Digo, no tengo otro modo de hablar conmigo, y con ellos, con
ustedes.
Hace
frío, el invierno y las pocas prendas ya saben; suena Jimmy Johnson, Que me
sirva de algo sufrir, reza la canción y me siento entre triste y emocionado por
los días que vendrán, la feria del libro, yo vendiéndolos, yo viendo, yo
haciendo algo. Para eso en pocas horas partiré nuevamente hacia las tierras
gélidas de mi infancia a reencontrarme por millonésima vez con mi pasado que se
resiste a mi desesperación por reinventarme, o la reiteración de mis pecados
para conmigo y el resto, no lo sé. A veces se me hace un completo extraño
pensar en mí como alguien conocido, digamos un familiar cercano. No, me veo
como un extraño sin pasado, alguien que no pudiendo salirse del pozo en el que
la modernidad líquida todo lo determina con sus eternos inicios y finales,
trata, aunque sin resultados favorables, salir de ahí para ver más mundos, para
retomar su marcha hacia quién sabe, otros sitios, otras dimensiones, otras
tonterías en qué pensar mientras aguardo que la vida haga lo suyo conmigo, mas
no yo por ella. No es que me haya resignado, solo que decidí quemar la hoja de
ruta y la brújula y las esperanzas, y buscar otros caminos, caminando claro, y
tratando de estar bien, ya saben, de la mente, el cuerpo y blablablá.
Y
volviendo al tema de los videojuegos, tratar de fabular a partir de ellos, como
si cada aspecto de los recuerdos que uno tiene de su vida, estuvieran sujetos a
interpretación. Me veo esperando en la banqueta a que llegue mi turno, entre
los tres o cuatro niños que estábamos en la misma situación, frente a un
televisor en el que jugábamos Bomberman o Contra o Raiden. Esperando mi efímera
oportunidad que con solo acariciarla con mis dedos, se iba; entonces seguía
esperando mientras que me llegó la adolescencia, nuevo juego en el que tuve que
seguir esperando mi turno, y otra vez cuando ya me tocaba nuevamente, perdía.
Malditos sean los juegos, y la vida como tal, siempre tendré que esperar por
todo, y justo cuando me llegue el turno, tendré que cederle a otro, pues yo ya
perdí en ese preciso instante, o quizá desde siempre. A lo mejor ya está
arreglado todo, y yo siempre tendré que perder, y luego esperar creyendo que
no, renovar esperanzas, ilusiones, etc. Para seguir viendo pérdida tras
pérdida, derrota, fracaso, etc. Pero me doy cuenta de todo ello y pienso por un
segundo si habrá alguna oportunidad si espero, claro, seguramente amiguito,
mientras tanto le toca a alquien más escribir otra cosa, o leerla, a mí solo
esperar y perder, ya dije, esperar...
Sin
embargo a todo esto surge algo más en mi mente: ¿no será que la gran máquina no
quiere a seres como yo, y por eso les pinta el mundo y la realidad como
maquinal y planificada nefastamente? De ser así entonces tendría una
oportunidad de ganar, pero qué. No hay nada que ganar, solo hay que jugar me
digo, lo sé por experiencia, y esperar, ahora comprendo, esperar es el juego,
el turno es el final, no la pérdida, y uno tiene que aprender a convivir con
eso. Es horrible, insoportable la idea de una vida llena de esperas
infructuosas, inútiles; pero qué hacer… Ya sé, contemplar y disfrutar el fruto
de tanta espera de la humanidad; así uno hasta llega a pensar que no hay
necesidad del arribo de esa espera, el final de esa carrera, uno va olvidando,
creyendo otra cosa, alucinando, muriendo.
Yo
espero que mañana sea mejor, aun con la certeza de no serlo, porque yo confío
en las posibilidades, yo creo, yo soy. Mientras tanto, siempre seguiré
esperando.
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