De pronto se hacía de
noche y yo solo esperaba brillar a la luz de la luna; tal vez tú creías que no
estaba, o que seguía agazapado tras las persianas esperando me des el alcance,
pero no, yo solo creía en la luz de la luna cubriendo mi cuerpo igual al tuyo, esperando
tu imagen, tu recuerdo, tu magnificencia, la certeza de tu existencia iluminando
todo hasta extinguir todo vestigio de irrealidad entre ambos, o sea entre tú y
yo. Yo esperaba y esperaba hasta que de pronto se hacía de nuevo el día, y la
luna nada, solo un vago recuerdo en el cielo azul y a veces gris como los
cabellos de la abuela, tanto que podrían saberse cielos industriales, caóticos,
irremediables, pero de ti y de mí, nada. Por eso decidí hacer figuras en el
aire que recordaran de quién vengo, y a quién debo, o voy, y entonces te vi y me
dije cierta madrugada a eso de las cuatro: ¿en qué ando, a dónde voy, acaso
oigo tu voz como sin sonido para no corresponderte como debo, no como puedo,
sino como debo, para desdibujarme del caos de la objetividad de una inminencia?,
lo sabemos ambos, este pacto está sellado más allá de cualquier índole humana,
el resto solo corresponde a nuestros deseos y sueños, y créeme, ni uno ni el
otro distan mucho entre sí; basta un hálito de rubor, de temor y nostalgia para
sabernos parte de una correspondencia, de un fulgor eterno, de fuego eviterno
que marca el camino hacia parajes menos favorecidos para otros, no para
nosotros, para otros, no nosotros, nunca, ya no más…
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