Corroboré que la obra
diarística de Pizarnik estaba orientada en su mayor magnitud a configurar el
viaje de un artista hacia la locura, a pesar de la muerte que esto le conllevaría.
Eso me pareció definitivamente genial, aparte de ella y sus grandes versos, el
viaje en sí, la aventura inmersa y los tratos entablados entre los géneros
alternando y saltando de arriba abajo, de adentro afuera, etc. Pues develaba lo
que hasta hace unos años fue para mí, mientras fui él, el misterio de ciertas existencias abocadas a propósitos menos
frecuentes que el resto. La necesidad de arribar a un lugar común, exento de
razón y lógica, llámese locura o muerte o ambas. Desde entonces acabó para mí
un modo de existencia, dando lugar a este otro en el que ahora habito: ella.
Probablemente hubiera
pensado si fuera yo quien leyera esto en alguna parte, que se trata de las
palabras de un bisexual o alguien entregado a sus desvíos sexuales; pero la
realidad no es esa, sino que además de lo aparente hay entre las
consideraciones comunes al respecto, un término intermedio que denota una
suerte de hibridez anómala. Anómala quiere decir fuera de serie según tengo
entendido; y creo que lo que me pasa a partir del nuevo ser que decidí ser es
precisamente eso: anómalo. Ahora, no podría ser esto no haber sido lo otro, ni
el término intermedio que refiero de no ser por los detalles en el disfraz
interno y externo. Desde pensar hasta parecer y verme como lo que pretendí ser
o fui, los detalles fueron nimios y fáciles de sortear, puesto que se trataba
solamente del decorado. Y no pecaré de arrogante al decir que esas cosas son
para mí, tan fáciles como atarme las agujetas del zapato u orientar mi cabello
hacia uno u otro lado; no tengo problema alguno. De manera que la época en la
que fui él, mantuve estricta relación
con la rudeza de carácter y holganza en la imagen; no tanto por determinar que
así fuera o tenía que ser, sino por saberme presto a la modestia de uno y lo
otro. Me importaban muy poco los moldes o estereotipos como ya se habrán dado
cuenta, sin embargo era como mejor me sentía. Usar zapatillas y parecer rudo.
Así, los años que conté
como él, fueron de algún modo, de
aprendizaje muy útil para esta nueva etapa que atravieso, donde ser ella me es un tanto más dificultoso. Y
es que hay que decirlo, ser ella es
más trabajoso, menos divertido, pero sí más gratificante, si a los halagos y
consideraciones del resto se refieren. Para el aspecto externo me bastó solamente
reemplazar ciertas prendas y modos de ser, pero lo más jodido fue el ser desde
mi sexualidad. Sé pensará que mudé del dar al recibir, ¿ustedes comprenden
verdad?, pero no es así, la verdad es que sigo dando, me hace sentir mejor
conmigo mismo; pero por otra parte, el recibir se añade a mi nuevo ser de un
modo más sutil y hasta podría decir, extraño. Recibo toda suerte de atenciones
de parte de ellos, y eso me conmueve desde la satisfacción personal hasta las
carcajadas solitarias que me atacan cada que recuerdo las atenciones de ellos
por esta nueva yo.
No sé cuál sea el
riesgo después de todo; evoco algún cuento de Caicedo, mi compadre y hermano de
cuando era él, y mi amor platónico
ahora que soy ella, y me veo siendo
lapidado en alguna zanja por las manos frustradas y furiosas de algún incauto.
Aunque también me veo asfixiándome de la risa junto a un él que por toda
reacción llora como un niño, al saber de mis labios y formas (pues yo tengo un
pene, eso es imposible de negarlo y solaparlo, y no me interesa transformación alguna)
que en realidad soy tan o más él que
él mismo. Eso sí que dolería, descubrirse menos masculino que la mujer que
pretendemos. Horrible nada más de pensarlo. Pero bueno, el final que halle al
final de este viaje, pues todos los viajes tienen un final, o en todo caso un
cambio de ruta, un alto en el camino para reconsiderar las huellas o los nuevos
zapatos a usar, ese momento será mi propósito para continuar, el mero interés
por conocer cómo es que llegaré a ese momento. Por ahora sonrío y hago ojitos a
quienes trasuntan las barrera de lo obvio (pues es obvio que soy un él más que un ella; ¿o será cuestión de tiempo?) y se hacen ideas para conmigo, y
sobre todo con ellos mismos. No tengo reparos en considerar a la especie humana
exenta de piedad, y el derecho que me infunde hacerlo, se compone básicamente
de la libertad desmesurada que me tomo para con mis acciones. Allá las
reacciones. ¿Irresponsabilidad social? Tal vez, lo cierto es que dejaron de
importarme en absoluto las consecuencias de mis perversiones, si de algún modo habría de nombrar a mis actos,
aunque claro yo las llame travesuras de niño maduro y no sea más ni menos que
eso.
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