sábado, 22 de marzo de 2014

QUÉ ESPERANZAS

Con solo diez minutos para registrar un aplastamiento, vengo a decir algo sobre esos días que terminan inciertos al filo de la madrugada, con una melancolía gigantesca y pesada como el mundo y sus aborrecibles circos. No puedes enajenarte de algo como esto, notarás solamente que el cielo está nublado, sumamente gris, que el otoño sobre ti, está arrancándote las hojas y echándolas al piso, y más allá el viento frío, la brisa de las montañas lejanas, que llegan como mensajes paganos.
 
El tiempo pasa, surten efecto los conjuros, desde el corazón de las tinieblas, hay un Kurtz en tu memoria, uno amoratado y tumefacto, abriendo esa bocaza que te devora como el Eternal Nightmare, y diciendo: Ah!, el horror! Pero todo permanece tal y como estuvo, tus huellas se borraron en la arena del tiempo, tu estela se disemina en el espacio. Entonces consideras seriamente la posibilidad de no estar, no haber estado, desde siempre, desde aquella vez que perdiste la mitad de tu vida, tu vida entera, entre las mazmorras de tu ficción, tu ilusión, alucinación, desolación. Ahora ente pensamientos abominables sobre una vil existencia ceñida a la fantasía trunca, atrapada en el umbral de lo desconocido, de lo inmaterial. Podría los próximos cinco minutos escribir más sobre esta pesadumbre, pero no lo harás, solo detendrás la marcha de tu cuerpo y tu respiración; cataléptico y tricotiromaniaco con los vellos lunares, serás de roca absorbente de smog y demás venenos de un ciudad a la que le urge desahuciarte, condenarte, fagocitarte. Y tal vez mañana, cuando vuelvas a abrir los ojos, no seas el mismo, y sea otro tiempo y espacio, y reto que tengas que  afrontar. ¡Qué esperanzas! 

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