miércoles, 5 de febrero de 2014

TRIATURAS


En memoria de mi madre Beatriz



I

Hay en el centro del cielo una intensa lumbre tan rutilante como enceguecedora. Pensamos con Julio en lo frustrante de no saber a ciencia cierta qué es lo que la produce,  básicamente por la altura que nos separa de ella, y también porque no tiene caso alguno saberlo como no, somos bacterias. Aunque yo soy más de la idea de que no está ahí simplemente, donde parece estar, sino más allá de lo concebible; o sea que estamos dentro de algo y la lumbre aquella viene de afuera; siendo así pensaría, con Julio obviamente, siempre con él, que la transparencia del material que permitía tal intromisión luminiscente, se debe a causa de la supeditación estricta al impulso fluorescente de lo que realmente hay allá. Tonterías del saber sobre entes de luz.
Con Julio somos creo los únicos en esta zona, preocupados o cavilosos por lo que pueda haber afuera o más allá de lo evidente, el resto en cambio, soslayados, idos, absorbidos por la minimalista conciencia sobre sí mismos, imperiosos en su necia práctica y apego con el suelo, reptando y hasta arrastrando sus labios con tal de hacerlos callosos y resistentes al clima unas veces cálido y otras gélido de este cuerpo, nuestro mundo. Nuestro mundo es una expresión categórica que quizá denote mucho menos de lo que realmente deba y pueda. Cuando abro los ojos luego de las quinientas siestas de macro segundos que como ente del ala sur, me doy entre comida y comida, veo aquella lumbre primero, luego más abajo, extraños cráneos de seres que nunca vi antes, con cuernos y grandes dientes y ojos vacíos de ojos y llenos de cristal opaco. Después a la derecha un grupo de congéneres que dándonos las espaldas parecen devorar algo con tal frenesí que unas veces dejan escapar uno que otro trocito de lo que comen hasta donde estamos. El muro de la izquierda está cubierto por una enorme plancha de metal que algunos llaman entre charlas imposibles con verbos ni gestos: La gran ventana.
Dicen que es la salida o entrada, como se quiera, pero a dónde, de dónde, es la cuestión impostergable para Julio y nosotros. Julio mi amigo, mi gran amigo, el único en mi larga vida, o corta si se quiere. Con él las exploraciones y meditaciones se hicieron menos insostenibles, improductivas e imperecederas. Hablamos, nos acariciamos, reproducimos a la mejor prole de este ala, y hasta nos infundimos algunas veces placer; aunque siempre sea el zurcido de pústulas de nuestras raídas complexiones lo que más hacemos juntos, y también ver la lumbre o la ventana o los cráneos esos, son las cosas que a veces parecen dotarle de sentido a vidas como las nuestras, carentes de noción alguna sobre la vida, solo aniquilación. Al respecto, mis antenas, como le llama Julio, es lo que me permite interactuar con él como con ningún otro, esas cositas agitándose sobre mi cabeza es la luz que su solo nombre proyecta a mi estado existencial creo yo.
En mí somos tres; estoy yo primero por ser más fácil de precisar, describir, recabar, es más, por considerarme inclusive normal por la facilidad de verme, sentirme, olerme, clasificarme, etc. Soy como un bastón, pero además tengo adherida a la parte posterior de mi cuerpo unos tentáculos que conducen a los otros dos entes que componen mi unidad, y de los cuales sé no seré capaz de describirlos fielmente, debido a lo sumamente extraño de sus formas y existencias.
Uno de ellos nunca vio, ni oyó, ni nada que tenga que ver con lo sensorial, en lugar de ello puede regodearse en la exótica danza que un simple movimiento impulsado por mí produce en su masa carnosa e informe. Digo danza por no decir espasmo y dije lumbre por querer aludir al fuego. El otro es una forma de vida mucho más difícil de concebir y precisar, con sus miles de uñas que despabilan el rugoso suelo de piel y su estado siempre echado al abandono si se quiere, jamás le importa un comino ser algo o parecer alguien, sospecho que le da igual uno y lo otro, quizá si decido arrancármelo sepa en verdad si existe o no, aunque basta apretarme con las pezuñas esa zona para sentir un dolor intenso a la altura de mi cráneo, entonces compruebo que sí está vivo, y le dejo ser como es para evitar perder mi integridad.
Bueno, soy y somos los tres y nadie más para protegernos, alimentarnos y guarecernos. Recientemente, el Casi siempre ausente, parece mucho más ido de lo habitual, empiezo a considerar incluso, carente de sí, ya que tal palabra representa mejor la inacción de la que soy testigo. De confirmarlo tendré que arrancármelo a mordiscos aunque duela, pues luego empezará a descomponerse y a mí no me gusta oler a muerto. Por ahora deposito todo mi peso sobre él, pero parece que a él ni frío ni calor, no se inmuta. Con mis mil uñas separo la costra de mis heridas de combate con otros que tratan de arrebatarme el alimento, duele un poco, pero satisface ver regadas por todas partes, trozos de carne muerta y reseca, es como si uno se sacara los desperdicios intestinales a voluntad, con las manos y el hocico.
Espero a Julio, verlo llegar por su manivela y armónica  que dejó olvidados, arrastrando atado a su cintura, el cochecito lleno de huesos de miles de seres que dice es su trabajo recolectar para alguien de mayor embestidura. Encontrarnos, decirle hola Julito y caminar juntos hacia la Gran ventana y soñar franquearla alguna vez.

No vino hoy Julio, y en torno a la Gran ventana hay hoy un gran tumulto, no tengo ganas de moverme como de preocuparme o interesarme, todo esto por la ausencia del susodicho, y es que me parece que él y yo formamos de alguna forma otra unidad que estando cerca podría consolidarse y hacerse algo mayor; pero como no vino hoy que quedamos, tanto su manivela como su armónica se me hacen odiosos a la vista, capricho que me hace dar un estirón a mi lengua/nariz y alcanzar a rociar un poco de mi baba de Alien, la cual hace humo primero y luego deja nada, un chorrito casi imperceptible de hollín líquido sobre el suelo, como una gotita ya de nada. Bien merecido te lo tienes Julio, por no venir.

Tampoco  hoy vino, y eso que pasaron varios meses desde la última vez. Deja de interesarme poco a poco, distancia asesina y gestora del olvido ¿estás en mi verdad? Oí que abrirán la Gran ventana, para qué o por qué, nadie sabe, solo hay cierto furor de alarma entre todos los que habitamos este ala; yo no me preocupo porque sin Julio nada me preocupa, vuelve mi naturaleza despreocupada a mi conciencia y mientras la cordura la voy perdiendo, olvido todo, incluso si mi unidad se compone de tres o solo por esto que soy, esto que la verdad no encuentro sentido cada vez más. Empiezo a odiar a Julio, espero se pudra vertiginoso en el organismo de un perro sarnoso o algo peor.

II

A mamá le hicieron tantas operaciones que la de hoy nos parece de rutina y nos tiene casi sin cuidado. Por eso, yo aspirando el aire nocturno de las siete, recostado a un lado de la ventana, observo con indiferencia el transcurrir de la vida a través de niños, parejas y árboles moviéndose y dotándole de animosidad al parque que hay frente al hospital, y también por eso creo que Judy no deja de irse o seguir yéndose trémula en lágrimas y expresiones de desconsuelo que por ratos se traducen en palabras que suenan a: “Claro, como a ti no te importa, qué lágrima te va a avalar, estás seco como una roca” -Pero de mar, le digo siempre aunque ya no me oiga y sean mis vagas expresiones de contrariedad toda la respuesta que tengo a mi favor. Lo cierto es que los últimos cinco años tanto ella, Judy, como yo, hemos sido erosionados por la enfermedad de mamá.
Hay días en los que parece ser que sus cabellos, es decir, los de Judy, se vuelven como lombrices grises que tratan de estrangularla frente a las crisis de nervios de la que soy presa a causa de lo inmejorable de la salud de nuestra progenitora. Y otros días, veo al cielo inclinarse hacia la tierra, aplastándolo todo como un gran bloque de hierro de infinitos kilos. Pero lo más jodido de todo esto son los momentos de inercia e incoherencia donde juntos los dos con mi hermana, pegados al cielo raso, tratamos de lograr un solo impacto con nuestra caída que sea capaz de despertar al sujeto que nos sueña en esta pesadilla demasiado duradera para quienes la sufrimos como protagonistas oníricos. Lamentablemente solo huesos rotos y heridas abiertas son todo lo que obtenemos, dando por confirmadas dos cosas: no nos sueñan y no podemos legar a alguien más esta pesadilla tumbándonos o precipitándonos con desesperación, no podemos, no debemos, no queremos…sí queremos, pero bueno…
Judy anuncia a mis espaldas que ya salieron los médicos del quirófano. Retomo mi camino y vuelvo sobre mis pasos hacia aquel lugar hediondo y visceral, paso de frente sin ver su horrible rótulo y espasmódica puerta de metal, hacia más al fondo, donde rodeada por biombos blancos, la encuentro reposando sobre la enhiesta cama que le asignaron esta vez. Está semidormida, pero la placa metálica que le pusieron para según dijeron drenar el pus de su herida interna es lo que realmente me preocupa y sorprende al mismo tiempo. Nos han informado al respecto, pero con tantos tecnicismos que mejor pensé juzgar por mí mismo una vez que lo viera. Ahora que lo veo, no lo creo, es como una pieza ortopédica a manera de parche a la altura de su vientre. Estoy perdiendo el control cuando recabo en mamá despertando poco a poco de la anestesia, sus ojos parecen lo de un recién nacido, entreabiertos y ávidos de la realidad que hay que ver. En seguida recobra toda la consciencia y noto que está alegre, feliz, satisfecha, como si con aquel parche hubiera sanado milagrosamente. No era así, solo era para drenar la infección y evitar se condense dentro del organismo, comprometiendo otros órganos. Me pareció una tontería todo aquello, por lo que dándole su respectivo beso de bienvenida a mi madre sobre su frente bastante arrugada y pálida, anuncié mi retiro a mis aposentos donde conciliaría un sueñecito para paliar la rabia de tanta falsa manía de infundir esperanza, alimento de los pobres para seguir siéndolo. Judy recibió mi desaire con un bufido y mirada de desprecio que no me importó la verdad, ya nada; pero mamá, quien parecía imperturbable en su alegría e indiferente a los pretextos para mi partida, fue quien tomando mis manos me dijo: “espera, mira, toca, siente, hijo mío” mientras llevaba mis manos al lugar donde estaba la placa esa.

III

Julio no ha vuelto más, la ventana parece habérselo tragado. No es posible otra opción, por eso veo esa enorme cosa como única posibilidad para Julio y su ya improbable regreso; mi unidad se redujo a cuarto de su mínima expresión, soy un trozo informe de lo que fui, y lo peor es que no me pesa en absoluto ni sobrecoge la idea de extinguirme pronto como bocado de mí misma. Tengo que atravesar esa ventana a como dé lugar y salir a buscarlo. Cuando lo encuentre le diré que no me hizo falta ni por un segundo y que sin él estuvimos mejor que nunca, claro que cuando note que me falta casi todo de mí, se reirá o no sé, ¡ay!, ¡cómo lo detesto! No tengo ya ganas de arrastrarme o darme sentadas para comprobar si el Ausente sigue ahí o no. Todo es por Julio y su ponzoña que dejó en mí cuando con su extraña mano acariciaba mi cabeza o mis mejillas rugosas, maldita la increíble necesidad de él que siento. Bueno, ni modo, allá voy, junto al grupo que curiosos e impelidos por quién sabe qué, pretenden lo mismo, atravesar la Gran ventana.

IV

¡Miré, toqué, sentí, madre mía! Y luego saqué la mano como si del fuego la alejara. Ella sonrió complacida y mientras preparaba en mi cabeza alguna pregunta o comentario al respecto, su manos hicieron una maniobra increíble, se acomodó sentándose lo mejor que pudo y tomando una gran bocanada de aire que conmocionó aún más mi estupefacción, se arrancó la placa de tirón, con ambas manos y con la mayor valentía que uno pueda imaginarse en una mujer desahuciada. Un torrente viscoso y de aspecto amarillento se derramó sobre toda la cama y regazo de la mujer que me dio la vida. Exhaló un violento ¡ay! de dolor supongo, y dejó caer la cabeza y el resto del cuerpo que estaba erguido, hacia atrás. Creímos lo peor por un instante, inclusive Judy que estaba en un rincón, con el rosario de plata entre las manos, tan apretado entre sus manos que saltaron su piezas, glorias, avesmarías, esas cosas que parecen granos de maíz en un collar, inclusive ella gritó de manera que parecía que la hubieran sellado con un tizón en el cuello. Sin embargo notamos que mamá solo experimentó un vahído y sobresalto ligero a causa del impacto de su proceder, un desmayo pasajero que nos dio tiempo de confirmar que no se murió.
Limpiamos la herida, la cavidad más bien, y descubrimos que al fondo, casi del otro lado, margaritas blancas habían florecido como cuando el moho cubre totalmente al pan remojado y abandonado. Por reflejo cubrí raudo la zona con su pijama, no es que no quisiera ver ese interesante y hermoso jardín interno, sino que consideré que a nadie le gustaría exhibir las flores que crecen dentro de uno, y menos a una mujer, aunque fuera mi madre.
Cuando despertó su sonrisa se hizo gesto de bienestar constante e inquebrantable, volvimos a revisar la herida y para nuestra sorpresa, la cicatrización había dado inicio favorable. Le dieron de alta a la semana, lo de la placa nadie mencionó, es más, cuando firmaba los papeles de la alta, se acercó su médico de cabecera para darme la receta de algunos fármacos, entonces me atreví a mencionar lo de la placa, comentario que al médico le hizo decirme: “Cuál placa joven, esto es un milagro, tu madre es un milagro, su mejoría la prueba de ello”, y dándome un fuerte apretón de manos, se marchó sin esperar más.
                                                       
V

Un viernes o lunes, no recuerdo ni falta que hacen las etiquetas para los días de felicidad, nos hallábamos los tres caminando, por la playa de Quitumbe, casi al final de nuestras vacaciones, entre piedritas y algas, cangrejos y arena blanca, cuando de pronto mamá, quien lucía hermosa con su vestido de flores, su sombrero de paja y sus sandalias amarillas de cuero, nos dijo cogiéndonos de las manos a mi hermana y a mí y deteniendo el paso abruptamente: -¿Y Julio?, ¿no se ha comunicado todavía?
-¿Julio?, dijimos al unísono ambos hermanos. Claro, fuimos recordando, Julio, el trovador que andaba con su manivela y armónica y siempre con su cochecito de no sé qué atado a él. Mamá lo hubo conocido cuando era joven según nos contó la vez que los hallamos en el puerto, abrazándose entre sollozos; al parecer la noticia de su enfermedad se la había comunicado también a él. Cuando nos lo presentó notamos que el hombre andaba algo mal de la cabeza, pues ni nos dio la mano y se fue apurado con el cochecito detrás, afanoso en seguirle el ritmo, balbuciendo incoherencias como: ¿por qué por qué, por qué, por qué… hasta hacerse pequeño, pequeñito, un puntito a lo lejos, así:
.

Y como la entera atención que le dedicamos por el parecido que tenía con mi hermana, y según ella, conmigo, la perdimos cuando desapareció en el horizonte naranja de las cinco de la tarde, nos enteramos de inmediato del desahucio de nuestra madre, y seguidito nomás, que aquel extraño hombre era nuestro padre, desaparecido justo cuando no pudo saber de nosotros como realidad ventral en nuestra madre, somos mellizos por cierto, y la noticia nos cayó como una piedra en la cabeza, pero no pudimos hacer nada al respecto, pues la nefasta enfermedad materna asoló con la fuerza de un huracán sumiéndonos en la completa depresión y dedicación a ella.
-No mamá, no sabemos nada de él desde la vez que lo conocimos, respondimos desalentados.
-Bueno, sé que si llega a saber de mi mejoría milagrosa, volverá de inmediato con nosotros, ¿él es de otras latitudes saben? Muy ajenas a las nuestras en todo este planeta, hablo del cielo o más arriba aún, mi querido Julio, cuánto te extraño.

Fue todo cuanto dijo durante los siguientes minutos, y nuestra caminata se extendió hasta caído el sol y asomada la noche, sobre la tibia arena y el mar calmo, verde oscuro nuestros rostros y nuestra felicidad blanca como la luna que ya nacía en la tumba del sol. Reparé en el reproductor de música, unos hindús que tocaban blues, Soulmate, decían algo sobre pagar el precio por amar (The Price) y atiné a decir: me cayó bien Julio, ¿a ti no Judy?, - claro, a mí también, - volverá chicos, ya verán, volverá, concluyó mamá y nos marchamos a casa, con la esperanza a flor de piel, no había ya en el mundo cosas imposibles, ya no.

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