En memoria de mi madre Beatriz
I
Hay en el centro
del cielo una intensa lumbre tan rutilante como enceguecedora. Pensamos con
Julio en lo frustrante de no saber a ciencia cierta qué es lo que la
produce, básicamente por la altura que
nos separa de ella, y también porque no tiene caso alguno saberlo como no,
somos bacterias. Aunque yo soy más de la idea de que no está ahí simplemente,
donde parece estar, sino más allá de lo concebible; o sea que estamos dentro de
algo y la lumbre aquella viene de afuera; siendo así pensaría, con Julio
obviamente, siempre con él, que la transparencia del material que permitía tal
intromisión luminiscente, se debe a causa de la supeditación estricta al
impulso fluorescente de lo que realmente hay allá. Tonterías del saber sobre
entes de luz.
Con Julio somos
creo los únicos en esta zona, preocupados o cavilosos por lo que pueda haber
afuera o más allá de lo evidente, el resto en cambio, soslayados, idos,
absorbidos por la minimalista conciencia sobre sí mismos, imperiosos en su
necia práctica y apego con el suelo, reptando y hasta arrastrando sus labios
con tal de hacerlos callosos y resistentes al clima unas veces cálido y otras
gélido de este cuerpo, nuestro mundo. Nuestro mundo es una expresión categórica
que quizá denote mucho menos de lo que realmente deba y pueda. Cuando abro los
ojos luego de las quinientas siestas de macro segundos que como ente del ala
sur, me doy entre comida y comida, veo aquella lumbre primero, luego más abajo,
extraños cráneos de seres que nunca vi antes, con cuernos y grandes dientes y
ojos vacíos de ojos y llenos de cristal opaco. Después a la derecha un grupo de
congéneres que dándonos las espaldas parecen devorar algo con tal frenesí que
unas veces dejan escapar uno que otro trocito de lo que comen hasta donde estamos.
El muro de la izquierda está cubierto por una enorme plancha de metal que
algunos llaman entre charlas imposibles con verbos ni gestos: La gran ventana.
Dicen que es la
salida o entrada, como se quiera, pero a dónde, de dónde, es la cuestión
impostergable para Julio y nosotros. Julio mi amigo, mi gran amigo, el único en
mi larga vida, o corta si se quiere. Con él las exploraciones y meditaciones se
hicieron menos insostenibles, improductivas e imperecederas. Hablamos, nos
acariciamos, reproducimos a la mejor prole de este ala, y hasta nos infundimos
algunas veces placer; aunque siempre sea el zurcido de pústulas de nuestras
raídas complexiones lo que más hacemos juntos, y también ver la lumbre o la
ventana o los cráneos esos, son las cosas que a veces parecen dotarle de
sentido a vidas como las nuestras, carentes de noción alguna sobre la vida,
solo aniquilación. Al respecto, mis antenas,
como le llama Julio, es lo que me permite interactuar con él como con ningún
otro, esas cositas agitándose sobre mi cabeza es la luz que su solo nombre
proyecta a mi estado existencial creo yo.
En mí somos
tres; estoy yo primero por ser más fácil de precisar, describir, recabar, es
más, por considerarme inclusive normal por la facilidad de verme, sentirme,
olerme, clasificarme, etc. Soy como un bastón, pero además tengo adherida a la
parte posterior de mi cuerpo unos tentáculos que conducen a los otros dos entes
que componen mi unidad, y de los cuales sé no seré capaz de describirlos fielmente,
debido a lo sumamente extraño de sus formas y existencias.
Uno de ellos
nunca vio, ni oyó, ni nada que tenga que ver con lo sensorial, en lugar de ello
puede regodearse en la exótica danza que un simple movimiento impulsado por mí
produce en su masa carnosa e informe. Digo danza por no decir espasmo y dije
lumbre por querer aludir al fuego. El otro es una forma de vida mucho más
difícil de concebir y precisar, con sus miles de uñas que despabilan el rugoso
suelo de piel y su estado siempre echado al abandono si se quiere, jamás le
importa un comino ser algo o parecer alguien, sospecho que le da igual uno y lo
otro, quizá si decido arrancármelo sepa en verdad si existe o no, aunque basta
apretarme con las pezuñas esa zona para sentir un dolor intenso a la altura de
mi cráneo, entonces compruebo que sí está vivo, y le dejo ser como es para
evitar perder mi integridad.
Bueno, soy y
somos los tres y nadie más para protegernos, alimentarnos y guarecernos.
Recientemente, el Casi siempre ausente, parece mucho más ido de lo habitual,
empiezo a considerar incluso, carente de sí, ya que tal palabra representa
mejor la inacción de la que soy testigo. De confirmarlo tendré que arrancármelo
a mordiscos aunque duela, pues luego empezará a descomponerse y a mí no me
gusta oler a muerto. Por ahora deposito todo mi peso sobre él, pero parece que
a él ni frío ni calor, no se inmuta. Con mis mil uñas separo la costra de mis
heridas de combate con otros que tratan de arrebatarme el alimento, duele un
poco, pero satisface ver regadas por todas partes, trozos de carne muerta y
reseca, es como si uno se sacara los desperdicios intestinales a voluntad, con
las manos y el hocico.
Espero a Julio,
verlo llegar por su manivela y armónica
que dejó olvidados, arrastrando atado a su cintura, el cochecito lleno
de huesos de miles de seres que dice es su trabajo recolectar para alguien de
mayor embestidura. Encontrarnos, decirle hola Julito y caminar juntos hacia la
Gran ventana y soñar franquearla alguna vez.
No vino hoy
Julio, y en torno a la Gran ventana hay hoy un gran tumulto, no tengo ganas de
moverme como de preocuparme o interesarme, todo esto por la ausencia del
susodicho, y es que me parece que él y yo formamos de alguna forma otra unidad
que estando cerca podría consolidarse y hacerse algo mayor; pero como no vino
hoy que quedamos, tanto su manivela como su armónica se me hacen odiosos a la
vista, capricho que me hace dar un estirón a mi lengua/nariz y alcanzar a
rociar un poco de mi baba de Alien, la cual hace humo primero y luego deja
nada, un chorrito casi imperceptible de hollín líquido sobre el suelo, como una
gotita ya de nada. Bien merecido te lo tienes Julio, por no venir.
Tampoco hoy vino, y eso que pasaron varios meses
desde la última vez. Deja de interesarme poco a poco, distancia asesina y
gestora del olvido ¿estás en mi verdad? Oí que abrirán la Gran ventana, para
qué o por qué, nadie sabe, solo hay cierto furor de alarma entre todos los que
habitamos este ala; yo no me preocupo porque sin Julio nada me preocupa, vuelve
mi naturaleza despreocupada a mi conciencia y mientras la cordura la voy
perdiendo, olvido todo, incluso si mi unidad se compone de tres o solo por esto
que soy, esto que la verdad no encuentro sentido cada vez más. Empiezo a odiar
a Julio, espero se pudra vertiginoso en el organismo de un perro sarnoso o algo
peor.
II
A mamá le
hicieron tantas operaciones que la de hoy nos parece de rutina y nos tiene casi
sin cuidado. Por eso, yo aspirando el aire nocturno de las siete, recostado a
un lado de la ventana, observo con indiferencia el transcurrir de la vida a
través de niños, parejas y árboles moviéndose y dotándole de animosidad al
parque que hay frente al hospital, y también por eso creo que Judy no deja de
irse o seguir yéndose trémula en lágrimas y expresiones de desconsuelo que por
ratos se traducen en palabras que suenan a: “Claro, como a ti no te importa,
qué lágrima te va a avalar, estás seco como una roca” -Pero de mar, le digo
siempre aunque ya no me oiga y sean mis vagas expresiones de contrariedad toda
la respuesta que tengo a mi favor. Lo cierto es que los últimos cinco años
tanto ella, Judy, como yo, hemos sido erosionados por la enfermedad de mamá.
Hay días en los
que parece ser que sus cabellos, es decir, los de Judy, se vuelven como
lombrices grises que tratan de estrangularla frente a las crisis de nervios de
la que soy presa a causa de lo inmejorable de la salud de nuestra progenitora.
Y otros días, veo al cielo inclinarse hacia la tierra, aplastándolo todo como
un gran bloque de hierro de infinitos kilos. Pero lo más jodido de todo esto
son los momentos de inercia e incoherencia donde juntos los dos con mi hermana,
pegados al cielo raso, tratamos de lograr un solo impacto con nuestra caída que
sea capaz de despertar al sujeto que nos sueña en esta pesadilla demasiado
duradera para quienes la sufrimos como protagonistas oníricos. Lamentablemente
solo huesos rotos y heridas abiertas son todo lo que obtenemos, dando por
confirmadas dos cosas: no nos sueñan y no podemos legar a alguien más esta
pesadilla tumbándonos o precipitándonos con desesperación, no podemos, no
debemos, no queremos…sí queremos, pero bueno…
Judy anuncia a
mis espaldas que ya salieron los médicos del quirófano. Retomo mi camino y
vuelvo sobre mis pasos hacia aquel lugar hediondo y visceral, paso de frente
sin ver su horrible rótulo y espasmódica puerta de metal, hacia más al fondo,
donde rodeada por biombos blancos, la encuentro reposando sobre la enhiesta
cama que le asignaron esta vez. Está semidormida, pero la placa metálica que le
pusieron para según dijeron drenar el pus de su herida interna es lo que
realmente me preocupa y sorprende al mismo tiempo. Nos han informado al
respecto, pero con tantos tecnicismos que mejor pensé juzgar por mí mismo una
vez que lo viera. Ahora que lo veo, no lo creo, es como una pieza ortopédica a
manera de parche a la altura de su vientre. Estoy perdiendo el control cuando
recabo en mamá despertando poco a poco de la anestesia, sus ojos parecen lo de
un recién nacido, entreabiertos y ávidos de la realidad que hay que ver. En
seguida recobra toda la consciencia y noto que está alegre, feliz, satisfecha,
como si con aquel parche hubiera sanado milagrosamente. No era así, solo era
para drenar la infección y evitar se condense dentro del organismo,
comprometiendo otros órganos. Me pareció una tontería todo aquello, por lo que
dándole su respectivo beso de bienvenida a mi madre sobre su frente bastante
arrugada y pálida, anuncié mi retiro a mis aposentos donde conciliaría un
sueñecito para paliar la rabia de tanta falsa manía de infundir esperanza,
alimento de los pobres para seguir siéndolo. Judy recibió mi desaire con un
bufido y mirada de desprecio que no me importó la verdad, ya nada; pero mamá,
quien parecía imperturbable en su alegría e indiferente a los pretextos para mi
partida, fue quien tomando mis manos me dijo: “espera, mira, toca, siente, hijo
mío” mientras llevaba mis manos al lugar donde estaba la placa esa.
III
Julio no ha
vuelto más, la ventana parece habérselo tragado. No es posible otra opción, por
eso veo esa enorme cosa como única posibilidad para Julio y su ya improbable
regreso; mi unidad se redujo a cuarto de su mínima expresión, soy un trozo
informe de lo que fui, y lo peor es que no me pesa en absoluto ni sobrecoge la
idea de extinguirme pronto como bocado de mí misma. Tengo que atravesar esa
ventana a como dé lugar y salir a buscarlo. Cuando lo encuentre le diré que no
me hizo falta ni por un segundo y que sin él estuvimos mejor que nunca, claro
que cuando note que me falta casi todo de mí, se reirá o no sé, ¡ay!, ¡cómo lo
detesto! No tengo ya ganas de arrastrarme o darme sentadas para comprobar si el
Ausente sigue ahí o no. Todo es por Julio y su ponzoña que dejó en mí cuando
con su extraña mano acariciaba mi cabeza o mis mejillas rugosas, maldita la
increíble necesidad de él que siento. Bueno, ni modo, allá voy, junto al grupo
que curiosos e impelidos por quién sabe qué, pretenden lo mismo, atravesar la
Gran ventana.
IV
¡Miré, toqué,
sentí, madre mía! Y luego saqué la mano como si del fuego la alejara. Ella
sonrió complacida y mientras preparaba en mi cabeza alguna pregunta o
comentario al respecto, su manos hicieron una maniobra increíble, se acomodó
sentándose lo mejor que pudo y tomando una gran bocanada de aire que conmocionó
aún más mi estupefacción, se arrancó la placa de tirón, con ambas manos y con
la mayor valentía que uno pueda imaginarse en una mujer desahuciada. Un
torrente viscoso y de aspecto amarillento se derramó sobre toda la cama y
regazo de la mujer que me dio la vida. Exhaló un violento ¡ay! de dolor supongo,
y dejó caer la cabeza y el resto del cuerpo que estaba erguido, hacia atrás.
Creímos lo peor por un instante, inclusive Judy que estaba en un rincón, con el
rosario de plata entre las manos, tan apretado entre sus manos que saltaron su
piezas, glorias, avesmarías, esas cosas que parecen granos de maíz en un
collar, inclusive ella gritó de manera que parecía que la hubieran sellado con
un tizón en el cuello. Sin embargo notamos que mamá solo experimentó un vahído
y sobresalto ligero a causa del impacto de su proceder, un desmayo pasajero que
nos dio tiempo de confirmar que no se murió.
Limpiamos la
herida, la cavidad más bien, y descubrimos que al fondo, casi del otro lado,
margaritas blancas habían florecido como cuando el moho cubre totalmente al pan
remojado y abandonado. Por reflejo cubrí raudo la zona con su pijama, no es que
no quisiera ver ese interesante y hermoso jardín interno, sino que consideré que
a nadie le gustaría exhibir las flores que crecen dentro de uno, y menos a una
mujer, aunque fuera mi madre.
Cuando despertó
su sonrisa se hizo gesto de bienestar constante e inquebrantable, volvimos a
revisar la herida y para nuestra sorpresa, la cicatrización había dado inicio
favorable. Le dieron de alta a la semana, lo de la placa nadie mencionó, es
más, cuando firmaba los papeles de la alta, se acercó su médico de cabecera
para darme la receta de algunos fármacos, entonces me atreví a mencionar lo de
la placa, comentario que al médico le hizo decirme: “Cuál placa joven, esto es
un milagro, tu madre es un milagro, su mejoría la prueba de ello”, y dándome un
fuerte apretón de manos, se marchó sin esperar más.
V
Un viernes o
lunes, no recuerdo ni falta que hacen las etiquetas para los días de felicidad,
nos hallábamos los tres caminando, por la playa de Quitumbe, casi al final de
nuestras vacaciones, entre piedritas y algas, cangrejos y arena blanca, cuando
de pronto mamá, quien lucía hermosa con su vestido de flores, su sombrero de
paja y sus sandalias amarillas de cuero, nos dijo cogiéndonos de las manos a mi
hermana y a mí y deteniendo el paso abruptamente: -¿Y Julio?, ¿no se ha
comunicado todavía?
-¿Julio?,
dijimos al unísono ambos hermanos. Claro, fuimos recordando, Julio, el trovador
que andaba con su manivela y armónica y siempre con su cochecito de no sé qué
atado a él. Mamá lo hubo conocido cuando era joven según nos contó la vez que
los hallamos en el puerto, abrazándose entre sollozos; al parecer la noticia de
su enfermedad se la había comunicado también a él. Cuando nos lo presentó
notamos que el hombre andaba algo mal de la cabeza, pues ni nos dio la mano y
se fue apurado con el cochecito detrás, afanoso en seguirle el ritmo, balbuciendo
incoherencias como: ¿por qué por qué, por qué, por qué… hasta hacerse pequeño, pequeñito,
un
puntito a lo lejos, así:
.
Y como la entera
atención que le dedicamos por el parecido que tenía con mi hermana, y según
ella, conmigo, la perdimos cuando desapareció en el horizonte naranja de las
cinco de la tarde, nos enteramos de inmediato del desahucio de nuestra madre, y
seguidito nomás, que aquel extraño hombre era nuestro padre, desaparecido justo
cuando no pudo saber de nosotros como realidad ventral en nuestra madre, somos
mellizos por cierto, y la noticia nos cayó como una piedra en la cabeza, pero
no pudimos hacer nada al respecto, pues la nefasta enfermedad materna asoló con
la fuerza de un huracán sumiéndonos en la completa depresión y dedicación a
ella.
-No mamá, no
sabemos nada de él desde la vez que lo conocimos, respondimos desalentados.
-Bueno, sé que
si llega a saber de mi mejoría milagrosa, volverá de inmediato con nosotros,
¿él es de otras latitudes saben? Muy ajenas a las nuestras en todo este
planeta, hablo del cielo o más arriba aún, mi querido Julio, cuánto te extraño.
Fue todo cuanto
dijo durante los siguientes minutos, y nuestra caminata se extendió hasta caído
el sol y asomada la noche, sobre la tibia arena y el mar calmo, verde oscuro
nuestros rostros y nuestra felicidad blanca como la luna que ya nacía en la
tumba del sol. Reparé en el reproductor de música, unos hindús que tocaban
blues, Soulmate, decían algo sobre
pagar el precio por amar (The Price)
y atiné a decir: me cayó bien Julio, ¿a ti no Judy?, - claro, a mí también, -
volverá chicos, ya verán, volverá, concluyó mamá y nos marchamos a casa, con la
esperanza a flor de piel, no había ya en el mundo cosas imposibles, ya no.
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