miércoles, 5 de febrero de 2014

SÁBADO POR LA NOCHE



 Pepe
Sonaba el teléfono y su indignación le hacía sentir paralizado, incapaz para ponerse de pie y dirigir su cuerpo hacia el mueble donde proseguía el teléfono suena y suena. La palabra más adecuada para definir su estado era bloqueado, como si de pronto hubieran desconectado de su cuerpo la fuente principal de alimentación, necesaria para accionar sus engranajes y hacerlo caminar. Bloqueado por la impresión que causó en él la noticia. Habían muerto ambas.

Muy a pesar de ello, el o la impertinente continuaba en su afanosa marcación al teléfono, por lo que no pudiendo soportar más el ruido que de sus entrañas nacía y por todo su cuerpo se diseminaba en forma de palabras veneno, ¡ambas, ambas, se murieron ambas!, tuvo que precipitarse de un salto y arrancar el cable, cortando definitivamente el intento de comunicación.

Después, sentado en esa fría cama, con los ojos puestos en el velador entrelazó los dedos y bajó la cabeza; la mortecina luz de la lámpara que se hallaba sobre el velador se le hacía tenue, demasiado tenue que sintió por un momento enceguecer gradualmente, hasta quedar totalmente a oscuras. Era una oscuridad particular, en la que estallaban fugaces centellas en todas partes, centellas semejantes a las producidas por el impacto repentino de un objeto contundente sobre el cráneo.

En medio de aquella orgía de luces y oscuridad fusionada comenzó a visualizar muy a lo lejos, como entre débiles siluetas, a Sheena, parada, en actitud de espera, y junto a ella, cogida de su mano, a la pequeña Taby, su hija, la única, quien conforme la imagen tomaba consistencia deformaba su figura facial, convirtiéndose rápidamente en un horrenda vieja con arrugas surcadas por gusanos necrófagos y piel putrefacta. ¡Oh no!, los remordimientos invadían sus sentidos, y ellas se iban esfumando, desvaneciendo entre las luces oscuras que cada vez se hacían más intensas, hirientes para los ojos, que aún cerrados no podían evitar ser torturados por ellas.

Se había vuelto a sentar, mas se puso de pie de inmediato, para librarse de semejante tortura, y fue cuando poco a poco, pudo distinguir el ruido de piedrecillas chocando contra el vidrio de la ventana, pric, pric, pric. No podría hacer creer a nadie que no estaba, aunque en esta ocasión no le importaba lo que pensaran, pero solo por curiosidad echó un disimulado vistazo por una de las esquinas que dejaban libre las persianas. Era ella, era ella, su maldición, la dama de sus tormentos y desdichas, parada ahí afuera, con cara de pocos amigos e impaciente, como siempre, muy impaciente.

Elvira
Definitivamente sentía odio a sí misma por estar ahí, llamando a la puerta del patético Pepe, ya casi a media madrugada, con las venas llenas de brandy y el sexo sediento de carne masculina. Millones de veces se había preguntado ¿por qué no puedo evitarlo?, y ahora, mientras oía los torpes pasos del hombre que nacía a la senectud bajando las escaleras, su repugnancia efervescía al punto de tener en un segundo la boca llena de flema, mezcla de alcohol y encías impregnadas de hot dog con papas que irremediablemente se mezclarían con la séptica saliva del médico decadente que acudía a su llamado.

Pepe
Claro que le importaría una mierda, así que de nada serviría contárselo, solo le diría que se vaya y no vuelva jamás, pero maldita vida, maldita belleza la suya que cada que la tenía cerca poseía demoniacamente sus sentidos haciendo que su cuerpo destilara deseo, deseo de apretarla con todas sus fuerzas, de estrujar sus pechos, de calcinar con sus ardientes manos sus muslos, su cadera, de incrustar su lengua en esos grotescos y gruesos labios curtidos con los dientes de muchos que como él, eran sus esclavos; de estar, aunque sea unos segundos, dentro de aquel templo que era su cuerpo, templo pecaminoso y mina del placer, placer mezclado con sufrimiento, morada de Calígula.

Elvira
Minutos después, consumados los deseos y satisfechas las manías, ella calzaba sus bragas de manera que él pudiera condensar en sus ojos nuevamente el infernal deseo; suavemente, echando la cabellera hacia un lado, descubriendo su briosa y delicada nuca y separando al mismo tiempo y desmesuradamente ambas piernas.

Pepe
Era la misma, los mismos movimientos y ademanes provocativos, quiso decirle una vez más que la amaba demasiado, que de una vez se fuera con él, lejos, lejos de todo recuerdo, a iniciar una nueva vida, para sepultar el pasado brumoso, y hacer renacer de sus células la oportunidad de una nueva familia, pero sería incurrir en lo mismo, la rotunda negativa de ella, su acostumbrado desaire y despecho, largándose y dejándolo deshecho e inconsolable.
Esta vez decidió observarla tan solo, absteniéndo de postrarse como siempre para implorarle. Decisión certera y que al parecer ella no esperaba ni en sueños, hay veces donde la confianza en uno mismo rebasa la magnitud de la realidad y se producen quiebres como éste, luego del cual tuvo que dejar de lado la sensual coreografía para ya vestida, encender el último cigarrillo tomando asiento en la esquina del sillón, cruzando en simultáneo y sutilmente las piernas y apoyando la mano izquierda en el ángulo del codo derecho. Dibujando en su aspecto la conmoción de quien no comprende la lógica actancial y se sienta a ver qué más.

Ambos
Estaban en un estado de contemplación mutua, del que pareciera nunca saldrían, absortos, haciéndose miles de preguntas, respuestas y conjeturas en torno a esa situación, viéndose las caras y sin embargo concentrándose en un pequeño punto entre uno y el otro, que se hacía en segundos inmenso, gigantesco, y luego pequeño, pequeñísimo, ausente.
-¿Sabes?, están muertas
- por eso estás así, ya veo
- sí, y quisiera hablarte sobre lo que siento al respecto
- lo sé, créeme
- pero solo escucha
- ¡Hay Pepe!, si yo acudiera a ti para oírte, la transacción sería al revés ¿no crees?
- ¿por qué eres tan cruel conmigo?, sé que soy basura para ti, pero te pido me oigas, solo esta vez, te lo juro, no volveré a hablarte si es necesario
- vamos, no seas condescendiente, me tengo que ir
- espera…
- déjame, ¡no me toques!, ya casi amanece, Harry debe estar ya despierto, en lugar de todo este drama, ayúdame a pensar en una buena excusa. Deja de llorar, y ya cállate, que me importa un carajo lo que sentiste o dejaste de sentir, o lo que fueron o dejaron de ser tu esposa, tu hija o la puta que los parió a todos ustedes
- está bien, tienes razón, no tengo por qué compartir contigo estas cosas, ¿se trata solo de sexo y dinero no?, debo comprenderlo, necio, soy un necio, toma, toma, llévate todo el sucio dinero que vales
- eso me gusta, esa es la actitud
- bueno, al salir cierra la puerta por favor
- está bien, adiós mi amor
- adiós Elvira.
Se oye como si la hija dejara al padre luego de una riña o la amante joven a su mecenas económico, a juzgar por el portazo y el tono divertido en el Adiós mi amor.

Pepe
Se fue, una vez más, ella y su magia, el llanto volvía, los remordimientos también, era demasiado, tendría que aplacar su pena bebiendo, solo así podría recuperar el sueño, solo así, y quién sabe, hasta recuperar luego del desahogo, sus ganas de dejar a Elvira y todo la tortuosa relación que llevaban desde hace tanto tiempo.

Harry
No dormía, y cómo si Elvira salió mientras lo creía dormido, pero ya casi amanecía, no tardaría y esta vez sí hablarían. Ya había derruido las paredes con las uñas, hurgado los muebles, destripándolos, tirado y pulverizado la vajilla de loza, pateado los jarrones y echado abajo los cuadros de paisajes verdes y amarillos, ya había hecho todo lo que cualquiera hubiera hecho estando furibundo ante un probable engaño, pero para él no era suficiente, tendría que verla y hablarle, creía ya tener listo el discurso inicial, haría las preguntas que de antemano sabía las repuestas, para finalmente dar su determinación y acabar con esto. Sin embargo, qué haría, ¿echarla?, ¿agredirla?, para luego oír llantos, gritos y quién sabe recibir dosis similares y hasta peores de contraataque, y después qué, ¿largarse?, ¿ella?, o ¿él?, la casa era de ella, pero la injuria también, la echaría, era lo justo, pero y ¿Teo?, acaso se quedaría tranquilo ante la partida de su madre, ¿y el detestable señor Mario?, ¿acaso sería éste el día que se quede en su cama sin saltar por la hija y no salir escopeta en mano para decirle una vez más lo cobarde que era al agredir a una dama, y que su fracaso como marido, como padre, y como hombre no era para ser tolerado, ni siquiera discutido en casa suya? No, el viejo no estaba en edad de hacer cambios en sus reacciones de carácter, solo la paciencia era la encargada de en algún momento detener su anciano corazón.

Y la maldita que no llegaba, y el sueño que tiraba de los talones, y la luz de la mañana que acababa con la magia y de paso con la paciencia de Harry, que no pudiendo seguir parado tras la puerta, se sentó al borde del sillón más próximo y sin poder evitarlo dejó que la cabeza se pegara al pecho, a la suerte de un sueño tan pesado como su alma atormentada.


Mario Robles
Hoy no podría increparle como solía hacerlo, sentía un dolor intenso en cada articulación, como si horadasen con garfios en cada una, por lo que cansado e impotente rabiaba apretando el borde de su colcha y presionando con todas su pocas fuerzas la baranda del final del catre. La escopeta de seguro seguía ahí, bajo su cama, entre los zapatos que ya no usaba y el polvo en el que contaba partícula a partícula los años que dejaba atrás mientras se sepultaba lentamente. Antes había funcionado, logrando aplacar la furia del sujeto que arremetía verbalmente contra su hija, nada más apuntándole con el arma, haciendo que retroceda y quiera o no, se calme, porque aunque éste había logrado, para desdicha suya, hacerle un nieto indigno de él, niño introspecto, ido, imbécil a sus ojos, jamás hubiera permitido que el inútil se propase con ninguno que llevara su sangre, hasta ahora. El ruido fue atroz, y maldijo a los vecinos que jamás se atrevieron a darle una mano con la fiera. Suponía que otra vez era la susceptibilidad explosionada del hombre ante la provocadora actitud, herencia de la madre, de Elvira,  pero curiosamente no había oído para nada la voz de aquélla, motivo por el cual no acudió a la simbólica escopeta jamás disparada o al menos cargada, sino que prefirió esperar como aquél. Su velada transcurrió oyendo que la vivienda era destruida, objetos que se hacían trizas y pies patadas, gemidos, improperios, maldiciones, furia total, que se expandían resonando por cada rincón de la casa, mientras ese agudo dolor se incrementaba al punto de ahogarle la voz en pequeños quejidos imperceptibles y más parecidos a estertores. De esta manera acompañó a quien en adelante consideraría como su mortal enemigo, sobre todo durante su más grande noche insomne que pudo tener a lo largo de la vida que llevaba. Cuando cesó la violencia, supuso que habría por fin caído vencido por el sueño, y solo entonces se le ocurrió pensar: - ¿Y Elvira?, me parece, ¿o aún no llega?, ¿acaso no ha vuelto en toda la noche?, ¿ y si él tiene algo de razón al actuar así?, o es que…yace inconsciente a causa de…¡no!, Tenía que bajar a ver qué había sucedido realmente, así le costase el sufrimiento más intenso que un viejo artrítico pudiera padecer durante una gélida madrugada de invierno austral en esa parte de la serranía peruana.

Pepe y Harry
A los dos meses de la correspondencia revisada durante aquellos días de conflicto y febril manejo de las emociones:
- Descubrí que usted era su amante
- cliente mi querido amigo, e insisto en que tome asiento y coja la copa que le ofrezco para tener una mejor charla
- ¡cállese!, debería darle vergüenza andar destruyendo hogares con tal desparpajo
- el destruido fui yo, cada cita con ella arrancaba un trozo más de mí como un perro hambriento, hasta dejarme hecho esto que ve usted, carroña. Estoy arruinado amigo, mi carrera, mi mujer, mi hija, mi estancia en la ciudad, todo destruido por causa de ella
- ¿insinúa que mi mujer, quiero decir, mi ex mujer, también lo arruinó a usted?
- eso mismo, verá, nunca asomé a su círculo familiar, pero lo intenté, ni lo dude, yo la amaba. Pero oiga, déjeme decirle que jamás hubiera imaginado que un tipo como usted pudiera ser marido de Elvira, es que ella era, uhmmm, no sé si uso la palabra correcta, ¿liberal?, mujer de mundo podría decirse, ¿entiende? Y usted es más bien…
- vamos vamos, no estoy acá para que me diga la impresión que tiene de mí, yo solo vine a… vine a aclarar las cosas
- ¿lo está consiguiendo?
- si colaborara más e interfiriera menos, pero bueno, dígame dónde está, el hijo sufre por su ausencia, su padre estiró la pata, y a mí me ha dejado en la más total bancarrota al irse con todos mis ahorros, ¿espero que lo menos que hará será negarse verdad?, porque entonces sí que perdería los estribos colega
- es lo que también quiero saber, aunque siéndole franco, no, ya no me interesa, mis fuerzas comienzan a menguar, estoy acabado, ya no podré satisfacerla, ni siquiera por dinero, me negaron la jubilación, y en fin, por nada, míreme, ya casi se me acaba el partido
- no se haga a la víctima, a dónde la envió, solo proporcióneme la dirección, necesito hablar con ella, es de suma urgencia
- empiezo a creer que de verdad piensa que lo sé, la última vez que la vi, fue la noche de un sábado de hace como dos meses… ¿en serio no sabe dónde está?
- ¿cree que si lo supiera vendría a preguntárselo?
- no sé, dígame usted
- ¿es todo lo que puede decirme?
- lo siento, pero así es amigo, en verdad no lo sé, ¿usted es el marido recuerda?, no yo, y en todo caso por qué habría de saberlo, o es que pretende acusarme de algo, porque entonces pensaría que algo se trae usted, ¿algún crimen tal vez que desea inculparme, eh?
- no diga estupideces, ¿le parece suficiente porque es usted quien se revolcaba con ella la noche que desapareció?
- ¿y eso qué tiene que ver?, disculpe, pero ella es una loba que cada que se le antoja llama a mi puerta totalmente ebria, me obliga a poseerla y a pagarle todo lo que tenga  en los bolsillos o la billetera por lo que ella considera servicio, lo cual aún no puedo asimilar, considera que me presta un servicio, ¿servicio?, ¿a quién?, ¿a mí?, no lo creo amigo, todo lo contrario, ella es veneno, y ya que esta discusión se acerca a su final, ¿sabe que tiene SIDA verdad?
-…¿¿??
- de veras lo siento amigo, debió saberlo, a veces mientras lo hacíamos me comentaba entre sollozos que su vida no valía una pulga, que la enfermedad no sabía cómo ni cuando la había adquirido, que quizá fuese usted, o alguno de los tantos amantes que solía tener cuando sumía sus noches en desenfreno de farra y alcohol…y yo, imagínese cómo tomé la noticia, felizmente, qué ironía decirlo, me iba muriendo por el cáncer, así que de una u otra forma no me quedaba mucho, así que lo que lo tomé a la ligera, como si se tratase de un gripe o algo por e estilo, ahora solo espero a ver cuál de los tres es más rápido, si las dos enfermedades o la bala que pienso depositarme aquí en la cien en cualquier momento…
- ¿dijo SIDA, la incurable enfermedad?
- lo siento pero sí, ésa
- ¡rayos!, tengo que ir, me siento mal, adiós…

Harry
Mis días pasan como las nubes que arrea el viento en este lugar, apacibles, lentas, como desfilando en una comparsa de algodones. Llevo cuatro años en esta quebrada del cerro,  guarecido en la buhardilla que construí con palos y maldiciones; aquí espero la muerte que está pronta, consciente de mi fatal condición.

Elvira nunca volvió, ni por su padre, ni por el hijo, mucho menos por mí; el médico ya debe haber fallecido, pues cuando tuve la entrevista con él lucía tanto o peor que un cadáver. Aún hoy me pregunto qué habrá sido de ella, a veces pienso que en su estado de perra envenenada fue a buscar un buen lugar para depositar su cuerpo infecto, quién sabe, lo cierto es que me arruinó la vida totalmente, pero ya no la odio, porque leí que la muerte es más cruenta cuanto más se acobijan sentimientos negativos en el alma, así que yo la perdoné, dejé ir ese mal recuerdo para enfrentar mi problema con el mejor tratamiento: tranquilidad y paz con el mundo, calidad de vida, ya que inefablemente mi amanecer será fúnebre, por qué continuar conflictuando con mi pasado.

Pepe
Sonaba el teléfono y esta vez su indignación no era lo que le hacía sentir paralizado, no, era el cáncer crónico que carcomía sus entrañas dolorosamente, también el SIDA, ni hablar, así que: -¡enfermeeeraaaaaas, ayúdenme con el teléfono!
  
 Pepe y Sheena (¿o acaso Elvira?)
- ¿hola?
- hola Pepe
- ¿quién es?
- se te oye muy grave, recién me enteré ayer, lamento no poder ir en persona, pero es que te hablo de muy lejos, así que comprenderás
- no logro identificar tu voz, tú eres…
- no importa, oye, ¿es sábado verdad?
- supongo, no lo sé, en mi estado los días parecen repetirse, solo espero el día que deje de atormentarme este terrible dolor, y entonces sí me gustaría saber cuál es…
- uhmm, ¿recuerdas cuando nos sentábamos luego de la cena de ostras que solía prepararte, junto al río, en la hacienda de mi padre?
- ¿un río?, déjame recordar, ¡oh por dios!, ¿Sheena, mi amor?
- nada de nombres por favor, no es adecuado, bueno, ¿lo recuerdas entonces?
- claro, cómo olvidar los mejores días de mi vida, cuando te conocí y nos enamoramos, cómo olvidarte mi amor, puedo explicártelo todo, si me dejas, y sí dejan de retorcerme estas heridas que tengo en todas mis entrañas…solo déjame hacerlo, las cosas pueden mejorar, ¿verdad que sí?
- ¿mejorar?, no, si así está perfecto, como te decía, ¿recuerdas aquella canción que oíamos una y otra vez sin hartarnos hasta que las baterías del reproductor se agotaban mientras permanecíamos extasiados mirando el transcurrir inagotable del río?, fue lo mejor que pasó en mi vida, ¿lo sabías?
- ¡Sheena, perdóname por lo que más quieras!, fui un gran estúpido, déjame arreglar las cosas por lo que más quieras.
- es tierno tu llanto, pero solo quiero que ubiques tu mente en esa canción, ¿ya la tienes?
- ¡por favor! ¡por favor!
- Noche de Sábado de Ram Jam, ahora mismo la oigo y se me ocurrió llamarte, y bueno, tengo que dejarte, ¿no te molesta no?, cómo podría molestarte, ¡abur!
- ¡espera!, ¿dónde estás?, ¿y Taby?, pásame con ella, ¿hola? ¿hola? ¿hola?


La enfermera Ofelia y Pepe
- Señor Valdez, le ruego se calme para poder ponerle la medicina
- ¿y Sheena?
- no sé de qué habla
- no juegue conmigo, acabo de hablar con ella por el teléfono
- esta no es una clínica doctor Valdez, acá los pacientes no tienen teléfonos y las visitas son de dos a cuatro, y ahora son las diez de la mañana
- ¿quiere decir que estuve delirando?
- no lo creo, estuvo charlando largo rato con la enfermera Robles, mientras ésta le cambiaba el suero
- ¿Robles?
- eso dije, Elvira Robles.
 Escrito el 15 marzo de 2011



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