Pepe
Sonaba el
teléfono y su indignación le hacía sentir paralizado, incapaz para ponerse de pie
y dirigir su cuerpo hacia el mueble donde proseguía el teléfono suena y suena. La
palabra más adecuada para definir su estado era bloqueado, como si de pronto hubieran desconectado de su cuerpo la
fuente principal de alimentación, necesaria para accionar sus engranajes y
hacerlo caminar. Bloqueado por la impresión que causó en él la noticia. Habían
muerto ambas.
Muy a pesar de
ello, el o la impertinente continuaba en su afanosa marcación al teléfono, por
lo que no pudiendo soportar más el ruido que de sus entrañas nacía y por todo
su cuerpo se diseminaba en forma de palabras veneno, ¡ambas, ambas, se murieron
ambas!, tuvo que precipitarse de un salto y arrancar el cable, cortando
definitivamente el intento de comunicación.
Después, sentado
en esa fría cama, con los ojos puestos en el velador entrelazó los dedos y bajó
la cabeza; la mortecina luz de la lámpara que se hallaba sobre el velador se le
hacía tenue, demasiado tenue que sintió por un momento enceguecer gradualmente,
hasta quedar totalmente a oscuras. Era una oscuridad particular, en la que
estallaban fugaces centellas en todas partes, centellas semejantes a las
producidas por el impacto repentino de un objeto contundente sobre el cráneo.
En medio de
aquella orgía de luces y oscuridad fusionada comenzó a visualizar muy a lo
lejos, como entre débiles siluetas, a Sheena, parada, en actitud de espera, y
junto a ella, cogida de su mano, a la pequeña Taby, su hija, la única, quien
conforme la imagen tomaba consistencia deformaba su figura facial,
convirtiéndose rápidamente en un horrenda vieja con arrugas surcadas por
gusanos necrófagos y piel putrefacta. ¡Oh no!, los remordimientos invadían sus
sentidos, y ellas se iban esfumando, desvaneciendo entre las luces oscuras que
cada vez se hacían más intensas, hirientes para los ojos, que aún cerrados no
podían evitar ser torturados por ellas.
Se había vuelto
a sentar, mas se puso de pie de inmediato, para librarse de semejante tortura,
y fue cuando poco a poco, pudo distinguir el ruido de piedrecillas chocando contra
el vidrio de la ventana, pric, pric, pric. No podría hacer creer a nadie que no
estaba, aunque en esta ocasión no le importaba lo que pensaran, pero solo por
curiosidad echó un disimulado vistazo por una de las esquinas que dejaban libre
las persianas. Era ella, era ella, su maldición, la dama de sus tormentos y
desdichas, parada ahí afuera, con cara de pocos amigos e impaciente, como
siempre, muy impaciente.
Elvira
Definitivamente
sentía odio a sí misma por estar ahí, llamando a la puerta del patético Pepe,
ya casi a media madrugada, con las venas llenas de brandy y el sexo sediento de
carne masculina. Millones de veces se había preguntado ¿por qué no puedo
evitarlo?, y ahora, mientras oía los torpes pasos del hombre que nacía a la
senectud bajando las escaleras, su repugnancia efervescía al punto de tener en
un segundo la boca llena de flema, mezcla de alcohol y encías impregnadas de
hot dog con papas que irremediablemente se mezclarían con la séptica saliva del
médico decadente que acudía a su llamado.
Pepe
Claro que le
importaría una mierda, así que de nada serviría contárselo, solo le diría que
se vaya y no vuelva jamás, pero maldita vida, maldita belleza la suya que cada
que la tenía cerca poseía demoniacamente sus sentidos haciendo que su cuerpo
destilara deseo, deseo de apretarla con todas sus fuerzas, de estrujar sus
pechos, de calcinar con sus ardientes manos sus muslos, su cadera, de incrustar
su lengua en esos grotescos y gruesos labios curtidos con los dientes de muchos
que como él, eran sus esclavos; de estar, aunque sea unos segundos, dentro de
aquel templo que era su cuerpo, templo pecaminoso y mina del placer, placer
mezclado con sufrimiento, morada de Calígula.
Elvira
Minutos después,
consumados los deseos y satisfechas las manías, ella calzaba sus bragas de
manera que él pudiera condensar en sus ojos nuevamente el infernal deseo;
suavemente, echando la cabellera hacia un lado, descubriendo su briosa y
delicada nuca y separando al mismo tiempo y desmesuradamente ambas piernas.
Pepe
Era la misma,
los mismos movimientos y ademanes provocativos, quiso decirle una vez más que
la amaba demasiado, que de una vez se fuera con él, lejos, lejos de todo
recuerdo, a iniciar una nueva vida, para sepultar el pasado brumoso, y hacer
renacer de sus células la oportunidad de una nueva familia, pero sería incurrir
en lo mismo, la rotunda negativa de ella, su acostumbrado desaire y despecho,
largándose y dejándolo deshecho e inconsolable.
Esta vez decidió
observarla tan solo, absteniéndo de postrarse como siempre para implorarle.
Decisión certera y que al parecer ella no esperaba ni en sueños, hay veces
donde la confianza en uno mismo rebasa la magnitud de la realidad y se producen
quiebres como éste, luego del cual tuvo que dejar de lado la sensual
coreografía para ya vestida, encender el último cigarrillo tomando asiento en
la esquina del sillón, cruzando en simultáneo y sutilmente las piernas y
apoyando la mano izquierda en el ángulo del codo derecho. Dibujando en su
aspecto la conmoción de quien no comprende la lógica actancial y se sienta a
ver qué más.
Ambos
Estaban en un
estado de contemplación mutua, del que pareciera nunca saldrían, absortos,
haciéndose miles de preguntas, respuestas y conjeturas en torno a esa
situación, viéndose las caras y sin embargo concentrándose en un pequeño punto entre
uno y el otro, que se hacía en segundos inmenso, gigantesco, y luego pequeño,
pequeñísimo, ausente.
-¿Sabes?, están
muertas
- por eso estás
así, ya veo
- sí, y quisiera
hablarte sobre lo que siento al respecto
- lo sé, créeme
- pero solo
escucha
- ¡Hay Pepe!, si
yo acudiera a ti para oírte, la transacción sería al revés ¿no crees?
- ¿por qué eres
tan cruel conmigo?, sé que soy basura para ti, pero te pido me oigas, solo esta
vez, te lo juro, no volveré a hablarte si es necesario
- vamos, no seas
condescendiente, me tengo que ir
- espera…
- déjame, ¡no me
toques!, ya casi amanece, Harry debe estar ya despierto, en lugar de todo este
drama, ayúdame a pensar en una buena excusa. Deja de llorar, y ya cállate, que
me importa un carajo lo que sentiste o dejaste de sentir, o lo que fueron o
dejaron de ser tu esposa, tu hija o la puta que los parió a todos ustedes
- está bien,
tienes razón, no tengo por qué compartir contigo estas cosas, ¿se trata solo de
sexo y dinero no?, debo comprenderlo, necio, soy un necio, toma, toma, llévate
todo el sucio dinero que vales
- eso me gusta,
esa es la actitud
- bueno, al
salir cierra la puerta por favor
- está bien,
adiós mi amor
- adiós Elvira.
Se oye como si
la hija dejara al padre luego de una riña o la amante joven a su mecenas
económico, a juzgar por el portazo y el tono divertido en el Adiós mi amor.
Pepe
Se fue, una vez
más, ella y su magia, el llanto volvía, los remordimientos también, era
demasiado, tendría que aplacar su pena bebiendo, solo así podría recuperar el
sueño, solo así, y quién sabe, hasta recuperar luego del desahogo, sus ganas de
dejar a Elvira y todo la tortuosa relación que llevaban desde hace tanto tiempo.
Harry
No dormía, y
cómo si Elvira salió mientras lo creía dormido, pero ya casi amanecía, no tardaría
y esta vez sí hablarían. Ya había derruido las paredes con las uñas, hurgado
los muebles, destripándolos, tirado y pulverizado la vajilla de loza, pateado
los jarrones y echado abajo los cuadros de paisajes verdes y amarillos, ya
había hecho todo lo que cualquiera hubiera hecho estando furibundo ante un
probable engaño, pero para él no era suficiente, tendría que verla y hablarle, creía
ya tener listo el discurso inicial, haría las preguntas que de antemano sabía
las repuestas, para finalmente dar su determinación y acabar con esto. Sin
embargo, qué haría, ¿echarla?, ¿agredirla?, para luego oír llantos, gritos y
quién sabe recibir dosis similares y hasta peores de contraataque, y después
qué, ¿largarse?, ¿ella?, o ¿él?, la casa era de ella, pero la injuria también,
la echaría, era lo justo, pero y ¿Teo?, acaso se quedaría tranquilo ante la
partida de su madre, ¿y el detestable señor Mario?, ¿acaso sería éste el día
que se quede en su cama sin saltar por la hija y no salir escopeta en mano para
decirle una vez más lo cobarde que era al agredir a una dama, y que su fracaso
como marido, como padre, y como hombre no era para ser tolerado, ni siquiera
discutido en casa suya? No, el viejo no estaba en edad de hacer cambios en sus
reacciones de carácter, solo la paciencia era la encargada de en algún momento
detener su anciano corazón.
Y la maldita que
no llegaba, y el sueño que tiraba de los talones, y la luz de la mañana que
acababa con la magia y de paso con la paciencia de Harry, que no pudiendo
seguir parado tras la puerta, se sentó al borde del sillón más próximo y sin
poder evitarlo dejó que la cabeza se pegara al pecho, a la suerte de un sueño
tan pesado como su alma atormentada.
Mario Robles
Hoy no podría
increparle como solía hacerlo, sentía un dolor intenso en cada articulación,
como si horadasen con garfios en cada una, por lo que cansado e impotente
rabiaba apretando el borde de su colcha y presionando con todas su pocas
fuerzas la baranda del final del catre. La escopeta de seguro seguía ahí, bajo
su cama, entre los zapatos que ya no usaba y el polvo en el que contaba
partícula a partícula los años que dejaba atrás mientras se sepultaba
lentamente. Antes había funcionado, logrando aplacar la furia del sujeto que arremetía
verbalmente contra su hija, nada más apuntándole con el arma, haciendo que
retroceda y quiera o no, se calme, porque aunque éste había logrado, para
desdicha suya, hacerle un nieto indigno de él, niño introspecto, ido, imbécil a
sus ojos, jamás hubiera permitido que el inútil se propase con ninguno que
llevara su sangre, hasta ahora. El ruido fue atroz, y maldijo a los vecinos que
jamás se atrevieron a darle una mano con la fiera. Suponía que otra vez era la
susceptibilidad explosionada del hombre ante la provocadora actitud, herencia
de la madre, de Elvira, pero
curiosamente no había oído para nada la voz de aquélla, motivo por el cual no
acudió a la simbólica escopeta jamás disparada o al menos cargada, sino que
prefirió esperar como aquél. Su velada transcurrió oyendo que la vivienda era
destruida, objetos que se hacían trizas y pies patadas, gemidos, improperios,
maldiciones, furia total, que se expandían resonando por cada rincón de la casa,
mientras ese agudo dolor se incrementaba al punto de ahogarle la voz en
pequeños quejidos imperceptibles y más parecidos a estertores. De esta manera
acompañó a quien en adelante consideraría como su mortal enemigo, sobre todo durante
su más grande noche insomne que pudo tener a lo largo de la vida que llevaba. Cuando
cesó la violencia, supuso que habría por fin caído vencido por el sueño, y solo
entonces se le ocurrió pensar: - ¿Y Elvira?, me parece, ¿o aún no llega?, ¿acaso
no ha vuelto en toda la noche?, ¿ y si él tiene algo de razón al actuar así?, o
es que…yace inconsciente a causa de…¡no!, Tenía que bajar a ver qué había
sucedido realmente, así le costase el sufrimiento más intenso que un viejo
artrítico pudiera padecer durante una gélida madrugada de invierno austral en
esa parte de la serranía peruana.
Pepe y Harry
A los dos meses
de la correspondencia revisada durante aquellos días de conflicto y febril
manejo de las emociones:
- Descubrí que
usted era su amante
- cliente mi
querido amigo, e insisto en que tome asiento y coja la copa que le ofrezco para
tener una mejor charla
- ¡cállese!,
debería darle vergüenza andar destruyendo hogares con tal desparpajo
- el destruido
fui yo, cada cita con ella arrancaba un trozo más de mí como un perro
hambriento, hasta dejarme hecho esto que ve usted, carroña. Estoy arruinado
amigo, mi carrera, mi mujer, mi hija, mi estancia en la ciudad, todo destruido
por causa de ella
- ¿insinúa que
mi mujer, quiero decir, mi ex mujer, también lo arruinó a usted?
- eso mismo,
verá, nunca asomé a su círculo familiar, pero lo intenté, ni lo dude, yo la
amaba. Pero oiga, déjeme decirle que jamás hubiera imaginado que un tipo como
usted pudiera ser marido de Elvira, es que ella era, uhmmm, no sé si uso la
palabra correcta, ¿liberal?, mujer de mundo podría decirse, ¿entiende? Y usted
es más bien…
- vamos vamos,
no estoy acá para que me diga la impresión que tiene de mí, yo solo vine a…
vine a aclarar las cosas
- ¿lo está
consiguiendo?
- si colaborara
más e interfiriera menos, pero bueno, dígame dónde está, el hijo sufre por su
ausencia, su padre estiró la pata, y a mí me ha dejado en la más total
bancarrota al irse con todos mis ahorros, ¿espero que lo menos que hará será
negarse verdad?, porque entonces sí que perdería los estribos colega
- es lo que
también quiero saber, aunque siéndole franco, no, ya no me interesa, mis
fuerzas comienzan a menguar, estoy acabado, ya no podré satisfacerla, ni
siquiera por dinero, me negaron la jubilación, y en fin, por nada, míreme, ya
casi se me acaba el partido
- no se haga a
la víctima, a dónde la envió, solo proporcióneme la dirección, necesito hablar
con ella, es de suma urgencia
- empiezo a
creer que de verdad piensa que lo sé, la última vez que la vi, fue la noche de
un sábado de hace como dos meses… ¿en serio no sabe dónde está?
- ¿cree que si
lo supiera vendría a preguntárselo?
- no sé, dígame
usted
- ¿es todo lo
que puede decirme?
- lo siento,
pero así es amigo, en verdad no lo sé, ¿usted es el marido recuerda?, no yo, y
en todo caso por qué habría de saberlo, o es que pretende acusarme de algo,
porque entonces pensaría que algo se trae usted, ¿algún crimen tal vez que
desea inculparme, eh?
- no diga
estupideces, ¿le parece suficiente porque es usted quien se revolcaba con ella
la noche que desapareció?
- ¿y eso qué
tiene que ver?, disculpe, pero ella es una loba que cada que se le antoja llama
a mi puerta totalmente ebria, me obliga a poseerla y a pagarle todo lo que
tenga en los bolsillos o la billetera
por lo que ella considera servicio, lo cual aún no puedo asimilar, considera que
me presta un servicio, ¿servicio?, ¿a quién?, ¿a mí?, no lo creo amigo, todo lo
contrario, ella es veneno, y ya que esta discusión se acerca a su final, ¿sabe
que tiene SIDA verdad?
-…¿¿??
- de veras lo
siento amigo, debió saberlo, a veces mientras lo hacíamos me comentaba entre
sollozos que su vida no valía una pulga, que la enfermedad no sabía cómo ni
cuando la había adquirido, que quizá fuese usted, o alguno de los tantos
amantes que solía tener cuando sumía sus noches en desenfreno de farra y
alcohol…y yo, imagínese cómo tomé la noticia, felizmente, qué ironía decirlo,
me iba muriendo por el cáncer, así que de una u otra forma no me quedaba mucho,
así que lo que lo tomé a la ligera, como si se tratase de un gripe o algo por e
estilo, ahora solo espero a ver cuál de los tres es más rápido, si las dos
enfermedades o la bala que pienso depositarme aquí en la cien en cualquier
momento…
- ¿dijo SIDA, la
incurable enfermedad?
- lo siento pero
sí, ésa
- ¡rayos!, tengo
que ir, me siento mal, adiós…
Harry
Mis días pasan
como las nubes que arrea el viento en este lugar, apacibles, lentas, como
desfilando en una comparsa de algodones. Llevo cuatro años en esta quebrada del
cerro, guarecido en la buhardilla que
construí con palos y maldiciones; aquí espero la muerte que está pronta, consciente
de mi fatal condición.
Elvira nunca
volvió, ni por su padre, ni por el hijo, mucho menos por mí; el médico ya debe
haber fallecido, pues cuando tuve la entrevista con él lucía tanto o peor que
un cadáver. Aún hoy me pregunto qué habrá sido de ella, a veces pienso que en
su estado de perra envenenada fue a buscar un buen lugar para depositar su
cuerpo infecto, quién sabe, lo cierto es que me arruinó la vida totalmente, pero
ya no la odio, porque leí que la muerte es más cruenta cuanto más se acobijan
sentimientos negativos en el alma, así que yo la perdoné, dejé ir ese mal
recuerdo para enfrentar mi problema con el mejor tratamiento: tranquilidad y
paz con el mundo, calidad de vida, ya que inefablemente mi amanecer será
fúnebre, por qué continuar conflictuando con mi pasado.
Pepe
Sonaba el
teléfono y esta vez su indignación no era lo que le hacía sentir paralizado,
no, era el cáncer crónico que carcomía sus entrañas dolorosamente, también el
SIDA, ni hablar, así que: -¡enfermeeeraaaaaas, ayúdenme con el teléfono!
Pepe y Sheena (¿o acaso Elvira?)
- ¿hola?
- hola Pepe
- ¿quién es?
- se te oye muy
grave, recién me enteré ayer, lamento no poder ir en persona, pero es que te
hablo de muy lejos, así que comprenderás
- no logro
identificar tu voz, tú eres…
- no importa,
oye, ¿es sábado verdad?
- supongo, no lo
sé, en mi estado los días parecen repetirse, solo espero el día que deje de
atormentarme este terrible dolor, y entonces sí me gustaría saber cuál es…
- uhmm, ¿recuerdas
cuando nos sentábamos luego de la cena de ostras que solía prepararte, junto al
río, en la hacienda de mi padre?
- ¿un río?,
déjame recordar, ¡oh por dios!, ¿Sheena, mi amor?
- nada de
nombres por favor, no es adecuado, bueno, ¿lo recuerdas entonces?
- claro, cómo
olvidar los mejores días de mi vida, cuando te conocí y nos enamoramos, cómo
olvidarte mi amor, puedo explicártelo todo, si me dejas, y sí dejan de
retorcerme estas heridas que tengo en todas mis entrañas…solo déjame hacerlo,
las cosas pueden mejorar, ¿verdad que sí?
- ¿mejorar?, no,
si así está perfecto, como te decía, ¿recuerdas aquella canción que oíamos una
y otra vez sin hartarnos hasta que las baterías del reproductor se agotaban mientras
permanecíamos extasiados mirando el transcurrir inagotable del río?, fue lo
mejor que pasó en mi vida, ¿lo sabías?
- ¡Sheena,
perdóname por lo que más quieras!, fui un gran estúpido, déjame arreglar las
cosas por lo que más quieras.
- es tierno tu
llanto, pero solo quiero que ubiques tu mente en esa canción, ¿ya la tienes?
- ¡por favor!
¡por favor!
- Noche de Sábado de Ram Jam, ahora mismo
la oigo y se me ocurrió llamarte, y bueno, tengo que dejarte, ¿no te molesta
no?, cómo podría molestarte, ¡abur!
- ¡espera!,
¿dónde estás?, ¿y Taby?, pásame con ella, ¿hola? ¿hola? ¿hola?
La enfermera Ofelia y Pepe
- Señor Valdez,
le ruego se calme para poder ponerle la medicina
- ¿y Sheena?
- no sé de qué
habla
- no juegue
conmigo, acabo de hablar con ella por el teléfono
- esta no es una
clínica doctor Valdez, acá los pacientes no tienen teléfonos y las visitas son
de dos a cuatro, y ahora son las diez de la mañana
- ¿quiere decir
que estuve delirando?
- no lo creo,
estuvo charlando largo rato con la enfermera Robles, mientras ésta le cambiaba
el suero
- ¿Robles?
- eso dije,
Elvira Robles.
Escrito el 15
marzo de 2011
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