miércoles, 5 de febrero de 2014

ENSOÑACIONES


Nos encontraríamos y saludaríamos cálidamente, como aquellos que al verse después de mucho, olvidan todo el curso de sus vidas -o por lo menos lo intentan-, y consideran un encuentro así como un nuevo inicio, desde donde, y muy a pesar de todo, incluida la descendencia, si es que la hubiera, nada les importa lo ya recorrido, sino lo que les falta, incluso cuando sea el último minuto de agonía, porque nunca se sabe, siempre hay accidentes. 

Así, un poco confundidos y bastante nerviosos, caminaríamos lento, observando con entera meticulosidad cada paso, que heriríamos de muerte la paciencia de cualquiera. Conversando acerca de los puntos de quiebre determinantes en la última ruptura que tuvimos,o de lo bien, mal o peor que nos fue; o de cómo sobrevivimos rajándonos el lomo; o de las cosas que pareciera deciden y rigen o lo hicieron de alguna forma en el curso de nuestras vidas, o por simplemente no saber qué decir y titubear sin vergüenza, pensando solamente en una estela invisible  atada a los minutos que se llevan nuestras miradas y nos dejan recuerdos, deliciosos recuerdos; estelas larguísimas de color azul condescendencia, desplazándose exóticas a través de desérticas calles y desapareciendo a lo lejos, al fondo de nuestra imaginación, al menos de la mía. Todo por pura evocación, por mantener el equilibrio y la línea, olvidando y tratando de reemplazar el estado de alerta por fulgores púrpura de cavilación, o siquiera intentándolo; sintiendo los pies cual cascos equinos clavándose a la roca, y el cabello cual sedosa crin, cabalgando y cortando el viento, como la ocasión lo infunda. Llegaríamos en estos afanes al lugar que decidiríamos el mejor para conciliar la charla más a nuestras anchas, menos amenazada por la impaciencia tuya o el vértigo que usualmente asalta a esta cabeza y cuerpo mío, y de paso, al que consideraríamos más íntimo.

Ya estando ahí, con un puñado de horas a nuestra disposición, nos lanzaríamos impulsivamente, tú sobre mí y yo sobre ti, o como se diera, incluso a secas, puro desgarre, pero eso vendría luego, o quién sabe. Descansaríamos luego o antes, o simplemente no nos daríamos tregua alguna, ya veríamos, pero eso sí, en el caso que pudiera darse si todo sucede como lo imaginamos, es decir, que en el trance de aplicarnos vino al cerebro, pudiéramos sucumbir a la nostalgia de toda índole, por ejemplo, de carne, como dos lobos antojándose entre sí, al filo de la muerte por inanición, no te alarmes, sería hermoso para ambos.

Con todas esas precauciones, seguiríamos embriagándonos y luego,estando ya deshechos y con los tachos hepáticos repletos de alcohol, recogeríamos las migajas de la vida que por cierto, se nos hace imposible tenerlas todo el tiempo a cuestas, soportándolas a todas, por lo que conservando algunas arrojaríamos el resto al camino, como rastro seguro para quienes pudieran seguirnos.

Nos diríamos cosas, mintiéndonos para hacer brillar la parla o tan solo para fortalecer nuestras ganas y no detener nuestro tácito pacto, creyendo que podría todo esto tener sentido, anécdotas, versiones, invenciones de mil vidas de la que ni una millonésima parte sabrías que te corresponde, mucho menos a mí. Con planes, confesiones, proposiciones  que devorarían el aire circundante en amargos bocados que tomaríamos enteros y proclives a la deglución, planes irrealizables, y aunque no quepa el término en un diccionario, utodistópicos, cosas que quizá jamás nos pasaría sino en este nuestro plano, lo ensoñado.

Enseguida descubriríamos que desnudos nos es más difícil ser sinceros, cosa rara pensaríamos al unísono, por lo que decidiríamos cubrir nuestras partes en honor a la verdad, bloqueando con implacables y avergonzadas manos: ojos, nariz y boca, olvidando las orejas por ser imprescindibles para nuestro propósito comunicativo, pero jurando que no oímos nada, a pesar de lo escandalosos alaridos de torturados que exteriorizaríamos como parte del ritmo de la jodienda.

Comprobaríamos la sinceridad en nuestro jadear, aunque cabe también la posibilidad de lo muy actriz que puedas ser tú y/o yo, con total evidencia que jamás nuestras sombras volverían a dudar si es a nosotros a los que representan en la dimensión de las sombras o si por alguna razón se equivocaron de sujetos proyectores.

Después, embebidos uno del otro, comenzaríamos a sacar nuestras culpas y restregárnoslas como ante un espejo, sumidos en circun y soliloquios acompañados de eventuales indirectas nocivas, hasta que por fin, inundados como pozas en invierno, sucumbiríamos al incontenible llanto de represa del Niágara, poniendo nuestras cabezas sobre los hombros, por un tiempo inconcebible, abrazo astral de dimensiones eternas, que a su vez dejaría de lado irrevocablemente los años perdidos, desperdiciados si se quiere, sentenciando además que a lo mejor, pudimos no haber venido y ahorrado todo este drama, y así ni haber accedido al tácito llamado, y que solo nuestros fantasmas o como mejor se les llame a quienes habiten en nosotros, representen la comedia que les propiciamos, y que nuevamente, o sea, por enésima reincidencia, la estupidez y el amor recalcitrante, avasallador, sea goce de ellos, y no el nuestro, simples orgánicos, efímeros y mortales.

Entonces descubriríamos la inutilidad de postergarse, acorazarse, y que mejor estamos así, sueltas las piernas y relajadas, muy relajadas, al punto de no saber de pronto si tus piernas son mis brazos o al revés, o si tu boca es tu ano, y si tu ano pasa de este año, o ya pasó, ¿libre de prolapsos y hemorroides?, sí, también. Reiríamos irremediable y diabólicamente, como cerdos rascados en sus panzas hasta el desangre; par de locos riendo a vómitos, disfrutando además de saber que la risa es la más efectiva poción para las heridas y agujeros, sí, agujeros, huecos, que nada tienen de repulsivo teniendo en cuenta los nuestros, sobre todo los tuyos. Pero sin que lo tomes a mal, te confesaría: son tus agujeros lo que me gusta más de ti. Como con el queso que solíamos comer, añadiría, y claro, de inmediato visualizarías en tu imaginación un queso, ¿un queso?, te preguntarías sorprendida, Sí, es que no concibo el disfrute de un queso sin sus deliciosos agujeros. Ahora, con una rebanada tuya, te seguiría acariciando el ego, lo cual bastaría para rellenar el hambre de todo mi mundo en crisis de hambruna de amor. Sí, luego de rebanarte tú primero ya sabes qué, pensarías diciendo: qué lindo.

Pero llegaría la mañana y con ella el adiós, y luego el atardecer con su respectiva nostalgia, y entonces lloraríamos como dos niños grandes, incapacitados de volver a ser niños pequeños, y eso sabemos muy bien que dolería tanto como saber que jamás algo de esto pudiera concretarse, de manera que aprovecharíamos el momento crucial en el que nuestras manos todavía pudieran tocarse para decirnos: hola, ¿podemos hablar, soñar, amar una eternidad más? Pero de todas formas, cuando todo estuviera yendo viento en popa hacia tus costas y desde ellas, volteando, serpenteando, cabalgando, con el mejor de los vientos y con la mar tendida como alfombra real, la noción de un nuevo día más irrumpiría brutalmente nuestras ensoñaciones, haciéndola trizas en un segundo y esparciendo en el extravío los pedacitos; y el día sobre su flameante sol, se impondría ufano e indiferente a causas que no sean quemar, derretir, secar, devanar. Nos desviaríamos a terrenos menos floridos y psicodélicos, donde solo habitan las culpas, encares y hubieras para todo lo vivido. Por lo menos tú, o quizá yo, no pondría empeño en otra cosa. Sin embargo y muy a pesar de eso, con lo que acumulamos de necios bastaría para recobrar el camino, reiniciaríamos lo nuestro restándole importancia a los errores y a lo humano, de esta forma el cortejo del reencuentro no tendría de otra que darnos las llaves de la suit matrimonial y ofrecernos adentro, ante infecciosa al pudor, pulcritud, en sacrificio del olvido. Sellando además, a través de un pacto de genes, la indivisibilidad, con sangre y huesos; para cuando en otras circunstancias similares pudiesen arribar los espectros del olvido, estar listos para decirles invulnerables: No olvido, pero ya vete.

Así descubriríamos que nada de este mundo nos es ajeno, sino todo lo contrario, que solo pensándolo podríamos tenerlo en forma de besos y sonrisas; es decir, mejor imposible. Finalmente, nos asestaríamos un señor beso, el que sabemos, sellaría por siempre este pacto indómito hacia la perpetuación de dos almas fundidas en sus sueños, en los cuales por ejemplo:

...Nos encontraríamos y saludaríamos cálidamente, como aquellos que al verse después de mucho, olvidan todo el curso de su vida…
















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