Nos encontraríamos y saludaríamos cálidamente, como
aquellos que al verse después de mucho, olvidan todo el curso de sus vidas -o
por lo menos lo intentan-, y consideran un encuentro así como un nuevo inicio,
desde donde, y muy a pesar de todo, incluida la descendencia, si es que la
hubiera, nada les importa lo ya recorrido, sino lo que les falta, incluso
cuando sea el último minuto de agonía, porque nunca se sabe, siempre hay
accidentes.
Así, un poco confundidos y bastante nerviosos, caminaríamos lento,
observando con entera meticulosidad cada paso, que heriríamos de muerte la
paciencia de cualquiera. Conversando acerca de los puntos de quiebre
determinantes en la última ruptura que tuvimos,o de lo bien, mal o peor que nos
fue; o de cómo sobrevivimos rajándonos el lomo; o de las cosas que pareciera
deciden y rigen o lo hicieron de alguna forma en el curso de nuestras vidas, o por
simplemente no saber qué decir y titubear sin vergüenza, pensando solamente en
una estela invisible atada a los minutos
que se llevan nuestras miradas y nos dejan recuerdos, deliciosos recuerdos;
estelas larguísimas de color azul condescendencia, desplazándose exóticas a
través de desérticas calles y desapareciendo a lo lejos, al fondo de nuestra
imaginación, al menos de la mía. Todo por pura evocación, por mantener el
equilibrio y la línea, olvidando y tratando de reemplazar el estado de alerta
por fulgores púrpura de cavilación, o siquiera intentándolo; sintiendo los pies
cual cascos equinos clavándose a la roca, y el cabello cual sedosa crin, cabalgando
y cortando el viento, como la ocasión lo infunda. Llegaríamos en estos afanes
al lugar que decidiríamos el mejor para conciliar la charla más a nuestras
anchas, menos amenazada por la impaciencia tuya o el vértigo que usualmente
asalta a esta cabeza y cuerpo mío, y de paso, al que consideraríamos más íntimo.
Ya estando ahí, con un puñado de horas a nuestra
disposición, nos lanzaríamos impulsivamente, tú sobre mí y yo sobre ti, o como
se diera, incluso a secas, puro desgarre, pero eso vendría luego, o quién sabe.
Descansaríamos luego o antes, o simplemente no nos daríamos tregua alguna, ya
veríamos, pero eso sí, en el caso que pudiera darse si todo sucede como lo
imaginamos, es decir, que en el trance de aplicarnos vino al cerebro,
pudiéramos sucumbir a la nostalgia de toda índole, por ejemplo, de carne, como
dos lobos antojándose entre sí, al filo de la muerte por inanición, no te
alarmes, sería hermoso para ambos.
Con todas esas precauciones, seguiríamos
embriagándonos y luego,estando ya deshechos y con los tachos hepáticos repletos
de alcohol, recogeríamos las migajas de la vida que por cierto, se nos hace
imposible tenerlas todo el tiempo a cuestas, soportándolas a todas, por lo que conservando
algunas arrojaríamos el resto al camino, como rastro seguro para quienes
pudieran seguirnos.
Nos diríamos cosas, mintiéndonos para hacer brillar
la parla o tan solo para fortalecer nuestras ganas y no detener nuestro tácito
pacto, creyendo que podría todo esto tener sentido, anécdotas, versiones,
invenciones de mil vidas de la que ni una millonésima parte sabrías que te
corresponde, mucho menos a mí. Con planes, confesiones, proposiciones que devorarían el aire circundante en amargos
bocados que tomaríamos enteros y proclives a la deglución, planes
irrealizables, y aunque no quepa el término en un diccionario, utodistópicos, cosas que quizá jamás
nos pasaría sino en este nuestro plano, lo ensoñado.
Enseguida descubriríamos que desnudos nos es más
difícil ser sinceros, cosa rara pensaríamos al unísono, por lo que decidiríamos
cubrir nuestras partes en honor a la verdad, bloqueando con implacables y
avergonzadas manos: ojos, nariz y boca, olvidando las orejas por ser
imprescindibles para nuestro propósito comunicativo, pero jurando que no oímos
nada, a pesar de lo escandalosos alaridos de torturados que exteriorizaríamos
como parte del ritmo de la jodienda.
Comprobaríamos la sinceridad en nuestro jadear,
aunque cabe también la posibilidad de lo muy actriz que puedas ser tú y/o yo,
con total evidencia que jamás nuestras sombras volverían a dudar si es a
nosotros a los que representan en la dimensión de las sombras o si por alguna
razón se equivocaron de sujetos proyectores.
Después, embebidos uno del otro, comenzaríamos a
sacar nuestras culpas y restregárnoslas como ante un espejo, sumidos en circun
y soliloquios acompañados de eventuales indirectas nocivas, hasta que por fin,
inundados como pozas en invierno, sucumbiríamos al incontenible llanto de
represa del Niágara, poniendo nuestras cabezas sobre los hombros, por un tiempo
inconcebible, abrazo astral de dimensiones eternas, que a su vez dejaría de
lado irrevocablemente los años perdidos, desperdiciados si se quiere,
sentenciando además que a lo mejor, pudimos no haber venido y ahorrado todo este drama, y así ni haber
accedido al tácito llamado, y que solo nuestros fantasmas o como mejor se les
llame a quienes habiten en nosotros, representen la comedia que les propiciamos,
y que nuevamente, o sea, por enésima reincidencia, la estupidez y el amor
recalcitrante, avasallador, sea goce de ellos, y no el nuestro, simples
orgánicos, efímeros y mortales.
Entonces descubriríamos la inutilidad de
postergarse, acorazarse, y que mejor estamos así, sueltas las piernas y
relajadas, muy relajadas, al punto de no saber de pronto si tus piernas son mis
brazos o al revés, o si tu boca es tu ano, y si tu ano pasa de este año, o ya
pasó, ¿libre de prolapsos y hemorroides?, sí, también. Reiríamos irremediable y
diabólicamente, como cerdos rascados en sus panzas hasta el desangre; par de
locos riendo a vómitos, disfrutando además de saber que la risa es la más
efectiva poción para las heridas y agujeros, sí, agujeros, huecos, que nada
tienen de repulsivo teniendo en cuenta los nuestros, sobre todo los tuyos. Pero
sin que lo tomes a mal, te confesaría: son tus agujeros lo que me gusta más
de ti. Como con el queso que solíamos comer, añadiría, y claro, de inmediato
visualizarías en tu imaginación un queso, ¿un queso?, te preguntarías sorprendida, Sí, es que no
concibo el disfrute de un queso sin sus deliciosos agujeros. Ahora, con una
rebanada tuya, te seguiría acariciando el ego, lo cual bastaría para rellenar el hambre
de todo mi mundo en crisis de hambruna de amor. Sí, luego de rebanarte tú
primero ya sabes qué, pensarías diciendo: qué lindo.
Pero llegaría la mañana y con ella el adiós, y luego
el atardecer con su respectiva nostalgia, y entonces lloraríamos como dos niños
grandes, incapacitados de volver a ser niños pequeños, y eso sabemos muy bien
que dolería tanto como saber que jamás algo de esto pudiera concretarse, de
manera que aprovecharíamos el momento crucial en el que nuestras manos todavía
pudieran tocarse para decirnos: hola, ¿podemos hablar, soñar, amar una
eternidad más? Pero de todas formas, cuando todo estuviera yendo viento en popa
hacia tus costas y desde ellas, volteando, serpenteando, cabalgando, con el
mejor de los vientos y con la mar tendida como alfombra real, la noción de un
nuevo día más irrumpiría brutalmente nuestras ensoñaciones, haciéndola trizas
en un segundo y esparciendo en el extravío los pedacitos; y el día sobre su flameante
sol, se impondría ufano e indiferente a causas que no sean quemar, derretir,
secar, devanar. Nos desviaríamos a terrenos menos floridos y psicodélicos,
donde solo habitan las culpas, encares y hubieras para todo lo vivido. Por lo
menos tú, o quizá yo, no pondría empeño en otra cosa. Sin embargo y muy a pesar
de eso, con lo que acumulamos de necios bastaría para recobrar el camino,
reiniciaríamos lo nuestro restándole importancia a los errores y a lo humano,
de esta forma el cortejo del reencuentro no tendría de otra que darnos las
llaves de la suit matrimonial y
ofrecernos adentro, ante infecciosa al pudor, pulcritud, en sacrificio del
olvido. Sellando además, a través de un pacto de genes, la indivisibilidad, con
sangre y huesos; para cuando en otras circunstancias similares pudiesen arribar
los espectros del olvido, estar listos para decirles invulnerables: No olvido, pero ya vete.
Así descubriríamos que nada de este mundo nos es
ajeno, sino todo lo contrario, que solo pensándolo podríamos tenerlo en forma de besos y sonrisas; es decir, mejor imposible. Finalmente, nos asestaríamos un señor
beso, el que sabemos, sellaría por siempre este pacto indómito hacia la
perpetuación de dos almas fundidas en sus sueños, en los cuales por ejemplo:
...Nos encontraríamos y saludaríamos
cálidamente, como aquellos que al verse después de mucho, olvidan todo el curso
de su vida…
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