miércoles, 5 de febrero de 2014

ME CONVERTÍ EN UNA PIEDRA


Ella abrió sus ojos, no por voluntad, ni por magia, ni porque así yo lo quise, solo por no querer seguir atrapada más tiempo. ¿Pero de quién hablo? Una piedra esferoide y con miles de comisuras en su superficie, de un color extraño, medio plomizo, algo marrón o quizá gris, color piedra de río para ser más preciso. Pues bien, esta pequeña ha despertado, no sabe dónde está, se encuentra confundida, abatida, está desesperada. No traten de imaginar sus ojos, pues no los tiene, pero entonces, ¿cómo es que dije que abrió sus ojos? Entendamos la palabra “ojo” como sinónimo de portal de vida,  y así, estando cerrados “sus ojos”, era una piedra como cualquiera, pero como dije al inicio, ella los abrió y empezó su historia.

No conoce nada, por eso se siente extraña, además de apretujada y compresa. Es una piedra situada en un lugar  muy lejano, tal vez en un inimaginable planeta, no lo sé, ya lo descubriremos. Entonces, al percatarse de que a nadie más, es decir, otras piedras, le sucede lo que a ella,-porque ha echado un vistazo alrededor-, decide abrirsepasoalgo conmocionada por la sorpresa. Es muy difícil, todo está tan compreso, pero no hay nada que con un poco de esfuerzo no se logre, parece saberlo, por lo que prosigue.

Quisiera mediante palabras expresar lo maravilloso de este momento, sin embargo, quizá sea insuficiente. El hecho es que ella dedujo: si había peso, había gravedad, por lo tanto se hallaba en un planeta o algo parecido, pero ¿cuál?, ¿dónde?
Trata de recordar, no lo logra, y es que no podría recordar porque se supone que carece de memoria y de vida anterior a la que ahora se aventura. Se desanima, pero insiste en escabullirse de esa prisión.

Es de gran pesar informar que no puede moverse ni una fracción de milímetro. ¿Pero porqué? O bien ella alucina estar viva o bien es una piedra muy ociosa para moverse.
Pierde el deseo de subir o escabullirse, se cansó de estar despierta, así que cierra sus ojos para aletargarse.

Desde que los abrió hasta este momento difícilmente la edad del universo sería la mitad del tiempo que ha pasado. Pero eso no importa, pues ella retornó de la oscuridad de estar vivo a la oscuridad de ¿estar muerto? No es un ser vivo, es una piedra, así que no puede morir, pero ¿cómo pudo entonces vivir?, tampoco eso es seguro, digamos algo probable, un suceso del cual sólo fueron testigos el resto de piedras que nunca abrieron sus ojos, testigos nulos, imposibles.

Atrapada otra vez en sí, deja de existir, eso cree hasta que se da cuenta de que está dándose cuenta de encontrarse “otra vez atrapada”. ¿Cómo puede ser esto?, evitaré tratar de explicarlo porque incurriría en tediosas explicaciones que sonarían absurdas a la larga, ya que ¿no todo tiene explicación cierto?; aunque podría imaginar que nuestra amiga piedra, no es en sí lo que aparenta, sino algo más, algún ente refugiado en esa extraña coraza pétrea, fugitiva de la luz que invadió todo el universo en cierto momento, y que desde que inicié este relato ha tratado de volver a hacer lo que dejó pendiente, o sea, dejar esa farsa, recobrar su identidad. Asumamos que en efecto así es y que ahora ella ha desperdiciado su oportunidad volviendo a cerrar sus ojos, tal vez la única que la existencia le ofreció.

Ahora es otra vez prisionera. Trata de volver a abrir sus ojos, ya no es posible, de nuevo abatida, de nuevo desesperada, piensa en lo estúpida que fue al salir y volverse a encerrar sin darse cuenta de ello.

Nada sucede y nada sucedería a no ser que se le ocurriera que de pronto se siente jubilosa y triunfante, ¿Pero, basta con que se nos ocurra algo para que suceda?, Al parecer así es, ya que ella descubre que sólo cambió de realidad, de lado, es decir, al de su yo interior, es maravilloso, es consciente de que es ella otra vez, el ente atrapado. Entusiasmada busca a través del paisaje interno -que se compone de un extenso universo oscuro y eterno-, algo para librarse. Sólo ve vacío y nada, como afuera, pero más pequeño. Eso lo supone, porque asume que su interior no es comparable con el exterior. Lamentablemente no hay algo que pueda hacer, esta situación  es incontenible; y se le ocurre morir.

Si se tratara de hacer realidad todo lo que se le ocurre al personaje, esto sería un cuento de hadas, y sería desastroso para ella, la piedra, pues nunca descubriría que es capaz de viajar muy lejos, de liberarse cuando quiera y de poder ser feliz. Por eso aquella ocurrencia desaparece tan pronto como llegó y retoma su búsqueda de fuga.

Para su fortuna, mientras insiste en su búsqueda, ha encontrado algo curioso, un minúsculo  punto blanco que se sitúa frente a ella. Cree que es la salida, habría que cerciorase, pero ¡oh desgracia!, no puede moverse. Desesperada otra vez, se sume en un profundo estado de inmovilidad del pensamiento, parece muerta, parece. Esa luz sigue ahí, pero cómo acercarse, no hay forma ni manera, es imposible, a menos que… Sí, a menos que proyecte el deseo hacia ella, la luz; añorándola con toda su convicción, eso hace y vaya que funciona. Ahora está junto a esa luz; rostro a rostro por así decirlo.

Descubre que aquella luz es nada, un simple haz carente de alma, ya que desapareció ni bien la alcanzó. Sin embargo la técnica funcionaba, eso de proyectar el pensamiento, orientando el deseo con una convicción casi mágica. A partir de entonces todo es felicidad para ella; ha deseado subir a la superficie, se concentró en el deseo, y en el acto está, o bueno, siente que está y que todo es distinto. Unas extrañas cosas alargadas se le acercan, son como tentáculos, terminaciones de un objeto de carne, quizá ve una mano de algún humano, pero no estemos tan seguros. Lo cogen con las puntas y lo arrojan con una fuerza descomunal. Ella siente por primera vez  a la velocidad y al viento erosionar su materia, y es cuando por fin recuerda que alguna vez le sucedió lo mismo, pero que en aquélla huía de esa luz que reducía a polvo estelar todo lo que iba iluminando. Fue cuando se convirtió en una piedra fugitiva de la luz, de la vida, y que fue a formar parte de un gigantesco lecho rocoso, en el cráter más profundo del planeta Nertiul. Los recuerdos se le venían uno a otro, como infinitas sucesiones de estrellas en el universo,  confundiéndola; pues ahora había que recordar por qué huía en aquel tiempo, oh sí, ya lo tiene, porque la luz calcinaba, era la luz de la extinción, pero si realizaba esa acción –la de huir a voluntad- habría que haber sido algo o alguien con esa capacidad. ¿Pero y si no?, y si su supuesta huida fue un circunstancia fortuita como ésta, en la que ha sido arrojada por alguien más, por impulso mecánico, entonces habría que creer que nunca fue nada, sólo una piedra perdida en la inmensidad o desprendida de alguna mayor o arrojada sin un por qué racional. Sin embargo estas teorías tampoco gozaban de total fiabilidad, pues de no haber sido nada entonces, sería nada hoy; en cambio ella se daba cuenta de que volaba, recordaba y hasta era capaz de proyectar sus deseos. Motivo por el cual siente vanidad y orgullo, a pesar  que cabe la posibilidad de que alguien más, -como por ejemplo yo- esté tras de todo, manipulándolo todo a mi antojo.

Volviendo a ella, notamos que el viento, cabalgando en el tiempo, horada a la que alguna vez fue una simple e inerte piedra. Y aunque al final del recorrido, no se da el impacto que se quisiera para verla desintegrada, pues ya que sus poderosos deseos la ataron y desviaron de su curso hacia el vacío, oscuro y solitario, su yo interior, fue un espectáculo muy digno de las monedas del mísero Midas.

Sumida en sí, desea descansar como una simple piedra, cree que es mejor; lo desea a sabiendas de que para tal propósito no era preciso ni siquiera pensarlo. Por consiguiente nada sucede. El cansancio era lo único que sentía. ¿Usar la técnica de otra forma?, pero ¿cómo?, ¿existía acaso algún lugar en especial a dónde ir?

Ser algo tenía desventajas al fin y al cabo, se convence de ello recordando a la espesa bruma que atravesaba momentos antes, mientras recorría a gran velocidad su trayecto en el vacío, y se le ocurre refugiarse allí, en la inmensidad de la nada.

Es penoso imaginarla ahí, en el vacío, suspendida, tratando de descansar. Al fin no soporta  su propio peso y con su deseo mellado se proyecta a su inefable final. Curiosamente, como cuando se agoniza, siente alivio, pues el sosiego en cada partícula pétrea le hace refulgir fantásticamente, como una estrella.

Ahora de nada le sirve desear, proyectar y toda esa maraña técnica. Es libre durante la caída, en el trance entre la vida y la inexistencia, lástima que se trate solo de un instante que se acaba al tocar tierra firme.

Tal vez crean que el destino de nuestra amiga ya está trazado y que todo lo que le va sucediendo va por cuenta de la mano grafómana autora de estas locuras. Pues no. Esta mano, estos dedos, esta mente sólo sigue la estela de eventos que deja tras sí la protagonista y créanlo o no, ella no lo sabe, aunque pensamos que ya sospecha porque hemos visto la mirada inquisidora que nos ha lanzado al arrojarla y destruirla contra el piso. Ya pesar de no haber expresado ningún signo de dolor ni sensación parecida, creemos que la pobre sufre mucho, pues está hecha añicos.

Si fuéramos piedras, sabríamos el tipo de dolor que significa perder la integridad al reducirse a pequeños trozos dispersos,  y hasta nos hierey llega a la mente, la muerte. No obstante ella no comparte esta presunción, ya que luego de estar absorta en sus pensamientos ante el desprendimiento, sonríe, y no solo ella, todas sus partes diseminadas por doquier, en simultáneo, a través de sus millones de grietas.

Cuánto nos alegra haberlo dicho. ¡Sonríe!, ¡Sonríen! Como para coronar su felicidad, pues al parecer considera lo sucedido como algo tan espléndido, digno sólo tal vez de…de…de… no sabe de qué; y bueno, lo importante es que se siente feliz, muy feliz porque ¡se ha dividido en muchos como ella, y en adelante no volvería a estar sola, su familia y ella proyectarían todos juntos sus deseos y lograrían cosas mayores, ¡Que alegría!

La existencia así como acaricia, golpea. No ha sucedido nada de lo que ella pensó, a no ser que es ahora más pequeña. Trata de proyectar sus deseos para regresar el tiempo y evitar esa fatídica caída. Pero al tiempo no se le denomina ni engaña con simples tretas fantásticas.

No hay solución al dilema que circula por su pensamiento: -Si eso me sucedió en el plano del deseo, o sea, el caerme y hacerme pequeños trozos, ¿cómo es que me siento pequeña en el plano de mi yo real? ¡Esto apesta! Debí quedarme como nada, al menos así no degeneraba tan rápido, se dice a sí la desafortunada piedra. De ahora en adelante no volverá a desear algo; teme desaparecer en otra caída y entonces sí, se reduciría a la nada. Sin embargo lo que no sabe o no está dispuesta a aceptar es que desde entonces es otra vez nada, por el temor a ser una mayor nada y para siempre. ¿Complicado verdad?, lo sabemos, mejor  terminamos acá.


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