miércoles, 5 de febrero de 2014

Encrucijada de caninos paralelos



De cuando el Chamo saltaba para saludar y desaparecía para desollar

No recuerdo haber salido de alguna casona de adobe en demolición, pero siento correr por mi cuerpo, de arriba abajo, en diagonal, de adentro afuera, tierra pulverizada con vida, o como frenéticos piqueteos de insectos desconocidos e imposibles. Entré y salido del patio de baño cuatro veces, en definitiva no es suciedad, mugre o  asquerosidad; esto es mental.

Al empezar a dibujar estas letras, tenía planeado hablar de un perro, es más, me disponía a hacerlo, hasta me senté frente al monitor y posé mis dedos sobre el teclado con ése propósito, pero entonces sentí otra vez ese horrible malestar por toda la superficie de mi piel y desvié mi atención hablándoles de lo del caserón, el polvo, mi psicosis paranoide; ah perdón, aún no toqué ese tema.

 Ya se me pasará, mejor vuelvo a lo del perro. Lo llamo Chamo, como usualmente denominamos a la cocaína por estos lares; nombre muy peculiar para un pequeño can de sesenta centímetros de altura y aparentemente incapaz de hacer daño a un cachorro pequinés. Tiene el pelo lacio, no muy copioso, pero algo ordenado y atractivo, de color blanco cuando nació y cuando eventualmente lo bañé, de un beige muy extraño por lo general, un color logrado a  base de perseverancia en la suciedad y el hociqueo en la inmundicia, el afán de llevarse al hocico cualquier cosa masticable. Se ve feliz la mayor parte del tiempo, ¿o es lo que quiere que creamos?, en fin. Tiempo atrás desaparecía días enteros y  a nadie le interesaba. Cuando volvía lo hacía con la mayor naturalidad del mundo, como si volviese de irse a la esquina y nada más, pero siempre sospeché que había algo que él trataba de ocultar, bueno también he pensado en que quizá sólo fue mi mente, sin embargo al verlo de frente, movía la cola y me observaba con frialdad, como por cumplir ante su amo, yo. Noté ojos vidriosos e inquietos. Entonces guiado por la curiosidad decidí vigilarlo, seguirlo en sus próximas deserciones de casa.
No sé si un perro considere “ético” o correcto que alguien lo esté vigilando, tampoco estoy seguro de si le importe, aún así lo hice. Era como las cuatro de la tarde de un día que ni recuerdo, no fue fácil seguirlo, se escabullía con la capacidad de un salmón, al fin concluyó su marcha al dar con un mercado, de esos que expenden comida barata en sus afueras.

Fue cuando empezó lo insólito, al menos para mí, pues estoy completamente seguro de haberle visto, y hasta podría decir oído, susurrar algo que nunca descubrí, a otros que como él no tenían la suerte, la bendición del dios de los perros, o sea nosotros, sus amos, de tener siempre a la hora comida exclusiva y nutritiva para ellos, alimento balanceado que él, y a los que susurró, desconocían por completo. Luego de aquello, cogió un hueso roído por un obeso individuo, quien lo arrojó muy lejos para librarse de la molestia que producían esos perros flacos, cochinos y hambrientos, pero estoy seguro que no esperaba, aquel obeso, que el pequeñín de pelo blanco tuviera tan buena reacción, pues cogió el resto óseo en el aire, y sentándose ahí mismo lo carcomió hasta no dejar rastro. Todo esto duró menos de cinco minutos, cuando de pronto, Chamo decidió marcharse, lo hizo calmo, meneando la cola delante del perro al cual susurró. Ambos se perdieron en el mercado, hubo que apresurar el paso para poder hallarlos, los alcancé a ver al final de un pasillo de la sección pescados. Tuve que detenerme pues ellos también lo hicieron, me pegué contra la pared, y fisgoneé, seguían allá, jugueteaban, pero algo me decía que disimulaban, me habrían descubierto de no pegarme más a la pared sumergiendo mis pies en la cuneta que conducía el agua infestada de vísceras, sangre y demás porquerías que del pescado comestible ya no sirve. Hasta dejé de respirar por un instante. ¡Qué rayos!, me ocultaba de un perro, pamplinas, con las zapatillas húmedas y enrojecidas salí y vi que ya no estaban, comencé a correr, no podía perderlos. El siguiente pasillo daba con un almacén al parecer muy olvidado, me detuve y examiné con cuidado, se oía el burbujear del hediondo líquido cayendo al desagüe, y el típico sonido de un mercado popular. No obstante, cuanto más puse atención a descubrirlos, sólo oí fuertemente el sonido del desagüe, más y más fuerte, insoportable. Tuve que arrodillarme y taparme los oídos, y lo peor, gritar por semejante escándalo en mis oídos.

Debí haberme tomado la molestia, me equivoco, la delicadeza de advertirles sobre algo muy peculiar en mí, y es que abuso de ser un feroz impulsivo, aunque siendo sincero, no tanto como quisiera.

Cuando recorro las oscuras callejuelas que me llevan a mi gruta querida, o a veces me sacan de ella; prefiero hablarles de cuando entro, porque cuando salgo me encuentro sumergido en una ciénaga mental, la cual trata de absorberme en  formas de horripilantes torbellinos sin saber porqué, (aunque ya sospecho, lo contaré luego), y pues mi atención no puede alargar su mano hacia otra que no sea seguir el camino hasta la pradera de asfalto. Les decía que cuando entro mi sangre se halla cobijada tras mi delgado cráneo, pero impaciente y nerviosa, esperando que suceda, apretando sus células una con otra, tanto que en un momento estallan  y es cuando por reacción me acerco a esos odiosos perros que siempre son renovados por esa basura de gente que dice llamarse de campo por el simple hecho de vivir ahí cagando entre los arbustos. No puedo concebir la idea de la gente que cree que el campo es un lugar débil y que a él se acude en busca de paz, ¡paz!, si tan sólo vieran lo que éstas dos bolas húmedas incrustadas en mi cara, huirían despavoridos; millares de gente de aspecto tenue y alargado, como llamas mortecinas de velas que emergen del suelo tratando de alinearse, noche tras noche, tratando de comprenderse entre sí, intentando una y otra vez comunicarse para encaminarse hacia el valle, hacia el oasis, hacia su última morada; sin conseguir nada más que caos y confusión, almas desesperadas por un poco de comprensión y entendimiento entre ellas. He hablado con muchas de ellas, y siempre me comunican cuánto odian a toda esa gente frívola que cree estar  a salvo y en compañía de esa maricona palabra, paz.

Los perros desgarran mi piel con sus fauces, ansiosos de evocar y remembrar a sus antiguos padres los lobos; ver mi piel roída no es problema, el dolor es algo que tolero en demasía pero, ver obstaculizado mi recorrido es algo que por más que alguien lo intente nunca logrará, en serio; perros estúpidos, los despedazo a rocones y mordiscones, les arranco sus orejas, introduzco mis dedos es sus hediondos anos y extraigo sus vísceras, bah, no son problema, lo que si llamaría algo muy incómodo es que algún alucinado campestrino me sorprenda y crea que no soy un perro más, sino un loco zoófilo, esto me produce una carcajada, siento no poder transmitirles el sonido, pero me he doblado de la risa
Tener sexo con perros no está en mi lista de actividades, por ahora sólo los evado y qué mejor que eliminándolos, para conseguir llegar a mi gruta. Uno nunca sabe, es mejor limpiar el camino.

Ya llevo mucho tiempo con esto atrapado en el ápice de la lengua, seguir negando el momento inevitable, éste mismo, ya no es algo que pueda realizarse. El momento aquel, escupió a mi rostro con la fuerza y consecuencias de cualquier roca de medio kilo arrojada a 100 km. de por hora desde medio metro de distancia, y digo escupió porque no encuentro mejor manera de expresar el impacto que me produjo semejante sorpresa. Mi Chamo se hallaba muy sumergido en la sombra pero alcancé a reconocerlo de todas maneras, roía algo con las ganas y el afán de un chacal sobre una liebre, no hice nada en esos momentos más que ver qué más sucedía y creo haber hecho que él anticipara mis pensamientos, o tal vez él hizo lo mismo con los míos, no importa, lo que de inmediato vi fue algo sensacional, olviden por un segundo sus conceptos morales, sus prejuicios ,supersticiones, éticas, y  más y más plástico inflamable que sólo hacen que uno se aleje del resto, como si uno tuviera la culpa de que cada día se estén pudriendo, o simplemente sea dueño de esa culpa que tratan de imponerme, que soy destructivo, una compañía destructiva, nada saludable; no aludiré más, así evito hablar de fecales personas. El tiempo se hizo al huevón mientras yo me hallaba en shock, pero la vida continuó su curso para mostrarme de las fauces de mi amigo fiel, el pelaje, huesos y un globo ocular que justamente estallaba bajo la presión de cuatro furiosos caninos de un can, a otro igual que yo ya había visto en el mercado.

Desde lo sucedido esa tarde han cambiado, o mejor se han alterado ciertas conductas mías; no es que haya creído esto por una, dos o tres experiencias que han mostrado ese ligero cambio en mí. Fueron cada una de las noches de los últimos diez años. No olvidaré mencionar por nada de este mundo el proporcionarles la debida y obligada narración de lo que va sucediéndome.



De cuando los pensamientos consecuentes sobre el Chamo arreciaron como tormentas sobre mi cabeza


Esto de escribir me hace a veces demasiado torcido en la expresión, pronto podré traducirlas en imágenes mentales que enviaré por telequinesis a cada uno de los interesados en estos bichos hacedores de historias. Muy pronto, no consideren un nunca como imposible.

No trataré, como muchos, de hacer que esto se complique y reaccionen tirando el formato en el que estén leyendo alguna vez estas creaciones de los ya mencionados bichos, contra el muro y si tuvieran mejor gusto, contra el retrete. Así que les contaré el porqué de mi relato sobre una gruta que llamo mía, como si no tuviéramos suficiente con adueñarnos de sueños y existencias, mía porque está siempre donde debe de estar y siempre en disposición plena, sonriéndome y abriendo sus hermosas piernas en forma de enormes cactus, con esos sensuales muslos de roca y acogiéndome bajo las sombras de sus dedos en forma de musgo y telarañas. Invitándome a quedarme por siempre, a mezclarme con su suelo o a mimetizarme con sus paredes gris. Y es que quién sabe lo que una caverna perdida se propone con uno, o lo qué yo me proponía al meterme ahí. Dejemos ese dilema para seguir con el relato; ¿Mi gruta?, es algo que voy preguntándome desde que puse la palabra en marcha, no recuerdo si la describí como hubiera querido, no fui preciso porque no crean que es algo tan bello y acogedor que no tenga por ahí sus secretos. Tarántulas bebé son las que más abundan, a veces creo que me metí a la casa de una enorme tarántula que está ausente, o que siempre no está cuando yo voy, lo curioso es que cada que voy espero con impaciencia (no a la tarántula obviamente, qué haría yo esperando a semejante dama peluda y luego quedándome petrificado esperando ser envuelto en una pegajosa manta arácnida y al final colgar como almuerzo de la milojos; sin embargo suena provocativo), digo que espero con impaciencia a algo que desconozco.

Sudoroso, prácticamente desesperado paso las noches sumergido entre la espesa y pesada bruma, torcido entre las malezas, con los pies sumidos en el fango pantanoso, la espalda contra la musgosa y rocosa pared húmeda, la mirada paranoica que será la primera en recibir al que esperamos (nunca ha llegado desde que voy esperando, pero supongo que tarde o temprano lo hará). Estando allí no puedo sentirme feliz, mucho menos en paz, pero me gusta, me hace sentir inmóvil y paralizado, detiene el curso de mi vida, estoy seguro y ansioso de seguir estando allí.

Cierta  ocasión,  luego de abandonar la gruta (mejor la llamo así, me hace sentir menos egoísta y culpable), caminaba  cuesta arriba dejando atrás el hoyo ese,  cuando de pronto me atacaron unos pensamientos punzantes, que  tuve que  detenerme y  postrarme en pleno  camino extendiendo cada miembro hasta sentir crujir y retorcer mis músculos y huesos. Estando en  esa rara posición (no entiendo por qué lo hice ni  con qué fin)  puedo  asegurarles que al  estar de  espalda contra la tierra, sentí claramente el latir de un corazón que si  no  estaba enterrado miles  de kilómetros dentro,  de seguro latía  desde el  núcleo del infierno.  Esos inusuales sonidos retumbaron haciendo temblar mi cuerpo como a una piedrecilla, y sin anticiparlo reaccioné arrojándome por los aires muy alto, no me di cuenta alguna hasta que volví a caer estrellando de lleno contra una montaña de cactus que me tragó vivo. Debí de haber perdido la consciencia durante un largo periodo de tiempo, enceguecí al sentir el alma de la noche inundando mis ojos, y mi cuerpo aulló por cada poro, que eran pocos, libre del poder de las espinas, horas después no me quedaba nada que decir ni pensar, el último hálito se me había ido al hacer un último esfuerzo por levantarme.

No hay nada comparable al panorama de la noche que tuve aquella oportunidad, el dolor se había desvanecido, de inmediato sentí en cierto momento desprenderme de ese agujereado cuerpo y elevarme a lo más alto del cactus para desde ahí verme hecho pedazos al fondo por cientos de perros Chamos como el mío, quienes luego de no dejar ni un pedazo de mi carne, acometieron entre ellos, convirtiéndose todos en un instante en una sopa inmensa de huesos, carne y pelos. Lo último creo que lo soñé, primero porque no morí y segundo, al volver en mí no me hallaba en sopa alguna, sino en un horrendo cagadero lleno de mierda por todas partes, hasta en lo alto del cactus, ¿acaso andaban por ahí rociando sus heces?. Logré sentarme y arrancarme cada espina gimiendo de dolor, me tomó mucho tiempo quitarme todo esos diablillos del cuerpo, al final quedé tan exhausto que me atacó un vahído.

Salir fue fácil, pero sanar no. Y si mencioné algo con respecto de que me sentiría menos culpable al contar esto, me equivoqué, ¿cómo podría tener culpa alguna yo si fui la víctima?; pero eso de que volé por los aires y que me elevé luego para desde arriba ver ser devorado por unos perros, como que me hacen sentir un poco mortificado, porque estaría perdiendo el sentido de esta realidad, ¿o tal vez esté volviendo a la verdadera realidad?, quizá nunca estuve en ésta, sino en la otra, quizá no soy yo en verdad, quizá lo que vi fue lo deseé siempre y quizá el Chamo nunca destrozó y devoró a otro como él. Lástima que él si lo hizo, estoy seguro.

No puedo contarles lo que mi familia pensó al respecto, cuando luego de cuatro días llegué desnudo y hecho mierda, como un vómito de dragón. Tardé un año en cerrar cada herida y otro más en recuperar mi capacidad de hablar, caminar,  leer y escribir, lo más indispensable para una persona citadina.
Desde  entonces  los   noto  extraños,  todos  tratan   de   evadirme,  ignorarme,  me   han  sugerido consumir   porquerías,  y   hasta  venerar   a  dioses,  no  me  interesa  pues   ahora  me  agobian  esas sensaciones   de   estar   dentro  de  una casona  de   adobe  en  demolición,  todo el  tiempo  y no puedo darles gusto, primero está lidiar con la casona que se cae, luego mi placer, nunca eso que sugieren.

- ¿Que si moriré como un don nadie?,
-claro, prefiero la nada a ser algo que nunca debí ser, además las predicciones y buenos o malos deseos son caca, se los dije,
 -que eres el desconsiderado más estúpido de todos, que ya la vida me enseñará, -pues no aprenderé, seré una roca, arrancaré mis oídos, coceré mis labios, ataré mis manos y sepultaré mis pies, y la vida olvidará su misión para conmigo y yo me olvidaré de la vida y quién sabe hasta de la muerte, aunque de lo último dudo que así en realidad yo lo quiera.

He dejado de lado mis necesidades comunes a partir de esa fecha, he cambiado mucho y lo sigo haciendo.
……………….En realidad como que siento  no ser yo……………….estoy mutando en algo que sé qué es pero que no recuerdo qué……………sé que la gruta ayudará……………………pronto.…..pronto…………….pronto…………pronto…





De lo que sospecho del Chamo y de cómo hasta aquí llegué


Si aún no han tirado esto a la basura les diré por qué, han sabido quién soy, han sabido que no soy de acá, que llegué muchos años atrás, aún en pañales y colgado de los pechos de mi madre, que por cierto no fue la que me dio a luz, sino la que prestó ayuda a la comadrona, quien a su vez fue encerrada tras las rejas acusada de practicar el aborto con mi madre.

Han de saber también que busqué durante toda mi vida de joven a mis hermanos de padre, porqué como sabrán, supe de quien se trataba. Lo hallé inscrito en una lápida de grueso cemento:
“Aquí se han disuelto los restos de Orolio Pinares Ronjeda, quién en vida fue el más voraz guía espiritual de nuestro valle; por tus milagrosas curas, tus maravillosas obras sobre el lado oscuro y sobre todo por tu dedicación a la gente que ya nos ha dejado”
JERDISO-Neonia-época de Pondios-seg. 34.5467 P. A.

Para aquella tarde en que salí de ese cementerio, ya casi había olvidado el incidente con el Chamo, pero luego de ver esas inscripciones recordé que Jerdiso era el país, Neonia un pequeño caserío y la época de Pondios, una etapa en el desarrollo de las bacterias, propio de ellos, en su historia, noté también que el número ése era sin duda la cantidad de revoluciones que hace el dínamo caníbal de mis pesadillas para moler a un humano normal; pero lo último me dejó muy atontado, pA., creí que se trataba de prioridad alta (de reconocimiento postmortem o de entierro por hedor intenso), pero he pensado seriamente en PERRO asesino, o PERRO anormal. Acabé la noche dentro del viejo horno de pan, decidiendo cuál era los más apropiado…me quedé con asesino, PERRO asesino, el Chamo.

Trataré de no pensar más en ese asunto, mejor volvamos a lo de mi padre, él ya había muerto, no lo conocí, aunque pienso a veces que no fui yo quien lo buscó, sino él, quien luego de ubicarme me  instó a buscarlo y cuando así fue, por fin volvió a su inerte cuerpo .

Quizá cuando yo nací, mis hermanos crecían en el vientre de otra señora, o también que fui yo quien crecía dentro del de mi madre mientras él o mi otro hermano, o tal vez el otro, o el último, nacía. Lo cierto es que tengo cuatro medios hermanos, son idénticos, cuatrillizos. Qué curioso saber que mi viejo pensó salvarse de una conmigo, y al huir le tocaron cuatro de un tiro, ¿mala suerte, o un mal viento? Fui un extraño para ellos; cuando los vi tenían un aspecto de estar congelados, como cadáveres de morgue, me hablaban como si fuera lo último que dijeran y a veces cuando me invitaban a su casa donde vivían los cuatro juntos (ninguno se había casado y estoy seguro que nunca lo harán), de pronto desaparecieron poniendo cada uno distintos pretextos y los oí murmurar en algún lugar de la casa como palomas cuando conversan sobre un tejado. Supongo que les molestó ver mi vestimenta hecha de hojalata y mis zapatos de madera, y supongo también que discutieron sobre qué decirme o qué hacer conmigo.

Fue increíble que seres como ellos se animaran a decirme que yo no era hermano suyo, que su padre nunca eyaculó en mi madre, y que por lo tanto no era mi padre, que él mismo se los dijo antes de morir: “vendrá un hombre, dirá que es mi hijo y que ustedes son sus hermanos, cuando eso suceda, tendrán que hacer que se marche y que se meta a la cabeza que nunca supe nada y que así será por siempre”. Se pararon frente a mí, los cuatro, con las manos juntas delante, los pies también muy juntos y con la mirada gacha, respiraron y recitaron eso que escribí arriba.

 -Pues, qué bien, que así sea, de todas maneras no me entusiasmé nada con ustedes, les dije y me fui.
Pasé toda mi vida hasta ahora haciendo mil cosas, pero siento que desde lo del Chamo recién tiene importancia todo, es más ya casi pierdo memoria sobre lo anterior a ese suceso, sólo me interesa volver a mi gruta y pensar.



De los días del Chamo y mi autoexilio

Cuando el Chamo llegó a mi vida sentí un entusiasmo distinto de las anteriores veces en que adquirí un perro, él era distinto. Creció, se hizo fuerte y vigoroso, todos lo amábamos. Sucedió de la siguiente manera: Aquella tarde de viernes en la que mis primas y yo anduvimos por la ribera del río mas podrido de este lugar, en busca de antiguos tulenktos o sapos bebé, digo antiguos y hasta legendarios, porque en esta época ya no hay nada que evidencie la existencia de esos maravillosos seres que cuando aún no eran avecillas que recorrían ávidamente el charco espeso y pastoso, eran como largos intestinos flotando entre los berros. Bueno, decirles lo que encontramos sería algo muy trivial, a no ser por lo que yo alcancé a ver en  medio de ese paraje. Algo con vida se retorcía dentro de una bolsa negra de reciclaje y emitía agudos chillidos de desesperación, como cerdo en matadero. Nos acercamos raudos validos de una rama y luchamos durante casi media hora con el firme propósito de acercar a nosotros el bulto y liberar esa cosa. Fue cuando Claudia cayó al charco luego de trastabillar y perder el equilibrio, se sumergió en el pantanoso charco y pensando lo peor, olvidamos nuestro inicial propósito para abocarnos de lleno al rescate de Claudia. Aquel charco que parecía poco profundo se había tragado a la niña que era mi prima.

Claudia logró salir con vida, se hallaba llorando, empapada y sentada sobre el pasto de la orilla, con la cabeza gacha sumergida entre sus rodillas. El resto nos encontrábamos pasmados y extasiados, unos sentados y otros de pie. Hasta que oímos a unos metros de donde nos hallábamos unos furiosos ladridos de un perrito. Era el pequeño Chamo, se había librado él solo de su prisión usando sus garras y mandíbulas; ahora estaba sentado sobre un terreno elevado, observándonos con desprecio.
Lo llevamos a casa y pasamos con él lo que quedaba de nuestra niñez.

En dos oportunidades casi lo perdimos, había ingerido un tóxico veneno que usualmente colocábamos en diversos puntos de la casa con el fin de eliminar a las molestas señoras ratas de tubería. Recuerdo que se retorcía de dolor y toda la familia en torno suyo aguardando el último pataleo, cuando en eso se encendió en mi mente: ¡¡¡carbón!!! Le introduje por la fuerza harto carbón molido disuelto en agua e hice que con esto vomitara todo el veneno que felizmente todavía no llegaba al torrente sanguíneo, salvándose finalmente. En otra ocasión ya no fui yo quien lo salvó, sino él solo otra vez. Ingirió agua con unas ganas de camello egipcio de un aniego hasta quedar tendido metros abajo y orinándose sin poder controlarse. Gracias a esto se volvió a salvar de morir.

Fue un perro especial desde siempre, cariñoso, saltarín y efusivo. Fiel y humilde, todo lo que uno puede querer de un perro. Pero lamentablemente mutó cuando llegó a su vida la infortunada Ritta.
Quizá peque de fantasioso y exagerado; mentira, no peco, el pecado es un punto de referencia que evidencia la hipocresía de cierto grupo de personas que conmigo nada tienen que ver. Pues entonces les diré que el Chamo perdió la cabeza por la perrita Ritta. Enloqueció, dejó de comer con la voracidad de antes, dejó además de saltar, de orinar en los muros, de lamerse los testículos, de oler el rabo a otras perras y hasta dejó de ladrar; es decir, cambió totalmente. Y no es que la susodicha perra estuviera en celo, el problema era él. Pasó junto a ella cada instante del tiempo que estarían juntos en adelante, ya no recuerdo la cantidad porque no interesa, lo único que cabe resaltar es que el Chamo y la perrita ésa se amaron hasta la alteración de sus naturalezas.

Era necesario relatar lo anterior para dar un panorama, si no exacto, al menos como un bosquejo que permitiese al lector identificar al Chamo que fue antes de aquel fatídico lunes, desde cuando nada volvió a ser normal… ¿coherente?, ¿ni real?.....................cómo no pudo serlo,……… pero qué estoy diciendo.
----------Siento volcar en mis recuerdos una tonelada de materias del olvido y confusión; punzadas en mi sien, ¡no lo soporto!

Los que eran niños cuando yo dejé de serlo, se disponían ir al colegio, los adultos al trabajo, yo tenía diecinueve años y me hallaba pegado a mis sábanas. La adolescencia había hecho de mí un flaco y pálido ser. La noche me consumía con sus placeres y a mí me gustaba.

Llegaron a decir que conmigo no lo tolerarían, que la oveja negra sólo podía ser una en una familia normal, y no se referían a mí, sino a mi prima Claudia. Ella se hizo artesana urbana y viajó mucho, bebió más de lo mortal y consumió lo que ni un suicida se atrevería en cuanto a tóxicos se refiere. En general, sometió como Baudelaire a su cuerpo a todas las mórbidas experiencias, no con el propósito de hacer poesía, sino porque se le hizo vicio, y decayó tanto que me contó una vez cuando la visité en la clínica, que para ella era lo mismo comer cualquier alimento y  comer heces de todo tipo, me dijo también que el dolor había evolucionado a ligeras palpitaciones en la piel cada que se pinchaba con algo y cuando adrede se producía la oportunidad de golpearse la cabeza con la tapa de loza del buzón de agua de un retrete, había olvidado por completo el placer sexual, sólo lo hacía cuando algo quería obtener de un hombre. La visité por casi dos meses seguidos, aprendí mucho de ella, me hizo reír a carcajadas cuando me contaba sus vivencias; cuando le venía a la memoria algún suceso triste callaba. Fue durante ese lapso que sucedió lo del Chamo. No pude visitarla más, siempre que lo intentaba, algo surgía de improviso y me lo impedía. Me han contado que ha empeorado, que dejó de hablar y se entregó al total descuido de su persona, eso me hace sentir muy triste, no sólo por ella sino también por mí y el Chamo, nos hemos echado a perder tan de prisa.

La casa tenía y supongo que sigue teniendo un gran patio que entre todos habíamos empedrado; al fondo había un gran jardín, siempre verde, que además de su flora regional que incluían ciertos pináceos, un roble, dos eucaliptos, poseía un inmenso cactus gigantón que siempre me pareció interesante, era como si de la tierra emergieran serpientes con aguijones sobre toda la piel, esperando a que alguien se acercara para inocular su sábila letal. En fin, teníamos un jardín lleno de grandes plantas. El terreno que ocupaba la casa era casi media manzana, herencia de los abuelos compartida entre sus dos únicas hijas. Ambas familias vivíamos juntas. Mi madre, que como expliqué fue la ayudante de la comadrona de la que ya hablé, mi tía, o sea la hermana de mi madre, su esposo y siete hijos, dos de los cuales éramos hermanos de papel. Como cualquier familia nada pasaba en la nuestra que hiciese escribir a alguno de sus miembros una historia sobre degeneración, hasta que como mal augurio, el Chamo volvió a sorprendernos con otro cambio.

Dimos al Chamo y a su novia un lugar en la esquina del jardín, allí procrearon cinco camadas de cachorros y quizá fueron los cartones y trapos viejos los testigos de lo que realmente pasó por la mente del perro. Fue tía Lourdes quien vio primero todo. Pegó un alarido que hasta yo dejé la cama de un salto, y así como estaba, descalzo y en trusa volé a ver qué pasaba. Cuando llegué ya toda la familia estaba reunida alrededor del sangriento cuadro. El cuerpo decapitado de la gris perra yacía sobre las piedras, su sangre era un charco coagulado y se hallaba atestado de gordas moscas que zumbaban como en un entierro. No vimos la cabeza por ningún lado pero si al Chamo, quien se hallaba a unos metros, sentado con la panza al suelo, las patas posteriores dobladas y bajo sus ancas, la cabeza erguida, la mirada fría sobre el cadáver, el hocico ensangrentado y la lengua alborotada, jadeante y con una salivación espumosa.

No pude evitar que apalearan al pobre perro, pero sí que lo mataran. Los siguientes días fueron llenos de viento y chubascos helados.
Me sentaba afuera, en la acera, a fumar un cigarrillo de cannabis y a pensar. El Chamo había sido expulsado de casa por acuerdo unánime y estuvo un tiempo sentado frente a casa, mirando al ocaso sin que haya algo que distrajese su atención. Yo con los ojos inyectados de sangre, el con sus pupilas amarillas, el pegado en el sol, yo en él. Si Juan Pablo Castell nos hubiera visto, dudo mucho que no hubiera pintado el cuadro. Se repetía su obra, pero ahora éramos dos los que esperábamos o despedíamos algo, no sé qué, pero algo que no volveríamos a tener, quizá el Chamo creyese que era por lo de Ritta, pero yo sabía que era algo relacionado con nuestra naturaleza, una fisura que desvió nuestro natural curso.

Fui el único que presenció en ese mercado la reiteración del acto caníbal de mi Chamo, luego de eso ya no pude evitar sentir un asco por mí mismo, pues el shock que me produjo dicha escena me obnubiló por un tiempo indeterminado, para que luego, al volver en mí me viese tirado, junto al salvaje de mi perro que lamía los últimos huesos de su víctima, con el cuerpo desnudo y danzando de manera muy extraña en torno al perro, sujetando en mi airoso puño el cráneo de Ritta; nunca llegué a saber cómo es que llegó a mis manos dicho cráneo, pero ahora lo tenía y era mi instrumento en el rito que realizaba. Me detuve y solté el objeto, el Chamo me vio, movió la cola y siguió en lo suyo. Petrificado sentí que aún tenía el cuerpo lleno de espinas de acero que vi cómo se introducían hasta desaparecer bajo mi piel. Caí de rodillas, no pude más y me desplomé del todo a medio metro de donde estaba mi perro. Antes de perder consciencia soñé que mi Chamo me habló, pero ya no era él, sino un especie de zorro; dijo: -Chamo es el nombre que me pusiste mientras fui él, ahora ya no es así, busca tu camino, elige un buen lugar donde no te encuentren sus recuerdos ni los tuyos, nada volverá a ser igual Y desperté en la bodega de un bus que se dirigía al sur, supe todo esto luego, abrí la portezuela y me arrojé. Debí haber muerto, pero no fue así.

De mil formas sobreviví, en este proceso supe que no estaba solo en éste propósito de soledad. Muchos como yo divagaban por ahí, los veía cruzar calles y ríos, saltar muros y árboles, lanzar porros y anzuelos, comer pan y carne humana, los vi matar y ser asesinados. Todos desfilaron como fractales tormentosos durante mi permanente estancia en la cima del gran dolmen que hallé por esos desolados parajes.

Me vi en sueños, desinteresado, saliendo de casa como cualquier mañana, con mi bolso al hombro, mi chaleco deshilachado, mis usuales jeans, mi mp3 sobrecargado de heavy metal, mis panfletos under, mis blancas zapatillas, con mis cabellos como largas hebras de metal flameando como el fuego al viento; caminando a través de una calle que cada vez se ensanchaba más y más, hasta que de pronto me veo en un desierto, rodeado de lechuzas, puyas, rocas y arbustos secos. Me parece que en mi sueño salgo a buscar al Chamo, de quien no volví a saber nada desde entonces, pero me pierdo y por eso doy siempre con este lugar, el desierto del Valle seco.

Mi gruta está bajo este monumento a la naturaleza, el increíble dolmen que me guarece del frío y de los oscuros laberintos de mis pensamientos. En este valle llueve cada ocho años, pero llueve todo lo que no llovió durante ese tiempo. Es cuando el Valle seco se convierte en una laguna que en menos de tres horas se llena hasta el borde de las colinas que vigilan y trazan sus límites. Llevo acá casi seis años. Llegué cuando el agua del último huaico se había secado, el paisaje era desolador, todo había sido arrasado, las viviendas de algunos campesinos incautos, sus plantaciones de mango y ciruela, su ganado caprino y hasta su vida misma había desaparecido entre las rocas y el lodo que como una avalancha se vino en una descarga de furia de la naturaleza y no dejó nada vivo. Al igual que Claudia, me estoy echando a perder, me estoy dejando morir. Estuve alimentándome de lagartijas, lechuzas, arañas y escorpiones que por algún motivo no me han intoxicado aún.

Lo único que hago es dorarme al sol intenso, en la cima de mi dolmen, y por las noches bajar a comer algo y a meterme como una zarigüeya a mi foso. Variada actividad para alguien que dejó de hacer camino al andar y que prefirió sentarse a esperar.



De cómo todo se acabó y de mis vanas esperanzas

He pensado mucho y llegué a concluir que hay dos opciones: el destino y el dar sentido a tu destino.
Al dejarme morir dejé de, como dije, trazar mi camino para entregarme a mi destino, y precisamente es en mi destino que estaba escrito que debía morir así, sepultado en una oscura cámara, bajo un dolmen de casi trescientas toneladas de  peso. También descubrí que de haber continuado haciendo mi propio camino, ajeno al destino, hubiera tardado un poco más en volver a mi final destino, no cabe en mis pensamientos esperanza alguna, sólo que alguna vez alguien resuelva esta cuestión:

“Ya todo está hecho, sólo somos repeticiones de algo que pasó por nuestras mentes como un rayo,  que en realidad no somos, sino son, son ellos los que en realidad vivieron y no nosotros, ellos que trazaron nuestro destino, ellos que nos hicieron sombras, ellos que nos mezclaron con el polvo de sus zapatos y nos dijeron: Anda ve, haz tu camino, y sonrieron a mandíbula suelta por las vanas esperanzas que nos infundieron…Ellos, los antiguos, los de siempre, los verdaderos, quienes ya murieron pero que si vivieron.”


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