De cuando el
Chamo saltaba para saludar y desaparecía para desollar
No recuerdo
haber salido de alguna casona de adobe en demolición, pero siento correr por mi
cuerpo, de arriba abajo, en diagonal, de adentro afuera, tierra pulverizada con
vida, o como frenéticos piqueteos de insectos desconocidos e imposibles. Entré
y salido del patio de baño cuatro veces, en definitiva no es suciedad, mugre
o asquerosidad; esto es mental.
Al empezar a
dibujar estas letras, tenía planeado hablar de un perro, es más, me disponía a
hacerlo, hasta me senté frente al monitor y posé mis dedos sobre el teclado con
ése propósito, pero entonces sentí otra vez ese horrible malestar por toda la
superficie de mi piel y desvié mi atención hablándoles de lo del caserón, el
polvo, mi psicosis paranoide; ah perdón, aún no toqué ese tema.
Ya se me pasará, mejor vuelvo a lo del perro.
Lo llamo Chamo, como usualmente denominamos a la cocaína por estos lares;
nombre muy peculiar para un pequeño can de sesenta centímetros de altura y
aparentemente incapaz de hacer daño a un cachorro pequinés. Tiene el pelo
lacio, no muy copioso, pero algo ordenado y atractivo, de color blanco cuando
nació y cuando eventualmente lo bañé, de un beige muy extraño por lo general,
un color logrado a base de perseverancia
en la suciedad y el hociqueo en la inmundicia, el afán de llevarse al hocico
cualquier cosa masticable. Se ve feliz la mayor parte del tiempo, ¿o es lo que
quiere que creamos?, en fin. Tiempo atrás desaparecía días enteros y a nadie le interesaba. Cuando volvía lo hacía
con la mayor naturalidad del mundo, como si volviese de irse a la esquina y
nada más, pero siempre sospeché que había algo que él trataba de ocultar, bueno
también he pensado en que quizá sólo fue mi mente, sin embargo al verlo de
frente, movía la cola y me observaba con frialdad, como por cumplir ante su
amo, yo. Noté ojos vidriosos e inquietos. Entonces guiado por la curiosidad
decidí vigilarlo, seguirlo en sus próximas deserciones de casa.
No sé si un
perro considere “ético” o correcto que alguien lo esté vigilando, tampoco estoy
seguro de si le importe, aún así lo hice. Era como las cuatro de la tarde de un
día que ni recuerdo, no fue fácil seguirlo, se escabullía con la capacidad de
un salmón, al fin concluyó su marcha al dar con un mercado, de esos que
expenden comida barata en sus afueras.
Fue cuando
empezó lo insólito, al menos para mí, pues estoy completamente seguro de
haberle visto, y hasta podría decir oído, susurrar algo que nunca descubrí, a
otros que como él no tenían la suerte, la bendición del dios de los perros, o
sea nosotros, sus amos, de tener siempre a la hora comida exclusiva y nutritiva
para ellos, alimento balanceado que él, y a los que susurró, desconocían por
completo. Luego de aquello, cogió un hueso roído por un obeso individuo, quien
lo arrojó muy lejos para librarse de la molestia que producían esos perros
flacos, cochinos y hambrientos, pero estoy seguro que no esperaba, aquel obeso,
que el pequeñín de pelo blanco tuviera tan buena reacción, pues cogió el resto
óseo en el aire, y sentándose ahí mismo lo carcomió hasta no dejar rastro. Todo
esto duró menos de cinco minutos, cuando de pronto, Chamo decidió marcharse, lo
hizo calmo, meneando la cola delante del perro al cual susurró. Ambos se
perdieron en el mercado, hubo que apresurar el paso para poder hallarlos, los
alcancé a ver al final de un pasillo de la sección pescados. Tuve que detenerme
pues ellos también lo hicieron, me pegué contra la pared, y fisgoneé, seguían
allá, jugueteaban, pero algo me decía que disimulaban, me habrían descubierto
de no pegarme más a la pared sumergiendo mis pies en la cuneta que conducía el
agua infestada de vísceras, sangre y demás porquerías que del pescado
comestible ya no sirve. Hasta dejé de respirar por un instante. ¡Qué rayos!, me
ocultaba de un perro, pamplinas, con las zapatillas húmedas y enrojecidas salí
y vi que ya no estaban, comencé a correr, no podía perderlos. El siguiente
pasillo daba con un almacén al parecer muy olvidado, me detuve y examiné con
cuidado, se oía el burbujear del hediondo líquido cayendo al desagüe, y el
típico sonido de un mercado popular. No obstante, cuanto más puse atención a
descubrirlos, sólo oí fuertemente el sonido del desagüe, más y más fuerte,
insoportable. Tuve que arrodillarme y taparme los oídos, y lo peor, gritar por
semejante escándalo en mis oídos.
Debí haberme
tomado la molestia, me equivoco, la delicadeza de advertirles sobre algo muy
peculiar en mí, y es que abuso de ser un feroz impulsivo, aunque siendo
sincero, no tanto como quisiera.
Cuando recorro
las oscuras callejuelas que me llevan a mi gruta querida, o a veces me sacan de
ella; prefiero hablarles de cuando entro, porque cuando salgo me encuentro
sumergido en una ciénaga mental, la cual trata de absorberme en formas de horripilantes torbellinos sin saber
porqué, (aunque ya sospecho, lo contaré luego), y pues mi atención no puede
alargar su mano hacia otra que no sea seguir el camino hasta la pradera de
asfalto. Les decía que cuando entro mi sangre se halla cobijada tras mi delgado
cráneo, pero impaciente y nerviosa, esperando que suceda, apretando sus células
una con otra, tanto que en un momento estallan
y es cuando por reacción me acerco a esos odiosos perros que siempre son
renovados por esa basura de gente que dice llamarse de campo por el simple
hecho de vivir ahí cagando entre los arbustos. No puedo concebir la idea de la
gente que cree que el campo es un lugar débil y que a él se acude en busca de
paz, ¡paz!, si tan sólo vieran lo que éstas dos bolas húmedas incrustadas en mi
cara, huirían despavoridos; millares de gente de aspecto tenue y alargado, como
llamas mortecinas de velas que emergen del suelo tratando de alinearse, noche
tras noche, tratando de comprenderse entre sí, intentando una y otra vez
comunicarse para encaminarse hacia el valle, hacia el oasis, hacia su última
morada; sin conseguir nada más que caos y confusión, almas desesperadas por un
poco de comprensión y entendimiento entre ellas. He hablado con muchas de
ellas, y siempre me comunican cuánto odian a toda esa gente frívola que cree
estar a salvo y en compañía de esa
maricona palabra, paz.
Los perros
desgarran mi piel con sus fauces, ansiosos de evocar y remembrar a sus antiguos
padres los lobos; ver mi piel roída no es problema, el dolor es algo que tolero
en demasía pero, ver obstaculizado mi recorrido es algo que por más que alguien
lo intente nunca logrará, en serio; perros estúpidos, los despedazo a rocones y
mordiscones, les arranco sus orejas, introduzco mis dedos es sus hediondos anos
y extraigo sus vísceras, bah, no son problema, lo que si llamaría algo muy
incómodo es que algún alucinado campestrino
me sorprenda y crea que no soy un perro más, sino un loco zoófilo, esto me
produce una carcajada, siento no poder transmitirles el sonido, pero me he
doblado de la risa
Tener sexo con
perros no está en mi lista de actividades, por ahora sólo los evado y qué mejor
que eliminándolos, para conseguir llegar a mi gruta. Uno nunca sabe, es mejor
limpiar el camino.
Ya llevo mucho
tiempo con esto atrapado en el ápice de la lengua, seguir negando el momento
inevitable, éste mismo, ya no es algo que pueda realizarse. El momento aquel,
escupió a mi rostro con la fuerza y consecuencias de cualquier roca de medio kilo
arrojada a 100 km. de por hora desde medio metro de distancia, y digo escupió
porque no encuentro mejor manera de expresar el impacto que me produjo
semejante sorpresa. Mi Chamo se hallaba muy sumergido en la sombra pero alcancé
a reconocerlo de todas maneras, roía algo con las ganas y el afán de un chacal
sobre una liebre, no hice nada en esos momentos más que ver qué más sucedía y
creo haber hecho que él anticipara mis pensamientos, o tal vez él hizo lo mismo
con los míos, no importa, lo que de inmediato vi fue algo sensacional, olviden
por un segundo sus conceptos morales, sus prejuicios ,supersticiones, éticas,
y más y más plástico inflamable que sólo
hacen que uno se aleje del resto, como si uno tuviera la culpa de que cada día
se estén pudriendo, o simplemente sea dueño de esa culpa que tratan de
imponerme, que soy destructivo, una compañía destructiva, nada saludable; no
aludiré más, así evito hablar de fecales personas. El tiempo se hizo al huevón
mientras yo me hallaba en shock, pero la vida continuó su curso para mostrarme
de las fauces de mi amigo fiel, el pelaje, huesos y un globo ocular que justamente estallaba bajo la
presión de cuatro furiosos caninos de un can, a otro igual que yo ya había
visto en el mercado.
Desde lo
sucedido esa tarde han cambiado, o mejor se han alterado ciertas conductas
mías; no es que haya creído esto por una, dos o tres experiencias que han
mostrado ese ligero cambio en mí. Fueron cada una de las noches de los últimos
diez años. No olvidaré mencionar por nada de este mundo el proporcionarles la
debida y obligada narración de lo que va sucediéndome.
De cuando los
pensamientos consecuentes sobre el Chamo arreciaron como tormentas sobre mi
cabeza
Esto de escribir
me hace a veces demasiado torcido en la expresión, pronto podré traducirlas en
imágenes mentales que enviaré por telequinesis a cada uno de los interesados en
estos bichos hacedores de historias. Muy pronto, no consideren un nunca como
imposible.
No trataré, como
muchos, de hacer que esto se complique y reaccionen tirando el formato en el
que estén leyendo alguna vez estas creaciones de los ya mencionados bichos,
contra el muro y si tuvieran mejor gusto, contra el retrete. Así que les
contaré el porqué de mi relato sobre una gruta que llamo mía, como si no tuviéramos
suficiente con adueñarnos de sueños y existencias, mía porque está siempre
donde debe de estar y siempre en disposición plena, sonriéndome y abriendo sus
hermosas piernas en forma de enormes cactus, con esos sensuales muslos de roca
y acogiéndome bajo las sombras de sus dedos en forma de musgo y telarañas.
Invitándome a quedarme por siempre, a mezclarme con su suelo o a mimetizarme
con sus paredes gris. Y es que quién sabe lo que una caverna perdida se propone
con uno, o lo qué yo me proponía al meterme ahí. Dejemos ese dilema para seguir
con el relato; ¿Mi gruta?, es algo que voy preguntándome desde que puse la
palabra en marcha, no recuerdo si la describí como hubiera querido, no fui
preciso porque no crean que es algo tan bello y acogedor que no tenga por ahí
sus secretos. Tarántulas bebé son las que más abundan, a veces creo que me metí
a la casa de una enorme tarántula que está ausente, o que siempre no está
cuando yo voy, lo curioso es que cada que voy espero con impaciencia (no a la
tarántula obviamente, qué haría yo esperando a semejante dama peluda y luego
quedándome petrificado esperando ser envuelto en una pegajosa manta arácnida y
al final colgar como almuerzo de la milojos;
sin embargo suena provocativo), digo que espero con impaciencia a algo que
desconozco.
Sudoroso,
prácticamente desesperado paso las noches sumergido entre la espesa y pesada
bruma, torcido entre las malezas, con los pies sumidos en el fango pantanoso,
la espalda contra la musgosa y rocosa pared húmeda, la mirada paranoica que
será la primera en recibir al que esperamos (nunca ha llegado desde que voy
esperando, pero supongo que tarde o temprano lo hará). Estando allí no puedo
sentirme feliz, mucho menos en paz, pero me gusta, me hace sentir inmóvil y
paralizado, detiene el curso de mi vida, estoy seguro y ansioso de seguir
estando allí.
Cierta ocasión,
luego de abandonar la gruta (mejor la llamo así, me hace sentir menos
egoísta y culpable), caminaba cuesta
arriba dejando atrás el hoyo ese, cuando
de pronto me atacaron unos pensamientos punzantes, que tuve que
detenerme y postrarme en
pleno camino extendiendo cada miembro
hasta sentir crujir y retorcer mis músculos y huesos. Estando en esa rara posición (no entiendo por qué lo
hice ni con qué fin) puedo
asegurarles que al estar de espalda contra la tierra, sentí claramente el
latir de un corazón que si no estaba enterrado miles de kilómetros dentro, de seguro latía desde el
núcleo del infierno. Esos
inusuales sonidos retumbaron haciendo temblar mi cuerpo como a una piedrecilla,
y sin anticiparlo reaccioné arrojándome por los aires muy alto, no me di cuenta
alguna hasta que volví a caer estrellando de lleno contra una montaña de cactus
que me tragó vivo. Debí de haber perdido la consciencia durante un largo
periodo de tiempo, enceguecí al sentir el alma de la noche inundando mis ojos,
y mi cuerpo aulló por cada poro, que eran pocos, libre del poder de las
espinas, horas después no me quedaba nada que decir ni pensar, el último hálito
se me había ido al hacer un último esfuerzo por levantarme.
No hay nada
comparable al panorama de la noche que tuve aquella oportunidad, el dolor se
había desvanecido, de inmediato sentí en cierto momento desprenderme de ese
agujereado cuerpo y elevarme a lo más alto del cactus para desde ahí verme
hecho pedazos al fondo por cientos de perros Chamos como el mío, quienes luego
de no dejar ni un pedazo de mi carne, acometieron entre ellos, convirtiéndose
todos en un instante en una sopa inmensa de huesos, carne y pelos. Lo último creo
que lo soñé, primero porque no morí y segundo, al volver en mí no me hallaba en
sopa alguna, sino en un horrendo cagadero lleno de mierda por todas partes,
hasta en lo alto del cactus, ¿acaso andaban por ahí rociando sus heces?. Logré
sentarme y arrancarme cada espina gimiendo de dolor, me tomó mucho tiempo
quitarme todo esos diablillos del cuerpo, al final quedé tan exhausto que me
atacó un vahído.
Salir fue fácil,
pero sanar no. Y si mencioné algo con respecto de que me sentiría menos
culpable al contar esto, me equivoqué, ¿cómo podría tener culpa alguna yo si
fui la víctima?; pero eso de que volé por los aires y que me elevé luego para
desde arriba ver ser devorado por unos perros, como que me hacen sentir un poco
mortificado, porque estaría perdiendo el sentido de esta realidad, ¿o tal vez
esté volviendo a la verdadera realidad?, quizá nunca estuve en ésta, sino en la
otra, quizá no soy yo en verdad, quizá lo que vi fue lo deseé siempre y quizá
el Chamo nunca destrozó y devoró a otro como él. Lástima que él si lo hizo,
estoy seguro.
No puedo
contarles lo que mi familia pensó al respecto, cuando luego de cuatro días
llegué desnudo y hecho mierda, como un vómito de dragón. Tardé un año en cerrar
cada herida y otro más en recuperar mi capacidad de hablar, caminar, leer y escribir, lo más indispensable para
una persona citadina.
Desde entonces
los noto extraños,
todos tratan de
evadirme, ignorarme, me
han sugerido consumir porquerías,
y hasta venerar
a dioses, no
me interesa pues
ahora me agobian
esas sensaciones de estar
dentro de una casona
de adobe en
demolición, todo el tiempo
y no puedo darles gusto, primero está lidiar con la casona que se cae,
luego mi placer, nunca eso que sugieren.
- ¿Que si moriré
como un don nadie?,
-claro, prefiero
la nada a ser algo que nunca debí ser, además las predicciones y buenos o malos
deseos son caca, se los dije,
-que eres el desconsiderado más estúpido de
todos, que ya la vida me enseñará, -pues no aprenderé, seré una roca, arrancaré
mis oídos, coceré mis labios, ataré mis manos y sepultaré mis pies, y la vida
olvidará su misión para conmigo y yo me olvidaré de la vida y quién sabe hasta
de la muerte, aunque de lo último dudo que así en realidad yo lo quiera.
He dejado de
lado mis necesidades comunes a partir de esa fecha, he cambiado mucho y lo sigo
haciendo.
……………….En
realidad como que siento no ser
yo……………….estoy mutando en algo que sé qué es pero que no recuerdo qué……………sé
que la gruta ayudará……………………pronto.…..pronto…………….pronto…………pronto…
De lo que
sospecho del Chamo y de cómo hasta aquí llegué
Si aún no han
tirado esto a la basura les diré por qué, han sabido quién soy, han sabido que
no soy de acá, que llegué muchos años atrás, aún en pañales y colgado de los
pechos de mi madre, que por cierto no fue la que me dio a luz, sino la que
prestó ayuda a la comadrona, quien a su vez fue encerrada tras las rejas acusada
de practicar el aborto con mi madre.
Han de saber
también que busqué durante toda mi vida de joven a mis hermanos de padre,
porqué como sabrán, supe de quien se trataba. Lo hallé inscrito en una lápida
de grueso cemento:
“Aquí se han
disuelto los restos de Orolio Pinares Ronjeda, quién en vida fue el más voraz
guía espiritual de nuestro valle; por tus milagrosas curas, tus maravillosas
obras sobre el lado oscuro y sobre todo por tu dedicación a la gente que ya nos
ha dejado”
JERDISO-Neonia-época de Pondios-seg. 34.5467 P. A.
Para aquella
tarde en que salí de ese cementerio, ya casi había olvidado el incidente con el
Chamo, pero luego de ver esas inscripciones recordé que Jerdiso era el país,
Neonia un pequeño caserío y la época de Pondios, una etapa en el desarrollo de
las bacterias, propio de ellos, en su historia, noté también que el número ése
era sin duda la cantidad de revoluciones que hace el dínamo caníbal de mis
pesadillas para moler a un humano normal; pero lo último me dejó muy atontado, pA., creí que se trataba de prioridad alta (de reconocimiento
postmortem o de entierro por hedor intenso), pero he pensado seriamente en PERRO asesino, o PERRO anormal. Acabé la
noche dentro del viejo horno de pan, decidiendo cuál era los más apropiado…me
quedé con asesino, PERRO asesino, el
Chamo.
Trataré de no
pensar más en ese asunto, mejor volvamos a lo de mi padre, él ya había muerto,
no lo conocí, aunque pienso a veces que no fui yo quien lo buscó, sino él,
quien luego de ubicarme me instó a
buscarlo y cuando así fue, por fin volvió a su inerte cuerpo .
Quizá cuando yo
nací, mis hermanos crecían en el vientre de otra señora, o también que fui yo
quien crecía dentro del de mi madre mientras él o mi otro hermano, o tal vez el
otro, o el último, nacía. Lo cierto es que tengo cuatro medios hermanos, son
idénticos, cuatrillizos. Qué curioso saber que mi viejo pensó salvarse de una
conmigo, y al huir le tocaron cuatro de un tiro, ¿mala suerte, o un mal viento?
Fui un extraño para ellos; cuando los vi tenían un aspecto de estar congelados,
como cadáveres de morgue, me hablaban como si fuera lo último que dijeran y a
veces cuando me invitaban a su casa donde vivían los cuatro juntos (ninguno se
había casado y estoy seguro que nunca lo harán), de pronto desaparecieron
poniendo cada uno distintos pretextos y los oí murmurar en algún lugar de la
casa como palomas cuando conversan sobre un tejado. Supongo que les molestó ver
mi vestimenta hecha de hojalata y mis zapatos de madera, y supongo también que
discutieron sobre qué decirme o qué hacer conmigo.
Fue increíble
que seres como ellos se animaran a decirme que yo no era hermano suyo, que su
padre nunca eyaculó en mi madre, y que por lo tanto no era mi padre, que él
mismo se los dijo antes de morir: “vendrá un hombre, dirá que es mi hijo y que ustedes
son sus hermanos, cuando eso suceda, tendrán que hacer que se marche y que se
meta a la cabeza que nunca supe nada y que así será por siempre”. Se pararon
frente a mí, los cuatro, con las manos juntas delante, los pies también muy
juntos y con la mirada gacha, respiraron y recitaron eso que escribí arriba.
-Pues, qué bien, que así sea, de todas maneras
no me entusiasmé nada con ustedes, les dije y me fui.
Pasé toda mi
vida hasta ahora haciendo mil cosas, pero siento que desde lo del Chamo recién
tiene importancia todo, es más ya casi pierdo memoria sobre lo anterior a ese
suceso, sólo me interesa volver a mi gruta y pensar.
De los días del
Chamo y mi autoexilio
Cuando el Chamo
llegó a mi vida sentí un entusiasmo distinto de las anteriores veces en que
adquirí un perro, él era distinto. Creció, se hizo fuerte y vigoroso, todos lo
amábamos. Sucedió de la siguiente manera: Aquella tarde de viernes en la que
mis primas y yo anduvimos por la ribera del río mas podrido de este lugar, en
busca de antiguos tulenktos o sapos
bebé, digo antiguos y hasta legendarios, porque en esta época ya no hay nada
que evidencie la existencia de esos maravillosos seres que cuando aún no eran
avecillas que recorrían ávidamente el charco espeso y pastoso, eran como largos
intestinos flotando entre los berros. Bueno, decirles lo que encontramos sería
algo muy trivial, a no ser por lo que yo alcancé a ver en medio de ese paraje. Algo con vida se
retorcía dentro de una bolsa negra de reciclaje y emitía agudos chillidos de
desesperación, como cerdo en matadero. Nos acercamos raudos validos de una rama
y luchamos durante casi media hora con el firme propósito de acercar a nosotros
el bulto y liberar esa cosa. Fue cuando Claudia cayó al charco luego de
trastabillar y perder el equilibrio, se sumergió en el pantanoso charco y
pensando lo peor, olvidamos nuestro inicial propósito para abocarnos de lleno
al rescate de Claudia. Aquel charco que parecía poco profundo se había tragado
a la niña que era mi prima.
Claudia logró
salir con vida, se hallaba llorando, empapada y sentada sobre el pasto de la
orilla, con la cabeza gacha sumergida entre sus rodillas. El resto nos
encontrábamos pasmados y extasiados, unos sentados y otros de pie. Hasta que
oímos a unos metros de donde nos hallábamos unos furiosos ladridos de un
perrito. Era el pequeño Chamo, se había librado él solo de su prisión usando
sus garras y mandíbulas; ahora estaba sentado sobre un terreno elevado,
observándonos con desprecio.
Lo llevamos a
casa y pasamos con él lo que quedaba de nuestra niñez.
En dos
oportunidades casi lo perdimos, había ingerido un tóxico veneno que usualmente
colocábamos en diversos puntos de la casa con el fin de eliminar a las molestas
señoras ratas de tubería. Recuerdo que se retorcía de dolor y toda la familia
en torno suyo aguardando el último pataleo, cuando en eso se encendió en mi
mente: ¡¡¡carbón!!! Le introduje por la fuerza harto carbón molido disuelto en
agua e hice que con esto vomitara todo el veneno que felizmente todavía no
llegaba al torrente sanguíneo, salvándose finalmente. En otra ocasión ya no fui
yo quien lo salvó, sino él solo otra vez. Ingirió agua con unas ganas de
camello egipcio de un aniego hasta quedar tendido metros abajo y orinándose sin
poder controlarse. Gracias a esto se volvió a salvar de morir.
Fue un perro
especial desde siempre, cariñoso, saltarín y efusivo. Fiel y humilde, todo lo
que uno puede querer de un perro. Pero lamentablemente mutó cuando llegó a su
vida la infortunada Ritta.
Quizá peque de
fantasioso y exagerado; mentira, no peco, el pecado es un punto de referencia
que evidencia la hipocresía de cierto grupo de personas que conmigo nada tienen
que ver. Pues entonces les diré que el Chamo perdió la cabeza por la perrita
Ritta. Enloqueció, dejó de comer con la voracidad de antes, dejó además de
saltar, de orinar en los muros, de lamerse los testículos, de oler el rabo a
otras perras y hasta dejó de ladrar; es decir, cambió totalmente. Y no es que
la susodicha perra estuviera en celo, el problema era él. Pasó junto a ella
cada instante del tiempo que estarían juntos en adelante, ya no recuerdo la
cantidad porque no interesa, lo único que cabe resaltar es que el Chamo y la
perrita ésa se amaron hasta la alteración de sus naturalezas.
Era necesario
relatar lo anterior para dar un panorama, si no exacto, al menos como un
bosquejo que permitiese al lector identificar al Chamo que fue antes de aquel
fatídico lunes, desde cuando nada volvió a ser normal… ¿coherente?, ¿ni
real?.....................cómo no pudo serlo,……… pero qué estoy diciendo.
----------Siento
volcar en mis recuerdos una tonelada de materias del olvido y confusión;
punzadas en mi sien, ¡no lo soporto!
Los que eran
niños cuando yo dejé de serlo, se disponían ir al colegio, los adultos al
trabajo, yo tenía diecinueve años y me hallaba pegado a mis sábanas. La
adolescencia había hecho de mí un flaco y pálido ser. La noche me consumía con
sus placeres y a mí me gustaba.
Llegaron a decir
que conmigo no lo tolerarían, que la oveja negra sólo podía ser una en una familia
normal, y no se referían a mí, sino a mi prima Claudia. Ella se hizo artesana
urbana y viajó mucho, bebió más de lo mortal y consumió lo que ni un suicida se
atrevería en cuanto a tóxicos se refiere. En general, sometió como Baudelaire a
su cuerpo a todas las mórbidas experiencias, no con el propósito de hacer
poesía, sino porque se le hizo vicio, y decayó tanto que me contó una vez
cuando la visité en la clínica, que para ella era lo mismo comer cualquier
alimento y comer heces de todo tipo, me
dijo también que el dolor había evolucionado a ligeras palpitaciones en la piel
cada que se pinchaba con algo y cuando adrede se producía la oportunidad de
golpearse la cabeza con la tapa de loza del buzón de agua de un retrete, había
olvidado por completo el placer sexual, sólo lo hacía cuando algo quería
obtener de un hombre. La visité por casi dos meses seguidos, aprendí mucho de
ella, me hizo reír a carcajadas cuando me contaba sus vivencias; cuando le
venía a la memoria algún suceso triste callaba. Fue durante ese lapso que
sucedió lo del Chamo. No pude visitarla más, siempre que lo intentaba, algo
surgía de improviso y me lo impedía. Me han contado que ha empeorado, que dejó
de hablar y se entregó al total descuido de su persona, eso me hace sentir muy triste,
no sólo por ella sino también por mí y el Chamo, nos hemos echado a perder tan
de prisa.
La casa tenía y
supongo que sigue teniendo un gran patio que entre todos habíamos empedrado; al
fondo había un gran jardín, siempre verde, que además de su flora regional que
incluían ciertos pináceos, un roble, dos eucaliptos, poseía un inmenso cactus
gigantón que siempre me pareció interesante, era como si de la tierra
emergieran serpientes con aguijones sobre toda la piel, esperando a que alguien
se acercara para inocular su sábila letal. En fin, teníamos un jardín lleno de
grandes plantas. El terreno que ocupaba la casa era casi media manzana,
herencia de los abuelos compartida entre sus dos únicas hijas. Ambas familias
vivíamos juntas. Mi madre, que como expliqué fue la ayudante de la comadrona de
la que ya hablé, mi tía, o sea la hermana de mi madre, su esposo y siete hijos,
dos de los cuales éramos hermanos de papel. Como cualquier familia nada pasaba
en la nuestra que hiciese escribir a alguno de sus miembros una historia sobre
degeneración, hasta que como mal augurio, el Chamo volvió a sorprendernos con
otro cambio.
Dimos al Chamo y
a su novia un lugar en la esquina del jardín, allí procrearon cinco camadas de
cachorros y quizá fueron los cartones y trapos viejos los testigos de lo que
realmente pasó por la mente del perro. Fue tía Lourdes quien vio primero todo.
Pegó un alarido que hasta yo dejé la cama de un salto, y así como estaba,
descalzo y en trusa volé a ver qué pasaba. Cuando llegué ya toda la familia
estaba reunida alrededor del sangriento cuadro. El cuerpo decapitado de la gris
perra yacía sobre las piedras, su sangre era un charco coagulado y se hallaba
atestado de gordas moscas que zumbaban como en un entierro. No vimos la cabeza
por ningún lado pero si al Chamo, quien se hallaba a unos metros, sentado con
la panza al suelo, las patas posteriores dobladas y bajo sus ancas, la cabeza
erguida, la mirada fría sobre el cadáver, el hocico ensangrentado y la lengua
alborotada, jadeante y con una salivación espumosa.
No pude evitar
que apalearan al pobre perro, pero sí que lo mataran. Los siguientes días
fueron llenos de viento y chubascos helados.
Me sentaba
afuera, en la acera, a fumar un cigarrillo de cannabis y a pensar. El Chamo
había sido expulsado de casa por acuerdo unánime y estuvo un tiempo sentado
frente a casa, mirando al ocaso sin que haya algo que distrajese su atención.
Yo con los ojos inyectados de sangre, el con sus pupilas amarillas, el pegado
en el sol, yo en él. Si Juan Pablo Castell nos hubiera visto, dudo mucho que no
hubiera pintado el cuadro. Se repetía su obra, pero ahora éramos dos los que
esperábamos o despedíamos algo, no sé qué, pero algo que no volveríamos a
tener, quizá el Chamo creyese que era por lo de Ritta, pero yo sabía que era
algo relacionado con nuestra naturaleza, una fisura que desvió nuestro natural
curso.
Fui el único que
presenció en ese mercado la reiteración del acto caníbal de mi Chamo, luego de
eso ya no pude evitar sentir un asco por mí mismo, pues el shock que me produjo
dicha escena me obnubiló por un tiempo indeterminado, para que luego, al volver
en mí me viese tirado, junto al salvaje de mi perro que lamía los últimos
huesos de su víctima, con el cuerpo desnudo y danzando de manera muy extraña en
torno al perro, sujetando en mi airoso puño el cráneo de Ritta; nunca llegué a
saber cómo es que llegó a mis manos dicho cráneo, pero ahora lo tenía y era mi
instrumento en el rito que realizaba. Me detuve y solté el objeto, el Chamo me
vio, movió la cola y siguió en lo suyo. Petrificado sentí que aún tenía el
cuerpo lleno de espinas de acero que vi cómo se introducían hasta desaparecer
bajo mi piel. Caí de rodillas, no pude más y me desplomé del todo a medio metro
de donde estaba mi perro. Antes de perder consciencia soñé que mi Chamo me
habló, pero ya no era él, sino un especie de zorro; dijo: -Chamo es el nombre que me
pusiste mientras fui él, ahora ya no es así, busca tu camino, elige un buen
lugar donde no te encuentren sus recuerdos ni los tuyos, nada volverá a ser
igual… Y desperté en la bodega de un bus que se dirigía al sur, supe
todo esto luego, abrí la portezuela y me arrojé. Debí haber muerto, pero no fue
así.
De mil formas
sobreviví, en este proceso supe que no estaba solo en éste propósito de
soledad. Muchos como yo divagaban por ahí, los veía cruzar calles y ríos,
saltar muros y árboles, lanzar porros y anzuelos, comer pan y carne humana, los
vi matar y ser asesinados. Todos desfilaron como fractales tormentosos durante
mi permanente estancia en la cima del gran dolmen que hallé por esos desolados
parajes.
Me vi en sueños,
desinteresado, saliendo de casa como cualquier mañana, con mi bolso al hombro,
mi chaleco deshilachado, mis usuales jeans, mi mp3 sobrecargado de heavy metal,
mis panfletos under, mis blancas zapatillas, con mis cabellos como largas
hebras de metal flameando como el fuego al viento; caminando a través de una
calle que cada vez se ensanchaba más y más, hasta que de pronto me veo en un
desierto, rodeado de lechuzas, puyas, rocas y arbustos secos. Me parece que en
mi sueño salgo a buscar al Chamo, de quien no volví a saber nada desde
entonces, pero me pierdo y por eso doy siempre con este lugar, el desierto del
Valle seco.
Mi gruta está
bajo este monumento a la naturaleza, el increíble dolmen que me guarece del
frío y de los oscuros laberintos de mis pensamientos. En este valle llueve cada
ocho años, pero llueve todo lo que no llovió durante ese tiempo. Es cuando el
Valle seco se convierte en una laguna que en menos de tres horas se llena hasta
el borde de las colinas que vigilan y trazan sus límites. Llevo acá casi seis
años. Llegué cuando el agua del último huaico se había secado, el paisaje era
desolador, todo había sido arrasado, las viviendas de algunos campesinos
incautos, sus plantaciones de mango y ciruela, su ganado caprino y hasta su
vida misma había desaparecido entre las rocas y el lodo que como una avalancha
se vino en una descarga de furia de la naturaleza y no dejó nada vivo. Al igual
que Claudia, me estoy echando a perder, me estoy dejando morir. Estuve
alimentándome de lagartijas, lechuzas, arañas y escorpiones que por algún
motivo no me han intoxicado aún.
Lo único que
hago es dorarme al sol intenso, en la cima de mi dolmen, y por las noches bajar
a comer algo y a meterme como una zarigüeya a mi foso. Variada actividad para
alguien que dejó de hacer camino al andar y que prefirió sentarse a esperar.
De cómo todo se
acabó y de mis vanas esperanzas
He pensado mucho
y llegué a concluir que hay dos opciones: el destino y el dar sentido a tu
destino.
Al dejarme morir
dejé de, como dije, trazar mi camino para entregarme a mi destino, y
precisamente es en mi destino que estaba escrito que debía morir así, sepultado
en una oscura cámara, bajo un dolmen de casi trescientas toneladas de peso. También descubrí que de haber
continuado haciendo mi propio camino, ajeno al destino, hubiera tardado un poco
más en volver a mi final destino, no cabe en mis pensamientos esperanza alguna,
sólo que alguna vez alguien resuelva esta cuestión:
“Ya todo está
hecho, sólo somos repeticiones de algo que pasó por nuestras mentes como un
rayo, que en realidad no somos, sino
son, son ellos los que en realidad vivieron y no nosotros, ellos que trazaron
nuestro destino, ellos que nos hicieron sombras, ellos que nos mezclaron con el
polvo de sus zapatos y nos dijeron: Anda ve, haz tu camino, y sonrieron a
mandíbula suelta por las vanas esperanzas que nos infundieron…Ellos, los
antiguos, los de siempre, los verdaderos, quienes ya murieron pero que si
vivieron.”
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