Una vela dentro
de un vaso de vidrio, todo cuanto se tiene para desviar la atención y colgar la
voluntad y crear en un instante un mundo con palabras, circunstancia donde
vidas dotadas de la capacidad de trascender de la imaginación de alguien capaz
a su vez, de crearlas, se hacen realidad mediante la escritura particularmente.
Un vaso
vomitando una vela, una noche al filo de su inicio, silencio como telón, las
teclas sonando cada vez más alto, hasta el aturdimiento, y ese vaso con la vela
casi en su lengua, pero todavía dentro, resistiéndose; enjuga para comunicarse,
la cera de su cabeza pidiéndome clemente la deje correr con el fuego de mi dedo
índice. Me rehúso, niego a la vela el fuego. Entonces sucede que el fuego salta
de mi boca, al parecer estaba escondido esperando pronuncie la A, para saltar,
pretende ir de inmediato donde la susodicha, pero mi pie derecho se interpone,
mejor dicho se superpone. El pisotón basta para convertirlo en humo, en humito
más bien, que agonizante trata de salir al espacio sideral a unirse a sus
diosas, las nubes, pero esta vez mi boca, abierta desde esa A hasta el punto D
- onde cual Jonás, desaparece entre mis cónicos dientes y al fondo de mi roja
cavidad bucal.
Mi amo fuma su
pipa, yo descanso a sus pies, trago el humo que trata de huir como dije, y a
las velas las ignoro, el fuego de mi dedo ha muerto y dejado una quemadura en
forma de F, pero más chiquita, dentro de una O que me duele cuando le digo con
la P-unta de un lapicero: ¿hay alguien ahí? Nadie, solo el dolor y la piel chamuscada,
negra y sin pelaje.
Me conformaría
con que digan ya volverá, pero solo
salen y se secan antes que termine siquiera de saludarlos, así de imposibles son
los seres en las heridas, para que vean. Bueno, mi amo pone un disco y apaga la
luz del hall, se irá a dormir, ojalá, parece ser que olvidará echarme fuera,
será cuestión de mantenerme quieto para pasar la noche sobre esta cálida
alfombra y verlo transformarse sin temer hacerle daño, mi amo tiene cientos de
años y soy mascota desde una oruga hasta la estalactita que fui el verano
pasado, mi amo es sencillamente un mago… ¡Oh no, me vio!
Tengo que
marcharme. ¿Pulgoso?, ¿perro de mierda? Mi amo está a punto de ser mi cena otra
vez, la baba se me chorrea y mis patas traseras se disponen a propulsarme a la
caza. Lo veo venir pavoneándose con su sombrero de huesos trenzados a la
psicomanía, blandiendo por los aires su estela deliciosa de olor o según dicen,
del brillo de la comida; me lo comería, ¡qué dicha si lo hiciera!, así no fuera
más que un bocado que no tendría tiempo de darle dentellada alguna, ¡directo al
buche! Pero no, mi naturaleza ya
saben, además me gustan los humitos, perseguirlos y masticarlos, además si al
amo lo digiero, ¿cómo hago humitos?
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