Para Alejandra, con mucho respeto y ternura
¡Te quiere viva,
muy viva, tonta! Cómo si no van a dar la hora en los parquecitos olvidados de
las ciudades donde estén, o cómo degustarán de los dátiles que arranquen de la
casa Ferger; viva querida, con el pelo suelto y tu playera de flores, tus
zapatos ligeros y la gorrita de Tenesse Williams, ésa que te regaló Jorge, el
editor de la revista a la que le regalas tus poemas que a nadie más quieres
vender. Así que ya sabes, te quiere viva, no olvides, pasará por ti el jueves,
me dijo que te alentara o de lo contrario le informara de tu reticencia para
dar por cancelado su viaje. Ah, otra cosa, me preguntó por La tretta, no sé a
qué se refirió, pero de hecho tú sí, que por favor la tengas bien presentable,
atada a su mejor rama un listón verde agua, para obnubilar la senectud de su
cuerpecito, de su tono opaco por la vejez. Es todo, dejo de molestar, y a ver
si la próxima vez me haces pasar y nos tomamos algo, o vemos algo en la tele, o
escuchamos algo de música, te cuento así de pasadita no más, que conseguí un
disco de blues que está ufffff, pero bueno, será para la próxima. Oye, y ya
reponte, mira que llegó el verano y la molicie anda dando tumbos entre
departamento y departamento, buscando víctimas para arruinarles la estación con
esas sus pegajosas manos ¿recuerdas? Horrible, por eso yo ando en pantalones
cortos y bicicleta, es más, te presto una que compré al año pasado, la tengo
con las llantas bajas pero igual, la inflamos a la vuelta de acá y nos vamos
colina abajo, hasta el puerto y nos sentamos en la arena a ver la puesta del
sol, como cuando salías con Gerardo, el único hombre que nos amó a ambas hasta
la locura; por cierto, lo he visto, anda peor que tú, pero con la ventaja de
estar fuera de toda consideración, todavía luce su habitual pelambrera en la
calavera pequeña y sus manos siempre están garabateando algo; cuando me vio no
me reconoció pero luego, al ofrecerle las mandarinas que le llevé, reaccionó
conmovido y pegando brincos se hincó en el piso a gritarle al cielo lo mucho
que ama a dos mujeres y por quienes pierde el juicio, el oro y el morro cada
segundo que pierde recluido en ese horroroso lugar donde lo conminaron sus
familiares debido a su “enfermedad” Dime, ¿tú crees que esté enfermo? Ya pues,
así mismo contigo, ya reponte amiga, hermana, sal al sol, acá estaré dando vueltas
alrededor de la pileta hasta vomitar si es necesario, desconectaré los
audífonos por si te animas asomar a la ventana y lanzarme un trocito de tu voz
o de papel impregnado con tu maravilloso verbo o aunque sea con tus lágrimas o
lo que sea, dame una señal por favor, estaré aquicito ya sabes… como siempre.
Nunca más, ¿me
oyes?, no volveré, no saliste aun cuando me puse de rodillas para que lo hicieras,
llorando a mares, como rogándole a la virgen me conceda semejante milagro; no
saliste y eso me basta para convencerme. No quieres verme, ni a mí ni a él que
ya se convenció de tu necedad. Hasta me han dicho que moriste, que te vieron
partir en un auto negro, dentro de una caja y que te enterraron en el
cementerio de la ciudad, en medio de una
pompa funeraria bastante reducida a juzgar por tu abolengo. Pero ambas sabemos
que no es verdad, que sigues ahí dentro haciéndote mierda la vida con tu obstinación
con el encierro. Por eso he decidido irme, y bueno, acá estoy despidiéndome.
Traje todos tus poemas, incluso los que escribiste sobre los míos, y a pesar de
ellos. ¿Qué gracioso verdad? Pensar en devolvértelos luego de pactar con sangre
que serían míos y tuyos los que te escribí en tu cumpleaños número veinte,
devolver lo que inclusive ya no es tuyo, eso sí que me pone triste; pues si me
voy a ir, así como tú no vas a salir, qué sentido pueden seguir teniendo los
pactos, ninguno, ¿es obvio no? Tomaré el tren de medianoche porque como sabes,
es el menos concurrido, y cuando ya no pueda ver ninguna luz en el camino,
echaré por la borda el íntegro de las cosas que compramos juntas, hasta esa
tacita blanca en la que hacíamos café para dos; la tiraré y seré firme en oír su
caída, porque si la oigo me convenceré de la fidelidad de la materia, así como
de la infidelidad de la tuya. Me fallaste, no saliste y con eso acabaste con
dos vidas, si no es más. Y ahora yo parto y tú… sigues sin salir.
Querida Sofía:
Espero rías y
respires limpio donde te encuentres; no te diré si salir o no hacerlo está
entre mis planes, solamente quería saludarte y hacerte extensiva mi amistad y nostalgia.
Estuve ahí oculta, desde mi rincón viéndote hablar durante todo ese tiempo, y
me daba gusto saber que el mundo todavía tiene personas como tú para saberse
vivo y con esperanzas. Probablemente sea la menos indicada para hablarte sobre
ello, pero lo hago con la certeza de tu nombre y el recuerdo de él en mi corazón.
Te quiero tanto Sofi, estarás bien sin todo este rollo del encierro y la
persona indudablemente confinada a él por voluntad o letargo o quién sabe qué
otro misterio sucedido a la melancolía y el desajuste de la mente respecto de
la vida en este nuestro mundo. Sin embargo antes de lacrar la puerta de mi
habitación para siempre no solo quiero decirte lo dicho, sino algo mucho más
sencillo: quiero le digas a Julito que siempre cuidé de su pequeña joya como lo
hizo de mí la literatura. Por eso quiero hacer con ella una corona muy especial
que honre nuestra amistad, es decir la de los tres. Y cuando llegue el momento
abriré la ventana y le diré al viento: acá estamos los tres en forma de flores
rojas y blancas sonriéndole al vacío, dejándonos ser como realmente debimos
ser: etéreos, plácidos y ligeros, libres al fin…
Te
quiere y añora , tu Alejandra por siempre.
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