miércoles, 15 de enero de 2014

ROSTROS



Vamos logrando parecernos, si te fijas hasta tengo tus labios y la forma en que caen tus ojos al final de sus comisuras. No me digas que son tonterías, solo toca mi nariz, recórrela con tus largos dedos que ahora también yo tengo. Ves que no son tonterías. Oye y si no lo notaste siento palpitar mi corazón en afinidad con el tuyo; a eso cómo le llamas. Sincronía eso es, sintonía también claro. Estamos perfectamente de acuerdo entonces; adelante, llama a esa puerta, no, mejor a esta otra, la de madera. Nos oirán te lo aseguro, y cuando salgan a ver tú tienes que estar de lado, bajo la sombra del abedul, mientras yo con mi gran sonrisa espero darle las buenas noches a la persona que dignamente nos abra las puertas; entonces cuando diga hola tú sales y listo, le pones.
Su rostro hermano, viste cómo fue mudando de la sorpresa al miedo y luego al pánico en menos de dos segundos. Y yo bajo esas odiosas hojas viéndote paralizar el tuyo, o sea tu rostro, a ver dime por qué, no habíamos quedado en que le darías las buenas noches y nada más cuando te acercaras un poco sería mi turno para desde este lado donde estaba salir raudo y aplicar el factor sorpresa y la llave al cuello o las piernas a mis brazos, tumbarla y en piso lo primero sellar su boca y orejas con estos adhesivos. ¿Eh?, es que no me escuchas o qué, no entendiste nada; te quedas ahí viéndola, sin decir nada, ni hola, con las manos y el resto del cuerpo tan rígidos que hasta parecías de mármol. Y lo peor, volteas y me miras como pidiendo ayuda.
Qué podía hacer, no tenía de otra, pasar como si no supiera de quién te tratabas o lo que pretendías hacer. Buenas noches te dije guiñándote, y tú todo estupefacto, dibujando en tu cara ahogada en el sudor de la confusión, buenas noches… Señora cómo está, ¿todo bien? ¿Ves?, ahora sí preguntas cómo es que se me ocurrió actuar de tal forma; no hubo un cómo, pero sí un por qué, y eso es tan simple como la respuesta al por qué te quedaste mudo y paralizado: improvisar querido amigo. Pasé de largo, doblé la esquina, detuve la marcha, traté de oír lo que seguiría en tu situación, pero nada, solo un: perdone, creo haberme confundido de dirección, disculpe usted señora linda. Y ella: no, espere, de qué se trata todo esto, primero alguien llama a mi puerta a las dos de la madrugada, acudo a su llamado y se queda mirándome sudando y tan quieto que hasta pensé: este sujeto es de piedra o qué; y enseguida sale de entre las hojas de ese odioso árbol que no hay cuándo derriben por ser nido de ratas, incluso humanas, otro sujeto más parecido a usted que a cualquier otro, y saludándome pasa de largo, no olvido el guiño, no señor, cómo dejar de ver hasta el mínimo detalle de todo lo que pasa. Y es que a mí no me van a sorprender con llamaditas a la puerta a estas horas con propósitos desconocidos pero muy sospechosos. ¿No serán ustedes dos ladrones verdad?

A mí no me diga nada señora, ni una sola palabra, quién se ha creído que es usted para mandar detenernos. O sea que ahora nadie puede llamar a la puerta de alguien sin ser otra cosa que ladrones, y aunque la hora fuera esa o cualquier otra no tiene en absoluto ninguna importancia, el hecho es que usted nos está difamando y no se lo vamos a permitir, de ninguna manera me oyó. Qué va ser, no tenemos miedo de nada, si quiere que siga con su denuncia, lo que es nosotros seguimos con nuestra versión.  A este señor no le conozco antes de haberlo visto aquella madrugada llamando a la puerta de la señora ésa, y si mi  error fue saludarlo con ínfulas de ser conocido suyo, pues me retracto, yo no sé nada de estas dos personas ni de ninguna de sus mañas. Quiero llamar a mi abogado.
No me hago, yo no te conozco, por favor, ni sé cómo te llamas. ¿Nuestro parecido?, qué sé yo, coincidencias genéticas o el simple azar, quién sabe. Por ejemplo mi abuela una vez mientras esperaba a mi abuelo en la estación de trenes, vio venir a un hombre bastante parecido a un hermano que ella había perdido unos años antes. Éste al llegar donde ella le dijo: Hola Olga, como si la conociera. ¿Olga? dijo ella, tratando de confundir al señor, pues efectivamente ése era su nombre, pero pues jamás en toda su vida había visto al señor ése. Usted se está confundiendo, fue cuanto le dijo, yo no le conozco a usted. Cómo que no, le respondió aquél, si crecimos juntos en casa de Dadá, el tío que ambos compartían, según él. Dadá en realidad había sido un antepasado que aseguran murió de un infarto mientras castraba a un cerdo; más información no había en su memoria. Quizá habían muchos Dadás en las historias familiares de la gente, lo cierto es que la abuela decidió oír la historia del desconocido acerca de la vinculación que los unía. Te acuerdas de esto y del otro, y conoces a este o al otro, fue diciendo el hombre mientras la abuela cada vez más sorprendida asentía preocupada; quién era este hombre que parecía inclusive saber más de su historia familiar que ella misma. Pero entonces tú eres… Rodolfo, querida Justina, Rodolfo, hijo de Amilcar y nieto de Dadá, abuelo tuyo por parte de madre. Pero vayamos al asunto, la abuela nunca en su vida conoció a ningún  Rodolfo, es más, Dadá era un primo suyo y no su abuelo como afirmaba el desconocido, por lo demás cada detalle en la historia era tal y como lo refirió él. Qué piensa usted de todo esto a ver, ninguna broma señores, ninguna. Son cosas que pasaron y nos la perdimos o perdidos recuerdos que pasaron por toda la experiencia de todos menos por la de uno, en este caso, la mía. No te conozco, no eres mi nada, punto.

Una noche de locos te digo, desde que llegó la señora Gálvez con esos dos sujetos, no pararon de contar estupideces, que te conozco que no, que tú eres, eras, lo que hacías no hacías, pensabas o decías, etc. Me limité a garabatear en mi cuaderno círculos concéntricos alrededor de un haz de luz que imaginé color de los cabellos de Irma, la de Homicidios, y es que esa tía me tiene loco con sus tacos y manera de andar de lado a lado… Pero bueno, anoté cuanto pude y al final les dije que todo era producto de una confusión, y que si alguna de las partes estaba dispuesta a seguir con ese caso más confuso que un dibujo de Zurn, pues que lo hiciera pero mañana, puesto que a esas horas ninguna instancia mayor atendería a nadie. Se marchó la Gálvez, jurando y perjurando que hundiría a los supuestos ladrones que no robaron más que nuestro tiempo en conjunto con ella, pues había en el norte de la ciudad una amenaza de bomba que atender, pero que por darles mayor crédito a esos tres, tuvimos que derivar a la comisaría de Norbe, donde curiosamente está mi archienemigo, el general Bolder; ¿cosas que pasan no? Los dejamos libres ni bien se hubo ido la señora, les dijimos que si se conocían o no, nos daba igual, pero que no volvieran a estar llamando a la puerta de nadie de la forma en que lo hicieron. Ellos siguieron insistiendo en no conocerse, aunque claro, los rasgos indiquen lo contrario, y bueno, a mí también me pasó algo así en el carro la otra vez; un niño que veo a través del vidrio manejar su bicicleta y que por alguna razón recaba en mi mirada y la sostiene hasta que lo pierdo de vista. Un niño más que parecido a mi hijo el finado, un niño que me arrancó más lágrimas que el original, pues él sí podía andar, manejar bicicleta y esas cosas que los niños sanos hacen; en cambio el mío que espero goce ahora de la gracia de Dios, confinado a esa horrible silla de donde nunca podría salir por la polio, por la maldición, por nuestros genes atrofiados, quién sabe…
Simultánea coexistencia de distintas dimensiones en una sola realidad, de eso te hablo, qué opinas. Vamos no seas reticente, si somos la viva imagen de nuestra madre, ya sé que tú la conociste, pero te digo que así es, no pretendo ser hermano tuyo, solo que quizá podamos establecer cierta vinculación entre nuestras realidades disímiles. La mía esta todavía viva, si quieres te la presento para que juzgues por ti mismo.
Hola mamá, éste es Mario, ¿qué te parece? Hola, oye pero si es igualito a tu tío Fulgencio. ¿Fulgencio?, quién es él. ¿No te conté acaso?, ¿supongo que no verdad?, un tío que tuvimos cuando era todavía una niñita de diez años, un tío que una vez vimos en casa de tu abuelo, un hijo llegado recién o recién conocido o algo así, que por cierto nunca más vimos. ¿Debes ser hijo suyo no? Señora, usted me está confundiendo, te lo dije amigo, todo esto es una tontería, yo me largo, están todos ustedes locos…




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