Para el maravilloso Ray
Detuvimos la marcha
justo cuando iba a decir ya basta con
esta horrorosa lluvia. Al buen Bradbury la empresa le fue peor pues aquella
vez los módulos de descanso estaban casi en abandono, en cambio ahora que el
gobierno ha oído nuestras peticiones, el problema ya no está en hallar dichos
módulos, sino en lo único que puede seguir siendo un problema en este planeta:
la lluvia. La eterna y tortuosa lluvia. Con hoy se cumplen setenta y cinco años
de lluvia constante e imperturbable, y nosotros, nietos y bisnietos de quienes
estuvieron durante la época del gran Ray, seguimos bajo ella como las ruedas
bajo el coche, inseparables y fieles a su metralla de gotas tormentosas que no
solo mojar saben, sino ahogar. Pero bueno, no todo podía seguir siendo tan malo
después de tanto tiempo, sobre todo si tenemos en cuenta el avance de la
ciencia. Ahora no tenemos que soportar así nada más tanta lluvia, pues contamos
con paraguas especiales que nos aíslan por completo de las fulminantes gotas,
algunas de las cuales hasta rebasan los tres litros cúbicos por centésima de
segundo cada una.
Siendo esta la actual
situación se podrían preguntar entonces qué seguimos haciendo en este clima
hostil. Pues bien, para empezar, la extracción de mineral y combustible ha
cesado hace tanto tiempo que solo escombros de las minas es todo cuanto queda;
los que hoy por hoy venimos a este remoto y acuoso lugar lo hacemos con un solo
propósito: comer Magders.
Antaño me preguntaba mi
hijita si alguna vez iríamos juntos a comer Madgers y le dije que tal vez cuando fuera grande y tuviera con
qué, es decir, el dinero suficiente, pues es preciso hacer constar que la
ingesta de estos animalitos es el lujo más caro que alguien pueda darse; no
tanto por lo lejano del lugar donde habitan, sino por lo difícil que resulta encontrarlos
entre tanta lluvia y tan lejos de casa. Pues bien, el día ha llegado, ella se
hizo de mucho dinero, muchísimo como para comprar pasajes de ida y vuelta,
estadía y el pase necesario para buscar los manjares con los equipos precisos
en esta selva de agua.
¿Qué pasa cariño? Le
digo ni bien oigo su señal. Papá no te muevas, solo mira junto a tu pie
derecho, con cuidado, no vayas a despertarlo, ¿lo ves? En efecto, el primer
agujero de un Madger emanaba el
característico vapor enverdecido que delataba su presencia bajo las hojas
anchas de esas plantas difíciles de catalogar y clasificar por su efímera
existencia de dos horas, luego de las cuales se pudren y hacen una plasta
verdosa que mezclándose con el agua de la lluvia incesante, desaparece hasta
reaparecer metros más allá convertida esta vez en una especie de helecho que
difícilmente mantendría esa forma hasta rayar el día.
Para los que desconocen
a los Madgers hago de su
conocimiento que son una transición entre un vegetal y un animal. Nosotros
preferimos asociarlos a nuestra dieta como animal en lugar de planta porque una
vez que se los coge con ambas manos de los agujeros de treinta o cuarenta
centímetros de diámetro por medio metro de profundidad, donde se hunden bajo su
propio peso, éstos lloran por así decirlo, emitiendo agua pulverizada por unos
agujeros que no podemos concebir otra cosa que no sean ojos, aunque claro no
sea frecuente ver ojos que coman y excreten al mismo tiempo. Las plantas no
lloran, o en todo caso nuestros oídos humanos no están preparados para poder
oír su llanto; los animales emiten sonidos, y bueno, bajo esa premisa los Madgers son animales plantocomestibles.
Estos seres surgieron
como producto del trabajo de la minera en materia de destrucción del ecosistema
natural en este planeta. Nadie sabe cómo así, todavía no hay estudios
pertinentes, solo que una vez recogidos de su lecho, agujero o nido, hay que
comérselos o antes de poder hacerlo se harán agua escurriéndose entre los dedos
que a la larga, dos o tres días máximo, corroerán la mano, incluido huesos y
uñas; ni siquiera los guantes o las mallas con que podamos contar para
recogerlos servirán para tal inminente evento. Por eso, los recogemos con sumo cuidado
por los lados, introduciendo ambas manos bien estiradas, los elevamos
lentamente hasta nuestras bocas, momento en el cual cerramos los ojos y
pronunciamos casi en silencio: ¡Gracias ------/////uuuukkkkkhhhh666999------°°°°°!
dios de los parajes desconocidos y las criaturas nunca descubiertas e
imposibles, y empezamos primero con un gran mordisco que una vez dentro de
nuestras bocas se convierte en un sorbo de delicioso sabor que incita a dar
otro bocado aun mayor y así hasta hallar el centro, corazón, o pepa, como
algunos escépticos de su naturaleza animal lo llaman, momento en el cual se ha
de volver a introducir la esfera verde oscura en el centro del agujero para
esperar un retoño en un eventual retorno. Es necesario además acotar que los Madgers son ovalados, de consistencia
gelatinosa y piel lisa como la de un pez; devolverlos a su lugar no es
precisamente reforestarlos, es más bien reiniciar su incubación, pues se ha
descubierto que si uno quiebra el material que recubre dicho huevo o pepa,
halla dentro la larva viva del animal, que para ser más representativos diremos
se parece a un camarón con ojos de rana.
Como decía, mi hija vio
el primero junto a mis pies, yo el segundo, el tercero y así descubrimos todo
un jardín o enjambre atestado de agujeros de Madgers por todas partes. El festín culminó cuando nuestros
estómagos no dieron para un bocado más, fue cuando ella dijo:
-
Saben a pepino
-
A papaya, respondí
-
También, agregó
-
¿Alguna vez amainará esta lluvia papá?
-
No creo que sea pronto, ¿por qué?
-
Es que planeo volver con unas amigas a
plantar pepinos y claro, también papayas
-
¿Así, y para qué?
-
No lo sé, ¿compañía o quizá alimento
para ellos?
-
¿Y eso?
-
No es nada, solo que mientras comía y
asociaba el sabor con las frutas de la Tierra, pensé que a mamá le hubiera
gustado la idea de plantar nuestras frutas favoritas en un lugar donde
probablemente alguien más pudiera tener la dicha de cultivarlas y disfrutarlas como
allá lo hacíamos nosotros.
-
¿La extrañas mucho verdad?
-
¿Tú no?
-
Demasiado diría yo; sabes, solíamos
venir a comer Madgers antes de que
nacieras
-
¿Verdad? ¿Y cómo es que nunca me lo
dijeron?
-
Todo pasó tan rápido, vinimos dos o tres
veces, para cuando venías en camino comenzó a sentir los primeros síntomas de
su fatal enfermedad
-
Maldito cáncer
-
Quién sabe hija mía, quién sabe, claro
los médicos sugirieron cáncer, pero siempre tuve mis dudas
-
Si no fue cáncer, entonces qué pudo
haber sido
-
No importa, solo pienso que tal vez no
haya sido cáncer nada más.
Callamos,
como si los Madgers ni nada del universo pudiera suplir tal ausencia, tal
necesidad, y luego de retornar a nuestros pies anclados oí que mi hija
continuaba hablando:
-
…la necesito tanto, cuánto daría porque
estuviera aquí con nosotros
-
Entiendo cariño, yo también.
De
pronto vio algo y señalando a unos cien metros dijo:
-
¡Mira papá, un Madger mudando de agujero!
-
¿Dónde? ¿Mudando?, si ellos son
inmóviles
-
Míralo, por allá
Vi
un ejemplar enorme salir afanosamente de su agujero y reptar hacia la tupida
selva. Sentí lástima por su condición: sin extremidades ni rostro ni pelambre,
solo esos agujeros de los que hablé drenando incesante líquido.
-
¿Quieres que lo traiga para el postre?
Le dije
-
No gracias, pero hay algo que podrías
hacer por mí
-
Dime
-
Tal vez te parezca una locura pero me
gustaría que te acerques y le digas lo mucho que la extrañamos y amamos, que se
cuide y sea buena, que no se preocupe por nosotros pues estamos tristes pero
bien dentro de lo tolerable
-
¿Cómo? Acaso crees que el Madger y tu madre…
-
No, para nada papá, solo me gustaría que
se lo digas y ya.
Recientes
investigaciones descubrieron cierta aptitud de estos seres para desarrollar la
capacidad de comprensión de algunos códigos lingüísticos. Quizá por ello mi
hija salía con semejante ocurrencia.
-
Está bien, lo haré, ve alistando las
cosas que a mi regreso nos vamos
-
Gracias papá, te quiero
-
Y yo a ti princesa
Dándole
un beso en la frente caminé lentamente, bajo el infierno de agua cayendo sobre
mi paraguas, hacia el ejemplar que trataba de perderse entre el denso follaje;
tuve que apurar el paso para darle alcance. Cuando así lo hice me acerqué tanto
como pude y le dije lo que mi hija me pidió, extendí enseguida una mano e hice
una suerte de caricia, asumiendo la imposible posibilidad de que en efecto sí
tuviera que ver algo con René, mi esposa.
*
-
Entonces si el abuelo y la abuela son
animales y no frutas, ¿por qué no los traemos a casa y los tenemos junto a los
peces o el canario?
-
Pues porque a ninguno de ellos les
hubiera gustado ser mascotas de su nieto; y ya no te hagas Fabián, acaba tus
verduras o no iremos a verlos el fin de semana
-
Está bien mamá, pero solo porque quiero
conocerlos
-
No les hables, ellos comprenden, solo da
un mordisco tras otro cerrando los ojos y pensando en pepinos o papayas
-
¡Delicioso, tanto jugo, tan dulce! ¿Pero
y si es el abuelo o la abuela?
-
Mejor aún, pues comiéndotelos les das la
oportunidad de regenerarse otra vez desde el huevo o pepa que hay en el centro
de su cuerpo y que tendrás que depositar con mucho cariño y esperanza de donde
cogiste al animalito
-
No quiero comerme al abuelo mamá
-
No lo hagas si no quieres, lo que te
pierdes, mira.
*
Y así mi madre se comía
a mis abuelos mientras yo asqueado de la raza humana deseaba con todas mis
fuerzas ser un Madger y no un ser
que diciendo tonterías para justificar su criminal acto, hacía lo que hacía
aunque fuera lo más delicioso que hubiera en todo el universo.
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