miércoles, 15 de enero de 2014

LA MISMA LLUVIA, LOS MISMOS Y DELICIOSOS MADGERS



Para el maravilloso Ray


Detuvimos la marcha justo cuando iba a decir ya basta con esta horrorosa lluvia. Al buen Bradbury la empresa le fue peor pues aquella vez los módulos de descanso estaban casi en abandono, en cambio ahora que el gobierno ha oído nuestras peticiones, el problema ya no está en hallar dichos módulos, sino en lo único que puede seguir siendo un problema en este planeta: la lluvia. La eterna y tortuosa lluvia. Con hoy se cumplen setenta y cinco años de lluvia constante e imperturbable, y nosotros, nietos y bisnietos de quienes estuvieron durante la época del gran Ray, seguimos bajo ella como las ruedas bajo el coche, inseparables y fieles a su metralla de gotas tormentosas que no solo mojar saben, sino ahogar. Pero bueno, no todo podía seguir siendo tan malo después de tanto tiempo, sobre todo si tenemos en cuenta el avance de la ciencia. Ahora no tenemos que soportar así nada más tanta lluvia, pues contamos con paraguas especiales que nos aíslan por completo de las fulminantes gotas, algunas de las cuales hasta rebasan los tres litros cúbicos por centésima de segundo cada una.
Siendo esta la actual situación se podrían preguntar entonces qué seguimos haciendo en este clima hostil. Pues bien, para empezar, la extracción de mineral y combustible ha cesado hace tanto tiempo que solo escombros de las minas es todo cuanto queda; los que hoy por hoy venimos a este remoto y acuoso lugar lo hacemos con un solo propósito: comer Magders.
Antaño me preguntaba mi hijita si alguna vez iríamos juntos a comer Madgers y le dije que tal vez cuando fuera grande y tuviera con qué, es decir, el dinero suficiente, pues es preciso hacer constar que la ingesta de estos animalitos es el lujo más caro que alguien pueda darse; no tanto por lo lejano del lugar donde habitan, sino por lo difícil que resulta encontrarlos entre tanta lluvia y tan lejos de casa. Pues bien, el día ha llegado, ella se hizo de mucho dinero, muchísimo como para comprar pasajes de ida y vuelta, estadía y el pase necesario para buscar los manjares con los equipos precisos en esta selva de agua.
¿Qué pasa cariño? Le digo ni bien oigo su señal. Papá no te muevas, solo mira junto a tu pie derecho, con cuidado, no vayas a despertarlo, ¿lo ves? En efecto, el primer agujero de un Madger emanaba el característico vapor enverdecido que delataba su presencia bajo las hojas anchas de esas plantas difíciles de catalogar y clasificar por su efímera existencia de dos horas, luego de las cuales se pudren y hacen una plasta verdosa que mezclándose con el agua de la lluvia incesante, desaparece hasta reaparecer metros más allá convertida esta vez en una especie de helecho que difícilmente mantendría esa forma hasta rayar el día.
Para los que desconocen a los Madgers hago de su conocimiento que son una transición entre un vegetal y un animal. Nosotros preferimos asociarlos a nuestra dieta como animal en lugar de planta porque una vez que se los coge con ambas manos de los agujeros de treinta o cuarenta centímetros de diámetro por medio metro de profundidad, donde se hunden bajo su propio peso, éstos lloran por así decirlo, emitiendo agua pulverizada por unos agujeros que no podemos concebir otra cosa que no sean ojos, aunque claro no sea frecuente ver ojos que coman y excreten al mismo tiempo. Las plantas no lloran, o en todo caso nuestros oídos humanos no están preparados para poder oír su llanto; los animales emiten sonidos, y bueno, bajo esa premisa los Madgers son animales plantocomestibles.
Estos seres surgieron como producto del trabajo de la minera en materia de destrucción del ecosistema natural en este planeta. Nadie sabe cómo así, todavía no hay estudios pertinentes, solo que una vez recogidos de su lecho, agujero o nido, hay que comérselos o antes de poder hacerlo se harán agua escurriéndose entre los dedos que a la larga, dos o tres días máximo, corroerán la mano, incluido huesos y uñas; ni siquiera los guantes o las mallas con que podamos contar para recogerlos servirán para tal inminente evento. Por eso, los recogemos con sumo cuidado por los lados, introduciendo ambas manos bien estiradas, los elevamos lentamente hasta nuestras bocas, momento en el cual cerramos los ojos y pronunciamos casi en silencio: ¡Gracias ------/////uuuukkkkkhhhh666999------°°°°°! dios de los parajes desconocidos y las criaturas nunca descubiertas e imposibles, y empezamos primero con un gran mordisco que una vez dentro de nuestras bocas se convierte en un sorbo de delicioso sabor que incita a dar otro bocado aun mayor y así hasta hallar el centro, corazón, o pepa, como algunos escépticos de su naturaleza animal lo llaman, momento en el cual se ha de volver a introducir la esfera verde oscura en el centro del agujero para esperar un retoño en un eventual retorno. Es necesario además acotar que los Madgers son ovalados, de consistencia gelatinosa y piel lisa como la de un pez; devolverlos a su lugar no es precisamente reforestarlos, es más bien reiniciar su incubación, pues se ha descubierto que si uno quiebra el material que recubre dicho huevo o pepa, halla dentro la larva viva del animal, que para ser más representativos diremos se parece a un camarón con ojos de rana.

Como decía, mi hija vio el primero junto a mis pies, yo el segundo, el tercero y así descubrimos todo un jardín o enjambre atestado de agujeros de Madgers por todas partes. El festín culminó cuando nuestros estómagos no dieron para un bocado más, fue cuando ella dijo:
-         Saben a pepino
-         A papaya, respondí
-         También, agregó

-         ¿Alguna vez amainará esta lluvia papá?
-         No creo que sea pronto, ¿por qué?
-         Es que planeo volver con unas amigas a plantar pepinos y claro, también papayas
-         ¿Así, y para qué?
-         No lo sé, ¿compañía o quizá alimento para ellos?
-         ¿Y eso?
-         No es nada, solo que mientras comía y asociaba el sabor con las frutas de la Tierra, pensé que a mamá le hubiera gustado la idea de plantar nuestras frutas favoritas en un lugar donde probablemente alguien más pudiera tener la dicha de cultivarlas y disfrutarlas como allá lo hacíamos nosotros.
-         ¿La extrañas mucho verdad?
-         ¿Tú no?
-         Demasiado diría yo; sabes, solíamos venir a comer Madgers antes de que nacieras
-         ¿Verdad? ¿Y cómo es que nunca me lo dijeron?
-         Todo pasó tan rápido, vinimos dos o tres veces, para cuando venías en camino comenzó a sentir los primeros síntomas de su fatal enfermedad
-         Maldito cáncer
-         Quién sabe hija mía, quién sabe, claro los médicos sugirieron cáncer, pero siempre tuve mis dudas
-         Si no fue cáncer, entonces qué pudo haber sido
-         No importa, solo pienso que tal vez no haya sido cáncer nada más.

Callamos, como si los Madgers ni nada del universo pudiera suplir tal ausencia, tal necesidad, y luego de retornar a nuestros pies anclados oí que mi hija continuaba hablando:
-         …la necesito tanto, cuánto daría porque estuviera aquí con nosotros
-         Entiendo cariño, yo también.
De pronto vio algo y señalando a unos cien metros dijo:
-         ¡Mira papá, un Madger mudando de agujero!
-         ¿Dónde? ¿Mudando?, si ellos son inmóviles
-         Míralo, por allá
Vi un ejemplar enorme salir afanosamente de su agujero y reptar hacia la tupida selva. Sentí lástima por su condición: sin extremidades ni rostro ni pelambre, solo esos agujeros de los que hablé drenando incesante líquido.
-         ¿Quieres que lo traiga para el postre? Le dije
-         No gracias, pero hay algo que podrías hacer por mí
-         Dime
-         Tal vez te parezca una locura pero me gustaría que te acerques y le digas lo mucho que la extrañamos y amamos, que se cuide y sea buena, que no se preocupe por nosotros pues estamos tristes pero bien dentro de lo tolerable
-         ¿Cómo? Acaso crees que el Madger y tu madre…
-         No, para nada papá, solo me gustaría que se lo digas y ya.
Recientes investigaciones descubrieron cierta aptitud de estos seres para desarrollar la capacidad de comprensión de algunos códigos lingüísticos. Quizá por ello mi hija salía con semejante ocurrencia.
-         Está bien, lo haré, ve alistando las cosas que a mi regreso nos vamos
-         Gracias papá, te quiero
-         Y yo a ti princesa
Dándole un beso en la frente caminé lentamente, bajo el infierno de agua cayendo sobre mi paraguas, hacia el ejemplar que trataba de perderse entre el denso follaje; tuve que apurar el paso para darle alcance. Cuando así lo hice me acerqué tanto como pude y le dije lo que mi hija me pidió, extendí enseguida una mano e hice una suerte de caricia, asumiendo la imposible posibilidad de que en efecto sí tuviera que ver algo con René, mi esposa.

*
-         Entonces si el abuelo y la abuela son animales y no frutas, ¿por qué no los traemos a casa y los tenemos junto a los peces o el canario?
-         Pues porque a ninguno de ellos les hubiera gustado ser mascotas de su nieto; y ya no te hagas Fabián, acaba tus verduras o no iremos a verlos el fin de semana
-         Está bien mamá, pero solo porque quiero conocerlos


-         No les hables, ellos comprenden, solo da un mordisco tras otro cerrando los ojos y pensando en pepinos o papayas

-         ¡Delicioso, tanto jugo, tan dulce! ¿Pero y si es el abuelo o la abuela?

-         Mejor aún, pues comiéndotelos les das la oportunidad de regenerarse otra vez desde el huevo o pepa que hay en el centro de su cuerpo y que tendrás que depositar con mucho cariño y esperanza de donde cogiste al animalito

-         No quiero comerme al abuelo mamá

-         No lo hagas si no quieres, lo que te pierdes, mira.

*


Y así mi madre se comía a mis abuelos mientras yo asqueado de la raza humana deseaba con todas mis fuerzas ser un Madger y no un ser que diciendo tonterías para justificar su criminal acto, hacía lo que hacía aunque fuera lo más delicioso que hubiera en todo el universo.




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