Raúl se disponía
a beber su infusión de sabor sumamente amargo, para mitigar las emociones
corrosivas que experimentaba, como consecuencia de haberse dado como se dieron,
los acontecimientos de su vida, hasta ese preciso instante donde por fin había
logrado trascender todo tipo de valla u obstáculo a su alrededor; de la clase
de obstáculos que te dan ganas de escupir en sus tumbas. Y si así tuviera que
ser, habría que considerar seriamente la consigna de elevar a más no poder las
fantasías y locuras en la reconstrucción de las partes que el agujero próximo,
agujero de nulidad, se tragó durante el fin de semana, justo cuando subieron a
la azotea a apostar por las estrellas, por la capacidad de contarlas lo más
posible o cosas así. Por esto luchaba apretando el bolígrafo con mayor furor,
como tallando la roca más dura. Dejando a las palabras fluir filudas y caóticas
hacia las profundidades del averno o de una botella verde de cerveza. Dándole
importancia cero a todo que nada tenga que ver con ver – de. Pero temblaba, se envenenaba con el sudor de sus manos o
la saliva cuya caída anegaba el escritorio, viendo el papel a través de miasmas
acuosas y ver –des.
Sus motivos y
argumentos se caían a pedazos. Y entonces la puta y violenta solución autoeliminatoria
también clavaba diente; y la garra fascinaba con la experiencia de la
condenación y extinción. Es cuando no debería dar cabida al asunto de su vida:
el miedo a la parca, y su obsesión por ella. En seguida y casi al fin de la
última palabra que escribe, Raúl sufre
un ligero estremecimiento: verse haciendo y diciendo lo que hizo y dijo durante
el lastre de su vida, como si fuera simplemente a juzgarla por cómo había sido,
notando que al fondo del pasillo estaba él y nadie más. Uno y lo otro, o todos,
no había posibilidad de seguir manteniendo la situación sin la certera apertura
a la total entrega.
Pero optar por
la parca de algún modo también era seguir con el hedonismo.
Placer por morir.
Mortuoria complacencia. Y así, no considerar por ejemplo, una mañana límpida de
cielo, libre uno, de objetos, y solo con lo necesario para salir de paseo,
caminando hacia el centro de la quebrada; y dos, ni contento ni triste, más
bien algo convencido, apasionado sin agotamiento; llegando a unir la sangre al
río, el fascinante río de sangre; andando de sitio sin mudar el cauce, es el
mismo río, pensando al verlo siempre, aunque con intervalos de tiempo y
distancia, o con los pies sumergidos en sus orillas, disfrutando de sus
caricias suaves y breves, y hasta frías, cualidad inherente a la parca, luego
paciente, recostándose sobre una señora piedra y cerrando los ojos y a ciegas
mirando el brinco que pegará en segundos y cómo caerá, oh sí, cómo caerá.
Dibujando en su frente símbolos siniestros sin significación más que de impacto
visual.
¿Por qué tenía
que ser así? La única respuesta para él es que el modo de elección le exime,
para cuando quiera reconsiderarlo, de los albores finales del proceso de su
vida hacia la implosión de toda variación en torno a los reactivos de disolución
y degollación. Y es que perdería la cabeza necrosada y luego cercenada. Pero si
pudiera ver que sus pedazos vienen cayendo desde hace rato, decepción o
emancipación, es decir, del cuerpo, descarnado a sí mismo. Es segura la
estampida, indudable la fuga.
El estallido de
un pensamiento, una acción, un pensamiento, y otra acción, y así hasta siempre;
todo sin más pensa – miento que los
rezagos del primero; y sobretodo el descontrol y extravío hacia adentro. Entre
la suma de errores y desaciertos del proceso estaba para Raúl ahora mismo,
haberse restado toda confianza en sí. Entre otras cosas, le infundió ideas de
ser enfermo, insano, vacuo, imbécil, etc. Sin embargo para él lo más jodido era
de pronto revisarse los bolsillos y comprobar sobre el lugar donde se encuentra
algo de cobre, que era un desierto sin forma; sin medio alguno para darle
cuerda a la comedia de su vida, cuya esencia y eje filosófico podría verse como
fábrica de dolor. Y a estas alturas cueste lo que cueste: ARTIFICIAL,
ARTEFICCIAL. El hecho es que si bien las implicancias destructivas de su obra
podrían fácilmente convencer de casi nada a un artista mediocre, ni bueno ni
malo, menos a quien no lo sea. Retirarse, reestablecerse, superarse,
desdibujarse… Felizmente contaba nuestro Raúl con sus gafas púrpura halladas
debajo de sus correrías rituales a través de los meandros devenidos del río
único, inalterable, ¡oh qué frustración!, meandros no ríos. Por sobre y debajo,
un planeta con pulpa de agua, algo aquejado por llagas pétreas. Por ese
consuelo seguir adelante, aunque fabricándose dolor y saboreándolo a vista e
impaciencia de gusanos incapaces de verse de otro modo; lo peor de nuestra
especie, los hombres gusano.
Y aún si así no
fuera, y todo cuanto de su vida podría referirse, no encontraría alternativa a
otra cosa que un conjunto típico de conductas y modos de ser de un tipo
afectado severamente por la irradiación de cierto tipo(otro individuo o
material) de placer, o de música o estímulo especialmente seleccionado desde
las barracas del diablo. De manera que o aplaudías, renegabas o ignorabas; era
todo cuanto podrías hacer tú.
La idea no
moriría, a lo sumo tornaríase ridícula, pero en muchas noches como esta, cuando
Raúl o la gente como él, embebido de reflexiones sistemáticas (aliviado,
alentado y condenado) no podría ser mejor, mucho menos peor, si la
concentración no menguara o desviara. Y eso es un lujo, algo que jamás tendrías
o serías, o que incluso si miles como él que desde siempre está yéndose como
hoja seca, resecada ella (él) sola, con o sin sol; serán sus ideas, son sus
ideas… Imagina Raúl, juega, apuesta, pierde… ¿Estás Raúl?
Así la noche
íntegra, bebiendo la infusión a sorbo lento y espaciado, llega a notar el claro
gris de un nuevo mañana, agotado el dolor fabricado durante la víspera.
Recordando tonterías exquisitas como la de las gitanas haciendo estúpidos a la
gente, la venganza de una amiga con el clásico modo de una mujer. Traición o
lealtad, justicia o resistencia. Resoluto o endeble. Por otra parte, la opción alternativa
y un tanto divertida de desvestirse y echarse a dormir sin sueño.
A su alrededor
la hojalata de su deshecho industrial, que valgan verdades se tornan infalibles
e imprescindibles. Dormir algo y despertar y seguir con el sueño/pesadilla
diario. Solo unas horas y estaría listo y de pie para la contienda con la
resistencia orgánica y mental, y el mundo con o fuera de él, cayéndose a
pedazos, a todo juicio de valor, lejano y cada vez más alejado, imposibilitado de
saber más.
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