martes, 14 de enero de 2014

EL FRUTO PROHIBIDO


Observas con detenimiento y algo de fascinación el fruto aquel, recuerdas las palabras del padre: De todos los árboles menos de éste; y resuma en tu mente la decisión ya tomada, ya ejecutada; y de pronto consideras el haberlo hecho como un acto tan sencillo que da pena pensar en las implicancias universales. Una vez que probaste del maravilloso fruto de la sabiduría no hay marcha atrás, como con toda decisión importante. Entonces pasas el resto de tu vida, de la vida de quienes de ti vienen, tratando de hallar otra vez el fruto, y no consigues, sabes incluso de la quimera que significa tal hallazgo; porque estás fuera, fuiste echado para siempre, pero algo en ti y en tus hijos sigue impulsándolos a lo mismo, a pesar de las murallas infranqueables, de la limitaciones orgánicas y espirituales, a pesar de todo. Para qué más, te dices al oído, y repites a cada paso que transitas por este mundo, tú y ellos, pero sigues.

Los días entonces se van reduciendo en tiempo y espacio, no entiendes cómo es que sucede esto: despiertas, parpadeas y ya anocheció, tomas una uva de las manos de alguien, comes, sientes el dulce invadir tu paladar, quizá vivir se trate solo de saborear lo que el mundo te ofrece aunque siempre añores el dulce del fruto preciado e imposible; y vuelve a amanecer. Tratas de ya no pensar en todo esto, apelas al sueño, grave error, es peor pues ya comprendes que los sueños parten de los vacíos dejados por los deseos postergados o no conseguidos despierto; entonces tratas de mantenerte despierto hasta el agotamiento absoluto, luego del cual venirte a pique vencido por el cansancio del cuerpo y la mente, puedas reposar en blanco silencio y vacío de sueños, o de recuerdos al menos. Y otro día aparece por la ventana, otro día que no es sino el mismo de cuando cogiste el fruto y abrazándolo con tus dedos suaves y pulcros llevaste a tus rojos y húmedos labios y comiste sin pensar en el peso de los años, de la condena que esto implicaría…


No lo sabes, probablemente nunca lo sepas, ni tú ni ellos, que así ha de ser hasta hallar a quien plantó el árbol y te dejó a merced de tus impulsos. Y luego, cuando lo tengas frente a ti, desvaneciéndose lentamente a tu comprensión, no puedas hacer más que dar un suspiro, odiando, amando, quién sabe, ya no importa. A tu alrededor todos habrán partido, te dirás estás acabado, sin embargo otro día que cae, otra mañana que viene. Ya no puedes soportarlo, ahora tus años duran minutos y tu aliento petrifica lo vivo. No estás muerto o vivo pues ya no caben consideraciones al respecto. Si fueras él por ejemplo notarías que tras su género te ocultas tú misma, o él mismo, dando igual para ambos porque se trata de existencia en vaivén eterno de monotonía. Detenidos, eso es, piensas en la inmensidad del mar, del universo, en tu insignificancia, y observas otra vez tus dedos, la sombra que proyectan cuando se dirigen hacia el fruto prohibido, ¿no sería mejor que lo pensaras un poco? No, lo sabes, pues no existe tal cosa, el pensamiento, todo es un vil invento de unos cuantos para solapar el circo, que viene de círculo, es decir, lo que habitas y eres. Solo ordenas, y es más, tratas de hacerlo lo más y mejor que puedas. 

Afuera todo es caos, todo vaga incierto, hay algo o alguien que tira de los hilos, se te ocurre pero y detrás o más arriba qué, alguien más haciendo lo mismo, oh no qué tortura, son fractales de desesperación, nunca verás nada, ni el final, menos le principio, solamente giras y giras viendo la vida, la muerte, la gente y sus dedos, sus labios y voces ahogándose entre el ruido sordo que opaca la figura del fruto, del árbol y todo eso. Calma, espera, ya viene otro día, ¿es la noche la que inquieta no es cierto? No es cierto, lo sabes, nada lo es, las verdades pugnan por ser tales, y las mentiras consuelan los fracasos; quién eres, a qué has venido, ¿ya hiciste lo que debiste?, y ahora qué sigue, no vas a soportar oírme, oírte desde adentro: nada, nunca hubo un por qué ni el resto de preguntas sin respuesta otra que no sea a partir del fruto comido y digerido. Maldita sea, bendito sea, da igual, la ilusión de la dualidad, la conciencia de totalidad, ambas te subyacen al acto primitivo de tus dedos y la sombra de su movimiento en el aire rumbo al árbol y lo prohibido. Vas a ver o ya lo hiciste y lo seguirás haciendo, no hay sentido, es una tundra inmensa llena de árboles invisibles y sin fruto; el cielo está por su parte plagado de frutos podridos que caen conforme deseas comer de ellos. Padre! Dónde te has marchado, no estás ni estuviste, por qué estos ojos y boca, por qué este castillo invertido, por qué mis pies hundidos en las mazmorras de mi camino, por qué… y no hay nadie, ni siquiera el eco de tu voz o de tus pensamientos no pensados. Pero tus dedos siguen su camino, y el fruto pendiendo sumamente atractivo, rojizo hasta el estallido de tus sentidos. Come, mastica, digiere, expulsa, es todo, el resto nada, nada, nada…

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