Observas con
detenimiento y algo de fascinación el fruto aquel, recuerdas las palabras del
padre: De todos los árboles menos de éste;
y resuma en tu mente la decisión ya tomada, ya ejecutada; y de pronto
consideras el haberlo hecho como un acto tan sencillo que da pena pensar en las
implicancias universales. Una vez que probaste del maravilloso fruto de la
sabiduría no hay marcha atrás, como con toda decisión importante. Entonces
pasas el resto de tu vida, de la vida de quienes de ti vienen, tratando de
hallar otra vez el fruto, y no consigues, sabes incluso de la quimera que
significa tal hallazgo; porque estás fuera, fuiste echado para siempre, pero
algo en ti y en tus hijos sigue impulsándolos a lo mismo, a pesar de las murallas
infranqueables, de la limitaciones orgánicas y espirituales, a pesar de todo.
Para qué más, te dices al oído, y repites a cada paso que transitas por este
mundo, tú y ellos, pero sigues.
Los días
entonces se van reduciendo en tiempo y espacio, no entiendes cómo es que sucede
esto: despiertas, parpadeas y ya anocheció, tomas una uva de las manos de
alguien, comes, sientes el dulce invadir tu paladar, quizá vivir se trate solo
de saborear lo que el mundo te ofrece aunque siempre añores el dulce del fruto
preciado e imposible; y vuelve a amanecer. Tratas de ya no pensar en todo esto,
apelas al sueño, grave error, es peor pues ya comprendes que los sueños parten
de los vacíos dejados por los deseos postergados o no conseguidos despierto;
entonces tratas de mantenerte despierto hasta el agotamiento absoluto, luego
del cual venirte a pique vencido por el cansancio del cuerpo y la mente, puedas
reposar en blanco silencio y vacío de sueños, o de recuerdos al menos. Y otro
día aparece por la ventana, otro día que no es sino el mismo de cuando cogiste
el fruto y abrazándolo con tus dedos suaves y pulcros llevaste a tus rojos y
húmedos labios y comiste sin pensar en el peso de los años, de la condena que
esto implicaría…
No lo sabes,
probablemente nunca lo sepas, ni tú ni ellos, que así ha de ser hasta hallar a
quien plantó el árbol y te dejó a merced de tus impulsos. Y luego, cuando lo
tengas frente a ti, desvaneciéndose lentamente a tu comprensión, no puedas
hacer más que dar un suspiro, odiando, amando, quién sabe, ya no importa. A tu
alrededor todos habrán partido, te dirás estás acabado, sin embargo otro día
que cae, otra mañana que viene. Ya no puedes soportarlo, ahora tus años duran
minutos y tu aliento petrifica lo vivo. No estás muerto o vivo pues ya no caben
consideraciones al respecto. Si fueras él por ejemplo notarías que tras su
género te ocultas tú misma, o él mismo, dando igual para ambos porque se trata
de existencia en vaivén eterno de monotonía. Detenidos, eso es, piensas en la
inmensidad del mar, del universo, en tu insignificancia, y observas otra vez
tus dedos, la sombra que proyectan cuando se dirigen hacia el fruto prohibido,
¿no sería mejor que lo pensaras un poco? No, lo sabes, pues no existe tal cosa,
el pensamiento, todo es un vil invento de unos cuantos para solapar el circo,
que viene de círculo, es decir, lo que habitas y eres. Solo ordenas, y es más,
tratas de hacerlo lo más y mejor que puedas.
Afuera todo es caos, todo vaga
incierto, hay algo o alguien que tira de los hilos, se te ocurre pero y detrás
o más arriba qué, alguien más haciendo lo mismo, oh no qué tortura, son
fractales de desesperación, nunca verás nada, ni el final, menos le principio,
solamente giras y giras viendo la vida, la muerte, la gente y sus dedos, sus
labios y voces ahogándose entre el ruido sordo que opaca la figura del fruto,
del árbol y todo eso. Calma, espera, ya viene otro día, ¿es la noche la que
inquieta no es cierto? No es cierto, lo sabes, nada lo es, las verdades pugnan
por ser tales, y las mentiras consuelan los fracasos; quién eres, a qué has
venido, ¿ya hiciste lo que debiste?, y ahora qué sigue, no vas a soportar
oírme, oírte desde adentro: nada, nunca hubo un por qué ni el resto de
preguntas sin respuesta otra que no sea a partir del fruto comido y digerido.
Maldita sea, bendito sea, da igual, la ilusión de la dualidad, la conciencia de
totalidad, ambas te subyacen al acto primitivo de tus dedos y la sombra de su
movimiento en el aire rumbo al árbol y lo prohibido. Vas a ver o ya lo hiciste
y lo seguirás haciendo, no hay sentido, es una tundra inmensa llena de árboles
invisibles y sin fruto; el cielo está por su parte plagado de frutos podridos que caen
conforme deseas comer de ellos. Padre! Dónde te has marchado, no estás ni
estuviste, por qué estos ojos y boca, por qué este castillo invertido, por qué
mis pies hundidos en las mazmorras de mi camino, por qué… y no hay nadie, ni
siquiera el eco de tu voz o de tus pensamientos no pensados. Pero tus dedos
siguen su camino, y el fruto pendiendo sumamente atractivo, rojizo hasta el
estallido de tus sentidos. Come, mastica, digiere, expulsa, es todo, el resto
nada, nada, nada…
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