Me apena tanto corroborar mi defectuosa escritura; me apeno al tiempo que una suerte de resignación se consolida en mi ser. Releo y reescribo algunas cosas sin lograr nada interesante ni digno de la literatura como la concibo. Pienso en la poca gente para la que signifiqué o significo agónicamente algo, alguien, y en su ausencia y mutismo, con intención y sin ella, veo otra vez el fracaso. Mis relaciones sociales definitivamente están en un frasco al fondo de la memoria, la cual se obstina en sepultarla bajo el adobe de mis tóxicos recuerdos. Sin embargo eso no importa, creo, debo creerlo, pues si voy a estar solo como vengo estando, y no solo en el sentido filosófico, sino literal, absolutamente real, entonces debo extirpar esa sensación de melancolía y desasosiego por ello. Pero para mi habitual condena a la autotortura mental necesito de ese delicioso dolorcito cada que me encuentro negado a todos, cerradas las bocas y gestos y ojos de quienes decido abordar. El caso particular de esta ciudad para la cual soy un perfecto extranjero. No funciono de ningún modo, y eso que no siendo introvertido, lo antisocial se me da solo cuando bordeo los límites de la locura artificial. Eso apena al tiempo que corrompe mi alma, mi humanidad; ya no creo en la solidaridad ni el compañerismo, todo es un cúmulo de nostalgia, un gran banco de reminiscencias e ilusiones marchitas respecto de mí mismo dentro de grupos de gente, jóvenes, adultos, qué sé yo. El quiebre en mi ser con la tolerancia, la paciencia, la hipocresía, la zalamería, es indudablemente irremediable; lo veo y ahora lo acepto.
Volviendo a lo de mi escritura, siempre pienso en volver a empezar, incluso dándole cácuti -como dice el buen Dante al acto de finiquitar algo o alguien- a todo cuanto hasta ahora escribí. La idea me consuela y reanima, puesto que si empiezo de cero no tendré que seguir cargando con el cúmulo de mis tentativas a medio fracaso, ensayos de grafomanía trunca, intentos burdos y seudorománticos por ser, trascender, dejar de ser lo que soy, de odiar a quienes odio, o de extrañar a quienes añoro. No obstante el vacío pesa más, pensarme en cero, anulado, vuelto a la partida, no me parece muy acertado que digamos; quizá en parte por el ego que todavía albergo y del que me valgo para seguir caminando frente en alto, suelto de huesos, un poco orientado hacia el alpinchismo y la vida orillada respecto del resto. De modo que un dilema de atasco. Sin embargo ya lo hice, decidí echar al olvido cuanto escribí y preocuparme en adelante de cuanto escriba. Mis propósitos resultan los de siempre, mi ideal del mismo modo, escribir lo más cercano a la idea que tengo sobre originalidad; aunque sea quimérica tal propuesta, pues qué es original, ya nada, casi nada, de todas formas lo seguiré haciendo, quizá restándole importancia un poco a la fantasía para concentrar fuerzas en torno a la objetividad para con los personajes, entramados, conflictos y desenlaces.
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