Recolectores, pescadores
y nómadas, esa era mi gente. Ahora son los grandes malls lo único que nos queda
para subsistir. Manny tiene siete meses de embarazo, la felicidad que esto implica
se opaca y disminuye y transforma con nuestras correrías entre las miles de
tiendas y rostros de gentes que no hacen otra cosa que ser ajenos. No a
nosotros, sino a todo cuanto creemos importante, o creíamos; por ejemplo vender
el agua o cobrar por el aire acondicionado. Nosotros cuando éramos cinco a
principios de este año, ni bien pisamos este suelo, nos reíamos de sus modos de
vivir, ataviados, preocupados, tristes, o locos. Y ahora que los observo desde
esta baranda en el octavo piso, me suenan a miseria, miseria que sé bien cómo
jode, miseria del alma, de vagar sin rumbo ni esperanza por la tundra, desde
enero hasta agosto, sin comer otra cosa que no sean raíces y frutos secos,
congelados, aves muertas o huesos que los zopilotes fueron tan amables en dejar
no tan roídos. Ahora nada, luces y luces y fritura y grasa, más grasa, hasta el
atasco de venas y corazones.
Hoy no ha probado
bocado alguno, luce bastante mal, pienso en mi hijo ahí dentro, sé cómo
llamarlo, tengo planeado qué decirle sobre el mundo, cómo recibirlo, pero nunca
he pensado en lo contrario, siempre me pareció algo a lo que nunca dedicaría un
segundo de mis pensamientos; sin embargo tengo que hacerlo, todos los días
mientras se retuerce de dolor al caer la noche, trato de arroparla lo mejor que
puedo pero este invierno que parece solo afectarnos a quienes vivimos en las calles, es implacable,
le arranca lamentos y lágrimas duras y pesadas que me demuelen y desesperan;
entonces salgo pegando el brinco en busca de más cobijos o cartones o gente a
la que arrebatarle sus pomposos abrigos. Estoy harto, hay días en los que
quiero salir corriendo colina abajo hasta el puerto, subirme a un barco y ver
qué me depara el mar. Pero no puedo hacerlo, los deseos e impulsos de liberarse
de las responsabilidades no es algo que pueda hacer sin despedazarme en mortificaciones
y conflictos. En esto tienen tanta culpa mi estilo de vida, como el estilo
corrompido de esta sociedad que se empeña en aferrarse a ciertas cosas que alguien,
algunos, determinó importantes e impostergables. Infundiéndote la idea de que
más allá solo estará la vida para hacerte pagar tus faltas y omisiones. Por eso
callas, sollozas, sufres, reniegas, te aturdes de comida y trabajo, vejez y
parálisis.
Decidí no tenerlo, y
para ello mis manos hurgan dentro tanto como pueden, voy a arrancar su cabeza
desde afuera y para cuando llegues, servir las frutas podridas que anoche
cogimos de los estantes diluidos con los sesos y carnecita de su cuerpo. No ser
una mujer, una madre, un ser dador de amor sin límites, me complace en demasía,
porque como a ti, me exime de todo. Yo solo quiero andar liberada y con la
capacidad de reírme de todo, no así, hecha un lastre, un pedazo de carroña que
hay que alimentar, abrigar, cuidar, velar, no, ¡basta!
Bien, así que lo
abortaste, no te juzgo mujer, pero sabes, al ser destruido el cúmulo de mis
esperanzas no me queda nada, me convierto en un animal salvaje guiado únicamente
por el instinto de sobrevivir, y en esta etapa, tú no cuentas.
Te vas, bien, mejor, no
quiero andar oyendo lamentos y hubieras, pero eso sí, deja de llorar y mirarme
de esa forma, tomaré la ruta al sur, y por favor no me sigas. Adiós.
Estuvieron exactamente
aquí, bajo este letrero, pasaron la noche sin dejar de gemir de frío y de
hambre. Yo me acerqué para ver si podía ayudar, me echaron con violentos
ademanes, los dejé, pude haberlos echado pero me compadecí, ese par de locos
parece no haber comido en semanas, y con el frío que hace los hubiera mandado a
una muerte segura. Ahora, sobre la sangre en el muro y la extraña plasta dentro
de la bolsa de plástica, no sé nada, juro que no estaban allí cuando los vi
partir, alguien más dejó eso.
Un rastro de muerte,
una señal nefasta para la humanidad: los sesos, huesitos y carnes de un
neonato, con dientes podridos y cabellos canos y ensortijados de anciano. ¿Comprensión,
repulsión?, eso y más, quiénes éramos y en qué nos convertíamos como especie.
Era tan desalentador ver aquello y sobretodo saber que nada podía hacer para
sanar mi alma herida de tanta crueldad. Debí vagar hasta muy tarde para poder organizar
mis pensamientos en torno a esto, qué nos pasaba, no podía aceptar un mundo
así. Y qué iba hacer, ¿cambiar el mundo, exterminar el odio, la sed de
destrucción del hombre? No podría aun si inmolaba todos mis esfuerzos para
ello, no podría, nunca podría hacer nada significativo para el mundo, todo lo
que la vida me ofrecía era esa molesta sensibilidad para con la desgracia
humana. Y más que un don, sentía como un enorme pesar, no poder hacer otra cosa
que lamentarme, retorcerme por incapacidad de hacer algo.
Y así, días, semanas,
gentes y rostros yéndose y viniendo hasta mi vejez en la que vencido por el
peso de mis viejos huesos, caí una tarde cuando me disponía a bajar las
escaleras rumbo a la autopista, quebrándose en su totalidad mis piernas y
cadera. Eran alrededor de las cinco de la tarde, en menos de una hora caería el
día y la gélida noche instauraría sus régimen. Vencido por el extremo dolor,
decidí tratar de reír, como para darle distinto rumbo a mis pensamientos. Me
hallarían en uno o dos días, muerto por el dolor antes que por el frío.
Ochenta y cinco años de una vida renuente en
la lamentación y la queja, confinada a su humanidad y ceñida a su civilización.
Nadie pasó durante horas, si siquiera algún perro, todo cuanto oía eran
vehículos raudos sobre el asfalto y el frío abrazando mi cuerpo deteriorado. De
pronto unos pasos, una sombra, dos cabezas, dos seres, él y ella, cabellos largos
y prendas despedazadas, y garras en el cráneo, garras como las de los buitres,
gruesas y negras. Y entonces, incapaz de pasar inadvertido por el extremo dolor
que me hacía gritar dieron conmigo.
¡HUMANIDAD
DEPRAVADA!
Canibalismo en el
centro de la ciudad. Los restos de un anciano aparentemente consumidos por
dientes y manos y bocas de depravados fueron hallados esta mañana, cuando Doña
Felicia se dirigía a su trabajo. Rápidamente convocaron a los medios y la
policía. El caso no deja de sorprender a curiosos y expertos pues al parecer la
víctima tenía entre sus pertenencias, el conjunto íntegro de los huesos de la
mano de un neonato. Algunas informaciones apuntan a determinar el caso como un
acto de magia negra o tráfico de órganos; se investiga exhaustivamente.
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