jueves, 7 de noviembre de 2013

DEPRAVADOS




Recolectores, pescadores y nómadas, esa era mi gente. Ahora son los grandes malls lo único que nos queda para subsistir. Manny tiene siete meses de embarazo, la felicidad que esto implica se opaca y disminuye y transforma con nuestras correrías entre las miles de tiendas y rostros de gentes que no hacen otra cosa que ser ajenos. No a nosotros, sino a todo cuanto creemos importante, o creíamos; por ejemplo vender el agua o cobrar por el aire acondicionado. Nosotros cuando éramos cinco a principios de este año, ni bien pisamos este suelo, nos reíamos de sus modos de vivir, ataviados, preocupados, tristes, o locos. Y ahora que los observo desde esta baranda en el octavo piso, me suenan a miseria, miseria que sé bien cómo jode, miseria del alma, de vagar sin rumbo ni esperanza por la tundra, desde enero hasta agosto, sin comer otra cosa que no sean raíces y frutos secos, congelados, aves muertas o huesos que los zopilotes fueron tan amables en dejar no tan roídos. Ahora nada, luces y luces y fritura y grasa, más grasa, hasta el atasco de venas y corazones.

Hoy no ha probado bocado alguno, luce bastante mal, pienso en mi hijo ahí dentro, sé cómo llamarlo, tengo planeado qué decirle sobre el mundo, cómo recibirlo, pero nunca he pensado en lo contrario, siempre me pareció algo a lo que nunca dedicaría un segundo de mis pensamientos; sin embargo tengo que hacerlo, todos los días mientras se retuerce de dolor al caer la noche, trato de arroparla lo mejor que puedo pero este invierno que parece solo afectarnos  a quienes vivimos en las calles, es implacable, le arranca lamentos y lágrimas duras y pesadas que me demuelen y desesperan; entonces salgo pegando el brinco en busca de más cobijos o cartones o gente a la que arrebatarle sus pomposos abrigos. Estoy harto, hay días en los que quiero salir corriendo colina abajo hasta el puerto, subirme a un barco y ver qué me depara el mar. Pero no puedo hacerlo, los deseos e impulsos de liberarse de las responsabilidades no es algo que pueda hacer sin despedazarme en mortificaciones y conflictos. En esto tienen tanta culpa mi estilo de vida, como el estilo corrompido de esta sociedad que se empeña en aferrarse a ciertas cosas que alguien, algunos, determinó importantes e impostergables. Infundiéndote la idea de que más allá solo estará la vida para hacerte pagar tus faltas y omisiones. Por eso callas, sollozas, sufres, reniegas, te aturdes de comida y trabajo, vejez y parálisis.

Decidí no tenerlo, y para ello mis manos hurgan dentro tanto como pueden, voy a arrancar su cabeza desde afuera y para cuando llegues, servir las frutas podridas que anoche cogimos de los estantes diluidos con los sesos y carnecita de su cuerpo. No ser una mujer, una madre, un ser dador de amor sin límites, me complace en demasía, porque como a ti, me exime de todo. Yo solo quiero andar liberada y con la capacidad de reírme de todo, no así, hecha un lastre, un pedazo de carroña que hay que alimentar, abrigar, cuidar, velar, no, ¡basta!

Bien, así que lo abortaste, no te juzgo mujer, pero sabes, al ser destruido el cúmulo de mis esperanzas no me queda nada, me convierto en un animal salvaje guiado únicamente por el instinto de sobrevivir, y en esta etapa, tú no cuentas.

Te vas, bien, mejor, no quiero andar oyendo lamentos y hubieras, pero eso sí, deja de llorar y mirarme de esa forma, tomaré la ruta al sur, y por favor no me sigas. Adiós.

Estuvieron exactamente aquí, bajo este letrero, pasaron la noche sin dejar de gemir de frío y de hambre. Yo me acerqué para ver si podía ayudar, me echaron con violentos ademanes, los dejé, pude haberlos echado pero me compadecí, ese par de locos parece no haber comido en semanas, y con el frío que hace los hubiera mandado a una muerte segura. Ahora, sobre la sangre en el muro y la extraña plasta dentro de la bolsa de plástica, no sé nada, juro que no estaban allí cuando los vi partir, alguien más dejó eso.

Un rastro de muerte, una señal nefasta para la humanidad: los sesos, huesitos y carnes de un neonato, con dientes podridos y cabellos canos y ensortijados de anciano. ¿Comprensión, repulsión?, eso y más, quiénes éramos y en qué nos convertíamos como especie. Era tan desalentador ver aquello y sobretodo saber que nada podía hacer para sanar mi alma herida de tanta crueldad. Debí vagar hasta muy tarde para poder organizar mis pensamientos en torno a esto, qué nos pasaba, no podía aceptar un mundo así. Y qué iba hacer, ¿cambiar el mundo, exterminar el odio, la sed de destrucción del hombre? No podría aun si inmolaba todos mis esfuerzos para ello, no podría, nunca podría hacer nada significativo para el mundo, todo lo que la vida me ofrecía era esa molesta sensibilidad para con la desgracia humana. Y más que un don, sentía como un enorme pesar, no poder hacer otra cosa que lamentarme, retorcerme por incapacidad de hacer algo.

Y así, días, semanas, gentes y rostros yéndose y viniendo hasta mi vejez en la que vencido por el peso de mis viejos huesos, caí una tarde cuando me disponía a bajar las escaleras rumbo a la autopista, quebrándose en su totalidad mis piernas y cadera. Eran alrededor de las cinco de la tarde, en menos de una hora caería el día y la gélida noche instauraría sus régimen. Vencido por el extremo dolor, decidí tratar de reír, como para darle distinto rumbo a mis pensamientos. Me hallarían en uno o dos días, muerto por el dolor antes que por el frío.

 Ochenta y cinco años de una vida renuente en la lamentación y la queja, confinada a su humanidad y ceñida a su civilización. Nadie pasó durante horas, si siquiera algún perro, todo cuanto oía eran vehículos raudos sobre el asfalto y el frío abrazando mi cuerpo deteriorado. De pronto unos pasos, una sombra, dos cabezas, dos seres, él y ella, cabellos largos y prendas despedazadas, y garras en el cráneo, garras como las de los buitres, gruesas y negras. Y entonces, incapaz de pasar inadvertido por el extremo dolor que me hacía gritar dieron conmigo.


¡HUMANIDAD DEPRAVADA!


Canibalismo en el centro de la ciudad. Los restos de un anciano aparentemente consumidos por dientes y manos y bocas de depravados fueron hallados esta mañana, cuando Doña Felicia se dirigía a su trabajo. Rápidamente convocaron a los medios y la policía. El caso no deja de sorprender a curiosos y expertos pues al parecer la víctima tenía entre sus pertenencias, el conjunto íntegro de los huesos de la mano de un neonato. Algunas informaciones apuntan a determinar el caso como un acto de magia negra o tráfico de órganos; se investiga exhaustivamente.

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