TÍO IGNACIO CASTIGA
COMO EL ABUELO
A Cabrera
Infante, por sus Bustros
Por la apertura al mundo interno del ser humano, que
muchos llaman boca, te introdujiste el paño verde que tía Olga te dio esa
mañana no para ese propósito, sino para que limpiaras el polvo que casi sepulta
en su totalidad el color de la calva del busto de Bustrófedon, como llama a esa pedazo de yeso amorfo que tuviste que
cincelar tratando de rehacer ojos, orejas y boca, a petición del esposo de
ella, o sea tío Ignacio; ya que la pobre anciana, su esposa, cada mañana se
detiene entristecida a verle el rostro borrado a su querido busto, derruido por
la inclemencia del polvo y el tiempo; y como a él que le gusta verla siempre
contenta, no señor te dijo/y eso que en noviembre recién cumples doce, o bueno,
trece, según Carmen, nuestra prima, la mayor de todos los primos que tenemos
por parte del hermano de papá, y la que más te habla, incluso en estos últimos
días en los cuales ya cicatriza del todo lo que te hice/Mudar de ubicación tu
boca a la garganta me dicen que fue lo peor que se me ocurrió en este invierno
donde sentí que con el pequeño orificio que tenías bajo la nariz, terminarías
asfixiándote, quiero decir ahogándote, en esta ciudad - acuario que es Lima por
esta época del año, y como ya sabes lo mucho que te quiero porque a pesar de
todo sigo siendo la extensión de lo que vendría a ser tu hermano/.
Mañana mismo le rehaces los ojos primero, después
las orejas a los costados, y no te olvides de la boca, ordenó el anciano tío.
Quisiste decir algo a favor de los agujeros de la nariz, pero antes de que
pudieras decírselo ya se marchaba apresurado con lo que todavía le permiten sus
arqueadas piernas a seguir balanceándose en la hamaca recientemente recompuesta
por las mismas manos retirando el paño verde de tu boca, manos pequeñas y por
eso mismo, fáciles de introducir libremente de afuera hasta casi el estómago y
más adentro, y rascarte suavemente las tripas y a veces un riñón o las
páncreas, según me dijiste se llamaban y hallaban dispuestos tales órganos en las
figuras de tu libro de Anatomía. En fin, tenías que hacerlo, yo me aburrí con
solo imaginar el resto de tu día sumido en tan horrenda y monótona actividad
que me fui a liberar al gato del mismo problema con su boca, sin decirte nada,
retrocediendo uno a uno mis pasos hasta chocar de espaldas contra el muro y
recién entonces girando con mis talones para desaparecer ni bien vi al gato
asomándose por la ventana que da al patio y a la hamaca con el tío balanceándose
en él. E-M-B-O-S-C-Á-N-D-O-L-O creo dijo el tío se dice. Ya vuelvo, te dije
pero no alcanzaste a oír o es que no te funcionó más tu vieja boca, como sea,
me fui y mira lo que haces y te pasa:
Antes de hacerlo no pensé ni un segundo en mis
motivaciones/Me pregunto si actuar antes de pensar está mal, aunque más me
inquieta si estar mal o bien tenga que ver con actuar o pensar, sea cual sea el
orden entre ambas acciones/pero entonces veo la mancha beige en el paño; es
cuando libero mi mano izquierda del cincel aferrado a ella hasta cuando duermo,
para ver afuera en el patio, de qué se trata aquello.
Sarro, hediondo sarro impregnado en todas las
paredes interiores de tu organismo, por estar comiendo piedras sin lavarlas o
por lo menos triturarlas un poco, dice Tío Ignacio ni bien se acerca a ver qué
ando viendo con tanto empeño en lugar de hacer lo que me dijo. ¡Sarro! susurro
emocionado, nunca antes me había pasado, es cuando te busco con la mirada para
mostrártelo, y como no te veo, corro de prisa hacia el último muro donde te vi
dar la vuelta con el gato colgando muerto de tus gruesas y enormes manos, y
limpio el paño frotando con frenesí todo ese sarro/Me gusta cómo suena la
palabra y por qué negarlo, también como huele, H–I-E-D-E ha dicho tío Ignacio
que se dice/. Espero vuelvas pronto y me des tus opiniones al respecto, ya
sabes dónde estaré y haciendo qué.
Te cortas el cuello, matas al gato cercenándole también
a él el gaznate, te comes el trapo, lo vomitas y enseguida ensucias las paredes,
y encima le haces ojos de gallo a Bustrófedon, uno a cada lado, ¿y quieres que
te dé propina? Olvídalo, se lo cuento a tu padre y qué sea él quien te castigue
como debe ser, igual que nuestro padre a nosotros: sin hamaca ni cincel ni
propina todo el fin de semana, ¿te queda claro? ¡Ojalá y aprendas la lección
muchacho malo!
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