sábado, 25 de junio de 2011

Inminente Putrefacción

Por las noches solía envolverme entre mis sábanas empapadas de mierda putrefacta, que días, semanas, meses antes fueron impregnadas en circunstancias que sé, nadie quisiera aceptar posibles que vinieran de un humano corriente. Orgiásticas reuniones con entes dispuestos a incinerar la crisma y cresta de la más pura virgen terrenal y celestial que pudiera existir.
Y yo era eso, lo más inimaginablemente abominable, pues había acabado con médicos, terapeutas, madres y amores de mil maneras, que podría considerase a mi persona como la más vil de las degeneraciones humanas hasta entonces conocidas.
Al respecto puedo asegurar que nunca sentí necesidad alguna de no hacerlo, pues entre el mundo que habitaba y el resto, solo podía establecer yo una demarcación limítrofe, a causa de mi naturaleza degenerativa, mi porquería. Ya que considerando mi ascendencia perruna y ratuna, no era para menos, estando sobretodo en esta hedionda metrópolis machupicchuniana, escupirle al mundo éste. Cagarme en él.
Recordé que allá afuera aún decían que la luz de una estrella próxima emitía rayos capaces de hacer que algunos seres que se me asemejaban, escribiesen poemas llenos de magia por su misterio; porque es necesario informar que en estas épocas los rayos luminiscentes e incandescentes de las estrellas son tan importantes como los grillos extintos de los jardines domésticos. Decían también que todavía habían seres errantes que contaminaban el poco aire que quedaba con sus palabras rellenas de pretensiosa magia y belleza, que algunos decidieron hallarlos para dárselos a los perros guardianes de la degeneración, en pequeños trozos crudos y sin sal.

A pesar de todo, ansiaba entre sollozos, los pequeños fragmentos que conservaba en la memoria, de mi bola fraganciosa de cabellos, ojos y labios… Y carne moldeada a imagen y semejanza de la más impía de las diosas lujuriosas, de mi ente con aspecto femenino que supo cómo someter hasta a la más deteriorada forma de vida, a sus encantos.
Oyendo entre confusos y estridentes silencios de madrugada cutre de voces y conversa…a mágicos acordes de sensual y suicidal blues, en lugar de opiniones y falsas promesas de fidelidad y amor… logré visualizarte…entre lo perdido, como la más preciado que pudiera un demonio añorar…
Mas sabiendo que tal añoranza me era tan nociva como la melodía de Hey Joe en cocoa pateada y ácido aliento de encías sangrantes, decidí arrojar una vez más todo el contenido de mi atestado y descartable recipiente hacia las profundidades de mi cavernoso y cadavérico organismo.

Aún así, sintiendo dura tu ausencia, aún cuando disponiéndome a olvidarte llenaba mis intestinos con arroz embalsamado de grasa animal y carne extraterrestre, aún cuando mis dedos embadurnados de mis desechos estomacales eran relamidos por la que se supone ocuparía tu lugar, aún así, gobernabas mi mente, obligándome a detestar los movimientos que en simultáneo, ambos animales, coordinábamos para liberarnos de nuestra nostalgia y esperanza por algo mejor, aún en esas circunstancias, gobernaba tu imagen en mi memoria, mis perversos deseos de ti, obligándome a coger, con la mano libre de las imperiosas tetas que exigían atención, y de los gruesos vellos venusianos que clamaban estupro y completa y pura atención de quien las estrujaba, mi voluminosa edición de los cuentos de Fitzgerald, para solamente aplastar el cráneo de quién controlaba el organismo entero que se contorsionaba atravesado por el más ardiente de los falos echados al olvido por un corazón decidido a no insistir con un alma atormentada con las letras, con las historias, con la magia demencial de las oraciones…
Y entonces asomó a mi vista el panorama de la habitación en la que me hallaba, un montón de ladrillos despedazados a golpes de puños enfurecidos, de mentes retorcidas que en complot con sus añoranzas rompieron en llanto violento que ni los muros de cemento pudieron resistir. Entre papeles escritos de quién sabe qué obsesos versos retomaban sus posiciones para reconquistar sus valiosas destinatarias. Cubiertos de huesos que alguna vez integraron los esqueletos de figuras concretas de amor, de sentimientos puros… pero que ahora se notaba todo tan demolido que por más que insistía la mente en reintegrar el paisaje, no conseguía sino exhalar lo poco de vida que la mañana fresca todavía concedía a los que, con aspecto de gangrenadas plastas pringosas, reluciendo a la luz matutina de un día como cualquiera en el que se pierde el control de una vida fugitiva…dormíamos la mona.

Me hallaba entonces, solo, lúcido y ansioso de enloquecer cuanto antes, para atenuar mis oscuras visiones sobre un futuro inmediato e inefable de mi estabilidad emocional, cuando de pronto di con tu silueta dibujada en el charco que con el esputo mucoso de quienes me rodeaban, habíase formado.
Eras tú, tal y como nunca te imaginé contemplarte, tú y el tiempo trascurrido entre los dos, tú y tus mofletes llenos de rubor que la noche refulgía sarcásticamente ante mis pupilas, tú y lo mucho que deposité en tu ausencia. Pero cuando mi masa impulsada por los resortes que a veces se adhieren a mis pies, se te acercó y me hizo decirte hola, pude ver en ti, lo que sospeché ver, cuando antaño oí tus argumentos, tus mentiras verdaderas, justificando tu promiscuidad y mi fatal condición de sujeto confinado a las celdas de la adicción por ti.
De modo que solo atiné a decirte de nuevo hola, como si no te conociera, más no como si te reencontrara, y fatalmente obtuve de ti ese impreciso y vago rumor de quien ya dejó que el tiempo carcoma sus reminiscencias, como una rata hambrienta a un mueble abandonado.
Y entonces bailamos una canción, solo una, la de Nazareth, la que tocan en acústico, tú sabes cuál, bueno, aún así no sepas cuál, suponiendo que el tiempo no pasó en vano, bailamos creyendo que éramos otros y no nosotros los que llegamos a no dudar en incrustarnos puñales en cada parte blanda de nuestros cuerpos, hasta dejarnos impávidos, pálidos, llenos de piletas naturales de sangre a borbotones… Contemplándonos como cuando veíamos en nuestros rostros, amorfas figuras de entes imposibles pero tan añorados que solícitos accedieron a nuestros requerimientos, concediéndonos aquello que ahora yo por instantes creía recordar, mi amor, tus besos, tus ojos puestos en mí, tu aliento diseminado entre mis dientes, tus fluidos venenosos inoculándose en mi torrente sanguíneo, dotándome, sin que pudiera juzgar, del carácter más puro y propio de ustedes los mortales… su inminente putrefacción.

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