Torment in fire,
power and pain,
total disaster,
the plague... never dies!
the plague... never dies!
Iré en retrospectiva, ahora estoy demasiado extasiado como para narrar desde el principio todo con respecto de aquel día memorable, me parece que incurriré en la divagación, poco importa sin embargo.
Sabía del suceso desde varios meses antes, pero el auspicio para yo poder asistir era reciente, de cuando creía perderme uno más de los grandes sucesos que venían –odio la redundancia- acaeciendo en nuestro país. Los brasileños volvían luego de un tiempo sumamente corto me pareció, supongo porque ambos afiches no diferían uno del otro, los dos anunciando: VIOLATOR en Lima, la banda que llevaba la batuta en cuanto al cuasi estilo Retrothrash que algunos incautos se atrevieron llamar: la segunda ola del thrash metal mundial. Estos señores son de la tierra de Attomica, Metralion, Overdose, Sepultura, etc. y los más importantes, para mí, del país carioca -escuela de escuelas- Korzus. En realidad no nos –en plural por que hablo de varios maniacos que coinciden conmigo-convencía del todo el trabajo de los que llegarían; al principio, al menos a mí sí, recuerdo que llegaron cuando me encontraba sumergido en un tal www.texasmetalunderground.com descubriendo otra cuna de headthrashers que daba gusto seguir viviendo para oírlos; Los grandes Morbid Scream o los siempre brutales Exhorder o los criminales Rotting Corpse; fue entonces, cuando un título bastante peculiar: “La plaga nunca morirá” interceptó mi atención, me atrajo de tal manera que no quedó sino darle a la bajada y oír un increíble thrash metal puro, de escuela californiana, con solos rockandrollers a más no poder; era una pieza de ingeniería thrasher perfecta, nada parecía faltarle; pero como no todo es perfecto, a excepción de Overkill o Razor, el resto de los temas, si bien mantenían esa propuesta de rescatar riffs ya casi olvidados y que atrajeron justamente por eso, por su carácter de producir plácidas reminiscencias, llegaban a ser aburridos, o sea, no perdían brutalidad ni maestría ojo, pero no era como oír una y otro vez y miles de veces más una pieza como “Parasital Epitaph” de los newyorkinos Demolition Hammer o “Resurrection” de los canadienses Leprocy, en resumen, se hicieron tediosos.
A todo esto, no obstante, había que considerar que ellos estaban en una explosión ascendente, en la mejor época de sus carreras, el mundo ya los había colocado en un lugar privilegiado para los seguidores del estilo, añejos y nuevos conjuntamente; por lo tanto no sería como verlos celebrando sus treinta años de música, o como siempre, verlos ya acabados, en sus últimas, sino más bien en su primera década de asaltos de metal, de energía pura y efervescente, en toda su magnitud.
Fue por eso que una vez instalados en los ridículos asientos del bus que nos transportaba a la ciudad en la que darían el show, sentíamos ansias casi desesperadas por llegar, por hacer ¡que el día se haga noche ya!
Durante nuestra estancia en la capital estuvimos oyendo Torture Squad, un tema que me pareció una maquinaria magistral de metal extremo, al igual que los Violator, eran de Brazil –este país lo tenía todo, fútbol, música, mujeres, playas, películas, literatura, todo- me refiero a la canción Living for the Kill, del disco Hellbound. Me Llamó la atención por sus estructuras complejas, riffs inusuales, percusiones maravillosas, demencialmente matizadas y sincronizadas, y la vocalización de un tío que desbordaba en actitud y dominio de las cuerdas vocales guturalizadas y desgarradas. Sumamente enérgica y destrabadora esta banda.
Durante nuestra estancia en la capital estuvimos oyendo Torture Squad, un tema que me pareció una maquinaria magistral de metal extremo, al igual que los Violator, eran de Brazil –este país lo tenía todo, fútbol, música, mujeres, playas, películas, literatura, todo- me refiero a la canción Living for the Kill, del disco Hellbound. Me Llamó la atención por sus estructuras complejas, riffs inusuales, percusiones maravillosas, demencialmente matizadas y sincronizadas, y la vocalización de un tío que desbordaba en actitud y dominio de las cuerdas vocales guturalizadas y desgarradas. Sumamente enérgica y destrabadora esta banda.
Nos hallábamos en la morada de un viejo amigo que padecía de una crónica mitomanía, pero que según dijo iba superando –tremenda paradoja si habría que decidir si creerle o no, o sea si el mentiroso dice: estoy mintiendo, qué podríamos inferir, ¿que dice la verdad o miente?- Él, debido a su negocio de ropas o algo así, tuvo que dejarnos el piso a nosotros solos, pero antes había que desayunar, así que de prisa una cacerola con leche hirviente, una cesta de veinte panes, jamón, mermelada y queso, todo listo para ser devorado luego de conducirnos a la azotea a contemplar el paisaje: casas, casas y más casas, ah y uno o dos cerros que más parecían enormes montículos de desechos nucleares. Mientras nuestras miradas se posaban en tanta monotonía, él extraía un curioso llavero de bronce que rápidamente separaba en tres piezas que presto reformaba, quedando finalmente hecho una hermosa pipa que lucía ante nuestros anonadados ojos. Atestó los tres centímetros de diámetro por dos de profundidad con la mejor grifa que según dijo pudo conseguir durante el fin de semana. Hizo una flama y exhalamos con fuerza durante casi cinco minutos y ¡pum! Todos empezamos a divergir. Él indagaba por el Aguardientoso, le decíamos que su padre lo tenía, desde que había recaído en el alcohol, sujeto del cuello con la suela de sus zapatos, haciéndole morder el polvo y advirtiéndole que de incurrir una vez más en lo mismo, el centro de liquidación, perdón de rehabilitación lo esperaba con los cuchillos afilados y las correas balanceando de los rudos brazos de los enfermeros encargados de esa institución. Mientras tanto él parecía oírnos, pero no fue así, pues la cháchara continuó con el informe detallado de la gira que avecinaban unos metaleros colombianos y que él estaría gestionando sus presentaciones por nuestras tierras.
Tremendo dilema se inició sin embargo, cuando tuvimos que decidir qué hacer el resto de la mañana una vez que él partió, y del día en general, mientras él no estuviese, más nada podíamos aún hacer sin antes comer, así que casi corriendo nos dirigimos al comedor e iniciamos una voraz merienda de las once.
Después, rascándonos las panzas y extrayéndonos con grotescos mondadientes las migas del pan de entre los dientes, despedimos a nuestro edecán, quien antes se echó un trago de ron que guardaba celosamente bajo su colchón, dejándonos el resto. Bebimos casi hasta las tres de la tarde, cuando de pronto nuestras cabezas nos condujeron a reposar dulcemente, canturreando metal sudaka, que era el mejor, y del cual tendríamos una muestra en un show espectacular dentro de unas horas.
Dormimos hasta que él llegó casi a las seis. Despertamos creyendo que ya todo había pasado, que el concierto ya se había dado y que nos lo habíamos perdido, felizmente no fue así, y es que no pudimos distinguir si eran las seis de la mañana o de la tarde. A todo esto un buen baño con agua gélida, una acicalada y varias reincidencias a la pipa para salir presurosos y sedientos de metal brasileño; un bus enorme que viajaría con nosotros a cuestas durante dos horas hasta el local que se hallaba frente a un parque. Demasiado temprana nuestra llegada, así que a pasear, otro ron, cigarrillos, voces de júbilo y gente nueva que iba llegando y que al vernos lanzaban miradas de reconocimiento, de saludo, de emoción por ver tantos maniacos conglomerándose por una sola causa: la música.
Caminamos varios minutos por la playa, pateando la basura que a nuestros pies llegaba y carcajeando sin discreción por nuestras estupideces, un loco quitándose la ropa y zambulléndose en plena noche, retando al resto y viendo cuán maricas éramos según él por no seguirle el juego. Finalmente ya era hora, subimos por el puente que dicen era de los suspiros, pero que para nosotros fue de los jadeos, doblamos más calles y luego otras, el parque se hallaba lleno de espectros pululantes que cargaban con chamarras de cuero y chalecos jean, pantalones ceñidos, cadenas y melenas enormes que se mecían con la brisa del mar que hasta allí llegaba. El concierto ya se había iniciado, pero la mayoría prefería llenar sus venas con alcohol barato en las afueras, caña, ron, pisco, anisado, vodka y hartos porros corrían de mano en mano, frenéticas parlas y saludos estrepitosos que iban de aquí allá y por todas partes. Había que entrar o perderse por completo el show.
Una banda que evocaba a los grandes Testament con Over the wall muy bien interpretado, otros temas de speed metal que llegaban a cansar y luego otra banda que abusaba en tedio con la influencia del metal gaucho, fétidamente aburrido, por fin la siguiente banda hacía las cosas en serio, un thrash metal corrosivo y rápido, unos músicos con mucha energía, pero con poca presencia, un tema rescatable llamado Muere mierda y por fin Violator subía al escenario.
Una cerveza que circulaba con regular velocidad por nuestras manos se secó en un ¡zas! al ver que la banda principal ya estaba saludando a la gente y se disponía a presentar su primera descarga de la noche. Un amotinamiento fenomenal, puños al aire, cabezas agitándose al ritmo del doble bombo y los blastbeats inmisericordes que destruían nuestras tristezas y crisis existenciales en segundos. Maniacos arrojándose sobre otros que los recibían solo por esperar ahora ser ellos quienes se arrojen, aplausos, muchos ¡de la puta madre cariocas! sonando por cada rincón del local. Durante nuestros descansos, en los cuales limpiábamos nuestras heridas y recobrábamos el aliento nos percatamos de la presencia de unas pigmeos que la hacían de mozas, quizá por la emoción del momento o por simple idiosincrasia no dudamos en arrebatarles las cervezas que transportaban ganándonos de paso con sus jugosas y pequeñas carnes, emprendiendo de inmediato la fuga hacia el interior del moshpit, del foso de la danza violenta, como prefieran. Al principio llevábamos la cuenta de los temas que tocaban, pero conforme pasaba el tiempo y la embriaguez nos embargaba nos importaba un pincho cuántos iban o qué horas eran, pero se tuvo que terminar con un: -Muchas gracias Perú, este es el mejor concierto que hemos tenido, seguramente algunos inocentes les creyeron, el resto salíamos del local exhaustos, con todo el alcohol destilado por cada poro de nuestros cuerpos y con distintas ideas para el resto de la noche que recién asomaba por las tres de la madrugada.
De los cinco que fuimos volvimos solo dos, el resto se perdió entre las mil cabezas del monstruo que es la capital, quizá ebrios divagaban por equis lugares, o yacían muertos y cubiertos de moscas capitalinas, quién sabe; solo volvíamos dos, como dije, en un bus barato, a media tarde, luego de despedirnos con un fuerte abrazo de él, quien nos garantizó su morada para cualquier otro evento. Así fue como pudimos presenciar lo que se llama un concierto de puta madre, de los mejores a los que pudimos asistir. Arribamos a nuestra ciudad a medianoche, casi muertos y hundimos nuestras cabezas balbuceando: ¡Vaya Violator, qué tal destrucción!
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