Ahora que lo pienso, la tengo conmigo quince días en total. Me gusta oír sus tiernos sollozos, a veces creo que ella también me ama, pero también he pensado en que a lo mejor sea solo yo el enamorado, lo cierto es que estoy convencido que detrás de esos gemidos y llantos ella trata de decirme que no sabe cómo expresar su amor, claro, es que es tan pequeña que no tuvo oportunidad de adquirir experiencia, pero como le dije, yo le enseñaría, y así es, aunque claro, en ocasiones se muestra reacia a colaborar y por más que me duela es necesario hacerla entender de cualquier manera que así tiene que vivir una pareja, en las buenas y en las malas, aunque nos pese, o bueno, aunque le pese. Hoy no ha sido un buen día para ambos, tuve que optar por la cuerda otra vez para protegerla en mi ausencia; salí apresurado recordando…
Sucedió cuando mejoraba mi alcance, ocho cuadras diría yo. Siempre consideraron –mi familia, la gente que conocí y que sigo conociendo- que lo que hacía no tenía sentido; ponerme a saltar en la acera de una avenida principal para así visualizar lo más lejos que pudiera, -pero visualizar qué, me decían y me dicen, -no lo sé, les respondía y respondo, quizá a alguien que también esté buscándome de esa manera, porque como saben las almas gemelas se encuentran cuando confluyen en sentidos contrarios; ella me vería quizá cayendo, y yo saltando, era lo justo y necesario. En fin, fue en uno de esos saltos precipitados que daba, que la pude ver, salía de una casucha, de esas de adobe que son como ancianas con pollera en las modernas avenidas, era de piel canela y con los cabellos rizados y sueltos, de sensuales movimientos, qué caída, era como para colgarse de ellos y dejarse llevar; se le veía en proceso de llenar carnes a su femenina figura, todo esto lo percibí mientras caía al piso; serían tres segundos a lo mucho; vi que ella justamente saltaba la verja de su vivienda, por eso cruzamos miradas, bueno eso creo, lo importante es que ya la había visto, no quedaba sino dirigirme a su encuentro, había que caminar rápidamente.
La hallé sentada al borde de la vereda, cabizbaja y jugueteando con una pajilla, tiraba de un lado a otro a una pequeña hormiga, ésta trataba de huir pero otra vez la pajilla y la mano que la mecía; su rostro estaba semicubierto por su hermosa cabellera, no se percató ni siquiera de mi presencia, pero pude distinguir una mueca que parecía una sonrisa maliciosa, supuse que sería por la hormiga, aunque he pensado en que también pudo haber sido por mí. Yo solía ser normal, al menos físicamente, pero como que algo había cambiado en mí, la gente me veía de distinta manera, se alejaba, sí ,eso era, trataban de mantenerme al margen, al principio no me importaba, pero luego, cuando nadie respondía a mis preguntas, ni siquiera por cortesía, decidí saber qué es lo que pasaba, me acerqué a un estanque y contemplé mi imagen, estaba demacrado de sobremanera, los años y las noches incapaces de darme sueño habían calado en mí, mis carnes se habían adherido a la calavera dándome un aspecto cadavérico, comprendí que el tiempo era muy rápido como para seguirle, y es que desde la última vez que me fijé en mí ya habían pasado muchos lustros, quizá un montón de décadas; aún no flaqueaban mis fuerzas, supongo que gracias al entrenamiento militar que recibí, pero de que mi aspecto había degenerado no cabía la menor duda. Pues bien, como decía, estaba ella sentada, apartada del mundo apresurado que corría por la avenida, inmutable al ruido de la hojalata con ruedas, de los perros con dos patas, del rebaño descarriado de Dios. Caminé con disimulo alrededor de ella, para examinarla al detalle, me quedé fascinado y no pudiendo contener mi júbilo por semejante hallazgo decidí amainar mi emoción dirigiéndome al quiosco de la esquina: -Un par de cigarrillos por favor, dije, -cincuenta céntimos, me contestó una carrasposa voz de vieja mujer que no se dignó en despegar su mirada de la telenovela que veía en un juguete de diez pulgadas; dejé la moneda lejos de su alcance, casi al extremo, apunto de caerse, obligándola a despegar sus ojos de ese aparato, no me quedé para ver su odiosa mirada, caminé echando gruesas columnas de humo de vuelta al lugar donde la había dejado, pero ya no estaba, se había marchado, aspiré con fuerza hasta casi caer mareado y pensé que la había perdido para siempre, miré en todas direcciones, no estaba; fastidiado arrojé la colilla humeante a la pista, centenares de llantas apagaron la pequeña lumbre cancerígena; pasmado e indeciso me quedé esperando que algo sucediera para tomar algún rumbo.
Viento frío, cielo cubierto, asfalto húmedo, me siento como encerrado en una caja de cristal. Hace mucho que mudé de hábitos, ahora solo me alimento de llanto y grititos, sangre y cabellos, fluidos y piel desgarrada, soy un monstruo pensaría de mí en otra época, ahora creo que por fin soy yo viviendo a plenitud; basura parásita y plástica son todos los que me rodean, un intenso calor acobijo en mi pecho, mi corazón arde cual antorcha olímpica. Pensaba escribir esto en cuanto volviese a casa, me parecía importante anotarlo, para quien sabe después evocar este sentimiento que me embargaba y escribir unos versos que susurraría en los oídos de mi amada antes de hacer el amor, sí, eso haría, apresuré el paso por eso, aún faltaban muchas calles que atravesar y ya la media noche con su magia llegaban, guarecí mis manos en los cálidos bolsillos de mi viejo capote y seguí adelante.
Me fijé en la hora, temprano aún, once de la noche, ingresé a la caseta de vigilancia instalada a un lado de la puerta de ingreso; ahí debía de estar Gómez cabeceando de sueño, aferrado a su AKM, recostado contra el único muro que lo protegía de las inclemencias de la noche. Al llegar a la ventanilla oí un leve ronquido, más parecido a una dificultosa respiración de tísico, -¡soldado!, al piso, estás acabado, ¡ríndete!, rompí el sepulcral silencio apuntándole con mi dedo índice en su frente; sobresaltado despertó y antes que dé dos parpadeos tenía mi mejilla izquierda contra la base de la ventanilla, besaba con mis dientes el concreto, y encima el frío metal del arma, que si bien muchas veces no estaba cargada, en manos de Gómez era letal tan solo por la brutal presión que él podía ejercer cuando se lo proponía. –Ea, ea, ea Gómez, soy yo, Araníbar, pude pronunciar con las justas, -¿qué dices?, le oí decir muy agitado, -ah, maldito payaso, pensé que nos atacaban los monos, justo soñaba con aquella época en que nos emboscaban en la cordillera del Cóndor y teníamos que disparar como locos para salvar nuestras vidas, esas veces en las que amanecíamos bajo la lluvia sin pegar los párpados ni un segundo, y cuando esos conchasumadres nos caían de sorpresa, con piedras, flechas, bombas molotov, había que correr ,internarse en la jungla, desconfiar hasta de tu respiración, ¿recuerdas Ara?, ¿sí verdad?, pero ya todo ha pasado, ahora hasta podemos dormitar….-Sí sí sí Gómez, pero que tal si retiras tu fierro de mi cabeza y me dejas parar, así podríamos charlar en iguales condiciones ¿no crees?, dije fastidiado desde la ventana…-jajaja, está bien, se me olvidaba, respondió él, pero dime, ¿qué haces a estas horas por acá?, ¿qué, acaso no disfrutas de tus vacaciones, ¿o amas tanto tu trabajo que no puedes dormir si no estás cerca?, -claro que las aprovecho, respondí sacudiéndome el polvo de la cara, y recordaba a mi pequeña, pero no creas que extraño este antro, al contrario, sino fueras mi amigo ya hubiera volado yo mismo este caserón, vine por unos papeles que olvidé en la oficina, así que si me permites, tengo algo de prisa, concluí, -sigue nomás compa, replicó Gómez, el capitán Rujater está de guardia en admisión, ah, por cierto, la noche está extrañamente tranquila, cuidate, algo grave podría suceder, siempre es así, cuando está todo quieto, puuum estalla la bomba, sabes a lo que me refiero, concluyó el último de mis amigos que me quedaba guiñándome con complicidad.
Saludé al capitán y entré sin hacer ruido con los zapatos; a él le perturbaba mucho el ruido, era de muy mal genio, ignoraba a casi toda la gente, era como un autómata que cumplía sus funciones, no hablaba con nadie y se largaba al culminar su turno sin despedirse también de nadie; decían que había pertenecido al comando de torturas en la época del presidente Galleggie, pero quién podría confirmar eso, lo que sé es que todo ese comando fue eliminado para no dejar cabos sueltos, cuál sería la verdad, pero el capitán Rujater era de temer, vivía en una enorme casa que más parecía un bunker antibombas, acompañado de sus quince empleadas y sus cien perros, bebía un fino licor de una cantimplora militar que ocultaba en su portafolios, quizá por eso no hablaría, para evitar diseminar su tufo, aunque yo más creo que es porque nos considera a todos inferiores, indignos de oír sus palabras; como sea, llegué a mi oficina y saqué el letrero que decía que no había atención por vacaciones y abrí suavemente la puerta que cedió con dificultad, los goznes estarían oxidados probablemente. Al ingresar un olor ácido invadió mi nariz, el olor del encierro pensé, dejé las llaves sobre el escritorio atiborrado de papeles, documentos, informes, etc. Lo retiré todo con ambas manos y fueron a dar al piso, cogí mi silla, la acerqué para sentarme en ella, abrí el cajón de archivos fotográficos y extraje las recientes, las que tomamos aquella mañana de jueves en esa casa de la calle Piura; tres cadáveres de tres hermanas que presentaban laceraciones en el ano y vagina, además de quemaduras en tales zonas que probablemente fueron hechas con un tizón ardiente luego de la vejación; sus rostros y cabellos habían sido teñidos de un color naranja, al parecer al ser sumergidos en alguna sustancia química. Por lo demás habían arrancado y robado con una ganzúa que hallamos, los ojos de cada cuerpo, y en sus lugares colocaron huevos de serpiente, sumamente extraño proceder; sus pechos también habían sido cercenados, pero lo curioso era que los autores no usaron navaja alguna para este fin, sino que lo más probable era que hayan utilizado sus propios dientes, pues la piel presentaba el aspecto de haber sido desollada por alguna fiera del monte, o por toda una manada de lobos hambrientos.
No pudimos difundir las fotografías porque habrían producido una brutal conmoción en la ciudadanía, un escándalo, y como sabíamos que nunca daríamos con los autores, preferimos ocultarlo todo en la sombra de mi oficina; las fotografías, los informes, las pruebas y resultados de las pesquisas, todo; con el único propósito de evitar el total desprestigio de nuestra unidad, la cual había sido instaurada con el fin de acabar o por lo menos de aplacar la epidemia de violencia y salvajismo que azotaba a la ciudad desde que aquellas grandes tiendas de inversión extranjera se establecieron en nuestro -hasta entonces-, apacible valle. Ahora la situación era tormentosa, todos los días alguien era asesinado, o violado, o auto eliminado, nadie podía pararlo, capturábamos a muchos delincuentes eso sí, pero por falta de pruebas fehacientes los dejábamos libres luego de que se efectuara el atestado correspondiente; nada podíamos hacer nosotros, unos simples veteranos de guerra que ahora hacíamos labor policial por disposición gubernamental; carecíamos de tecnologías, y sobretodo de personal calificado para combatir esta plaga que sobre nuestra población se cernía; fue por eso que decidimos encubrirlo todo, incluso fue necesario realizar visitas nada amigables a todos los medios de comunicación, para taparles la boca, era la única manera; por las noches incinerábamos los cuerpos y con sus cenizas hacíamos huaquitos para la decoración de la comisaría. Sin embargo no nos habíamos percatado de que tanta muerte violenta había calado en lo mórbido de nuestras mentes, no lo sabíamos, pero algo nos estaba sucediendo…
Vigilé desde la esquina de los periódicos durante dos días, impaciente, leyendo los suplementos semanales del genial magazine “Hitchcok Presenta”, apoyado en un poste, masticando chicles, fumando y siempre atento, viendo a todos de soslayo; hasta que por fin, la tarde del segundo día la vi salir, y lo mejor, la vi acercarse para decirme: -Buenas noches señor, ¿es Ud. un policía verdad?, asentí con la cabeza, -y bueno, prosiguió, no sé si sería tan amable de concederme unos minutos de su tiempo para poder hacerle unas preguntas que la maestra nos encargó hacérselas a los representantes del orden. Cuando oí su voz no podía creer que eso me estuviera pasando a mí, con todo su discurso hasta los nervios se me habían pasado, respiraba tranquilo, pero era preciso actuar de una vez, -como no señorita, le dije, -tengo trece años recién señor, repuso, -ah bueno, mejor aún, pero dime, no sería mejor si las preguntas me las haces en un lugar mas propicio, acá hay mucho ruido y sería necesario hablar fuerte, y no creo que sea la mejor forma de conversar entre amigos, -son solo dos preguntas señor policía, contestó algo nerviosa, -no te preocupes chiquita, le dije mientras tomaba un taxi que ya estaba frente a nosotros con las puertas abiertas. No me hubiera gustado proceder como lo hice, pero era necesario, sus miedos femeninos ya la estaban poseyendo, por eso la levanté en brazos como si nada y entramos al coche; -estos niños de ahora, cada día aman más la calle, le dije al taxista mientras con una mano tapaba la boca de la niña, quien estaba rígida y paralizada; la falda escolar la tenía subida, tuve que bajársela para evitar la mirada pecaminosa del taxista; el resto fue amor apasionado, ah, qué mujer, era lo mejor que me pasaba en toda la vida.
Escogí un par de fotografías en las que las víctimas aparecían enteras y con los genitales expuestos, dejé el resto sobre el escritorio para dirigirme al sanitario, me encerré con llave y vi mi demacrado rostro en el enorme espejo, cogí las fotos, las pegué sobre mi imagen y al volver a verlas me sentí terriblemente excitado, desabroché mi bragueta para, con la furia de un desquiciado, masturbarme poseso. Seguidamente limpié mi fluido con las fotografías y las guardé celosamente bajo mi camisa. Volví a ver mi rostro en el espejo y noté que se parecía a un cerdo, o un perro, definitivamente no era un rostro humano, estoy seguro, apagué las luces, salí del baño, recogí todos los papeles sobre la mesa y me marché así como llegué.
Al principio no lloraba, solo me miraba con tristeza, yo le hablaba, le cocinaba, la vestía, le leía poemas de Martín Adán y hasta me animé a leerle un par de cuentos de Gogol, pero nada, ni comía, permanecía absorta, con los ojos abiertos enormemente, los labios secos y el cuerpo flácido, se estaba dejando morir; cuando le hablaba de mi amor entonces sí volvía en si y me miraba con unos ojos que prácticamente expelían fuego, y se ponía a gritar salvajemente, dando arañazos, patadas, etc. Por eso tuve que usar la cuerda durante mis salidas, nunca con intención de dañarla ni nada parecido, solo para no dejar que escape el amor. Fue durante los primeros días que por casualidad, mientras la bañaba, llegaron compañeros del trabajo, me puse sumamente nervioso y la dejé atada y con la boca tapada con el paño que usaba para sobarle la espalda, creo que ellos se dieron cuenta de que algo escondía; no pensaba ni en lo más remoto contarles sobre ella, mi plan era largarme cuanto antes a rehacer mi vida junto a ella en algún remoto lugar de nuestra selva.
Ya casi llegaba a casa, estaba a una cuadra, sin embargo tuve que detenerme porque vi algo moviéndose en la ventana del segundo piso, alarmado cogí mi revólver oficial y corrí como un endemoniado, ¡mi niña!, alguien estaba con ella; decidí saltar el cerco del jardín para ingresar con sigilo por la puerta falsa; fue cuando confirmé mis sospechas, murmuros que provenían de adentro. Era necesario pensar, pensar, pero no, ella corría peligro, no podía pensar, tenía que actuar, así que avancé pegado a la pared, sentí el sudor frío bajar por mi espalda, mi respiración comenzaba a ser difusa, mataría a quien estuviese dentro, de eso no había duda. Estando dentro, subí las gradas sin hacer el menor ruido y me dirigí a nuestra habitación, la puerta estaba juntada, tal y como la dejé. Tenía que decidir si seguir con este juego o de una vez irrumpir en el recinto baleando a todo el mundo, pero no, mi amada también corría el riesgo, por lo que suavemente abrí la puerta con una mano y la maldita emitió un chirrido característico de las viejas puertas, ya estaba hecho, estaba dentro; fue cuando oí a lo lejos que alguien más estaba abajo, pero era tarde, tenía ante mí una escena increíble.
Una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo de cabo a rabo para estallar en mi cráneo. Gamarra, mi colega de la unidad, mi amigo y compañero de profesión y de combate, mi hermano del alma, estaba allí, frente a mí, sobre el suelo, lamiendo los genitales desgarrados de la niña, sosteniendo en ambas manos las vísceras de la pobre, quien yacía destripada, mirándome con esa tristeza muerta de la que les hablé. Él me vio y vi que también tenía esa mirada, pero mi arma ya estaba disparando, llenándole de plomo cada espacio vivo de su cuerpo; de inmediato sentí cómo algo perforaba la tapa de mis sesos, fue fugaz, me dispararon a quemarropa y me arrancaron de mí, y caí, grité, pero no pude oírme siquiera, mi sangre salpicó en el piso y la puerta, y por fin, a ti, eterna sombra me uní.
Por: Krandog Grenhas