Cabezas agitándose, puños estrellándose, thrash en el aire. Las miradas se pierden en el ambiente lúgubre, el sonido más ruidoso que el infierno azota sus oídos, haciéndoles segregar placer en sus cerebros. Uno se lanza contra otro y lo tira al piso, éste se levanta y continúa en la danza. Una se derrite en los brazos de otro y gime silenciosa: ¡Quiébrame maldito, rómpeme el asterisco! y él le susurra: Eres mi perra, haré contigo lo mismo que hice con la prostituta que yace en mi patio. Un obeso sujeto sostiene un trago barato en su gorda mano y escupe una espesa flema en la cabeza de alguien que él nunca sabrá de quién se trata, pero aquél, si en caso lo note, descargará su rabia pateando culos en el mosh.
Los riffs se disparan por doquier como balas de metralleta, el doble bombo machaca el recinto, el bajo tortura las mentes con su retumbar y la voz de un infecto ser se escabulle por entre las rendijas de los enfermos que escuchan a la banda que vomita sobre ellos. El tiempo espera afuera, acurrucado como un mendigo, adentro los posesos cerdos se revuelcan en su inmundicia, llenos de furia y placer, de amistad violentamente divertida. Es el infierno de los bangers, el cielo que ningún dios pisará si es que de atributos celestiales post gay goza, y si es que lo pisa, no saldrá vivo y mucho menos dios.
Como espectros salen a la luz del día a proseguir con sus demencia alcohólica, produciendo en las miradas de la gente, repulsión y asco; es de lo que se enorgullecen, de lo que adolecen, de lo que mueren. Los rayos del sol los calcinan y ayudados por el viento los moldean con trapos sucios y desgastados, alargando sus melenas y engrosando sus cadenas para seguir siendo un momento más y una eternidad, HEADBANGERS.
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