Joseph es un joven de 35 años de edad; de talla y rasgos físicos normales; es decir, ni muy alto, ni muy flaco, ni muy claro. Le apasiona todo lo relacionado a la segunda guerra mundial, bebe agua azucarada con cocoa, es que el café no le permitía dormir, así que lo dejó. Gusta además de la música de Billie Holliday, y en general de todo el Jazz Soul de inicios del siglo anterior. Vive con sus padres y labora durante toda la semana en el taller de lavado y engrase de su padre. Con el dinero que gana sobrealimenta a su adorada gata Collie y llena su baúl con cedes, devedés, revistas y libros de la segunda guerra mundial. Ah, y cada noche, antes de acostarse, traga cinco pastillas para mantenerse “tranquilo”, según le dijo su madre. Es así como Joseph pasaba sus días en la actualidad; pero su madre recuerda la época en la que casi mata a patadas a su abuela porque ésta supuestamente le atormentaba con sus gritos y persiguiéndole por todos lados con cuchillo en mano; curiosamente la abuela sufre de parálisis total de las extremidades inferiores, además es sordomuda y siempre se la pasa sentada en su silla de ruedas, mirando por la ventana de su habitación el ir y venir de los autos y personas.
La señora Magda recuerda también la época en la que su hijo llegaba de madrugadas, semidesnudo y magullado, balbuceando sandeces, retorciendo sus manos muy nerviosas, asustado, con la mirada perdida, los labios secos y las pupilas dilatadas. En realidad nunca supo de labios de su hijo, el porqué de esas situaciones; pero Joseph guarda en su memoria el momento aquel en el que se enamoró a sus 25 de una colegiala de 13 y la siguió por casi un mes tratando de comunicarle sus sentimientos, consiguiendo únicamente la repulsión de ella tan solo al mirarlo. Lo que sí trata de olvidar, pero nunca consigue es el momento en el que un hombre, que resultó ser el padre de la muchacha, lo sorprendió siguiendo a su hija y le propinó tal paliza que lo dejó casi muerto sobre el asfalto. Desde aquel día sintió que el hombre aquél lo perseguía a toda hora, lugar y momento, para volver a golpearlo, pero esta vez sí, hasta matarlo. La señora Magda asegura que no existió nunca tal chica, ni tal hombre, ni tal paliza, lo que sí asevera son las constantes idas y venidas de su hijo en estados muy extraños por causas desconocidas y que ella creyó en un momento producto del alcohol que raras veces consumía.
Joseph evita relacionarse con la gente, es más, algunos lo toman de idiota y hasta de retrasado mental; pero a él no le importa, porque siempre anda a paso apresurado y con mirada desconfiada, reprochándose a sí mismo algo que olvidó hacer, y para lo cual había salido de su casa. Le tortura tanto eso que ha diseñado un método casi genial de planificación de actividades, un horario estricto que respeta al pie de la letra y del que se vale para evitar esas torturas que su en su mente se producen.
Desde que toma las pastillas que su madre le da, dejó de sentirse acechado, pero él cree que la somnolencia que le produce le impide alimentarse de más información sobre la guerra, además de sentirse abúlico para realizar ciertas actividades como pasear, comer, concentrarse. Luego de pensarlo mucho, decidió dejarlas de tomar. Le volvieron las ganas de leer, comer y caminar; pero el detalle es que aquél hombre y su hija volvieron a aparecer; él ya no lo soporta y grita, mientras huye corriendo despavorido.
Ayer la señora Magda me ha comunicado, muy compungida, que Joseph a muerto al desbarrancarse en un abismo a las afueras de la ciudad. –Si tan solo no hubiera dejado de tomar sus pastillas, seguiría conmigo…, dijo entre sollozos. Yo creo que Joseph era un buen tipo, sólo que estaba enfermo.
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