Estaba en casa, una mañana habitual. Ocupaba el tiempo en afilar estacas, no les daba uso, sólo me placía obtener puntas filudas; mi puñal tenía dieciocho centímetros, mango de madera negra, con inscripciones góticas. La hoja, pues..., qué diré, acero puro, firme y dentado, extremadamente filudo, podía rebanar cualquier cosa, y cuando digo esto es por que así lo comprobé.
Cuando me cansé de afilarlas, limpiaba la hoja con los dedos ensalivados, y recorría suavemente con mi lengua su exquisito cuerpo. De pronto, sonó el teléfono.
-¿Aló?
-¡Hey! Nico, soy Toby, estoy frente a tu casa, vi a tu madre, por eso no toqué, sal ahora mismo, tenemos problemas.
- Está bien, espérame en la esquina, ahora voy. Colgué, cogí una chaqueta, metí mi puñal en el bolsillo y salí disparado.
-Hermano, ¿cómo estas?, ¿qué pasó?, ¿porqué tan exaltado?
-Nico, ¿recuerdas al sujeto de corbata y sombrero, el elegantón que hace una semana nos invitó unos tragos en la “Caverna”?
-… creo que si.
-Bueno, resulta que es un agente de no sé qué organismo; y anoche me, ó mejor dicho, nos citó, a ti y a mí. La verdad no creo que sea nada bueno, porque sus palabras no tenían ningún tono amigable, es más, sonaban a amenaza, me advirtió luego que si no íbamos, mañana amaneceríamos en canadá, con una frazada mojada encima, recibiendo como desayuno una doble dosis de apaleamiento brutal. ¿te imaginas?, quizá ya descubrieron nuestro pequeño negocio, que por cierto va viento en popa, ¡nos cagamos man…
-Espera, no nos desesperemos, sabes que no debemos hacerlo, aún no sabemos qué es lo que quiere, o qué trata de hacernos pensar o decir, nuestras reacciones podrían delatarnos, ¿somos cautelosos no?; puse mi mano en su hombro y traté de calmarlo, porque ya se le veía impaciente, nervioso, prácticamente jadeaba.
- ¿Y para cuando quedaron?
- Están esperándonos
-¿Esperándonos?, quieres decir, ¿ahora?
-¡Sí!, qué hacemos, ¿huimos?
-¡No!, ¿no me estas oyendo verdad?, nuestras reacciones, ¿recuerdas?
- pero…
-Iremos, enfrentemos esto, sé que no será grave, confía en mí, ¿salimos de peores no?
Él no confiaba en mi, tampoco yo, sabía que esa no era la solución, me sentía bloqueado, jugueteaba impaciente con mi puñal en el bolsillo, muy nervioso.
Efectivamente, nos esperaban a tres cuadras, al vernos se reagruparon e hicieron un ademán de saludo, casi ni respondimos. Eran cuatro tipos vestidos de ejecutivos, con gafas oscuras y sofisticadas, mocasines marrones muy brillantes, baja estatura, cabellos ceñidos, y con unos aires de estúpidos gentleman.
- Sígannos, vayamos a un sitio más adecuado para hablar.
Recorrimos unas cuatro cuadras, ingresamos por un gran portón negro y oxidado, un huerto enorme cubría toda la vista dentro. Increíble, pensé, muy buen escondite.
Caminamos lento, era inmenso el huerto ese, nadie hablaba, Toby muy preocupado, los hombres idos, no soporté más esa situación.
-De una vez, ¿qué pasa acá?, ¿qué hicimos?, hablé claro.
Se miraron entre ellos, se detuvieron, sacaron las gafas, y se me cayó la mandíbula, quedé boquiabierto; eran familiares de algunos de nuestros clientes, ya los habíamos visto antes, nos tiraron dedo, pero gracias al teniente Gordon, demostramos nuestra inocencia ideada.; no podía creerlo, se aflojaron las corbatas, se sacaron los sacos, remangaron sus puños y en menos tiempo del que pude percatarme, me bajaron de un golpe en el mentón. Desde el suelo pude ver que Toby se acercaba a uno de ellos, quien le alcanzaba un sobre, él lo recibió, pero al instante lo cogieron entre los tres y lo redujeron a golpes, a puro zapatazos debieron desfigurarlo, por que todos apuntaban a su rostro, las puntas de los mocasines relucían ahora con sangre fresca y muy oscura.-¡ya no más, ¡ya noooo!, por favor!, gritaba el traidor de Toby.-Jódete, pensaba yo, aún tirado en suelo, pasmado. Se cansaron, se tomaron un descanso de diez segundos, y entre los tres lo cogieron por los hombros, lo llevaron y pararon junto a un grueso árbol de molle, y haciendo que uno lo sostenga, reiniciaron la despiadada golpiza, esta vez contra todo el cuerpo, a machacar lo más suave.
Se preguntaran porque estaba viendo todo este espectáculo y no corría por mi vida; pues, en parte aún no me recuperaba del impacto del golpe, y por otro lado, la sorpresa de ser yo quien estaba allí. Un shock.
No cesaban de golpear al marico de Toby, él ya estaba inconciente, recibía sin chillar todo lo que se venía; desperté, sacudí mi cabeza y escupí el susto, recordé qué había en mi bolsillo, aproveché que estaban concentrados en el traidor, y sin siquiera pensarlo, de un salto de gato cogí a uno de ellos por el cabello e hice que su blanquito cuello conozca los filudos dientes de mi amigo; fue tan suave, como cuando aquella vez corté una papaya que quiso delatarme; como mantequilla, suavecita. Dejé caer al sujeto en un torrente de sangre, de inmediato la punta de mi compañero se incrustó entre los ojos de del otro tipo, puse un poco de presión y saqué rápidamente para ahora clavarlo en el pecho del otro, uno, dos, tres, cuatro veces bastaron para tenerlo hecho una pileta de sangre; fue cuando me di cuenta de que la acción era intensa, por que estaba sudando. Volví la mirada hacía el que quedaba, estaba estupefacto, miraba a uno de sus colegas muerto junto a él, y luego al otro, perforado, agonizante; al verme comenzó a arrastrar su culo, retrocediendo, tratando de huir; me acerqué golpeando con suavidad a mi amigo contra la palma de mi mano, escupí una flema plomiza y espesa a su cara, se asustó más, y yo reí, sí, lo hice, una sonrisa espontánea se dibujo en mi rostro; se arrodilló y trató de tumbarme jalándome las piernas, tengo debajo de mi una gran espalda encamisada, la perforo en el acto, sólo dos veces, me safo de sus débiles brazos, y pasé varias veces la hoja por su cuello, llego a la mitad nada más, pero el tipo ya se ahogaba en su propia sangre. ¡Qué alivio!, pero más que eso, ¡qué placer!, de haber sabido cuán bien se sentía, no tendría estacas en casa, sino cabezas.
Me acerqué a Toby, estaba con la cabeza sobre su pecho, dormido o muerto, no sabía con certeza, creo que no respiraba, pero no me importó, recordé su traición, y lo acuchillé diez veces diciendo:- nunca más delatarás a nadie cabron, acá te mueres. Y lo hizo en ese momento, o quizá antes, nunca lo supe. Cuatro cadáveres y yo limpiando con delicadeza mi sagrada hoja con mis dedos ensangrentados, las manchas no se quitan del todo, uso mi lengua, -uhmm, saladita, deliciosa, la recorro toda, muy limpia ya, la seco con mis mangas y la guardo donde en adelante estaría, mi bolsillo derecho. Camino de vuelta, lento, adormecido diría yo; salvé el negocio, arreglé a un traidor y ahora volvía a casa.
Kevin.
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