martes, 18 de noviembre de 2008

OTRA DIMENSIóN

-Repasemos el plan, dijo el Púas, - a las once de la noche, media hora después de que se haya cerrado la atención en el depósito ingresaremos por la casa colindante, sé que solo viven dos ancianos que pierden la noción del reino de la noche una vez cerrados los ojos, duermen cual troncos secos; una vez dentro cortaremos el conductor de fluido eléctrico y tendremos el suficiente tiempo para poder ajustar cuentas con nuestro objetivo. – ¡Excelente! , dijo Coqui , desde el rincón lúgubre y estrecho donde yacía la vieja alfombra roja; cobertor de los mas grandes tesoros del Púas ; - me dará tanto gusto verle otra vez la cara a ese maldito usurero, ahora veremos que hará él solo frente a nosotros, no habrá quién salte por el, será cuando se arrepienta el habernos conocido; siguió Coqui, sonrió con malicia y se notaba en él un pleno convencimiento de que así sería.

-¡Carajo!, gritó el Púas y lanzando una almohada contra el velador silenció la habitación del estruendo exasperante que producía el reloj despertador que hacía unas semanas le fue obsequiado por su abuelo, “-esto es símbolo de lo relativo que es el tiempo cuando se le reduce a una pequeña esfera; la agujas de este reloj giran por mas de doscientos años, realmente venció la prueba del tiempo no?”; le decía su sabio abuelo, a él poco le interesaban estas cosas, lo veía como una porquería con valor de uso y nada más; ahora estirando sus delgadas piernas a lo largo de su cama con los brazos cruzados sosteniendo a su pequeña cabeza contemplaba el blanco vacío del techo y pensaba: -¿qué pasaría si algo saliese mal con el plan?, era demasiado riesgo, y él lo sabía, no estaba dispuesto a cargar con la responsabilidad de una vida, exponer de esa manera su vida y la de su amigo así nada más; empezaba a desistir una vez más de un proyecto trazado, se rió de si mismo pero se sintió mucho mejor y sacando los pies perezosamente como si los retirara de algún fango que lo confortaba se sentó y se convenció a si mismo de que aun no era momento de unirse al normal marchar del mundo, a pesar de lo avanzada que estaba que la mañana, se dejó caer nuevamente sobre sus espesas sábanas y se revolvió como un cerdo en ellas; no conciliaba el sueño, era inútil, sabía lo que quería hacer desde que volvió a abrir los ojos esa mañana, trató, según el, de hacer algo para contrarrestarlo, pero como siempre sucedía, el pensamiento inicial regía, no importaba cuanto tratase de retrasarlo con el afán de esquivar aquella inminente realización(en este punto el papel del tiempo se tornaba tan relativo, podía ser una hora ,un día, una semana, un año, décadas o incluso segundos antes de morir, llegaría, y todos los que en el foso estaban ,lo sabían, sabían que estaban infectados “para siempre”). Asi que se incorporó con rapidez y dirigiéndose a aquel rincón sagrado para él, descubrió la vieja alfombra extrajo una vez más, “lo necesario”. Hacía unos días se prometió no volver a picarse por las mañanas por correr el riesgo de ser encontrado infraganti, en pleno estado de inconsciencia suya, por su padre y así asegurar su inmediato destierro del mundo libre, pero no importaba, nada importaba, así matasen su familia entera si el lo volvía a hacer, lo haría, era su sentencia, estaba muerto hacía mucho, antes no lo notaba, pero experimentaba continuas caídas a unos enormes, deformes y oscuros abismos con aceleradas caídas y sintiendo total impotencia a poner resistencia, ¿débil?, era la palabra fácil con la cual muchos lo definirían, pero esto era más que una simple debilidad, era tener hundido al cerebro juzgante y pensante, en la lava eviterna de la adicción.

Coqui, a sus veinte años llevaba a cuestas años de fango narcótico juvenil, consumía pasta base, o cheesy, como la llamaba él, vivía con una hermana mayor, quien lo atendía, o por lo menos le proporcionaba un espacio donde poder dormir y más nada; sus padres llevaban 12 años ya en los “tinajones”, la penitenciaria más grande de la región, donde pagaban su delito. –Tenemos de todo para el cerebro; solía decir su madre a cuanto noctámbulo salía o entraba al night club que laboraba a espaldas de casa; hasta que un día en un gran operativo realizado por la unidad de investigación y lucha contra las drogas de la policía en dicho club la cogieron como testigo, y ella, en un arrebato de furia, no lo pensó y sacando su arma de uno de sus bolsillos, una magnum calibre 44, letal para cualquier especie de la jungla de concreto, jaló del gatillo e hizo que las puertas del local luzcan en su frío metal, los sesos con sangre y plomo del infortunado policía. Estarían ella y su pareja por lo menos 30 años y con suerte saldrían vivos y decrépitos, era un caso ya perdido, y Coqui consciente de esto, vivía en la mas completa resignación de que era solo él y la miserable vida que tenía agonizante fluyendo por sus venas.

El muchacho, deambulando durante el día, raras veces conseguía meterse algo al estómago, nunca invertía algún poco dinero que lograba conseguir de una u otra manera en alimento, todo lo destinaba a su veneno, aquel polvillo mortal, dueño de la existencia de millones en esta parte del mundo, niños, jóvenes, y hasta ancianos; aquella sustancia que a pesar de su catalogación como “muerte de pobres”, poseía el poder para destronar a un rey y sumergirlo en la más profunda dependencia y desesperación por el consumo. Coqui era conocedor de esta realidad, recordaba en sus momentos de reflexión, con mucha decepción de si mismo, cómo mucha gente que acudía al negocio de sus padres, a la hora que fuere, en situaciones poco deseables para cualquier negociante, con la única consigna de conseguir más, no importaba que dejar, o a quién dejárselo, vio a muchas muchachas perder su dignidad como mujeres por míseras dosis, vio como muchos de despojaban de lo que tenían puesto o de que incluso no era de ellos, pero que lo tomaron en atracos como suyo, todo era un mercado, la casa estaba llena de cosas empeñadas, raras veces eran recogidas, una vez dejado algo era algo perdido, y era mejor así, nadie quería recordar sus momentos de angustia y lo que fueron capaces de hacer por solucionarlo; y lo curioso y un tanto esencial de este mundo era que nunca, por más cantidad que hubiese y que fuese ingerida, jamás era suficiente, nunca. La mayoría a quienes él recordaba eran ahora dementes, cumplían una sentencia en las cárceles del país o simplemente eran ya polvo sepultado. Le aterraba la idea de la muerte antes de estar en este camino, el cambio fue radical; amaba el simple amanecer, el simple atardecer era tan hermoso, el viento meciendo y arrancando las hojas secas de los viejos árboles, aquellos que mientras llovía, soleaba, granizaba, nunca presentaban queja alguna, y al parecer disfrutaban de todo eso, crecían frondosos, enormes y fuertes, daban sus frutos y luego envejecían, todo era tan simple, tan pasajero; pero ahora no, los ojos que el abría cada mañana no eran para ver y disfrutar de tan sencilla felicidad, la tortura insertada en su vida lo desangraba de a pocos, era una muerte lenta, pasaba mas horas del día pensando en cómo morir mas que en otra cosa, pensaba a cada instante en la muerte ideal, y mientras iba aspirando la muerte en forma de humo, se sentía menos vivo y con mas posibilidades de estar pronto inerte.

Durante todo el tiempo que tenía de adicto, al principio lo encontró divertido, luego esta sensación se tornó un tanto encapsuladora, se sentía único, incomparable, al mundo comenzó a percibirlo ajeno, entonces comenzó a apartarse de todos los que alguna vez lo acompañaron, un tanto por este pensamiento y otro mucho mayor por el incremento de la paranoia, sentía ser acechado por todo lo que se movía, todos estaban confabulando contra él, entonces era mejor alejarse ,ir a sitios ocultos, donde nada ni nadie lo vería y mucho menos sabría lo que iba haciendo, y si moría en esas andanzas que mejor para todos, este era por ahora el camino que esperaba recorrer, ya no lo sentía tan lejos, incluso sentía la pesada sombra de la muerte en sus espaldas ahuecándole los pulmones y perforándole el cerebro, presentía de alguna manera el final, y al pensar en esto se reconfortaba, veía su inminente muerte como el alivio completo para su sufrimiento, el estómago se le revolvía, las ideas fluían, el mundo se apaciguaba y el viento soplaba a su favor, todo era perfecto y entonces volvía a envenenarse y todo volvía a donde estaba: la nada cubierta por el velo de la noche, tras un tronco seco, a diez minutos de la ciudad, oyendo tan solo el rápido latir de su carcomido corazón.

-¡Bajo en la esquina!, vociferó el Púas, y entre empujones y roces incómodos pudo ser vomitado de aquel cerdo de metal que llevaba a diario en sus entrañas a cientos de personas que por ahorrarse unos centavos optaban por el repugnante placer de viajar en aquel transporte. Un ligero escalofrío recorrió su espalda cuando iniciaba la marcha por las polvorientas calles del barrio de Coqui, apretaba con fuerza el obsequio del abuelo, sabía que era lo más importante esa noche, el valor sentimental, a la mierda, lo protegería de todo y lo extrañaría cuando horas mas tarde tendría a su equivalencia arruinando su organismo; doblaba una de las esquinas y pateando unas pequeñas piedras que eran intrusas en las veredas de aquella calle recordó con rabia aquella noche en la que su amigo y él fueron molidos por la intransigencia de un tipo.

Resulta que se pasó la voz sobre un nuevo depósito justo a unas diez cuadras de la casa de Coqui, se hablaban maravillas de ese lugar: el material era de primera, la atención mas grata y en unos ambientes del todo seguros y con rápidas salidas; hacía tiempo que cerraron el último local con estas características, había sido incendiado por los vecinos enfurecidos por la muerte de sus jóvenes hijos, no tuvieron contemplación, solo se juntaron y rociando con gasolina todas las instalaciones del local, le prendieron fuego y secaron sus lágrimas al calor del fuego intenso que consumía todo lo adquirido por la venta de los tóxicos, cogieron a dos de los propietarios y encerrándolos dentro del local, fueron también ajusticiados, de esta manera pensaron que todo aquel que quisiese reincidir en estos negocios lo pensaría dos veces; al parecer no fue así, la noticia sobre le nuevo local se regó como pólvora, todos lo compañeros de envenenamiento que tenían ambos, ya lo sabían y hacían referencia al lugar como si hablasen del paraíso cristiano mismo, donde todo era felicidad, sólo que en este caso con el fuego eterno.

Una noche, acordaron ambos ir al paraíso, a ninguno les fueron presentados los administradores, sería una “aventada”, y así lo hicieron, como tantas veces antes, estaban seguros de que saldrían con su gusto y sin ningún percance; llegaron al lugar mencionado por sus colegas, cumplía con todas las descripciones hechas, entonces Coqui acercándose con sigilo, y asegurándose de lo solitario de la calle, se animó a tocar con delicadeza, se apartó un metro aproximadamente y esperó, un minuto, dos, nada; se proponía volver a tocar cuando de pronto una de las puertas se abrió, pero a medias, era una invitación a pasar, seguro que eso sería, le hizo una seña al Púas y este con tres agigantados pasos estuvo junto a él, entraron pisando suave, era la entrada a un callejón oscuro, no podía divisarse el final, pero pudieron percibir el olor característico de un depósito cualquiera, se miraron ambos, como pidiéndose autorización, se sonrieron y comenzaron a caminar, estuvieron como siguiendo a una procesión de algún santo, como a veinte metros de la entrada oyeron voces, carcajadas e injurias, ese sería el lugar pensó Coqui, se acercaron con más tranquilidad, una pequeña puerta daba al callejón, y tras ella, un espectáculo que los tenía acostumbrados: el decaimiento de la especie humana en su última instancia, cuerpos de hombres llenos de alcohol, acurrucados bajo una barra improvisada, mujeres en transas de prostitución , con poca o casi nada percepción de lo real, unos cuantos jóvenes con la cabeza vencida sobre las sucias mesitas, con las vestiduras hechas añicos, la piel hecha una coraza de mugre y humo, y para darle el ritmo, sonaba estridente una vieja radio Panasonic, que al parecer estaba ahogada en tanta perdición y solo emitía lamentos. Un tipo tras la barra se alarmó y despareció tras una cortina de argollas, y en un segundo volvió con otro un tanto mayor, ambos se acercaron con fiereza y con pequeños empujones sacaron a ambos muchachos, ya afuera, en el callejón e iluminados por la tenue luz del “bar” uno de ellos, el mas viejo, preguntó nervioso: -¿qué buscan aquí mocosos?; -queremos su tan aplaudido producto, atinó a decir el Púas, un tanto sarcástico, -¿así?, le respondió el tipo,- entonces adelante, les invitó a pasar, ambos confiados así lo hicieron, pensaron ser atendidos en esa pocilga, pero no, el tipo les hizo seguirle, atravesaron la cortina y fueron a dar a un cuartucho lleno de electrodomésticos, el piso estaba meloso, y sobre una sucia cama relucían gran cantidad de monedas y billetes con todos los rostros conocidos, -a ver, cuánto traen, les dijo el tipo, -tenemos cincuenta soles respondió Coqui, y arrojando el dinero sobre aquella sucia cama, se sintió avezado, y muy experimentado; el tipo se inclinó a recoger el dinero y revolviendo el dinero halló una gran porra con incrustaciones de metales en la punta, la cogió, empuño con fuerza y tomándose un aire giró con fuerza estrellando su pesada arma sobre el rostro de Coqui, este impactó contra la pared y ahí quedó, inconsciente, el Púas ni siquiera salió de su asombro cuando sobre su pequeña calavera también sintió el peso letal de aquel mazo, se les apago al luz, murieron por unas horas.

Amaneció, el Púas despertó primero, trató de incorporarse, pero estaba hecho trizas, empapado en sangre, la cabeza la tenía hecha un tazón con sesos y hasta quizá sin ellos, y al más leve movimiento derramaría lo poco que le quedaba, solo gimió de dolor, al poco rato oyó gritar a Coqui, gritaba como un cerdo cuando era capado, no lo podía ver, comenzó a arrastrarse, y sólo entonces pudo darse cuenta de que se hallaba sobre un gran muladar, el sol ardía sobre él, serían las doce o quizá la una, quiso fijarse la hora, no tenía el reloj, estaba desnudo, solo en calzoncillos, el cuerpo amoratado, sangre y lodo por sus extremidades, si hace un instante no sentía dolor alguno mas que el de su destrozada cabeza, ahora todo el dolor del mundo posaba sobre él, así, reptando, pudo dar con Coqui, quien se hallaba en la mima situación, se acercó y hablándole trató de calmarlo, este al verlo, le tendió la mano diciendo: - ayúdame hermano, no soporto este dolor, mátame de una vez por favor.

Se arrastraron juntos hasta llegar a una avenida asfaltada, donde fueron tomados por indigentes esquizofrénicos e ignorados y repudiados, para su suerte pasaba por ahí una ambulancia, esta los recogió y los llevó a curar sus heridas, horas mas tarde eran compañeros, una vez más, de la misma sala de reposo, docenas de puntos por todo el cuerpo evitaron que se desangren por completo; el Púas al ponerse en contacto con su padre le contó que habían sido asaltados y abandonados en aquel basural, su padre quien siempre andaba de viaje, sólo le giró un dinero para pagar gastos en la clínica y le dijo que aclararían las cosas en cuanto llegase. Hasta entonces pendían de un hilo.

Llevaba casi cinco minutos llamando a la puerta, y nadie acudía, le pareció extraño porque Coqui mismo fue quien lo citó en su casa, su hermana no estaría en casa ese fin de semana, así que las noches serían suyas; cansado de tocar se asomó por la ventana y pego los oídos, pudo oír ligeramente la conversación de Coqui con alguien más; - será que no me oyen, pensó y cogiendo una piedra de tamaño regular la lanzó contra la única luna en la ventana, al instante Coqui se apareció en la puerta, seriamente asustado y con un cuchillo porsiacaso, vio al Púas y se calmó, - nuestro invitado exige la mas absoluta discreción y tú llegas derribando la luna?, sonrió y le hizo pasar, subían las gradas, - llegó de Norteamérica, continuó Coqui, - trajo la última novedad en lo que a “destructores” se refiere, me asegura el viaje final, concluyó, -¿como?, se sobresalto el Púas, no entendió bien la última parte: ¿el viaje final?, -qué habrá querido decir, pensó, para eso ya estaban cerrando la puerta de la habitación del anfitrión, aclararía su duda luego.

Un hombre de casi dos metros de altura los esperaba sentado sobre el piso, con medio cuerpo recostado en la pared, Coqui los presentó; el enorme y delgado tipo extendiendo su velluda y delgada mano dijo: - bienvenido a las puertas de salida de esta dimensión, y volvió a lo suyo, liaba un mixto, con abundante químico; Xers, se llamaba, tenía la mirada perdida, los cabellos abundantes, y las ropas andrajosas, pero extrañas, definitivamente no es de acá, pensó el Púas, no le causó repulsión, al contrario, le inspiró confianza, y sentándose junto a Coqui, apagaron la bombilla, y estando los tres a oscuras, Coqui encendió un vela, la luz era demasiado ténue, los convertía en sombras, espectros. Xers extrajo de una bolsa que tenía al lado una especie de barra de chocolate que tenía incrustada al medio una pequeña pastilla rojiza, era prácticamente fosforescente, por que hasta del lugar del Púas se distinguía con claridad que era roja, muy roja; la desprendió y colocándola bajo un trozo de vidrio, la molió, lo obtenido ya no ofrecía a la vista ese pigmento rojizo, era ahora un tanto más púrpura intenso, lo vació dentro de un pequeño envase de acero para ahora mezclarlo con el compuesto psicodélico del ácido lisérgico, una vez obtenido esto molió un botón verdoso de peyote para luego combinar ambas sustancias y obtener varios mililitros de aquella misteriosa sustancia; puso el pequeño envase sobre el piso y no dejó de vigilarla ni por un segundo mientras preparaba las jeringas, cucharas y mechas que usaría inmediatamente; durante todo este proceso el forastero adquirió un semblante desesperado, el sudor bajaba por su frente y prácticamente lo ahogaba, se pasaba la manga de la chaqueta por el rostro, pero al instante volvía a estar empapado, luego de trabajar con movimientos torpes pudo al fin estar listo, la aguja se sumergía como en lava, sus dedos temblorosos hicieron que absorbase todo el contenido, recorriendo todo el envase, sin dejar mas que un ligero rastro húmedo sobre el acero, con la aguja hacia arriba, la sostenía, la transportaba con sumo cuidado, todos miraban atónitos, nadie respiraba, el momento era místico y cualquier movimiento lo podía echar a perder; Xers habló claro:
- Existen en el mundo cosas malas y buenas según puedan juzgarse, ahora, sabemos todos los que ahora nos vemos las caras, que en este hoyo de la eterna insatisfacción y el deseo de más; nuestra posición y actitud ya no es de juzgarse. Sólo nos quedan palabras de despedida. Lo normal y el natural proceder del mundo y de nuestra raza, ya no nos incumbe. Somos distintos, estamos a la otra orilla, tomamos el camino corto, e hicimos de nuestra existencia en esta isla, basura parásita, pero no caigamos en el sentir innecesario de ser molido por las mortificaciones, mejor, salgamos en busca de lo que nos depara esta vía, algunos dijeron ,dicen y dirán que solo existe algo, y que llega con demasiada prontitud: la muerte; no trataré de refutar aquel final, pero no nos quedemos ahí, pensemos en lo que nos espera tras esa muerte, y si el mundo corriente le teme o lo anhela en vida, seamos quienes hagamos de ella, una nueva y gran esperanza de más existencia; diciendo esto, alcanzó la jeringa a Coqui, este, con demasiada impaciencia y cierto recelo, se lo pinchó en el brazo izquierdo, inoculó menos de una tercera parte y se la pasó al Púas quien sobró una mitad de lo restante, el efecto fue inmediato, ambos muchachos sólo alcanzaron a ver con la vista que se les iba nublando como Xers cogía la jeringa y con un movimiento rápido y preciso lo incrustaba en la yugular, desvaneciéndose de inmediato.

Ingresaba por una especie de caverna; se fijó bien, las paredes eran de carne sangrante, las tocó con las palmas y vio cómo su piel empezaba hervir cual plástico en combustión, gritó, pero para su sorpresa no contaba con orificio bucal, se palpó el rostro con sus manos que iban derritiéndose y sintió como su rostro también se le escurría entre los dedos que corrían la misma suerte, esto empeoraba, era ahora un charco, se derritió hasta estar en esas condiciones, pero podía ver, sus ojos aún flotaban sobre lo que quedaba de él, y se movía, sí , comenzó a discurrir por algo muy parecido a una coladera de alcantarilla, para luego dar en el fondo con lo que usualmente llamamos desagüe, todo se calmó. Flotaban sus ojos apaciblemente junto a la inmundicia de la ciudad, cuando de pronto percibió un olor, aquello le sorprendió de sobremanera y cerrando los ojos enfocó su concentración en eso, definitivamente estaba oliendo, qué placentera sensación, oler, el olor era simple de reconocer, mierda podrida, sintió cierto júbilo y cuando volvió a abrir sus ojos era él otra vez, tirado sobre el piso, se incorporó de inmediato, ¡oh no!, aquel olor estaba aún, y esta vez si se distinguía el repugnante origen, tapándose las fosas con una mano se inclinó sobre una bolsa negra de polietileno, creyó saber de que se trataba por el olor, desató con mucho cuidado el nudo y fue descubriendo materia encefálica, estaba el cerebro de alguien allí, acercó la cabeza más para ver mejor, cuando comenzó a sentirla vacía, no comprendía aquello, la cabeza perdía peso, era eso, se la cogió con ambas manos tratando de tapar alguna posible fuga, todo era confuso, pero al parecer ya había pasado, quitó una de sus manos del oído derecho, no oía nada, sacó ambas manos, un silencio absoluto, cero sensación, de pronto un ventarrón, vientos de todas partes se dirigían a sus oídos, boca, y a todo orificio humano, era un viento ácido, pesado y golpeaba contra sus muros craneales como combas de destrucción, se inició otra tortura. Era un dolor incomparable, incontrolable y sobretodo insoportable; se tiró al suelo para tratar de amilanar tanto dolor revolcándose, sacudiendo la cabeza contra el suelo, golpeándola, con más y más fuerza, quería aunque sea que estallase para así poner fin a esos machaques, nada servía, pero lo que consiguió era que ahora su cabeza se golpeara sola, perdió control sobre ella, los movimientos se tornaron mucho más bruscos e intensos, duró poco, la fuerza de movimiento era tanta que sintió crujir a los huesos del cuello, unos movimientos más y hubiera sentido rodar su cabeza por entre sus pies. El dolor desapreció.

Ahora sentado sobre sus piernas y con el cuello roto esperaba que todo acabase; pudo oír que algo se acercaba a la caverna, eran varios, un gran barullo se produjo casi al instante, pasaban junto a él, no podía dirigir su mirada, solo oír, al parecer era una caravana, la curiosidad era mayor, y dejándose caer sobre el piso, consiguió una vista panorámica de la situación; millares de ratas corrían despavoridas hacia el fondo de la caverna, era increíble su velocidad, arrastraban larguísimas colas grises, y emitían horribles chillidos, huían de algo o alguien, no quiso pensar en eso, ya que no disponía de algún recurso de huida, se resignó y esperó, una potente luz iba ingresando a aquel lugar, encegueció su vista y le dejó inconsciente. El Púas estaba en medio de la sala, con los brazos y piernas extendidas, profundamente dormido aún.

Coqui estaba muerto; cayó mal sobre la esquina maciza del velador y ahí quedó, el Púas al verlo sintió repulsión por su amigo, las náuseas se apoderaron de él, se alejó, tenía que huir de ese lugar, buscó la puerta que daba a la calle y no pudo creer lo que encontró, Xers y su enorme masa corporal pendían de una de las vigas del muro que se hallaba junto a la puerta, tenía llagas como las que dejan caladas sobre la piel el metal al rojo vivo, pero estas sangraban, no habían cauterizado nada, su rostro era monstruoso, estaba torcido e hinchado, muy aplastado y con indicios de haberlo sometido a una trituradora, estaba prácticamente irreconocible; el Púas aterrado tuvo que mover el cuerpo para poder salir, pero la puerta estaba sellada con tablas y clavos, - pero ¿quién pudo hacer todo esto?, pensó, y haciendo trizas el vidrio de la ventana saltó y se hechó a correr, corrió y corrió sin detenerse y hasta perder el aliento, se detuvo jadeando como un búfalo, se apoyó en un árbol y miró en su entorno, se encontraba a las afueras de la ciudad, el viento soplaba y mecía las ramas arrancando algunas hojas y arrastrándolas como queriendo barrerlas sin dirección alguna; contempló sus pies, los vio demasiado abajo, sintió vértigo, como si estaría en la cima de una montaña y se dejó caer sobre sus pies, se sentó y encerró en reflexión.

No encontraba respuesta alguna, todo se presentó tan rápido y de manera incoherente, su amigo estaba muerto, las cosas estaban muy complicadas, no lo pensó un segundo más y cogiendo una pequeña piedra cascajo se tajó ambas muñecas, el dolor ni se asomó entonces, pero si el sueño, un sueño narcotizante, aplastante, sucumbió en él, una torrencial lluvia se dejó caer de inmediato, pequeños ríos se formaron, uno de ellos avanzaba llevando mezclada con la lluvia mucha sangre, sangre aún caliente y que manaba en abundancia, y tras un gran árbol, uno más atravesaba a otra dimensión.
Kevin.

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