martes, 18 de noviembre de 2008

Degeneración o Remedio Letal

Cada día era peor, amanecía y al abrir los ojos un velo grisáceo le cubría todo, tenía que frotarse con los puños ambos ojos por buen tiempo para por fin poder visualizar la realidad, un gran eco golpeaba sus paredes craneales haciéndole muchas veces temblar; sentía frío, una intensa y gélida corriente le subía desde los pies y cuando le llegaba a la cabeza, ¡qué tortura!; las primeras veces creyó estar resfriado, pero de eso hacía ya cuatro meses, pensó acostumbrarse, no fue así, empeoraba, ¿morir?, ¿matarse?, claro que pensaba en ello, pero por ese entonces todavía albergaba la esperanza de estar atravesando una enfermedad pasajera, acudió al médico, al brujo, al mesmerista, y a cuanta persona le recomendaban, ningún buen resultado, sin remedio.
Una mañana, después de su habitual tortura salió al jardín, se sentó sobre el vivo césped y cogiendo la regadera la puso sobre su cabeza y abrió la llave, para su sorpresa sus dolores comenzaron a disminuir y convertirse en una intensa sensación de cura, era más confortable ver a través del la cascada cristalina que descendía por su rostro, el sonido del agua manando, mucho mejor que aquellos hirientes ecos, y el frío, era fresco, constante, no como pulsos de dolor; se quedó así durante el resto del día, no le importó más nada, entrada la noche se quedó ahí, se durmió bajo el discurrir de las sanadoras aguas.
Despertó cuando el brillo solar le dio en su frío cuerpo, el agua había hecho de su jardín una alberca, lombrices se arrastraban por su cuerpo y él, lleno de barro negro. Las hojas flotaban apacibles y el agua que huía bajo la cerca con sigilo. Se incorporó y de inmediato entró en shock, cayó con estrépito y comenzó a convulsionar como un epiléptico, nunca antes pensó que podría alguna vez experimentar tanto dolor, gimió, gritó, lloró, maldijo; y al final tuvo que volver a hacer que el agua recorra su cuerpo desde su cabeza, sólo así amilanó el extremo dolor.
Atrapado por el apacible chorro de agua, inmerso en el dolor, sentenciado a seguir así, duró solo dos noches; a la segunda no soportó mas la situación, arrojó la regadera, gritó de dolor como la primera vez, pero esta vez no se dejaría vencer, y a rastras llegó a las escaleras que conducían a pisos superiores, reptando y gimiendo llegó al cuarto piso, asomó su comprimida cabeza, las venas prácticamente le estallaban, el eco era un ruido infernal; miró hacia abajo, la alberca se veía apacible, pero extrañamente inquieta, como si buscara a alguien, el vió su rostro reflejado como un espectro en las negruzcas aguas, la luna era como un barco fantasma reflejado en aquel foso líquido; pronunció su último grito de dolor: ¡¡¡¡¡bastaaaaaa!!!!!! Y se arrojó.
Lo hallaron días más tarde, podrido, amoratado e hinchado; el agua curiosamente se había secado, y las flores se veían radiantes, hermosas; los insectos se notaban felices, y el silencio sepulcral sonaba como una dulce melodía.
Kevin.

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