La noticia la recibí con total incredulidad, pero no era falsa, Dennis había partido, la leucemia había retornado con más brutalidad y no hubo manera de salvarlo. José Carlos pensó que podría establecer contacto. Hizo unas llamadas y partió. El cabaret ya no existía, ahora vendían tortas, como antes de la llegada de su amigo. Pide una torta de chocolate y la come afuera, viendo desde el frente el ex local de su amigo, recordando viejas noches gloriosas ahí dentro.
Un cumpleaños sin noción de nacimiento, aquel día era precisamente el suyo, y de Dennis no sabría ni quiera dónde lo habrían enterrado. Un amigo que acudió al funeral de más de la mitad de su vida y trató de establecer lazos con el pedazo que arrastraba desde entonces José Carlos, se había ido, su ausencia sería definitiva, pero quedaban sus relatos y las recetas de varios tragos exquisitos, también la imagen retransmitida de un Valparaíso brumoso y añejo, con casas de madera mohosa y acantilados profundos. También habían botas de soldados y cascos nazis, máquinas de escribir y toda suerte de chucherías coleccionables; pero lo más radiante en toda esa sucesión de imágenes era un cuadro de Tolstoi enorme en el que el ruso lucía como uno de los mendigos del Aqualung de Jetro Tull. Mas, con todo esto, José Carlos era incapaz, a estas profundidades de su vida, de sentir pena, su indolencia era tal que acaso podría reírse o tan solo escupir como si aquella desaparición le importara tanto como la de una mosca en el almuerzo aplastada con la palma de su mano. Entonces sucede lo imposible, y toma forma lo que no existe:
Alguien ingresa a la cuenta de mail de José Carlos desde su ciudad natal (él vive ahora a cientos de kilómetros al sur), y ese alguien emprende rápidamente el vaciado de todo el material literario de José (olvidamos mencionar que ambos eran escritores antes de, ya saben, el holocausto de la mente) y desaparece defintivamente. Ese alguien no es otro que Dennis, y José lo sabe, no puede evitar sentir rabia, todo su trabajo, quince años de escribir y escribir sin tregua, pero le pasa, por lo de su indolencia, y crea otra cuenta, abre su blog y comienza a escribir nuevamente, desde cero.
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