Finalmente se avecina un gran guerra. Los gringos hijosputas con sus aires de dueños del mundo, frente a la madre patria Rusia (no la mía por lo menos, pero sí de varios miles de millones).
En el Perú estamos al filo del desborde social, del colapso popular; hay dinero, hay trabajo, hay oportunidades; pero no hay cultura, ni justicia, y la impunidad aunada a la corrupción en todas las esferas del poder, denotan solo una cosa: la ilusión de bienestar se torna alucinación, y muy pronto psicosis. La gente vive cuidando sus espacios, sus cosas, sus intereses, sus individualidades, de todo aquel que ose invadirla o pretenda hacerlo. La vida es una simple etiqueta que cualquiera puede arrebatar a otro si dichos intereses se ven amenazados.
Y el modo de vivienda se torna cada vez más carcelario y cavernoso. La gente quiere vivir encerrada, cercada, amurallada, enrejada; teme de todos y le importa muy poco estar dentro de una sociedad, para cada uno pareciera no existir otro que él mismo, y por extensión, su "familia", la única importante dentro del cúmulo de familias que componen una urbe. Entonces somos un país de islas de grupos sociales, autónomos y regidos por sus propias leyes e idiosincrasias. La cohesión de identidad está regulada por los medios podridos de comunicación, los cuales obedecen a una sola consigna: adormecer los sentidos e idiotizar al pueblo. El pueblo, suena hasta patético escribirlo, el pueblo que conformamos yo y tú y aquél, tiempos aquellos en los que sí significaba más de lo que parece.
Mañana llegarán ellos a donde esté, y estoy seguro que traerán para mí, una bala certera en mi cabeza, o en todo caso, un boleto de ida a los confines del universo. Probablemente antes sin duda alguna hubiera optado por el boleto, y hasta por la bala, con mucho gusto, pero ni siquiera eso podré, tendré que resignarme a buscar empleo, a seguir intentándolo con lo que no me interesa hacer. Ganarme la vida, o hacer que otros ganen con mi vida, ahí está el dilema. Ganar, ganar, ganar; mientras el resto, perder, perder, perder, hasta el último resquicio de propiedad, de integridad, de dignidad.
Ojalá, querido abuelo, mañana se declare la tercera guerra mundial, no sabes cuánto lo ansío; por lo menos entonces podría saber que hay verdadero peligro o motivos por los que luchar o entregar la vida, al margen de fraudes patrioteros, como simples excusas para seguir. Por ahora rige la tensión por la incertidumbre y solo espero que mañana sea mejor, o como siempre estoy diciendo: peor de lo peor.
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