Vaya, me ha tomado más de lo esperado llegar a este momento; pensó Carlos Peste, disponiéndose a escribir sin dejar la cama. Había leído recientemente a Kureishi y a Ciro Alegría; todavía recordaba cosas como "Me iré por la mañana, sin ninguna nota ni nada, solo me iré."; o "Detúvose para pensar en lo que haría. ¿Volver? Si era de nuevo libre y de todos los espacios abiertos le estaba gritando el destino. Entonces siguió camino adelante a trote largo." Por un instante y a partir de estos recuerdos el hombre trató graciosamente de encontrar caminos interconectados entre ambas evocaciones; pero considerado desde el inicio haber esperado demasiado tiempo como para darle vueltas como siempre al asunto de la conexión metafísica o surreal entre recuerdos, percepciones o contactos y empeños creativos, sin ningún resultado suficiente para la construcción de algo mucho mayor; desistió , y relajando un poco ese empeño propio de quien habiendo hecho algo alguna vez, de modo que la satisfacción instantánea producida a causa de ello, optó por verse a sí mismo como un simple mortal sin fantasías en torno a su camino o papel en esta vida que llevaba.
Se le ocurrió también que de ser así de contundente tal visión de sí mismo, la veracidad sería nimia respecto a la convicción rediseñada sin marcha atrás; y entonces no quedaría lo que siempre los poetas o escritores de ficción anhelaban o gustaban tratar o tan solo decir por decir: nada.
Enseguida es jueves, y las horas vuelven a contar, aunque los gallos no canten más desde no sabe dónde o cuándo. La tentación de una enfermedad arrastrada o ceñida o adherida naturalmente, ya no como excusa, sino como reto a sí mismo y su condición terrenal, lógica y racional, era gratificante en demasía. Como la de besar un par de labios de hembra, henchidos de pasión y sumergidos en la baba del deseo. El tiempo entonces se estrechaba tras el sonido brutal de los ronquidos de la simbología de cordura y mesura, respeto y moral; llámese mejor, compañera de especie e ilusión. Y la distancia aunque acrecentada podía por una simple idea de urgencia, deshacerse en pequeños movimientos que pronto harían rodar el cuerpo del individuo entregado a su enfermedad con más fervor que pesar, hacia su propia satisfacción, quiero decir, aniquilación.
Y el día sucedáneo a esta madrugada oscura, sería de pronto, un pedazo de papel, de cheque o receta, donde habría de inscribir mediante acto tras acto, el zumo sintomático de todo el cuadro patológico; pero eso no tenía menos que nada de urgencia. Lo otro sí.
De ahí, y espera que esta vez sí de ahí, en adelante notar cambios profundos, de índole mutacional, como verlo todo rojo y oírlo negro; escribirlo largo y sentido hacia vericuetos de caminos casi no recorridos o nunca hechos. Y si ni así, ni desde ahí ni desde nunca, entonces ya no sabría qué. Y mejor envejecer relajadas las tensiones de la cabeza y luego los músculos de la mano, temblorosas y medrosas por no saber, o saber por fin, qué escribir.
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