lunes, 3 de febrero de 2014

MANTENTE FUERA DE LA VISTA (EN MEMORIA DE FELIPE SEYMOUR)

Te dieron los buenos días los agentes del orden; y como llevabas horas fuera de ese cuerpo tuyo, fornido alguna vez y de pronto interrumpido por la lesión aquella, que te llevó a ser para la actuación, pieza importante, ni lograste musitar monosílabo alguno. Te mantuviste fiel a la última escena de tu vida en la que recurrías al maldito veneno intravenoso, el mismo que determinó tu repentina partida valgan verdades.

No sé mucho en realidad de tu desarrollo actoral, sin embargo, yo te vi y disfruté de tu talento en Capote. Pero si solo hubiera sido ese maravilloso film mi referencia, entonces mentiría y pecaría de zalamero, pues a buena cuenta, a nadie podría interesarle más que para un: sí, bonita actuación e interpretación del personaje, del escritor desaparecido; en cambio yo te vi lucirte sombrío y taciturno, como tal vez estuviste los últimos meses y semanas; en la ópera prima Synecdoche, New York del genial Charlie Kauffman.

Es indudable la manera cómo marcó este proyecto en tu vida; yo lo sé porqué también la mía se afecta tal vez demasiado cada que tengo la fortuna (o el infortunio?) de percibir artísticamente algo de tal magnitud. La hipocondría y la desesperación ante el abandono y vil engaño de un matrimonio que solo terminó deformando perversamente a tu hija y a tu visión de ella, tu ideal, su suerte, su felicidad, etc; tantas cosas que urdiéndote en dolor intenso del alma y por qué no, del cuerpo y la mente, te animó (aunque suene paradójico) a realizar del mejor modo posible la Obra de tu vida. Para ello el premio que te concedieron por tu carrera y la serie de eventos que transcurriendo a lo largo de la extensa película me infundieron, nos quiero decir, de ese sentimiento convicto de querer y no querer, de hacer y no hacer, pero haciendo, aunque poco y lento, dándole a la morra y al asfalto y al papel con todas nuestras fuerzas.

Yo ya no sé por ejemplo por qué hago esto, escribir obituarios personales a artistas muertos por sobredosis o en circunstancias afines, acaso debería importarme tanto como conseguir un empleo y tratar de ser mejor en algo, lo que sea que fuera con tal de dejar mi abrumadora estupidez de estar vedado a las circunstancias que mellando en mis fuerzas, detienen mi pulso y me obligan entre otras cosas a forzar el sueño y el extravío. Y así seguirá siendo hasta que me toque, mientras tanto los iré añorando amigos y maestros, siempre, sintiéndome probablemente tan desposeído como ustedes, pero eso sí, luchando por persistir, prevalecer, ser.

Estoy oyendo por causas sé, nada ajenas a las circunstancias, a los duros y poderosos Dr. Feelgood, el disco Por el muelle del 1975. El vocalista Lee Brilleaux y el frenético guitarrista Wilko Johnson me han cautivado como sabes con esa rola que reza el título de este texto. Y es que haber visto que tanto El Bosco como la literatura y el blues son, siguen siendo, y seguirán siéndolo para mucha gente especial, motivos de fortaleza y ladrillos para la construcción de una identidad personal que permita entre otras cosas mantenerse vivo en un mundo muchas veces negado a quienes afirmamos la vida desde su pureza más elemental: el arte. Esta canción en adelante será tuya, o en tu honor Felipe querido, por cómo la descubrí en el Hotel Palace y luego caminando hacia el mar, hallar tu foto y la noticia de tu deceso en la calle, en un papel que bien podría significar más que la basura que era a ojos de cualquiera. Felizmente pude recorger del piso, como a veces hacen conmigo quienes me aman, y descubrir algo muy importante: un inicio (aunque de un final, el tuyo lo sé, y perdóname por ello) para mantenerme a filo con la locura y la muerte, escribiendo, siendo elemental para mi consigna, coherente para mi posición ante el mundo. Por este motivo le subo todo el volúmen y bailo el rockandroll como un demente para mitigar el dolor por tu partida y el placer de ver un nuevo día. 

¡Gracias Felipe!

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