Inclinándose un poco hacia atrás logra rozar con su cabeza el cielo raso del habitáculo; entonces dándose la vuelta extiende la lengua y saborea el frío húmedo del muro. Hay en esa zona y para su suerte, cucarachas bebé amotinadas en torno al salivazo de miel que escupió la anterior semana; cuando asqueado de sus pensamientos cíclicos se le ocurrió que tal vez si escupiera luego de batirse la cavidad bucal con un bolígrafo, podría darle otro sentido a su monomanía estúpida de estar recabando en el silencio abruptamente interrumpido por un eventual terremoto que trajera abajo el edificio entero. Era obvio que tal cosa por más que lo pensase con todas sus fuerzas, jamás sucedería ni en mil años, antes se vendría abajo él con sus cuatro brazos y dos metros y medio de altura; vencido por la gravedad y eso de estar diciendo en voz baja o incluso sin decirlo: Terremoto, terremoto, terremoto... ahora!
De manera tal que ahora los minúsculos bichos suben por su lengua e ingresan por su boca al organismo de casi 300 kilos. Una ballena sería la analogía perfecta: abres la boca, sacas la lengua(en su caso) y esperas cerrando los ojos, rascándote la ingle o hurgándote la nariz. Una vez atestada la cavidad bucal, cierra las mandíbulas y libera dos litros de saliva corrosiva, remueve un poco moviendo de adentro hacia afuera la sustancia alimenticia, entre los dientes y los brotes de carnosidad producto de la mutación genética que viene experimentando desde la víspera, a causa de las arañitas patonas que sin darse cuenta dejó que ingresen junto a su dieta de cucarachines. En seguida traga y los 300 kilos se hacen 305, y así durante varias semanas hasta copar cada rincón del habitáculo, centímetro a centímetro de sus tres metros cuadrados. Momento en el cual se le oye soltar un eructo pesticida que lo alucina dentro del estómago de un cerdo, siendo materia fecal con ojos y patitas de gusano, arrimado en un rincón de los intestinos próximos al ano del puerco, a punto de ser expelido, pero resistiéndose aferrado a los vellos negros que el animal cultiva sin saberlo bajo entre las tripas, producto de su ingesta de mierda humana en los muladares cercanos a la playa Chira, en Chorrillos, a donde se remueve gran parte de la porquería limeña.
Pero incluso semejante gas pierde su efecto conforme pasan las horas, y ahora ya no puede darse vuelta como hace tres minutos, cuando retorciendo como un pulpo su masa gelatinosa, podía llegar a la ventana y sacar un brazo y extenderlo hasta el piso en busca de agua o piedras para su molleja. Morirá si no bebe por lo menos cien litros de agua que drenará por las orejas al anochecer, y que filtrándose por las rendijas de la puerta podría liberar con su mugre al menos unos cuantos centímetros de espacio a favor de su cuerpo, si todavía puede llamarse así a esa mole de carne hedionda. Morirá también si no logra reiniciar el sistema de música que lleva varios días detenido en el Summertime de Billy Stewart; porque nuestro amigo no hizo lo que hizo por las puras, sino motivado por una consigna más allá de la razón y concepción de posible para cualquier ser habitante de este planeta. Él lo hizo porque quiso llenarse cada milímetro de su organismo con música y comida y esto y el otro, hasta estallar; aunque esto último no fuera posible mientras estuviera vivo. Pero como pronto moriría su sueño por fin sería un hecho, y él junto a toda esa carne serían héroes en las portadas de los diarios y de algunos libros durante mucho tiempo.
¡Gracias Tank, te respetamos, lo haz logrado!
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