Para Elizabeth, madre y mujer surreal
De todas las relaciones humanas
la referida a la pareja suele ser la más sublime y dulce que pueda haber, y no
menos intensa y peligrosa por eso mismo.
A Cheaton le hubiera gustado pensar en sus amigos y sus correrías con ellos cuando la tregua se lo permitió; tregua repentina que el golpe en la cabeza le concedió luego de llevar horas fuera de sí. Se había dado de lleno contra el sillón desvencijado de su madre que meses antes confinó al sótano él mismo a petición suya. En tal estado soñó/o quién sabe/ que despertaba y luego de notar el aniego de sangre en el piso se dispuso a salir de ese lugar aunque sea a rastras, por puro instinto de supervivencia, caminando en dirección a donde recordaba estaba la puerta, pero luego de andar en círculos hasta marearse y volverse a caer, consideró que tal vez nunca hubo tal cosa, ¿puertas?, ¿para qué?, ¿acaso había necesidad de ellas?, ¿o si?, y despertó/o quién sabe/ conmocionado por semejante anulación conceptual en la dimensión onírica. Al hacerlo descubrió que el aniego sí estaba allí/o quién sabe/, y con el dolor a flor de piel abierta en la base del cráneo, se puso en pie y buscó rápidamente con la mirada la puerta, para su fortuna en el mundo real sí habían: ¡puertas!, susurró aliviado, salidas, entradas, umbrales; qué maravilla, siguió murmurando mientras se acercaba a una de ellas como un reptil. No estaba en el sótano, lo supo durante el trayecto, pero sí en una extraña habitación que no podría identificar mientras los fluorescentes no terminaran de irse encendiendo violentos en su fulgor, uno a uno hasta quedar iluminado en su totalidad el claustro. Entonces la vio y recuperó los eventos anteriores a su desvanecimiento.
Sentada en un bidón y cruzada de
piernas, con la minifalda subida más arriba de los muslos, Betty lucía una
expresión como del pugilista que hubiera estado esperando no mucho que su
contrincante recobrara el juicio para seguir noqueándolo; y así fue pues lo
primero que hizo al ver a Cheaton moverse y tratar de incorporarse fue darle un
puntapié en la quijada y devolverlo al charco de su sangre. Cheaton entonces
creyó comprender de qué se trataba a estas alturas todo esto y al volver a caer
ya no pensó en una usual gresca de las sucedidas cada que volvía de largarse a
encamarse con putifarras del bar de
Spike, de Mike o de Strike, en fin, envilecido de sexo desenfrenado y heridas
en el rostro y cuello por uñas y labios femeninos y atestado de sus colonias dulzonas
y putañeras, ya no era el caso. No recordaba exactamente cómo había vuelto de
la última, ni mucho menos por qué.
Había un automóvil rojo rodando
hacia el sur con Molly en el copiloto, la deliciosa y afrodisíaca dominicana
que conoció en la víspera de su idilio. Se largarían a mudar de vida, ella
tenía un fundo en Mendoza, tierra de su madre, a donde irían y recompondría
ella su vida luego de que sus dos hijos y marido se suicidaran ante la
repentina noticia de la existencia e involucramiento de varios Cheaton en su
matrimonio, - sorprenderlos follando a media mañana en el lecho matrimonial
mientras George se encargaba de los niños, fue el final de todo, pues el
abnegado hombre en su arrebato de infundirle el mismo o peor dolor y quitarle
lo que más quisiera a la divina Molly, su amada traidora, no dudó en diluir
veneno y apretar el gatillo contra su cien, luego de darles con leche a sus dos
pequeños el mortal preparado-. Lugar donde tanto ella como Cheaton tratarían de
incursionar en la granjería y cría de ganado vacuno y una vida campirana y
libre del ruido y la furia de las ciudades. Sin embargo estaba ahora de cúbito
ventral, lamiendo sin poder evitarlo el piso enlodado por su sangre y el sudor
del suelo, viendo por toda realidad los pies de Betty, a la que amaba más que a
cualquiera, lo juraba por todos los cielos, incluso más que a sus fantasías
eróticas de labriego y ganadero.
Ella balbucía entre dientes cosas como ¿Así que me amas no?, ¿no ves el daño que hiciste vil insecto?, de modo que te ibas a largar con esa pequeña perra y dejarme así, sin más, en el abandono eh, ¿sucia rata? En simultáneo el celular de Rosa, ex esposa de Cheaton en ciudad B (estamos en ciudad F) sonando, anunciando un mensaje de texto. Ella lo coge y repara en algo, ¿”Cheaton”?, ¿”Auxilio”?
Bien pudieran considerarse los
crímenes contra la mujer algo tan recurrente como parte de los gajes del oficio
de la convivencia, pero dadas las circunstancias, éste no es el caso porque
Rose escribió sosteniendo el aparato y luego de eliminar el mensaje: “Jódete”;
enseguida arrancó el automóvil y marchóse al trabajo, su hija se graduaría
la semana entrante, los preparativos estaban encima, la felicidad plena rodeaba
por fin su vida y ningún Cheaton interferiría, además como no había sido
invitado a petición suya, o sea de la hija, ni falta que hacía, de modo que no
verlo y no saber más de él era todo cuanto habían decidido ambas por el bien
común. Si se había largado pues que no volviera nunca, fue la consigna y no
darían el brazo a torcer, definitivamente no y no.
Ahora bien, Cheaton no sabe que
los golpes sobre su cuerpo superaban toda expectativa de mejora, las
contusiones producidas por la pala propinada sin reparo ni misericordia,
sumados a los tacones aguja de Betty, habían afectado severamente varios
órganos. El estar alcoholizado de algún modo paliaba el dolor, y como su cuerpo
ante el mínimo impacto reaccionaba siempre con el desvanecimiento, no pudo
darse cuenta de la gravedad del asunto. De hecho todavía creía estar soñando o
apelando al /o quién sabe/ del narrador, o atravesando una más de las
cantaletas de Betty cada que se enteraba que la había engañado; el caso es que
esta vez la situación había superado lo cotidiano en gravedad y esta vez Betty,
con los ojos inyectados de sangre y los puños apretados al límite, no pensaba
en otra cosa que verlo el resto de su vida tirado a sus pies, no muerto/o quién
sabe/ pero sí agonizando, al hombre por el que sacrificó su carrera, su
familia, sus amigos, sus aficiones, y blablabla, absolutamente todo.
Aquella noche el programa
Mujeres asesinas no contaría con la atenta mirada de una Betty siempre
esperando el retorno de su amado Cheaton de revolcarse en la traición y el
adulterio. Aquella noche el juicio se le escaparía de las manos y la furia
diluida en espesa saliva de hamburguesas, besos lascivos, cigarrillos por
docenas y sangre del primer forcejeo con él, ya no daría oportunidad a un
mañana más, ya no.
Cheaton mientras tanto decidió
esperar, detuvo el llanto y la pretensión de infundirle compasión una vez más a
su adorada esposa. Su estrategia de manipulación esta vez no funcionaría a
juzgar por cómo estaban las cosas. Él, totalmente maltrecho, y ella poseída por
la rabia, dispuesta a todo. Tendría que pensar cuanto antes puesto que los pies
con tacos afilados y las piernas todavía hermosas de su esposa comenzaron a
moverse en dirección al automóvil, confirmó entonces que se hallaban en la
cochera, y luego de remover los trastos, vio que ella extrajo una galonera llena
de combustible. ! Oh no! gimió Cheaton desesperado, tendría que hacer algo o
morir calcinado en el mejor de los casos, sería lo que en instantes le
sucedería.
Eran diez para las nueve de la
noche, pensó que si para las nueve no pensaba en nada, sería demasiado tarde.
Sacando fuerzas de flaqueza, tomó aire y se puso en pie tan rápido que Betty,
desde su obstinación con el combustible no pudo notarlo. Cheaton
entonces dudó: si escapar o someter a Betty por detrás. Pero antes de que
pudiera decidirse vio cómo ella llenaba el contenido del bidón en el tanque del
vehículo, y subiéndose en él arrancó y movió el auto. A Cheaton le pareció
improcedente ese actuar, por lo que arrimándose a un lado de la cochera, contra
el muro lateral, esperó que diera de retro su mujer para que saliera. Afuera,
ella encendió un cigarrillo ya detrás del volante y por fin, ubicándolo con la
mirada le dijo y apuntándole con el índice desnudo de anillos y curvas le
sentenció:
-No creerás que vales tanto como
para arruinar lo que resta de mi vida haciendo realidad tus estúpidas
fantasías, no Cheaton baratija abominable, eres insignificante ahora, yo me
voy, ahí te dejo con tu vida de mierda y que algo quede claro: yo renuncio a
ti, acabo de concluir que nunca te amé, tan solo me probé a mí misma hasta
dónde podría llegar mi paciencia por algo tan nimio como es la sensación
corrompida por ti, de amar. Adiós.Y se largó/o quién sabe/.
Cheaton buscó un asiento y luego
de hurgar entre sus bolsillos, halló el celular, tenía un mensaje de texto, era
de Rosa, decía: “Jódete”, y otro: “estás muerto”. Cheaton por toda
reacción atinó tan solo a sonreír resignado y cuando levantó la mirada vio en
el reloj de la cochera que eran las nueve y dos, debería estar quemado vivo
pero ya ven que no/o quién sabe/.
Media hora antes, la hemorragia
y cirrosis complicadas con los golpes hizo que su organismo colapsara y
deviniera en un ataque cardiaco fulminante que terminó matándolo sin que
pudiera darse cuenta si quiera que Betty ya no estaba desde la víspera, o que
nunca había escrito mensaje alguno a Rosa puesto que ni el número ni la fuerza
para eso tenía con lo alcoholizado y golpeado que estaba. Solamente algo era
seguro a los oídos de los transeúntes atravesando afuera la puerta de la
cochera, una melodía parecida a “Você é linda” de Caetano Veloso, aunque
también parecida a la de Natiruts, “Você Me Encantou Demais”, pero más próxima
a una canción cualquiera que quién sabe si sonaría dentro de esa casa o tal vez
en otra, para el caso daba igual aun cuando fuera bella e incorrecta para
certificar lo ocurrido.
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