Creo que muchos de los planes que se me ocurren cuando la fuga es lo único que mi cuerpo siente que debe hacer para conservarse vivo, se concretan una vez que los hilos que todavía me sujetan a algo, se quiebran a voluntad de ellos mismos, es decir, los hilos. Hoy fue la lectura de una carta a mi hijo y su madre, que los quería a ambos y el recuerdo/añoranza de una caricatura.
Sé lo doloroso que debe ser constatar la permanencia de cierto sentimiento que si bien ya no es tal, todavía crea ese espectro en la mente de quien ahora se halla dolida, sobre un verdadero sentimiento, o sea que debo seguir amando y por ende engañando al mismo tiempo. Me pasa lo que con Juárez, un viejo amigo de los arrabales, cada que su mujer le objetaba el por qué de sus poemas que una vez escritos, escondía bajo el colchón, objeción que en Juárez determinó el éxodo de su vida hacia latitudes un poco más adecuadas a su condición. Se trataba de Ciudad Constitución, la actual Sodoma de muestro país, a donde había dado él cuando sus fuerzas no dieron más para con su mujer y sus reclamos de exclusividad.
Ni bien hubo llegado las cosas se le presentaron de manera tan inusitada que jamás pensó que le saldrían así. Un trabajo la misma noche que llegó, atender a los clientes en un club nocturno, y a la mañana, luego de establecerse en algún hotelucho, el día se le presentó como la oportunidad en forma de horas prolongadas llenas de intenso calor y escotes provocativos de mujeres y hombres que bien o mal, parecían felices de estar al borde del abismo y la gloria, de la vida y la muerte, conviviendo con las balas del narcotráfico y el follaje de la jungla.
Fueron los días más extraños de su vida; días sucediéndose uno tras otro como las estaciones de un tren en dirección al infierno o inclusive más allá. Finalmente, una mañana de junio, casi cuando su cuerpo no daba más ante tanta ingesta de tóxicos, que descubrió el verdadero motivo de su estancia en tal lugar. A orillas del río Palcazú, en el extremo oriente de la ciudad, bajo la enorme piedra que los pobladores llamaban Wanka, halló, entre los traspiés de su borrachera y el lastre de sus heridas a causa de la gonorrea, el portal.
Para entonces, la novela ya había arribado a niveles desde donde sería imposible cogerle otra vez la rienda, se auto escribía a través de su cadavérica mano, pero nada más, la mente del autor se mimetizó con el del bolígrafo y juntos contemplaron extasiados cómo algo en apariencia tan libre de la realidad, cobraba vida y hacía un forado en esta realidad, para invitarle a pasar o solo registrar en el último segundo de su vida, el poder de la literatura. Quizá fuera demasiado tarde, pues el cuerpo y mente del autor ya no dieron para más, y es en este punto donde mis fuerzas se quiebran y ceden al empuje indómito de esa presencia, de ese portal, de ese universo, al que arribé con plena convicción de mis facultades y los riegos que implicaría seguir en su búsqueda.
Entré pues, desnudo y sin uñas ni pelo, afeitado hasta el último de mis vellos y embadurnado por el estiércol de los Ñus que abundaban por esos lares, animales míticos de cuernos enormes y mirada siniestra. Su sangre mi bebida, su piel mi ajuar, sus heces mi crema, y el discurso o palabras rituales brotando de sus bramidos y de mis estertores...salté, caí, caí, caí, perdí noción de todo...
Desperté hace un minuto, constato la veracidad del evento, las cosas no han cambiado, sigue siendo el mismo mundo, pero oh sorpresa, ya no soy yo como me recuerdo, tengo plumas y garras y pico de acero, espero junto a mi cueva la caída de la noche para cazar, un ave rapaz dirán algunos, un hombre capaz diría yo, pues en cuanto mis labios, que parecen pico de águila, pronunciaron la primera palabra, todo el mundo se detuvo a mi alrededor, como extasiado de la maravillosa llegada de un ser de otra dimensión. Fui mesías, satanás, todo lo que puedan imaginar, pero solo hasta corroborar que la novela, tal y como la hube escrito, era lo que nuestra realidad llamábamos Oxígeno.
Mis palabras circulando cual sangre por las venas del aire, de la tierra, del fuego, y yo en medio, o en todos los extremos como el guardín emplumado de ese misterio. Nunca, lo que es nunca, permití al tedio volver a mi mente, y así, blandiendo mis alas, recorrí eternamente los límites de mi fundación, de mis dominios, hasta cierto día hallar bajo otra piedra la salida...Realmente deseé no haberla hallado, pero o fue así, pues antes de darme cuenta de lo que sucedía, ya había vuelto a saltar hacia el otro lado, y ahora me encuentro otra vez en Ciudad Constitución, desnudo y cual vómito de dragón...retozando, soñando, intentando retomar mi condición aérea, pero por más que lo intento, no pasa nada, y el hambre y los mosquitos, y el calor y las ganas de levantarme, contradichas por mi nueva condición, carachama de los ríos, horrible efebo acuático de rugosa piel y morbosa belleza de coraza dura y afilados dientes...decidí nada río abajo, hacia el mar, quizá desde allí podría hallar otro portal o simplemente perder noción de mis realidades anteriores o qué sé yo....
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