Desde el suceso real basado en las informaciones de la prensa, donde en el 112 de Ocean Avenue, en Amityville, Nueva York. La madrugada del 15 de noviembre de 1974 y luego, veintiocho días después, el 28 de diciembre de 1974, se sucedieron dos masacres familiares que conmocionaron al mundo entero. Todo debido, según las informaciones, a posesión demoniaca y presencia de espíritus malignos dentro del predio. Desde entonces se ha generado todo un fenómeno temático - social en torno a Amityville y los crímenes sucedidos en ese lugar, al punto de alcanzar niveles cinematográficos de difusión de serie A.
Hasta la actualidad y gracias al medio cinematográfico, es posible verter dilucidaciones desde latitudes bastante alejadas como la mía. Se trata pues de una mirada minuciosa del caso a través de la puesta en escena de un suceso nada ficticio; en este caso, la versión segunda de la primera entrega, y a cargo del italiano Dino de Laurentis, director brillante recordado por filmes como Arroz amargo (1946), La strada (1954) y Las noches de Cabiria (1956), y otras creadas con equipos internacionales que llegaron a ser grandes éxitos, como Guerra y paz (1956), Barbarella (1968), Serpico (1973), Conan el Bárbaro (1982), Terciopelo azul (1986) y varias películas de la saga sobre Hannibal Lecter.
El trabajo de Laurentis consiste en la dirección de la secuela de la primera entrega, del año 1979 y a cargo de Stuart Rosenberg; trabajo un tanto desafiante, teniendo en cuenta que en la primera versión el meollo del asunto ya fui exhibido o narrado, como se quiera, por lo que en la secuela se trata, luego de dar testimonio de la segunda masacre, de no dejar que el éxito comercial termine en una sola entrega. Al margen de eso, y retomando el principal objeto de este texto que es visualizar a través del film, algunos aspectos que me atrevo a decir, han creado el género cinematográfico de películas sobre posesiones demoniacas. Empecemos teniendo en cuenta que la novela de William P. Blatty (El exorcista, 1971) superó en creces cualquier otra propuesta similar, convirtiéndose en el clásico indiscutible del género. Sin embargo, el caso Amityville sostiene su relativo éxito en sus peculiaridades, las cuales tienen el plus extra de ser supuestamente reales.
En síntesis la historia trata del castillo embrujado adaptado a nuestra época a una lujosa mansión que es adquirida por una familia normal (no disfuncional como el caso de El Exorcista –interesante detalle que cabe analizar pues la oposición de tipos de familia, al menos en los componentes, muestra las idiosincrasias familiares desembocadas en comunes estallidos de carácter- (para el caso, el homicidio múltiple). Ésta familia experimenta desde su arribo, situaciones paranormales de índole fantasmagórico, pero el personaje principal, que es el espíritu maligno aludido, escoge solo a uno para mediante la sugestión, hacerle cometer el crimen, el cual es precisamente el gancho de éxito comercial, ya que sucesos como estos, donde alguien mata a más de uno, aparentemente con insuficiente motivación, y muchas veces con ninguna, plantean a la opinión pública renuentemente la visión cristiana acerca del crimen, es decir, la intromisión demoniaca en el cuerpo y mente de ovejas alejadas del pastor cristiano, como castigo por los pecados cometidos por él o su familia, o tan solo por probar su fe, y por otros motivos de esta índole. Hasta ahí todo bien, salvo que resta por descubrir con mirada aguda, los agentes en torno al crimen.
Veamos las relaciones dentro de la familia protagonista. Se trata de un matrimonio maduro con dos pares de hijos separados cronológicamente, los dos primeros de los dos últimos, por una década por lo menos (varón mujer, mujer varón, en ese orden), de posición social alta (no podía ser de otra forma ya que recordemos se trata del castillo embrujado, a donde jamás irían a vivir plebeyos, ni mucho menos ser parte de un hecho extraordinario) Todos juntos mudándose a su nuevo hogar.
El discurso fílmico tiene por eje o principal sustento de atención a la mansión, por lo que es presentada siniestra desde el principio, rodeada de arbustos cadavéricos, sin hojas y entre una atmósfera casi todo el tiempo cubierta de una densa y oscura neblina. Estos detalles son recursos ya clásicos para el género al que se orienta el filme, el terror, ya que en el caso de los arbustos deshojados por ejemplo, nos enteramos primero, de la estación del año, otoño, y luego, el significado simbólico, o sea la muerte o su preludio, la melancolía, la brevedad de la llegada de lo nefasto, etc. (“Quien no tiene casa ahora, podría nunca tener una; el que esté solo, se quedará solo, se sentará, leerá, escribirá cartas largas a través de la noche, y vagará por los boulevares de arriba abajo, inquietamente, mientras las hojas secas vuelan” “Otoño” Elke Putzkammer – Synecdoche New York, 2010).
Por otra parte, la arquitectura de la casa se presenta de modo que pueda sugerir la imagen de un rostro maligno, con los ojos oblicuos y centelleantes, todo encarnizado y con fuego a borbotones. Adentro, la fuente del mal radica en el sótano (el infierno, la maldad, etc. para los cristianos siempre está abajo) donde en un estado de putrefacción pareciera latir el corazón de la casa, compuesto básicamente por heces, lodo y moscas, hartas moscas (nótese lo importante de este último detalle, las moscas comúnmente están asociadas a la carroña, la degeneración postmortem y a lo repugnante, por lo tanto al Mal). Al respecto, lo interesante de la historia radica en oponer precisamente las obviedades religiosas (cielo arriba, infierno abajo) de manera ingeniosa y provocativa. -tal es el caso del ático, donde realmente se da la posesión, o sea el agente posesor surge de abajo, sube y ejecuta en la parte más alta su cometido; curiosa representación del mito sobre el demonio suelto en la tierra hasta que Dios llegue para salvar a sus fieles y bla, bla…-. También cabe referirse al mobiliario clásico de corte gótico en la escenografía: los ampulosos ambientes, imponentes espejos, escaleras viejas, ventanas y puertas que se abren y cierran solas
Ahora bien, vayamos a la tipificación de los personajes; la familia está bien conformada, de condición social más que cómoda y en apariencia la familia modelo, pero con un defecto, la intensa violencia familiar entre sus miembros. El padre ateo, opresor y sumamente violento para con el resto de su familia, sobre todo con su mujer, quien siendo una persona sumisa y resignada, resulta muy fervorosa y creyente de dios. Los hijos mayores en edad de activación sexual, propensos a la tentación de la carne, aun siendo la misma sangre, los más pequeños idos en su mundo infantil, al margen y al mismo tiempo partícipes y víctimas de la violencia. Lo que se relata es una parábola sobre las consecuencias a partir del alejamiento de una familia, de la religión cristiana y todo lo que implica.
La historia parece decirnos literalmente que los demonios actúan en realidad como agentes castigadores en nombre del dios cristiano, para recalcarle al hombre que eso y más les podría suceder a él y a quienes ame (si se diera el caso), si trata de alejarse de tal religión y vivir al margen del código moral y sus mandatos. También están las manifestaciones del supuesto espíritu maligno, quien infringe explícitamente las normas morales cristianas, por ejemplo con el incesto (donde es importante resaltar el proceso de perversión de la hermana mayor, quien a pesar de no estar poseída, y consciente de lo que hace, -porque la cópula se da sin violencia-, va adaptando su actividad incestuosa a su propia idiosincrasia, aceptando las relaciones entre hermanos como algo normal), también con la iconoclastia, blasfemias, aberraciones y todo lo que se atribuye al demonio, diablo, satanás, como sea.
Podrá parecer precipitada la hipótesis, no obstante, es clarísima la intención, el trasfondo, se trata de dominación psicológica de masas a través del manejo mediático de la información, aun pretendiendo desvincular el evento de cuestiones estrictamente religiosas, se torna insuficiente explicar que fuera de otro modo, ¿curioso verdad? Con esto no menoscabo la existencia de actividad paranormal, solo propongo alternativas, dudo. Y aunque pareciera que desvirtúo incluso a genios como Poe en su trabajo sobre la familia Usher u material afín respecto a las mansiones embrujadas y malignos espíritus, no es así. Sospecho que la mayoría de los hechos paranormales que acaparan la atención pública, son producto de algún grupo de élite dedicado a este oficio, es decir, la manipulación.
Para finalizar, debo resaltar que el trabajo de Laurentis incide sobre todo en la metamorfosis del poseído, más que en lo concerniente a su progresiva mutación mental; es decir, hubiera sido genial apreciar de modo fehaciente el cambio de visión y óptica del mundo, de un humano corriente al de un demonio perverso. Por eso, cuando se muestra al típico monstruo americano, con los ojos enormes, dientes grotescos y la piel corrugada y sesgada, capaz de matar ya sea valiéndose de su infernal fuerza o de algún arma, o tan solo infundiendo miedo con sus rugidos, el asunto se torna predecible, y hasta ridículo. Quizá sea este el motivo que me hacer pensar en el relativo fracaso artístico y hasta cinematográfico del trabajo de Laurentis; el filme no pasó de ser una secuela no lograda sobre una gran historia que continúa remeciendo al mundo y lo seguirá haciendo por muchas generaciones más.
Hasta la actualidad y gracias al medio cinematográfico, es posible verter dilucidaciones desde latitudes bastante alejadas como la mía. Se trata pues de una mirada minuciosa del caso a través de la puesta en escena de un suceso nada ficticio; en este caso, la versión segunda de la primera entrega, y a cargo del italiano Dino de Laurentis, director brillante recordado por filmes como Arroz amargo (1946), La strada (1954) y Las noches de Cabiria (1956), y otras creadas con equipos internacionales que llegaron a ser grandes éxitos, como Guerra y paz (1956), Barbarella (1968), Serpico (1973), Conan el Bárbaro (1982), Terciopelo azul (1986) y varias películas de la saga sobre Hannibal Lecter.
El trabajo de Laurentis consiste en la dirección de la secuela de la primera entrega, del año 1979 y a cargo de Stuart Rosenberg; trabajo un tanto desafiante, teniendo en cuenta que en la primera versión el meollo del asunto ya fui exhibido o narrado, como se quiera, por lo que en la secuela se trata, luego de dar testimonio de la segunda masacre, de no dejar que el éxito comercial termine en una sola entrega. Al margen de eso, y retomando el principal objeto de este texto que es visualizar a través del film, algunos aspectos que me atrevo a decir, han creado el género cinematográfico de películas sobre posesiones demoniacas. Empecemos teniendo en cuenta que la novela de William P. Blatty (El exorcista, 1971) superó en creces cualquier otra propuesta similar, convirtiéndose en el clásico indiscutible del género. Sin embargo, el caso Amityville sostiene su relativo éxito en sus peculiaridades, las cuales tienen el plus extra de ser supuestamente reales.
En síntesis la historia trata del castillo embrujado adaptado a nuestra época a una lujosa mansión que es adquirida por una familia normal (no disfuncional como el caso de El Exorcista –interesante detalle que cabe analizar pues la oposición de tipos de familia, al menos en los componentes, muestra las idiosincrasias familiares desembocadas en comunes estallidos de carácter- (para el caso, el homicidio múltiple). Ésta familia experimenta desde su arribo, situaciones paranormales de índole fantasmagórico, pero el personaje principal, que es el espíritu maligno aludido, escoge solo a uno para mediante la sugestión, hacerle cometer el crimen, el cual es precisamente el gancho de éxito comercial, ya que sucesos como estos, donde alguien mata a más de uno, aparentemente con insuficiente motivación, y muchas veces con ninguna, plantean a la opinión pública renuentemente la visión cristiana acerca del crimen, es decir, la intromisión demoniaca en el cuerpo y mente de ovejas alejadas del pastor cristiano, como castigo por los pecados cometidos por él o su familia, o tan solo por probar su fe, y por otros motivos de esta índole. Hasta ahí todo bien, salvo que resta por descubrir con mirada aguda, los agentes en torno al crimen.
Veamos las relaciones dentro de la familia protagonista. Se trata de un matrimonio maduro con dos pares de hijos separados cronológicamente, los dos primeros de los dos últimos, por una década por lo menos (varón mujer, mujer varón, en ese orden), de posición social alta (no podía ser de otra forma ya que recordemos se trata del castillo embrujado, a donde jamás irían a vivir plebeyos, ni mucho menos ser parte de un hecho extraordinario) Todos juntos mudándose a su nuevo hogar.
El discurso fílmico tiene por eje o principal sustento de atención a la mansión, por lo que es presentada siniestra desde el principio, rodeada de arbustos cadavéricos, sin hojas y entre una atmósfera casi todo el tiempo cubierta de una densa y oscura neblina. Estos detalles son recursos ya clásicos para el género al que se orienta el filme, el terror, ya que en el caso de los arbustos deshojados por ejemplo, nos enteramos primero, de la estación del año, otoño, y luego, el significado simbólico, o sea la muerte o su preludio, la melancolía, la brevedad de la llegada de lo nefasto, etc. (“Quien no tiene casa ahora, podría nunca tener una; el que esté solo, se quedará solo, se sentará, leerá, escribirá cartas largas a través de la noche, y vagará por los boulevares de arriba abajo, inquietamente, mientras las hojas secas vuelan” “Otoño” Elke Putzkammer – Synecdoche New York, 2010).
Por otra parte, la arquitectura de la casa se presenta de modo que pueda sugerir la imagen de un rostro maligno, con los ojos oblicuos y centelleantes, todo encarnizado y con fuego a borbotones. Adentro, la fuente del mal radica en el sótano (el infierno, la maldad, etc. para los cristianos siempre está abajo) donde en un estado de putrefacción pareciera latir el corazón de la casa, compuesto básicamente por heces, lodo y moscas, hartas moscas (nótese lo importante de este último detalle, las moscas comúnmente están asociadas a la carroña, la degeneración postmortem y a lo repugnante, por lo tanto al Mal). Al respecto, lo interesante de la historia radica en oponer precisamente las obviedades religiosas (cielo arriba, infierno abajo) de manera ingeniosa y provocativa. -tal es el caso del ático, donde realmente se da la posesión, o sea el agente posesor surge de abajo, sube y ejecuta en la parte más alta su cometido; curiosa representación del mito sobre el demonio suelto en la tierra hasta que Dios llegue para salvar a sus fieles y bla, bla…-. También cabe referirse al mobiliario clásico de corte gótico en la escenografía: los ampulosos ambientes, imponentes espejos, escaleras viejas, ventanas y puertas que se abren y cierran solas
Ahora bien, vayamos a la tipificación de los personajes; la familia está bien conformada, de condición social más que cómoda y en apariencia la familia modelo, pero con un defecto, la intensa violencia familiar entre sus miembros. El padre ateo, opresor y sumamente violento para con el resto de su familia, sobre todo con su mujer, quien siendo una persona sumisa y resignada, resulta muy fervorosa y creyente de dios. Los hijos mayores en edad de activación sexual, propensos a la tentación de la carne, aun siendo la misma sangre, los más pequeños idos en su mundo infantil, al margen y al mismo tiempo partícipes y víctimas de la violencia. Lo que se relata es una parábola sobre las consecuencias a partir del alejamiento de una familia, de la religión cristiana y todo lo que implica.
La historia parece decirnos literalmente que los demonios actúan en realidad como agentes castigadores en nombre del dios cristiano, para recalcarle al hombre que eso y más les podría suceder a él y a quienes ame (si se diera el caso), si trata de alejarse de tal religión y vivir al margen del código moral y sus mandatos. También están las manifestaciones del supuesto espíritu maligno, quien infringe explícitamente las normas morales cristianas, por ejemplo con el incesto (donde es importante resaltar el proceso de perversión de la hermana mayor, quien a pesar de no estar poseída, y consciente de lo que hace, -porque la cópula se da sin violencia-, va adaptando su actividad incestuosa a su propia idiosincrasia, aceptando las relaciones entre hermanos como algo normal), también con la iconoclastia, blasfemias, aberraciones y todo lo que se atribuye al demonio, diablo, satanás, como sea.
Podrá parecer precipitada la hipótesis, no obstante, es clarísima la intención, el trasfondo, se trata de dominación psicológica de masas a través del manejo mediático de la información, aun pretendiendo desvincular el evento de cuestiones estrictamente religiosas, se torna insuficiente explicar que fuera de otro modo, ¿curioso verdad? Con esto no menoscabo la existencia de actividad paranormal, solo propongo alternativas, dudo. Y aunque pareciera que desvirtúo incluso a genios como Poe en su trabajo sobre la familia Usher u material afín respecto a las mansiones embrujadas y malignos espíritus, no es así. Sospecho que la mayoría de los hechos paranormales que acaparan la atención pública, son producto de algún grupo de élite dedicado a este oficio, es decir, la manipulación.
Para finalizar, debo resaltar que el trabajo de Laurentis incide sobre todo en la metamorfosis del poseído, más que en lo concerniente a su progresiva mutación mental; es decir, hubiera sido genial apreciar de modo fehaciente el cambio de visión y óptica del mundo, de un humano corriente al de un demonio perverso. Por eso, cuando se muestra al típico monstruo americano, con los ojos enormes, dientes grotescos y la piel corrugada y sesgada, capaz de matar ya sea valiéndose de su infernal fuerza o de algún arma, o tan solo infundiendo miedo con sus rugidos, el asunto se torna predecible, y hasta ridículo. Quizá sea este el motivo que me hacer pensar en el relativo fracaso artístico y hasta cinematográfico del trabajo de Laurentis; el filme no pasó de ser una secuela no lograda sobre una gran historia que continúa remeciendo al mundo y lo seguirá haciendo por muchas generaciones más.
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