viernes, 7 de octubre de 2011

SUEÑOS DE ANGUSTIA

No quedaba nada de fruta, y con tanta pintura, se sentó a pensar qué hacer, recordó que tampoco tenía fuego, de modo que era casi imposible pretender realizar el ritual, pero pensó que sí, que solo era cuestión de pensar bien, recordar dónde había dejado residuos de anteriores rituales. Esperó largos minutos, horas, con la miraba impasible y detenida en algún punto del espacio, fijamente, como si de esa forma en algún momento fueran a aparecer los faltantes.

Esperó, continuó haciéndolo, más y más tiempo perdido, mal invertido, qué sé yo…hasta que vio una lumbre a lo lejos, muy en lo profundo de la cueva, pensó que quizá fuera la salida y de ser así lo mejor era dar media vuelta y desistir, pues ya sabía que la proximidad de la vía de escape le era prohibida, nefasta de algún modo, pues las veces, y fueron incontables, que fue hacia la luz, descubrió que siendo iluminado, la sensación de existencia se le colaba por las rendijas de su cuerpo, que cosa particular, eran millares, y por eso no estaba dispuesto a exponerse.

Pero en eso de cerciorarse bien, descubre que esta luz es distinta, flamea, y siendo así, no podía ser otra cosa que fuego, ¡fuego!

Sin pensarlo se dirige a toda marcha, llega y comprueba jubiloso sus sospechas. Extrae de sus bolsillos todas sus cosas y las va arrojando una a una, mientras pronuncia lenta pero rotundamente las palabras necesarias. Así las estelas que deja el humo de lo consumido se elevan imponentes sobre su cabeza y luego hacia todas partes, está en medio de un torbellino tóxico que en lugar de asfixiarlo lo llena de gozo, poder, sensación única de consumación, y de a pocos, caen pedazos carbonizados de la extraña materia que compone su cuerpo.

Finalmente rueda un cráneo más parecido a un enorme cuerno de yak, lleno de protuberancias y grotescos relieves, que sin más ni más de inmediato se yergue y recompone a partir de sus cenizas dispersas, la integridad absoluta de su complexión; como el fénix, solo que éste no es un ave, ni aquello era fuego, sino que se trataba de la interpretación lacerante de la angustia de un individuo sentado al borde de la vereda, en plena Vía Expresa, quien con las manos juntas y en fricción sosiega el implacable frío de la necesidad de más, más, ¡más veneno!

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