martes, 29 de julio de 2014

Doña Garrocha


Las luces de las pantallas son mi pasión, verlas en movimiento, destello constante, ser parte de ellas con todo mi ser. Yo amo estar aquí, soy fiel peregrina del casino Nueva York, habito este recinto y no me gustaría abandonarlo por nada del mundo; aunque bueno, el hambre y sueño repentino al cabo de días de estarse sumida en las deliciosas luces. Sin darnos cuenta estaremos fuera, deseando estar dentro luego, así es. 
Una mujer de prominente facción de  garrocha bajo el par de ojos nunca repara en esto que digo, salvo mi equipo de fanáticos de luces que junto a ella, a mí, comparten las actividades del hoyo Nueva York.

Siempre se aparecen fulanas sapas que solo están por sorber lo que el resto pueda ganar, y a esas las escupimos sin piedad, a veces las pateamos hasta desfallecer, en silencio, sin decir nada, bueno a veces una que otra palabrita sobre su madre o hermana. 

No tendría porqué contarnos sobre su buena suerte para estos asuntos, o sobre los fulanos que la cortejan por su resecos pliegues de arrugas sobre su rostro, o arqueadas piernas sin virtud alguna más que la forma prominente de las rodillas; pero lo hace, y el resto solo tenemos que reunir la energía necesaria  para ponernos de pie y comenzarla a patear, como ella a las sapas en su momento o peor, dependiendo del gris del cielo de la madrugada en la calle, que obvio no alcanzamos a ver, solo imaginar.



El asunto es ganar el premio mayor con los tickets que cada cual tenga para depositar; a Doña Garrocha le escoce la palma de la mano y sonríe confiada, eso es una buena señal pensando, y aunque pueda atinarla y forrarse con quinientos dolaricos, casi siempre saca nada y permanece con la mirada perdida hasta el amanecer, fumando sacos y sacos de tabaco para desviar la tristeza que trata de masticarle el cráneo con sus dientes pesados y soporíferos. Al final termina llorando como un tomate bajo las ruedas del tren, excretando toda esa pulpa de vieja pasa que da pena imaginar.



Gana, ella siempre dice que gana, nunca pierde, nos lo asegura, lo tuvo todo, galanes, electrodomésticos, reputación, aunque ahora nada de ello se pueda observar desde ningún ángulo. Uno tiene que creerle, sobretodo ella misma, con una fe irracional e imperiosa, eso te dice y dice mientras habla sin tener interlocutor, y por ende respuesta alguna, como si fuéramos una pared de ladrillo con un espejo como arete pendiendo de nuestra nariz. Compadecidos pero indiferentes, nos limitamos a musitar: claro, ajá, así?, etc. Oyendo sus risotadas, cavilaciones, exaltaciones, perturbaciones. Experimentando cierta extrañeza, como cuando tienes junto a ti a un monito chillando sus experiencias del día, incluyendo las referidas al intento de reproducción tardía que sabe nunca más llegará. Sesenta años y convirtiéndose en un personaje digno de un film como en el que actúa Bernal Gael, Réquiem... su madre es decir, la vieja y sus anfetas, su gloria irreal y finalmente, sus ojeras mora y cuerpo digno de una pintura de Schiele, atisbo del final. Su voz perdiéndose en el silencio de las dos de la mañana que pronto acabará, al menos para algunos.



La angustia es lo peor, algunas de sus compañeras se arrastran como larvas en pos de un juego más, una miga más, solo una oportunidad para ver si podrían hacer patria por sus vidas, por su puta satisfacción, envilecimiento para qué más, o eso o dejar de vivir, volarse los sesos, estando deprimida, o loca, enferma, qué más da.

En fin, la madrugada se sucede como los segundos en el reloj, y la gente fluyendo en sus ríos de decadencia, monomanía, ludopatía, grafomanía, psicomanía, ...manía, ....manía, etc. En esta puta ciudad, ciudad de locos corazones, ciudad de locos!!!



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