Tengo por fin la oportunidad de gozar entre mis manos, frente a mis ojos y entre sueños de demencia y vida exacervada, una de las dos novelas del gran maestro Julio Ramón Ribeyro, "Los geniecillos Dominicales", no ahondaré snobmente en la editorial o el año de edición o cosas por el estilo, simplemente que la encuentro genial como el 99 por ciento de lo que voy asimilando de Julito, salvo aquél cuento que no termino de comprender a unos seis meses de la tercera relectura, me parece que se llama "El abominable hombre de las nieves", donde el final turba mi entendimiento y por ende el goce que suelo experimentar con cada trabajo Ribeyriano, no logro enhebrar a la historia que fui siguiendo acerca de Marcos y su amigo en busca del mítico ser, el final abrupto en el que Marcos parecería tornarse en el propio monstruo o que simplemente no existe tal ser y la cosa entonces se muestra algo sosa, inconexa.
Bueno, volviendo a lo de la novela, se trata en realidad de varios cuentos (sucesos, acciones) muy al estilo de nuestro flamante escritor peruano. Es la vida de Ludo (alter ego del autor) en el limbo de su vida a punto de convertirse en una más de la maquinaria llamada sistema, donde el color se torna gris y las limitaciones son tantas como mordazas que inoperan al sujeto, sumièndole en una vorágine de depresión y sensación de que nada de este mundo o del lugar donde se vive, tiene sentido. Uno a uno van sucediéndose los chascos, las situaciones contrarias a la espectativa del lector común. Ludo representa en síntesis cada una de los meollos desencadenantes en las historias de Ribeyro.
Por otra parte es imprescindible resaltar y agradecer el trabajo del autor en torno a reflejar la vida y contexto del Perú de los sesentas, y aunque su mirada es la de un joven de clase media baja y viniéndose a menos cada vez, por simple digamos que turno en las oscilaciones de la vida, es decir, a él y su familia les tocó la bajada, o quizá solo porque a uno de sus integrantes se le ocurrió descubrir su talento literario y explotarlo sacrificándolo todo; es gratificante ver al Perú de ese entonces, con los mismos problemas e inquietudes de su juventud, de su gente hacinándose poco a poco, de sus playas poco contaminadas y sus bares sórdidos y bulines típicos Vargasllosianos, vemos a todos desfilando a través de nuestros ojos hacia su inevitable desenlace Ribeyriano, donde no pasa nada, nada sse altera o cambia para bien, quizá para mal, pero jamás para bien.
Finalmente, la obra está plagada de interesantes técincas de narración, como por ejemplo en los diálogos, que se desenvuelven fluidos, y salvo raras ocasiones, confusos. Las figuras utilizadas son precisas y hasta transportan a parajes Realistas mágicos a la hora de pintar cada detalle de acción o composición pictórica.
Sin embargo de todo lo que voy devorando, una es la frase que me hizo sentarme a transcribirla y de paso hablar de todo esto que dije, una sola:
"Cuando se transgreden los límites del placer no queda de otra que la inminente destrucción"