miércoles, 5 de noviembre de 2008

Plataformas Ohuvid

Y se acabó. millares de días, encadenados uno tras otro como aros de una gigantesca cadena, desfilaban ahora frente a su memoria, pero no podía comprender por qué; y es que sin saber cómo, la tela que había hecho de venda todo ese tiempo, ya no estaba, se terminó pudriendo sobre sus ojos. Aún recordaba cómo aquella piedra que tenía en frente se fue opacando hasta desparecer, y cómo cayó él en la más profunda oscuridad, pensando a cada instante: ahora si veré, pero sin que suceda eso nunca.

Había caído en forma de polilla muerta, con ese aspecto reseco y ligero; una tarde, mientras se hallaba en la biblioteca leyendo y tratando de escribir a la vez, ¿por qué no?, sé que puedo hacer muchas cosas en simultáneo, pensando. Es un capullo, pensaba ella y sus dedos boleaban al objeto, tenía los codos ajando el libro, pero ni cuenta se daba. Es suave, y huele muy extraño, pero delicioso; es como..., no sé, algo muy exquisito, pero aún no se me viene a la mente qué, uhmmmm. Alguien tendría que darme la razón, haber..., miraba en torno, no, me voy a casa.



Nunca realmente había visto algo, él sólo distinguía la luz de la oscuridad, sabía que la primera derretía sus ojos, y por las noches algo pinchaba frenéticamente su cráneo, hasta hacerle discurrir un fluido hediondo, insípido, y espeso.


Volvió el inventor, se oían murmuros, no debió volver, algo salió mal, comentaban. Pensar que acabó y luego darse cuenta de que ni siquiera sucedió, que no fue más que una vaga ilusión, una fantasía de las muchas que experimentaban en su mundo, vacío, oscuro, silencioso, eterno. ¡Dos metros!, era el diámetro de todo el suelo que le rodeaba, realmente ninguno de ellos sabía si el resto existía, todo era confuso. Al amanecer, cientos de soles emergían a a lo largo de todas las líneas en el horizonte y se elevaban en conjunto, y al llegar al centro, chocaban, y se quebraban como huevos, derramando sobre todo lo de abajo, plasma flameante. No moríamos, o quizá sí, pero cada mañana amanecíamos totalmente erguidos, con las extremidades medias estiradas a cada lado, el pecho henchido y sin el lomo encorvado de siempre, con las pezuñas enterradas en aquel suelo rugoso y áspero. Despertábamos, y de eso si teníamos consciencia, porque se producía un murmullo gigantesco, ensordecedor, de bostezos y quejidos, que retumbaban por todos lados, el sonido se movía de lado a lado, y fue cuando comprendí, debido a la resonancia, que el lugar era una gran caja acústica, estábamos dentro de algo.

Caminó todo el trayecto sosteniendo en una mano el libro, y en la otra, el objeto, encerrado en su puño. Llegó a casa, estaba vacía, ni el perro la recibió; subió a su habitación, cerró con el taco, se dirigió a su cama y sentó, puso el libro a un lado, la mano con el objeto sobre sus piernas, abrió. ¡No puede ser!, si ni lo toqué; había sido un bolillo, pero ahora no era más que polvillo impregnado en su palma. Desanimada, se resignó a olerla, cubrió con toda la palma su boca y nariz, y el polvillo reaccionó de inmediato, bloqueando todo orificio. Estallaron, de cada micro partícula desprendieron gases de plasma hiper magnético, el componente activo, favorecidos por la gravedad terrestre y el particular aliento crearon pequeños agujeros rojos que absorbieron la consciencia de Lalá. Quedó inerte, el cuerpo yaciendo al pie de la cama; la ventana abierta, afuera corría viento, pero sólo un halo que penetraba con disimulo era la evidencia y testigo.

Eliot se estiró como goma, luego se contrajo, para finalmente desaparecer. El tiempo se estancó, todo se quedó quieto, perplejo. Sucedieron cinco años humanos.
Cada amanecer volaban uno hacia el otro, a gran velocidad, de polo a polo, y al atardecer por fin se encontraban y atravesaban 
mutuamente, repeliéndose de inmediato con el doble de fuerza con el que se encontraron, viajando toda la noche,envolviéndose en ella y su brisa, que era tormenta. Pero se acabó.

Qué planeta habrá sido aquel, pensaba Eliot, hurgando con sus garras el piso, que ya casi era ovalado; tratando de cavar, como siempre lo hacía.

¡Maravilloso!, gritó Lalá; y se incorporó de un salto, abrió los ojos, otra vez, el pequeño círculo había capturado algo más.



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