miércoles, 19 de agosto de 2015

SON AMBOS

Sueños postergados de noches insomnes
Un niño entre brazos tratando de expresarse al vacío
Hard rock April wine sonando con destreza
No termines de decirlo
dilo de mil formas
renuncia a la banalidad y la agonía
la inmensidad del cielo estrellado
el movimiento de objetos alienígenas
que no te obliguen a temer
ni a renunciar a tu clase especie
aunque lo detestes por sus egos del tamaño de tus heces
no digas ya basta porque te sientas insatisfecho 
ni por lo contrario
Eres, son ambos, los dos, tú hijo y tú.

domingo, 16 de agosto de 2015

HACIENDO AMIGOS

La joven pareja Landeo se iría a vivir a la montaña, habían oportunidades de inversión en agricultura y el comercio de frutas, pero justo cuando se dirigían a la terminal de buses sonó el aparto celular de ella, Carla. José Landeo no pudo oír nada de la conversación que sostenía con el misterioso interlocutor su futura mujer. Siempre le pasaba cuando se daban situaciones similares que imaginaba a un posible amante de ella rogándole que no se fuera, que volviera con él, etc. Ante lo cual José Carlos siempre afinaba el oído o acercaba la cabeza al aparato celular para oír algo, no obstante éste no era el caso, pues por más que afinó y acercó el oído no oyó más ruidos ininteligibles. Peor para ella, pensó, aunque la charla se estaba extendiendo más de lo soportable, y ni los gestos que le hacía a su mujer, ni los codazos que le daba parecían perturbarla o comunicarle su desazón y molestia.
José Carlos dijo: Basta, detente, nos quedamos, tiró las maletas al piso y se detuvo con las manos en la cadera en actitud desafiante. Carla no pareció oírlo ni notar sus gestos y siguió andando; solo cuando unos metros más adelante notó que iba sola, volvió la mirada y vio que José Carlos hervía de rabia. Le ofreció una sonrisa de inocencia e indicó con la mano que le siguiera, parecía decirle: Ven tontito, no sabes lo que nos espera, cambio total de planes. Él pareció perder los estribos y se disponía a ir sí, pero a arrebatarle el aparato y decirle un par de cosas al misterioso interlocutor. Entonces, antes de que hiciera todo eso, ella bloqueó el aparato con la mano y le dijo: ¿Te vas a quedar ahí como un niño caprichudo mientras perdemos el bus?

José Carlos llegó al límite de la paciencia, pero entonces ella siguió hablando totalmente despreocupada por él pero sumamente atenta a su propia charla, como si tratara asuntos más que importantes. Por fin alcanzó oír: ¿cerca al mar me dice?, ¿y qué tenemos que hacer finalmente?, ah bueno, en ese caso, déjeme consultarlo con mi pareja, llámeme en cinco minutos por favor, sí, sí estamos interesados, concédame ese tiempo por favor, está bien. Colgó, volvió nuevamente la mirada hacia José Carlos, éste parecía no entender la situación pero se mantenía de pie y su actitud había cambiado del desafío a la completa confusión

Resulta que alguien llamado Garcés había contactado con Carla. Un tío lejano, había dicho ella. Le decía que la invitaba a habitar un terreno cerca del mar en un lugar a una docena de horas de donde se encontraban. Los cinco minutos transcurrieron mientras ella le decía a José Carlos estas cosas, entonces volvió a sonar el aparato y ella inquirió una pronta respuesta a su pareja. Está bien, dile que sí, concluyó él. Hola tío, sí ya lo hablamos, aceptamos, pero solo una cosa más, mientras nos adaptemos al lugar necesitamos un respaldo económico, ya sabe, para comer, vestir y los servicios básicos; que no hay problema, bueno, si es así no hay ningún problema tampoco para nosotros; nos recogen pero ¿Cuándo?, ¿ahora? Ya pues.

Un vehículo que no se le venía venir apareció un momento después delante de ellos, se abrieron las puertas y un hombre de tez negra se asomó por una de las ventanas invitándolos a subir. Subieron, solo habían dos asientos, los tomaron, además habían varias revistas de veterinaria, los cogieron para hojearlos. El vehículo en marcha anduvo durante doce horas exactamente hasta que se detuvo, ambos bajaron, el lugar era peculiar, al fondo podía divisarse el mar y la diestra extensos terrenos llenos de vid; a la izquierda se apreciaba solo follaje denso e impenetrable. Se les acercó otro hombre negro de avanzada edad, al parecer el tío, quien los saludó afectuosamente y los condujo de inmediato a un terreno baldío, a unos quinientos metros del mar. Las conversaciones y paisajes eran triviales hasta entonces, que el señor corría el riesgo de perder el terreno si no lo ocupaba de inmediato y como él y su familia vivían a media hora de ahí les era difícil ir cada rato a estar pendientes. Por otra parte, nadie en su familia estaba dispuesto a vivir en dicho lugar debido a la cercanía del mar (la brisa les resultaba nociva para su salud pulmonar, adujo), sin mencionar que tras el denso follaje habitaban alrededor de un pantanal unos camellos salvajes con los cuales no se llevaban bien.

Camellos salvajes en un pantano y antipáticos a los habitantes negros del lugar, el asunto comenzó a parecerle disparatado a José Carlos, no obstante no dijo nada. Al cabo de una hora llegaron en una camioneta un grupo de quince jóvenes negros que rápidamente se pusieron a edificar una casa de madera en el terreno mencionado. Mientras tanto Carla inició una aburrida charla sobre parentescos con su tío. José Carlos se disculpó y dijo que daría un paseo por los alrededores. No tardes que almorzaremos en breve, le dijo el tío.

El suelo estaba atestado de arena blanca y piedras amarillas, las vides lucían gordas uvas azuladas y rojizas, el mar era verde y el cielo blanco. ¿Blanco?, cómo podía ser posible aquello, se dijo el hombre, pero mientras seguía observando pasmado el cielo aquel oyó que alguien venía a su encuentro. Se trataba de un joven de unos dos metros de estatura, algo encorvado y con unos dientes enormes y cuadrados como los de un caballo, sobresaliendo de su bocaza, no tenía cabello y llevaba una camiseta blanca y pantalones marrones, sus pies eran peludos y andaba descalzo, lo cual era un decir pues la densa vellosidad de sus piernas se prolongaba hasta la punta de los dedos de sus pies.

Hola, le dijo a José Carlos, así que ustedes son los que habitarán ese lugar, le dijo. José Carlos, bastante sorprendido respondió que sí. No es mal lugar y además con la vista que tendrán y las deliciosas uvas aquellas, qué más pedir, le dijo el misterioso sujeto. Supongo que sí, dijo por decir algo José Carlos. Justo cuando sucedía esto salió por entre el denso follaje un gigantesco camello seguido de un dromedario y un alce, todos de color pardo y mucho más grandes de lo normal. Ahí van mi padre y sus amigotes, dijo el sujeto. ¿Tu padre?, preguntó José Carlos, con bastante sorpresa y confusión en la voz. Sí, mira, te lo diré de una vez, el hombre que los convocó teme por sus vides y vio en nosotros la principal y más grande amenaza y en ustedes la mejor barrera natural. No es que nosotros les tengamos miedo, solo que a mi familia les repugna los de tu especie, simplemente no soportamos verlos, de ahí que montamos esta pared de hierba para evitarlos. Ahora, necesitamos las uvas como ustedes al agua, así de simple. De manera que tienen dos opciones, o nos dejan comer las uvas que queramos o los asesinamos y echamos al pantano antes de que el sol se ponga.
José Carlos no era de los que se asustaban así nomás, pero era fácil de sorprender, el asunto de los camellos y sus amigotes le resultó sumamente interesante y por ello decidió seguirle el juego al sujeto aquél. Le dijo que no siendo de su propiedad aquellas vides, le daba lo mismo que se lo comieran los bichos como la familia de él. Y que a cambio le gustaría conocer su comunidad. Eso es imposible le dijo el sujeto.  Por cierto, me llamo Trevor, añadió. La charla se encaminó entonces por terrenos de la lingüística como de la evolución, Trevor le contó que su generación era la primera con rasgos humanos y que eso le molestaba mucho ya que aparte de ser motivo de burla, lo era también de tristeza, pues ya no contaban con sus hermosas jorobas ni sus pezuñas fuertes en las patas que ahora solo eran dos.

Así transcurrieron varias horas hasta que José Carlos se despidió de su nuevo amigo y decidió volver al lugar del terreno en cuestión. En el lugar había una preciosa cabaña de madera rodeada de hamacas y para su sopresa ya no había nadie. Se acercó rápidamente y llamó a Carla varias veces, pero ésta no contestó. Entró pues por una de las ventanas y descubrió que la casa estaba vacía. Luego de llamar varias veces más salió nuevamente y vio que afuera una manada inmensa de renos, alces, camellos y dromedarios se encontraban mirándolo, rodeando la casa. El miedo entonces sí se apoderó de él y paralizado se quedó viendo a la multitud, uno de aquellos animales se levantó sobre sus dos patas traseras y señaló con su pata delantera el pantanal, José Carlos alcanzó a ver cómo un delgado brazo, al parecer de mujer, se hundía lentamente hasta desaparecer. Comprendió de inmediato de qué se trataba aquello y decidió esperar lo peor. Sentado en el borde del entablado suspiró y bajó la mirada esperando el fin. La manada hizo un ruido extraño y en menos de lo que se pueda imaginar de ellos se perdieron entre el follaje. No quedó nadie alrededor.

A lo lejos José Carlos oyó el sonido de un motor que se acercaba, se trataba de un vehículo, no había duda, era una camioneta que al aparecer por donde Carla y él llegaron, vio que traía consigo a un montón de personas. Se detuvo frente a la casa y descendieron todos, jóvenes negros que le pareció haber visto horas antes. Quiso contarles lo que había sucedido pero entonces vio a Carla bajar del asiento de copiloto y dirigirse a él escopeta en mano.

¿Dónde estuviste? Te buscamos y llamamos mucho rato, al final nos fuimos a almorzar al pueblo que déjame decirte, está precioso y muy cerca de acá, le dijo ella. Estuve… haciendo amigos, le dijo él, haciendo amigos, eso estuve haciendo. Claro, debes estar muerto de hambre, vamos, traje todo lo necesario para la casa, vamos, no te quedes parado; por cierto, dicen que podemos cazar uno que otro animal que ronde las vides si nos apetece, pues al parecer les gusta las uvas y tienen una carne muy deliciosa. ¿Así?, qué tipo de animales, espera, no me digas déjame adivinar, ¿alces?, ¿camellos?, ¿renos? Sí, algo así, ¿por qué lo dices, ya lo sabías? Exacto, ya lo supe.