miércoles, 28 de noviembre de 2012

POTOJSÍ


Llegó de noche, bajo la inclemente furia de las lluvias de marzo. El país entero sumido en la niebla y el vaho de la tierra húmeda, por todas parte charcos de lodo y hierva mojada. Dejó el hotel ni bien hubo amanecido, algo sorprendido por la taciturnidad del personal que para variar se componían solo de dos miembros. Sorprendido uno porque creyó que en esta parte del mundo se hablaba español, y no era así, acá no se hablaba, los labios de la gente parecía cerrada tanto tiempo que lucían como cicatrices de alguna riña que terminó con el corte bajo la nariz, y otro porque la gente en sus ojos tenía una extraña tela gris que parecía enceguecerlos.  Sin embargo y a pesar de tamaña recepción y falta de cortesía para con un forastero, decidió dar vueltas por el lugar, incluso ascender a la montaña destripada.
Cogió su computadora portátil mientras esperaba le sirvieran el desayuno, googleó y en minutos supo la magnitud e importancia de aquel lugar. Toda Europa enriquecida a costa de las entrañas de una montaña que en un tiempo llamóse Potosí, y ahora no era más que Potojsí, que significa explosionado, derruido. Una suerte de lástima y nostalgia invadió cada resquicio de su alma, al punto de hacerle poner de pie y buscar con la mirada alguna persona sin esa estupefacción en el rostro y torpeza indiferente en el trato, nadie. El desayuno, avena con maíz cocido y patatas sancochadas. Quiso pedir algo de carne y un café, pero ya no había nadie que pudiera tomarle el pedido, incluso el dinero que debía debió dejarlo a merced del olvido junto a la taza despostillada en la que le sirvieron. Con el aparato bajo el brazo y tratando de procesar la información sobre el lugar y su historia, fue caminando en dirección recta, sin detenerse sino para mear o sacarse el barro de los zapatos. Vio entre casonas enormes y coloniales, vestigios de teatros y toda una época de grandiosidad y desaforo en lo respectivo al despilfarro y la abundancia. Pensó en Macondo, en la Oroya, y en todo esa bola de lugares donde el aguijón del capitalismo chupó las entrañas de la tierra, dejando solo carroña, abandono, pobreza, miseria y fantasmas.
Fantasmas!, se le ocurrió al recabar por tercera vez en la magnitud de tal palabra en un contexto como ese, donde entre otras cosas solo podría albergar fantasmas. Y algo confundido volvió a otear en su alrededor, ahora sí vio que la gente comenzó a salir de sus casas, incluso de los teatros hechos monumentos al abandono; gente atiborrada de chales y ropa inglesa, holandesa, encajes de zafiros, joyas de mil tipos, rimbombantes, petulantes. Y en lugar del miedo dio lugar en su mente a la curiosidad, y siguiendo a un par de mujeres de unos cuarentayalgo años, fue tras ellas hasta donde fueran. 
Ingresaron a una de las casonas junto a la plaza de la Villa Imperial de Potosí, como ahora luce el apoteósico nombresito en un cartel de mala muerte oxidada. Entró con ellas y antes de cerrar la puerta por dentro, inhaló con fuerza el aire, no fuera que tal vez sea la última vez  pensó fatídico, y así fue, quizá por o saber un final peor para una historia peor, nunca más salió el hombre, ni el metal, ni el dinero, ni la esperanza, todo quedó tras la puerta lacrada por la memoria de la gente de occidente. 
Y la ciudad siguió creciendo como cualquiera mierda de ciudad que abunda ahora en el mundo, hacia abajo, donde entre la nada existencial y el vicio consumista, radica su irrevocable extinción.
Una canción sonaba en el bus que se supone sacaría de aquel lugar a Carlos, una canción que nunca oiría y de la que jamás se valdría para hallarse en la ruta. Convite rutero, Almafuerte, el errante andar, la grave voz de la carretera, sin descanso entre amplios llanos, sin llegar a ningún lugar como el viento, la luz...y la casona ahí, enquistada a la tierra que alguna vez alimentó la codicia de inhumanos que ahora generaciones después, son infrahumanos prestos a la incineración...no volver al principio se les dijo, no olvidar se les dice, y las casonas con su historia manteniendo su inmutable hipocresía, y los fantasmas lejos de saberse tales, caminando sigilosos cada centímetro de lo ya recorrido millares de veces sin fruto, como brutos abruptos, víctimas, culpables, héroes, carroña...Sudamérica...