Así comenzó su gran tortura. Su supuesta felicidad se desvaneció. Aquél ser lo quiso todo a costa de todo desafiando miles de veces a la muerte. Ahora, cómo le tiembla la mente, cómo grita su cuerpo y al dolor no le basta poseerlo. Es necesario someterlo a sus designios, conduciéndolo por infinitos laberintos de paredes tan gigantescas como el muro de los lamentos y con pasadizos tan estrechos como el de una acequia fluvial. Tal vez se encuentre allí, en ese mundo ya perdido, aquel huraño muchacho que un día dejo su hogar situado en algún lugar de aquel monstruoso monumento, sé que está allí, porque lo vi, lo veo unas veces correr, otras llorar, y siempre caminar cabizbajo, creo que ya perdió toda esperanza; pero a veces creo que encontró un modo, y que sólo es cuestión de tiempo llevarlo a cabo, ¿Quién sabe y logre dejar este sombrío lugar y se aventure en los espesos pantanos que circundan por millones de kilómetros a mis dominios; sí, creo que es así, ya no se queja como antes, algo trama.
-La sospecha nuevamente se me metió en la cabeza. ¿Por qué lo hace?, qué maldición por aceptar que ése pise nuestras tierras. Debería ser eliminado de la peor manera. Debería ser torturado, castrado… -cállate-. Tenían que cerrar la boca de su mirada delatadora, ése sospechaba de su sospecha, qué impredecible esa enferma mente, qué maldito ser.
Pero ahora invernaba, o eso creo, lo cierto es que lo único que hacía era expulsar un hálito casi inaudible cada que los roedores le rozaban y hasta le pisaban en su ir y venir. El polvo ya casi lo había sepultado, pero él, seguía ahí, inmutable, esto ya era demasiado, algo había que hacer. Cogí una rata, le arranqué la cabeza y con la sangre brotando a borbotones le rocié la cara, -ey, despierta, grité, se retorció, escupió la sangre mezclada con el polvo y su saliva, se limpió los ojos, se sentó, me observó, sus ojos habían perdido su acuosidad característica, pero habían adquirido una textura propia de las rocas, ojos de roca, era increíble, me sentí atacado cuando me vio, retrocedí, no pude articular palabra alguna, el se irguió y comenzó a seguirme, yo retrocedía tratando de persuadirlo, -cálmate, ¿olvidas quién soy? , pero él me veía con más furia, obligándome a iniciar una huida a paso acelerado.
Así, sin dejar indicios de su maligna existencia, se fue. Y a estos les consumía la impotencia de ni siquiera haber podido tocarlo con su venganza guardada mezclada con harta violencia y la ansia de verlo eliminado. -¿Quién diablos es?-
-Aunque ya conozca demasiado al dolor y el olor de la muerte ésta quien me acompaña en mis estados de excitación fuera de este mundo, aún respiro-. Los enésimos planes de acabar con él se fueron por el desagüe. Pero los alcancé a las afueras de la ciudad, en las cloacas asquerosas, junto al gran arroyo de porquerías, donde el agua ya no era lo que imaginas, sino un torrente de mierda y deshechos de los peores tóxicos; ahí estaban, en cuclillas, hurgándose la nariz y gimoteando algo ininteligible; me acerqué, cogí sus collares y los llevé de vuelta a casa, a mi gran laberinto del que nadie huye, ni siquiera con el pensamiento.
Keely